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“Reclamar mi porción de Patria”. Entrevista a Uva De Aragón

Escritora cubana Uva de Aragón

La obra narrativa de Uva De Aragón no es muy prolífica, ¿por qué?

De los catorce libros que he publicado, cinco son de narrativa (Eternidad, viñetas, 1972; Ni verdad ni mentira y otros cuentos, 1976; No puedo más y otros cuentos, 1989, Memoria del silencio, novela, 2002; y El Milagro de San Lázaro, novela, 2016. Cuatro son poemarios, dos ensayos largos, y el resto colecciones de artículos periodísticos. También he escrito teatro. Es decir, que he incursionado en todos los géneros.

Hay otra explicación importante. Llegué a Estados Unidos a los 15 años, específicamente a Washington, D.C., donde me vi rodeada de inglés y nieve por todas partes. Desde los 16 a los 67 trabajé en asuntos ajenos a la literatura. Me fue imposible comenzar estudios universitarios hasta los 35 años. A los 48 terminé mi doctorado en literatura. Soy una exiliada. No fue fácil hacerme escritora con la necesidad de ganarme la vida para sobrevivir desde muy temprana edad y la falta de los apoyos institucionales y editoriales que uno recibe en su país. Además, sin tertulias ni maestros, y pocas posibilidades de conseguir libros en español. Mi generación estaba dispersa y no sabíamos ni quién existía con inquietudes y sueños similares.

En las palabras de presentación del cuento “Y de repente un viernes”, en la antología Isla tan dulce y otras historias. Cuentos cubanos de la diáspora (Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2002), el compilador, Carlos Espinosa, califica Eternidad como un puñado de recuerdos de su niñez y juventud. ¿Cuánto han influido esa niñez y esa juventud en su narrativa?

En efecto, la primera parte de ese libro la escribí en Cuba y mi segundo padre, pese a haberse ido del país en circunstancias muy difíciles, fue quien sacó de la Isla el manuscrito. Me lo envió años después, con una nota que aún conservo, sugiriéndome que, uniéndolas a otros trabajos posteriores, debería pensar en publicar esas prosas en un libro. Así surgió Eternidad.

Mi infancia es el lugar más dulce de mi memoria, pese al gran dolor que sufrí por la muerte de mi padre cuando yo tenía nueve años. Tuve los privilegios de una niña de clase media, pero lo más valioso fueron las enseñanzas de mis familiares, que me han servido para toda la vida. Por una parte, mis dos padres, Ernesto de Aragón y Carlos Márquez Sterling, fueron hombres que amaron mucho a Cuba, la sirvieron cada uno en su campo, el uno en la medicina y el otro en las letras y la vida pública. Ambos tenían un gran sentido de justicia social que me inculcaron. Por vía materna, vengo de una familia de escritores. Mi tía Sara Hernández-Catá me puso una pluma en las manos cuando mi padre estaba muriéndose y me instó a escribir. Y, obviamente, la obedecí.

Tita Sara, como le decíamos los sobrinos, hacía en su casa unas tertulias maravillosas, donde conocí a la flor y nata de la cultura cubana, como Alejo Carpentier, el caricaturista David, Raul Roa y su esposa Ada Kouri, Luis Carbonell, Ernesto Lecuona, Bola de Nieve, el arquitecto Nicolás Quintana y muchos otros. También tuve oportunidad de tratar a los exiliados venezolanos, como Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco. En ese aspecto, tuve una niñez mágica.

Tanto mi abuela materna como mi madre fueron también importantes en mi infancia, la primera porque me inculcó desde muy chica el amor a la poesía, y la segunda, porque siempre me quiso incondicionalmente y hasta el día que murió creyó que yo era capaz de hacer todo lo que me propusiera en la vida.

Portada de antología Isla tan dulce y otras historias. Cuentos cubanos de la diáspora

¿Cómo vivió sus primeros años de cubana trasladada a otro ámbito? ¿Cómo fue que su familia asumió la biculturalidad, y cómo la asume Uva?

