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Utopías y distopías. Mujer, diáspora y poesía cubana

Dedos de hombre y de mujer forman letra M. Poema visual: Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez [Poema visual]

La poesía cubana, para José Lezama Lima, se inicia con el Diario de Cristóbal Colón, “libro que debe estar en el umbral de nuestra poesía”,[1] y allí la visión de una imagen luminosa que precedió al encuentro con la isla de Cuba en el horizonte y su entrada en la historia, cuando el almirante “vio caer al acercarse a nuestras costas un gran ramo de fuego en el mar”. Lezama anota con evidente entusiasmo: “Ya comenzaban las seducciones de nuestra luz”.[2] El hecho de ubicar este origen en la perspectiva del viaje y un avistamiento ocurrido en la frontera líquida entre el mundo y las costas de la isla, sin duda obedece a la fascinación por las imágenes insulares que han predominado a lo largo de la tradición poética cubana, y para la que el investigador precisaba encontrar la referencia de un antecedente. El ser de la poesía cubana y el ser de la isla no aparecen separados en esta revelación, tal como la propone el poeta, donde se ligan lo real y lo imaginario, la necesidad de ver y también de ser visto. Asimismo grandes poemas cubanos surgieron de esa perspectiva, al hallarse el o la poeta en el umbral de un conocimiento, un viaje de ida o vuelta, como el “Himno del desterrado”, de José María Heredia, y “Al partir” y “La vuelta a la patria” , de Gertrudis Gómez de Avellaneda. La prodigalidad con que “el azar o las precisas leyes” de los hombres obligaron a seres de la isla a transmigrar, en todo el siglo XIX, en el XX y en lo que va del XXI, ha contribuido a que esta tradición seductora de la “visión de la isla” no pierda vigencia. Paralelamente, el sentido de trascendencia y la búsqueda de autenticidad hacia el interior de la cultura cubana, también se han construido sobre los paradigmas de un voluntario aislamiento, mediante llamado a desarrollar “conciencia de isla”.[3] Pero, mientras las experiencias traslaticias de la poesía cubana del siglo XIX y sus visiones identitarias, ya se encuentran por línea general recuperadas y asimiladas al interior de la isla, dentro del canon nacional, no sucede lo mismo con el siglo XX y la gran diáspora desatada tras la revolución de 1959 hasta hoy, por la simple razón de que esta herida aún no ha cerrado. Curiosamente, no obstante, han ocurrido flexibilizaciones en la política cultural en la isla desde la década de los 90 que, si bien facilitan el retorno pasajero o definitivo de algunos poetas desde la diáspora —en cuerpo y alma, o simbólicamente, al poder escribir otra vez parte de su obra dentro de la isla o publicarla aquí— , tales movimientos transforman el escenario de oposiciones binarias entre isla y exilio, lo complejizan, y esto constituye un mayor desafío para la crítica.

El exilio se erige en el principal problema que impacta a la poesía en el llamado “periodo revolucionario” de la literatura cubana, a partir de 1959, cuando desde la política se impone una ilegítima —pero, real— división entre poetas de dentro y fuera de la isla. Y en medio de ese panorama negativo, desde un principio, las mujeres poetas resultaron las más perjudicadas, pues el exilio y la causa  política de censura vinieron a engrosar una situación de prejuicios y discriminaciones por cuestiones de género que históricamente han sufrido las mujeres escritoras. Dentro de una sociedad sexista y patriarcal como la cubana ya existían desde antaño las condiciones de menosprecio de las voces femeninas, baste el notorio ejemplo de la incomprensión de José Martí hacia Gertrudis Gómez de Avellaneda —“varonil” le pareció la mujer que por su talla descollaba en el siglo XIX americano—, o cómo en un libro canónico, Lo cubano en la poesía (1958), su autor, Cintio Vitier, acude a pretextos endebles para excluir de su estudio a quienes quizás pudieran considerarse las tres principales mujeres poetas cubanas de todos los tiempos: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Dulce María Loynaz y Fina García Marruz. Por esa misma discriminación naturalizada, estas tres escritoras se han mantenido incomprendidas una gran parte del tiempo, silenciadas. Ocurre que el discurso femenino suele quedar no solo al margen, sino incluso desautorizado de adoptar posturas políticas en base a la lucha por la igualdad, después que con la revolución se tronchó la tradición de movimientos feministas en la isla. A esto añádasele la política oficial de excluir y borrar los llamados “traidores”, así del Diccionario de la Literatura Cubana, publicado entre 1980 y 1984, se excluyeron a numerosos autores exiliados. Por estas y otras razones, la literatura escrita por mujeres deviene a la larga un río subterráneo que ha cavado sus propios meandros bajo la historia oficial y pública, conformando lo que la investigadora Milena Rodríguez Gutiérrez llama “una tradición otra”.

