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"Estancias del sueño" y otros poemas

Hombre subsiona bandera. Foto: Asiel Babastro
Imagen: Asiel Babastro Quesada

SAN CRISTÓBAL DE LA HABANA

Para una muchacha sentada sobre el malecón mientras Joao le muestra un bajel llamado Manuela.

 

Los marinos asechan la ciudad desde el sopor de sus barcos, les acuna la gloria del aburrimiento. Cruzo el malecón y mi boca aspira el aire de la desconfianza.

Yo miro a San Cristóbal desde los arrecifes. Me duelo por el retorno de furias que no volvieron mientras los guijarros cavan orificios en mis piernas.

Los marinos me espían desde un barco llamado Manuela que por siempre dormita junto al muelle. Jamás saldrán al mar y envidio esa dicha de viajeros anclados, ellos fornican desde otra dimensión. Se elevan y aspiran un aire cargado con gotas de salitre. Sus narices revientan de nostalgia.

Voy cada tarde al malecón a ejercitar mis nervios.

San Cristóbal pudiera ser una ciudad cualquiera, una más perdida entre los enigmas de un atlas. Ella prefirió ser una perdurable mujer sin desflorar. Alguien tatuó su alma con la mácula de su atrevimiento como quien garrapatea un códice insondable y luego lo confina en un ánfora que echa a flotar.

Desde entonces llaman Habana a esta suerte de virgen a la espera.

La sangre de mis piernas se escurre por entre los arrecifes y sigo maldiciendo mi estirpe de viajera sin gloria que aspira un aire cargado con briznas de sal mientras los marineros cierran por fin sus bragas y me saludan a lo lejos.

Les contesto desde otra dimensión.

Cada tarde espero que algún viajero llegue de repente luego de esa modorra de viajero dichoso y abra las compuertas de mi Habana con el llavín de su atrevimiento.

 

ESTANCIAS DEL SUEÑO

El camino arriba y abajo

es uno y es el mismo

  Heráclito

 

¿Dónde ocultar las frutas secas

              los libros desencuadernados

                      el sudor de las esteras gastadas por el uso?

 

      Va ganando la rutina mi oración.

Abro los dedos al ocio.  Dedos que alguna vez

sudaron sangre     son hoy deshilachados guantes

       devorados por la tinta.

 

    El año camina por el borde de las encrucijadas

y se detiene    y sus meses nos desgastan     y se va… 

se va saltando por mi pelo      y queda  un mal sabor           

                 un sedimento que lo empobrece todo.

 

          El año se va y su forma no se deja ver...

 

Mientras el campo doraba até mi agonía

a los cercados. La tormenta lo redujo todo:  

       mi visión        la hierba          las praderas…

 

Solo el amarillo me condujo a la distancia

       pudiendo adivinar mis límites.

              

     

  ¿A dónde iremos?

                      ¿Plantaremos este año?

 

     En un pueblo de sembradores

la vida se planta y florece. Los muertos germinan

     entre la hierba recién cortada.

 

     Del campo regresan los hombres

          con sus yeguas cabizbajas.

Mientras el mundo esparce sus hijos amotinados

    mi ciudad transita por las estancias del sueño.

 

    ¡Traigan leche y miel para untar mis piernas!

 

        Hombres con ojos de vidrio

boquean a mi costado. Ojos que no duermen

cabecean tras las ventanas. Pendientes del deambular

    ajeno del asmático pulmón de las gacelas.

 

    Bronquios atascados por la sed y la rutina

beben de la placidez inerte de la tarde

que va deslizándose entre las paredes

    blanqueadas por el sol y la intemperie.

 

Casas que alguna vez fueron azules.

            Casas que alguna vez fueron retrato

                        de la prisa de sus moradores…

 

Casas que hoy son todas iguales.

El tiempo en su pasar las empareja.

 

       La vida arrastra mis cantos.

Sus hilillos corren. Su cauce no se deja ver.

Busco un rostro en los acuosos ojos del silencio

     y la sombra corre a preguntar:

 

¿Dónde ocultar las frutas secas?

      ¿Los libros desencuadernados?

          ¿Dónde el sueño en las entrañas del olvido?

 

  ¿A dónde esparce el mundo sus hijos amotinados?

      ¿A dónde iremos?

                          

                                      RESPONDE:

                              

                                                      ¿A dónde vamos?

Yasmín Sierra

Escritora Yasmín Sierra, foto en revista Árbol Invertido

(San Nicolás, Mayabeque, Cuba, 1958). Poeta, narradora e investigadora histórico-literaria. Licenciada en Pedagogía en la especialidad de Literatura y Español por el Instituto Superior Pedagógico “Rubén Martínez Villena”. Ha realizado cursos de psicoanálisis y publicado algunas antologías de poesía psicoanalizada. Es autora, entre otros, de los poemarios El libro de Ariadna (Ed. Jácara, La Habana, 1998), Poemas en el verano triste (Ed. La puerta de Papel, La Habana, 1999), Poesía cósmica y lírica de Yasmín Sierra Montes (Frente de Afirmación Hispanista, México, 2000), El Libro perdido de Safo (México, 2012), y la novela Los cerezos de tu vientre (Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 2014). De su autoría son las selecciones: Antología de la décima en La Habana (Frente de Afirmación Hispanista, México, 2003), Antología de la poesía cósmica en La Habana (Frente de Afirmación Hispanista, México 2005) y Antología cósmica de la poesía femenina en Cuba (Frente de Afirmación Hispanista, México, 2007).

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