Lo he dicho otras veces. Hay una gran diferencia entre los inmigrantes y los exiliados. Los primeros sueñan; los segundos, recordamos. El inmigrante quiere integrarse; el exiliado desea volver a casa. Mientras unos quieren aprender el nuevo idioma, los otros no desean olvidar el propio. Los primeros años, soltera, estudiante de secundaria y bajo la protección de mis padres, los pasé extrañando todo lo que había dejado atrás, atenta a las cartas que traía de Cuba el cartero, y como el resto de la familia, con el pensamiento fijo en el regreso. Observaba el mundo a mi alrededor con curiosidad, pero como algo totalmente ajeno y pasajero. Escribí por un año una columna para el periódico de mi antigua secundaria titulada “Desde Washington”. Luego, me casé a los 17 años, tuve mi primera hija a los 19, y viví años difíciles, de mucha escasez económica, conviviendo con personas de gran calidad humana pero de niveles de educación y cultura muy distintos a los que estaba acostumbrada. Algo de esto aparece en mi novela Memoria del silencio (Eriginal Books, 2002).

Hay cosas de la cultura estadounidense que son parte importante de quien soy —especialmente la fe en una prensa libre, un estado de derecho, la recompensa al trabajo, la igualdad de oportunidades y ante la ley—, pero prácticamente no tengo amigos americanos ni conozco apenas la cultura popular de estos años. Es como si yo hubiera vivido en otro lugar…

Mis padres nunca fueron otra cosa que cubanos. Me admira que llegaron mayores, pero aprendieron el inglés, trabajaron y nunca se lamentaron de lo que perdieron ni se amargaron. Mis hijas son cubanoamericanas, bilingües, biculturales. Mis cuatro nietos no hablan bien el español pero les hemos inculcado muchos valores de nuestra cultura. En cuanto han salido de Miami a estudiar han comprendido su “otredad” con relación a los anglosajones. Aunque dos de ellos tienen un padre americano, los cuatro se sienten muy orgullosos de su origen cubano. Otra cosa que repito con frecuencia es que ser cubano es una enfermedad incurable, hereditaria y a veces contagiosa.

¿Cómo valora su paso por una emisora de radio que en Cuba despierta tantos resquemores como Radio Martí? ¿Cómo llega a ella y cuánto le aportó?

Me invitaron a participar en Radio Martí en un momento económicamente difícil para mí y me pagaban bien. De todas formas, nunca he tomado decisiones basadas en si el gobierno cubano ve bien o mal lo que hago. Por eso no vivo allí. La emisora despertaba muchos resquemores en el régimen de La Habana, pero, en la época en que yo empecé a participar —a mediados de los noventa—, los cubanos la oían muchísimo. A mí me contrataron en Radio Martí porque querían la perspectiva de alguien de “izquierda”. Pensé que los cubanos en la Isla se beneficiarían al escucharme, porque podrían darse cuenta de que no todos los cubanos que vivimos fuera pensábamos igual, y que, aunque uno viva en el extranjero, puede conocer la historia del país y querer a ese pueblo. Cuando comencé a ir a Cuba en 1999, mi visión se enriqueció porque, contrario a mis colegas, podía hablar de experiencias de primera mano. En mis viajes allá muchos cubanos me llevaban al fondo de la casa a decirme en secreto que me escuchaban por la radio. Una vez, un taxista me reconoció por la voz. Para mí era también una forma de darme a conocer en mi país, siempre con un mensaje de reconciliación. Claro, en los círculos oficiales académicos con los que trataba por mi trabajo en FIU (Florida International University), inevitablemente me regañaban por hablar por Radio Martí…

Existe un debate sobre si determinados autores cubanos que han desarrollado toda su obra fuera del país (como el Heredia francés del siglo XIX) deben considerarse parte del corpus de la literatura cubana, ¿qué usted cree?

La revolución quiso borrar de un plumazo a todos los que nos fuimos, pero fue un esfuerzo inútil. ¿Cómo se puede prescindir en la historia de la literatura cubana de Lydia Cabrera, Gastón Baquero, Agustín Acosta, Carlos Montenegro, Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante? No creo que en los círculos académicos serios el debate sea sobre los autores cubanos que han vivido fuera del país porque habría entonces que dar al traste con casi todo nuestro siglo XIX, comenzando por Martí, la Avellaneda, Varela, Heredia… y parte de la primera mitad del XX, pues Carpentier, José Antonio Ramos, Alfonso Hernández-Catá, Eugenio Florit, entre otros, vivieron mucho fuera por sus puestos diplomáticos. Y a partir del 59, ni se diga. Gran parte de la literatura cubana de todos los tiempos se ha escrito fuera de la Isla. Creo que hay una sola literatura cubana, independientemente del lugar de residencia del autor. y que el tiempo es el gran juez en cuyas manos está decidir la buena literatura que sobrevivirá en el futuro. Las aguas ya han empezado a tomar su nivel.