Podría decirse que, tal como acabó sucediendo con las vanguardias, movimiento anticanónico por excelencia, la escritura femenina ha llegado a conformar una tradición otra; u otra especie de “tradición de la ruptura”, para decirlo con palabras de Octavio Paz.[4]

Y, entre esas presencias que reclaman espacio en la isla letrada, ninguna representa tal vez más la otredad hoy, para el canon literario nacional, que la vanguardia amplia y diversa de las mujeres de la diáspora.

(Fragmento de la ponencia: “Utopías y distopías en la mitificación de la Isla dentro de la poesía cubana escrita por mujeres en la diáspora”, presentada el 1 de mayo de 2017. Congreso de LASA, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú)

 

[1] José Lezama Lima: “Prólogo”, Antología de la poesía cubana, Tomo I, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965, p. 7.

[2] Cintio Vitier ha señalado: “La realidad y el sueño, la lejanía y lo inmediato, celebran sus primeras nupcias para nosotros cuando brillan nuestras costas en los ojos del Almirante. Cuba se vuelve entonces, por primera vez, geografía, naturaleza, futuro; entra en la mirada europea, en la esperanza occidental, en la catolicidad del mundo; suena en la lengua española”. En: Lo cubano en la poesía, La Habana, Instituto del Libro, 1970, p. 21.

[3] Jorge Mañach: Historia y estilo, La Habana, Minerva, 1944, p. 136. Véase al respecto Gustavo Pérez Firmat [15], p. 3.

[4] Milena Rodríguez Gutiérrez: “Introducción: ¿por qué una antología de poetas cubanas?”, en: Otra Cuba secreta. Antología de poetas cubanas del XIX y del XX. (De Gertrudis Gómez de Avellaneda a Reina María Rodríguez. Con una breve muestra de poetas posteriores), Ed. selección, prólogo y bibliografía de Milena Rodríguez Gutiérrez, Madrid, Verbum, 2011, 563 pp., pp. 17-59

Francis Sánchez

Francis Sánchez

(Ceballos, un poblado de la provincia Ciego de Ávila, Cuba, 1970). Escritor, Editor y Poeta visual. Máster en Cultura Latinoamericana. Perteneció a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba desde 1996 hasta su renuncia el 24 de enero de 2011. Fundador de la Unión Católica de Prensa de Cuba en 1996. Fundador y director de la revista independiente Árbol Invertido y también de la editorial Ediciones Deslinde. Se exilió en Madrid en 2018. Autor, entre otros, de los libros Revelaciones atado al mástil (1996), El ángel discierne ante la futura estatua de David (2000), Música de trasfondo (2001), Luces de la ausencia mía (Premio “Miguel de Cervantes de Armilla”, España, 2001), Dulce María Loynaz: La agonía de un mito (Premio de Ensayo “Juan Marinello”, 2001), Reserva federal (cuentos, 2002), Cadena perfecta (cuentos, premio “Cirilo Villaverde”, 2004), Extraño niño que dormía sobre un lobo (poesía, 2006), Caja negra (poesía, 2006), Epitafios de nadie (poesía, 2008), Dualidad de la penumbra (ensayo, 2009) y Liturgia de lo real (ensayo, premio “Fernandina de Jagua”, 2011). | Escribe la columna "Aquendes" para Árbol Invertido

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