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María Elena Cruz Varela, en los ojos de Holguín tú estás lloviendo

Poetas cubanos María Elena Cruz Varela y Ángel Cuadra.
María Elena Cruz Varela y Ángel Cuadra, dos poetas cubanos que sufrieron cárcel en la isla.
Imagen: Facebook

No cantes la lluvia, poeta, haz llover.

(Un poeta aborigen a Huidobro).

I

No tengo a mano una enciclopedia de la música latinoamericana para confirmar cuál llegó primero, el tango “Volver” o la habanera “Veinte años”, pero algo me dice que María Teresa Vera no se podía morir sin aclarar —en letra de canción— el peso que significan veinte años... Sin contradecir a Gardel (“que veinte años no es nada”), la compositora nos habla desde una filosofía del deshacimiento donde pasados esos años, todo es nada (“si me quisieras lo mismo, que veinte años atrás”).

Más de veinte años hace que conozco la poesía de la mujer de mi país que más estremecimiento me ha causado. La que más he seguido por emisoras extranjeras. La poeta de quien más versos he aprendido y aprehendido de memoria, y he dicho en todas partes: a los verdes prados, a las colinas de la ciudad, a las playas de la costa. En cualquier otro sitio, a estas alturas del cibermundo, estaría conectado a ella vía e-mail, Facebook, Twitter y tantas modalidades que apenas sé escribir. Por vivir en Cuba, tal vez ella ni siquiera conozca que yo —su Admirador Número Uno— existo.

II

Misterios y más me unen a su poética, como esa mañana de visita al Hospital donde una oftalmóloga atendería una lesión en mis párpados. Al ver caer desde un stand su libro Afuera está lloviendo, lo tomé con el aprecio de costumbre y con él me dirigí hasta la consulta. Abrí una página al azar y encontré un papel doblado con el poema que dice: “asusta este silencio del que nadie me salva…”, para confirmar que así me siento. Así mismo, víctima de un silencio del que nada me salva.

Al salir del Hospital, seguí leyendo con la “disminución” de mis pupilas, para luego unirme a un coro de amigos que celebraban el cumpleaños de un poeta en un patio colonial. En torno a una mesa de fino mármol, cuatro escritores hablaban de alguien de quien preferían no decir el nombre en voz alta. Yo les mostré el libro de la poeta —publicado en la Cuba de finales de los ochenta—, los amigos admitieron que era una hermosa coincidencia y comenzó la Tertulia... Y todo esa misma tarde, desde la mesa de otro amigo insistían en mostrarme una fotografía que Margaret Incencio acababa de recibir. Una mano del grupo cubría el rostro de una mujer y yo debía adivinar...

— ¿Quién es?

Una elegante dama, de alegría rebelde. (Detrás de ella, Nardito, el holguinero). No logro reconocerla. La foto fue tomada mientras la mujer presentaba su último libro en España. Los amigos insisten, hasta que al fin descubren el rótulo: María Elena Cruz Varela.

Allí nadie había preparado nada. Fue una tarde de sintonía “cruzvareliana”, de pura “diosidencia”. Podría parecer demasiada casualidad, pero en Holguín es permanente su presencia. Ella “aparece” en mitad de cualquier conversación, alguien cita su nombre, su poesía, su número de celda, su Carta de los Diez o su Criterio Alternativo… Tal vez ella jamás lo ha imaginado. Lo más normal, lo más común es hablar de sus versos desterrados de toda antología en la Isla.

III

En el año 1991 supe de la detención de una poeta en La Habana. La noticia se escuchaba por todas las emisoras del mundo y la TVC mostraba imágenes de una cederista manifestando que ella misma le había metido los papeles en la boca “por gusana, por contrarrevolucionaria, por cabecilla de un grupúsculo que conspiraba contra el Gobierno”.