Me parece que existe una discusión válida sobre los que han escrito en otro idioma. Por eso se cuestiona al Heredia que lo hizo en francés y no al autor de la “Oda al Niágara”, ya eso es otro asunto. Idioma e identidad tienen una misma raíz. Me es difícil aceptar como literatura cubana lo que se escribe en inglés o francés. Pero, de nuevo, el paso del tiempo dará el veredicto final.

“Y de repente un viernes” es un cuento que refleja un entorno de clase media americana, cien por ciento anglo, sin la menor referencia al universo latino. Según el referente identitario en estas historias, ¿fueron escritas con una vocación más universal, al contar tragedias cotidianas de la sociedad moderna?

No puedo más y otros cuentos (Ed. UniversalMiami, 1989) es un libro de gran angustia existencial. Los primeros cinco cuentos, tienen como eje central el suicidio, y tratan de personas que buscan esa salida cuando la sociedad los lleva al límite. No siempre se identifica el lugar, pero se entiende que se desarrollan en Estados Unidos, Argentina, Francia. Es un libro de protesta contra problemas que me inquietaban entonces, como la vejez, la enfermedad, el materialismo, las desigualdades. En los otros siete, sin darme cuenta, confieso, el eje central continúa, pues los personajes se suicidan espiritualmente, cediendo su voluntad ante realidades más poderosas. Dos de los cuentos tienen relación con Cuba, aunque en uno no se la menciona y hubiera podido suceder en otro lugar. Del último, “Round Trip”, parte mi novela Memoria del silencio, la historia de hermanas gemelas separadas por la Revolución y sus vidas paralelas durante 40 años. Y ahora que lo pienso, también en “Ni verdad ni mentira” hay dos o tres que tienen lugar en Cuba, incluyendo el primero que le da título al libro.

Pienso que tal vez uno de los defectos de nuestro canon literario cubano es juzgar al autor por la “cubanía” que refleje su obra y no por su calidad literaria. ¿No pertenece a la literatura cubana El reino de este mundo porque se basa en la revolución haitiana o Los pasos perdidos porque tiene lugar en las selvas latinoamericanas? Lo local no está reñido con lo universal, y lo universal no es obstáculo para pertenecer a la literatura de un país.

¿Concibe sus narraciones en inglés, en español, o en una mezcla de ambos? ¿En qué idioma las siente?

Vivo, siento, pienso escribo en español por decisión y necesidad emocional. Lo he dicho a menudo. Hay un nexo muy íntimo entre sentir en cubano y escribir en español.

Vuelvo a la nota de presentación de Isla tan dulce... El antologador no es precisamente generoso al referirse a su narrativa: "Blanda propensión a la ternura"; "voluntarismo ingenuo a nivel técnico". ¿Coincide o discrepa con estas valoraciones que hace Carlos Espinosa y que, en general, se parecen mucho a las notas de rechazo de las editoriales que suelen decirnos “su obra es atractiva y bien construida, pero no podemos publicarla”? 

En cierta forma es un halago, porque en una antología existe un criterio de selección. Hay muchísimos escritores fuera de Cuba. Si la visión del antólogo sobre mi obra es negativa, ¿por qué incluyó mi cuento? ¿Acaso no se puede prescindir de mi nombre para hacer una representación de la narrativa cubana fuera de la Isla? En todo caso, ni dejo que los elogios me envanezcan ni que las críticas negativas me duelan. Y en algunos aspectos, puede que tenga razón. Esos cuentos los escribí muy joven. No había estudiado, había leído desordenadamente. Pero conocía las técnicas del cuento de Poe, que influyó mucho en mí, no tanto en cuanto a la temática, sí en el concepto del cuento cerrado. Había leído a O. Henry, Maupassant, y a mi inevitable abuelo, Alfonso Hernández-Catá, un maestro de la narración corta. Creo que la mayoría de los cuentos de esos libros siguen una estructura clásica. En lo que no estoy de acuerdo es en frases como “una blanda propensión a la ternura” o “reblandecimiento emocional”. Creo que la sensibilidad es un ingrediente importante de la literatura.

Portada de la antología Estatuas de sal. Cuentistas cubanas contemporáneas

¿Cómo se produce su acercamiento a la obra de autoras cubanas?

Principalmente a través de Mirta Yañez que llegó a mi oficina una tarde y me pidió un cuento para Estatuas de sal. Cuentistas cubanas contemporáneas (Ed. Unión, La Habana, 1996), la antología que hizo con Marilyn Bobes. Fue lo primero mío que se publicó en mi país después de que me fui. Había publicado unos textos juveniles en periódicos de La Habana en 1958 y 59. A partir de ahí comencé a conocer tanto en persona como por sus obras a muchas escritoras en la Isla, en gran parte por mi trabajo en el Instituto de Investigaciones Cubanas de la Universidad Internacional de la Florida. Luego, que la editorial Cubanabooks publicara ediciones bilingües de varias escritoras en la Isla y de mi novela Memoria del silencio, hizo incluso que pudiera participar con varias de ellas en la Feria del libro en La Habana. La vida no me alcanzaría para leer la obra completa de tantas y tan buenas escritoras. No quiero mencionar a ninguna porque habría inevitables omisiones. Hay magníficas escritoras dentro y fuera de Cuba. Sin embargo, en una época determinada, los 90, en que el panorama literario español y latinoamericano estuvo dominado por las mujeres, no surgió ninguna dentro de la Isla que alcanzara fama internacional. No creo que fuera porque no existan escritoras de gran talento, sino porque la cultura editorial y de promoción ha estado dominada por los hombres. Es una impresión de una mirada desde fuera.

¿Es Uva una mujer que escribe, una escritora o, simplemente, otro ser humano que, como todos, sólo ha querido buscar su sitio en este mundo?

Soy una escritora, con una irrenunciable y adolorida vocación por la literatura desde niña, que ha luchado contra la injerencia de una lengua extranjera, las soledades de formarme sin tertulias ni estímulos en mi juventud, y el desamparo de ser exiliada, pero no he dejado por eso de escribir ni de reclamar mi porción de Patria literaria en Cuba, a la que tengo inalienable derecho por mis hondas raíces, mi nacimiento en la Isla y la constante presencia de Cuba en mi obra y mi vida.

¿Por qué usa el apellido De Aragón y no Clavijo?

Mi nombre de soltera es Uva de Aragón y seguí firmando así mis artículos periodísticos después de casarme con Jorge Clavijo, aunque legalmente, tal como se usa en Estados Unidos, me convertí en Uva A. Clavijo. Vivía en Maryland (en las afueras de Washington) y publicaba esporádicamente en Diario Las Américas. Había personas que me comentaban que había una escritora con el mismo primer nombre que el mío y me preguntaban si era familia mía. Nadie creía que era yo, que aquella joven que trabajaba de secretaria y andaba siempre con una niña en cada mano era escritora. Empecé a firmar Uva A. Clavijo para que me creyeran. Pero, cuando me divorcié, por razones muy personales, y porque Uva de Aragón es un hombre tan sonoro que parece inventado, regresé a mi nombre de soltera. Pude hacerlo por tener un primer nombre tan raro. Nunca he firmado con el apellido de mi abuelo, el famoso escritor cubano Alfonso Hernández-Catá.

 

Alejandro Langape

Alejandro Langape periodista

Ingeniero. Narrador y ensayista. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Reside en Villa Clara.

Comentarios:


Anónimo (no verificado) | Mar, 11/09/2018 - 07:44

Respeto a Uva, es su derecho. Pero Cuba tiene más necesidad de reclamara patriotas como ella, que les ha echado, expulsado, exiliado, más que lo que se necesita una patria como esa. Tu Patria, Uva, es con mayúscula: es la Literatura, el idioma español, y la Humanidad. Gracias a ti.

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