Tuve la dicha de que un poeta —de manos temblorosas, propias de una intelectualidad marcada por la década del 60 y el 70—, me obsequiara su foto del Juventud Rebelde, una entrevista de Mariano Rodríguez titulada “Mariela y las arañas” (Mariela es la hija de la poeta), donde la Premio Julián del Casal 1989, se luce con el tierno humor de sus palabras afiladas.

Ella no lo imagina aún, no sabe nada de estas cosas, las estuve guardando hasta hoy... a esas y otras fotografías suyas les hice fotocopias y con ellas recorrí todo San Isidoro de los Parques, sin parar hasta la indómita Santiago, donde un amigo español era la mejor fuente para saber de aquella que se congelaba entre las rejas, y que yo de algún modo me sentía comprometido con “liberar” mientras viajaba en ómnibus y trenes… a todo el que se sentaba a mi lado, incluyendo a los secretísimos policías, les hablaba del tema: “el tema para mí es Cruz Varela y usted qué dice”, así le repetí a todo el que fruncía el entrecejo observando aquellas imágenes que yo cuidaba de un ángel agotado…

Entre mis manos llevaba su rostro como quien ha liberado al ave del cautiverio, temiendo lo cruel de ese choque de realidad con la ergástula que todo poeta ha imaginado y cincelado en sus versos. Pues quién que lo es no sufrió desde los textos escolares las férreas rejas que acompañaron la vida de Miguel Hernández y tantos otros.

No tardaron en aparecer quienes señalaban en mi poesía influencias de su poética. Pero qué sorpresa cuando mis ojos miopes advirtieron en la poesía ajena, versos textuales de “la susodicha”. Y yo debí gritarles:

—Claro, si la amo hasta el “plagio”, ¿no anduvieron ustedes peregrinando por las calles Libertad, Maceo, Mártires o la Avenida de los Libertadores con sus fotos y poemas a cuestas mientras permanecía entre barrotes? ¿No fueron ustedes los que subieron la escalinata de los 458 peldaños diciendo sus poemas a los pinos, a los pájaros libres y al Amor? (Para acercarla más di por título a uno de mis poemarios: Hijo de Grecia, pero en todos mis libros, de una u otra manera he colado su huella…).

IV

Un promotor cultural, de cuyo nombre no debo acordarme, enviaba a España un grupo de poemas de más de diez escritores jóvenes de la provincia, y qué noticia aquella de ver mi primera publicación en Cuadernos de poesía nueva (Madrid, 1992). En la página 49 el texto mío y en la 42, el poema “Balada por la sangre sin pretexto”, de la poeta “Encarcelada en Cuba” (así reza a pie de página).

Con la alegría del que logra sus primeros pininos, me fui de fiesta hasta la Catedral de San Isidoro a celebrar mi triunfo junto a mi guía espiritual, el señor Sergio Torralbas, y allí estaba Lalita Curbelo Barberán, la poeta más importante de Holguín en esos tiempos, quien meses antes consideraba prohibido mi poema “El hombre” en Ámbito (suplemento cultural del periódico ¡Ahora!), “porque estaba demasiado evidente quién era el hombre”.

Recuerdo que los ojos de la Curbelo se impactaron con los versos de María Elena y se los bebieron de memoria. Y yo, a partir de entonces, descubrí en la mirada de nuestra Lala una llama de esperanza. Lógicamente, esa mujer, que hoy Dios tenga en Su Gloria, poseía los ojos verdes más celestes de Holguín.

Mi madre también siguió cada noticia por las emisoras del exilio. No se perdía una entrevista a Lázara (la madre de María Elena), y a cubanos de a pie que vencían la censura y emitían criterios valientes... Antes de ir para el trabajo, ella conectaba el radio primero que yo para escuchar las buenas o malas nuevas sobre aquella que Carlos Aldana (el tercer hombre en el Poder), había calificado ante la prensa como “una simple mujer que alguna vez obtuvo un premio de poesía”, que “tal vez estaba loca porque había visto a su esposo suicidarse en el apartamento que compartían” y que poseía “un grado colegial muy bajo”, entre otros tantos disparates. En el sagrario volví a hallarme a Sergio, siempre sabio en aplacar mis rebeldías: “no te preocupes, hermano, de árbol caído cualquiera saca leña, mañana puede tocarle a él”. Y así fue, por esas fechas, Aldana fue destituido de su cargo.

V

Con la ayuda de manos amigas conseguimos buena parte de sus textos publicados en la Isla, al tiempo que llegaban sus poemas en Plural, Norte y todas las revistas del mundo, como aquella osada polémica de La Gaceta de Cuba.

María Elena fue el mejor ejemplo para demostrar la obsoleta función de la crítica en la más cínica década, donde “cruzar el charco” daba la posibilidad de que las voces del país natal reconocieran y/o condenaran el lamentable juicio contra la poetisa que nos recordó la suerte de la Tsvietáieva, la Ajmátova, la Berbérova… en tanto dentro de la Isla no pudo levantarse una sola voz del llamado mundo intelectual sin ser atropellada, y muchas prefirieron amoldarse, cambiar sus versos cívicos y anudarse (¡qué peligro!) bufandas bolcheviques.

En 1995, en homenaje de los jóvenes artistas a Delfín Prats, en su Cuaba natal (en una de las mil casas en que él ha vivido), dije el poema “Hija de Eva” como regalo a nuestro poeta mayor, quien por si fuera poco había integrado el jurado que diera a la criolla el codiciado Premio UNEAC. Delfín, ebrio de gozo, lleno de gestos, como su Lenguaje de mudos —libro tan prohibido en su momento como Hija de Eva—, movía piernas y manos repitiendo versos de memoria. Ese mismo poema ha sido disfrutado en parques, terrazas, balcones, cuartos de hotel en Holguín, Gibara, Banes, Moa, Báguano… De modo que hoy muchos holguineros pueden decir más de un poema cruzvareliano. De modo que ¡quién sabe en cuántas cintas magnetofónicas y archivos de la era digital, para la eternidad grabada fue la voz diciéndole desde el impulso martiano, sin necesidad de acudir a las oficinas de la SINA o cualquier otra sede…

VI

Yo había salido de mi casa con una foto del asalto al Cuartel Moncada, a preguntarle a mi amigo de la Iglesia, si era cierto que el hombre de los puños levantados, era Mario Chanes de Armas… Al resultar positiva la respuesta, me horroricé de conocer que ese expedicionario del Yate Granma llevaba un tiempo superior que Nelson Mandela entre las celdas, según fuentes de la época por “conspirar con sus palabras contra la Revolución”… entonces estaba cerca un nuevo aniversario del 13 de marzo (1991) y salí a la calle con proclamas donde pedía “libertad para Mario Chanes de Armas”, “elecciones libres”, entre otras inquietudes del momento…

Veinte años después voy al mismo lugar donde ayer lancé mis nobles intenciones, y hoy dejo flores blancas. No sé qué hizo María Elena en el aniversario veinte de Carta de los Diez en aquel quinto mes del mismo año, la imagino inspirada en hermosos pensamientos sobre Cuba…

No me arrepiento de haber seguido, día a día, a las emisoras del exilio, fue la mejor manera de conocer buena parte de esa verdad dura que vivíamos y no conocíamos… Sólo por la existencia de Radio Martí y la Voz de la Fundación con Ninoska Pérez Castellón seguimos los pasos de la poetisa, desde el día del juicio hasta su diáspora.

Mis proclamas no me llevaron —como a ella— a las celdas de hierro. Mis celdas fueron otras… me tocó ser, desde entonces, preso de mí, cárcel del cuerpo, energía sin voz, mano enguantada, cuartilla que no cumple su promesa, aniquilado el pensamiento, marcha in situ, al traspiés…

VII

Las nuevas voces de la Ciudad de los Parques, desde que dieron con ella se han sumado a la tradición… Tal vez de María Elena pudiera decirse lo mismo que escuchaba en otros tiempos de Pablo Neruda y César Vallejo: “se pega”, su poética fuerte, fiera, audaz, es un aguijón que se clava muy dentro.

Con apenas 17 años, una poetisa obtuvo un premio cuyo título es una apropiación del famoso “Afuera está lloviendo”, dos años antes, un “Rimbaud” holguinero tomó otra cita de ese libro para iniciar el suyo... la muchacha que más consignas comunistas ha repetido en las plazas holguinenses, también sabe que en los versos de su prístino libro está esa huella. Pues somos muchachos y muchachas de Eliot, Whitman, Ezra Pound, con la misma pasión que buscamos a Lina de Feria, Reina María o Cruz Varela.

No debo hacer mención del que la nombra, cauteloso, a la romana, en uno de sus textos; ni de aquel que celebra su santo y seña; ni la que escribe cartas para ella en las hojas que caen desde los árboles del parque San José; la que enamora —versos suyos mediante— con labios nuevecitos; o la que marca todavía su número desterrado de la Guía Telefónica; o quien envía rosas y jazmines, la bruja buena que la lleva en todos sus hechizos, la bruja mala que la usa como pretexto para tender trampas mortales…

Puedo nombrar a un valiente Yanier H. Palao, quien se hizo fotos frente al antiguo apartamento de la poeta en Alamar, y al regresar a Holguín con esas imágenes daría riendas sueltas a un bello texto, que no pudo incluir en su libro A la intemperie... Por todo lo aquí escrito y todo lo que no vamos a escribir ahora, donde estés, María Elena Cruz Varela, nos debes tu plegaria de lluvias sobre Holguín, tu más prodigiosa ráfaga de versos —un día no lejano de esta Isla— debe ser en San Isidoro de los Parques…

El poeta holguinero Agustín Labrada confirma que bajo sus auspicios fue preparado el último recital de la poetisa, en la Cuba de inicios de los 90. Y ya voy poniendo punto final a esta crónica, cuando escucho a Zulema Gutiérrez, la poeta que abre un recital de poesía en el mágico patio de la UNEAC holguinera —como tal vez nadie lo ha hecho en Cuba—, leyendo directamente desde el libro Afuera está lloviendo, el texto “Fuera del paraíso”. Maribel Feliú confiesa que la sigue como a una poeta de culto y parafrasea sus versos, mientras Daykel Angulo que por ella escribe en su ir y venir sobre las curvas de Gibara. Karim Fernández la cita en su libro Boletos de tranvía.

Estamos todos, en oración porque los hierros perdonen y se sepan perdonados, sin olvidar —la oración debe ser permanente— ¡cuánta poesía cubana ha debido vivir entre las rejas!

Da lo mismo la nostalgia que provoque Gardel con su tango o la habanera más popular de María Teresa. Da lo mismo, pero no se escribe fácil: hace más de veinte años, Cuba sacó de la cárcel a una de las voces principales de su lírica… En el mundo entero millones hacen lo mismo que hacía nuestra poeta unos días antes de su encierro, otros tienen la suerte de que les llamen: progresistas. Se dice y hasta se escribe fácil. No es útil a las patrias los poetas presos.

Por todo esto, poeta María Elena, reconoce a San Isidoro de los Parques, una ciudad que te lleva hasta en la Cruz de su más insigne altura, su Cerro de la Cruz. Y ahora que nos sabes y nos sientes. De tanta cercanía, reconócete, a nosotros —también—crucificada.

Ghabriel Pérez

Ghabriel Pérez

Holguín, 1968). Narrador y poeta. Ha publicado los poemarios En brazos de nadie (2000), Canción de amor para el fin de los siglos (1999) e Hijo de Grecia (2005), entre otros. Su libro de relatos El parque de los ofendidos recibió el premio “Calendario” en 2002, y su poemario Mis amistades peligrosas obtuvo el premio de poesía “Adelaida del Mármol”, en 2007. Reside en su ciudad natal.

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