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Réquiem por Cunagua

Casa antigua en Cunagua, Cuba. Foto: Heriberto Machado Galiana
Imagen: Heriberto Machado Galiana

Al noreste de Ciego de Ávila se alzó hacia 1917 un poblado bautizado como Cunagua. El nombre proviene de San Judas de la Cunagua, una sierra que descansa a pocos kilómetros. En la inmensa llanura, esta elevación de 338 metros se percibe como un monstruo dormido, un gigantesco hipopótamo que yace bocabajo. Reconozco que de niño, al pasar cerca de ella, experimentaba miedo. Pero ese miedo ya no existe, pues un pavor superior lo reemplaza.Recientemente estuve al pie de la loma y suspiré al verla carcomida. El culpable fue un huracán y no solo destruyó la flora de la montaña, sino también el pueblo mencionado. Su nombre, Irma, hoy no se nos escapa de la boca.

En una guagua Girón fuimos hasta ese pueblo que la Revolución renombró como Bolivia; aunque el viejo nombre aún sigue en boca de todos. La idea era dar una actividad para los damnificados y este propósito nos llevó hasta la Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBEC) Eugenio Marcelino Cuéllar Díaz, donde permanecen evacuadas las personas que perdieron sus hogares y no tienen quién les dé cobijo.

Al llegar nos miraron como bichos raros, sobretodo los más longevos que también eran los que llevaban los rostros más descompuestos, las heridas más visibles. Esta ESBEC —también Girón— fue uno de los tres centros de evacuación que dispuso el municipio en su cabecera, los otros fueron la escuela primaria Manuel Fajardo y el politécnico Jesús Suárez Gayol. En el resto del municipio hubo dos focos más de evacuación, uno en El Yarual y otro en Miraflores.

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Foto: Heriberto Machado Galiana

Yo creía que este tipo de enseñanzas ya había desaparecido, pero Floirán Luna Viamontes, el director de la institución, me explicó que ahora la enseñanza es mixta. Una parte del alumnado está seminternada y usa ropa blanca y amarilla; mientras la otra —compuesta por aquellos que viven lejos de la cabecera municipal— pernocta en la escuela y usa ropa azul.

Floirán tiene apenas 36 años y lleva tres dirigiendo esta Secundaria. Algo en él despide seriedad y apasionamiento. “Este ha sido un reto inmenso y por suerte todo ha salido bien, en gran medida gracias al apoyo del grueso de los trabajadores de la escuela que han estado a mi lado codo a codo. Las mayores afectaciones están en los ventanales, pues la madera ya es vieja y por ello no resistió a la humedad y los vientos. Ahora contamos con 116 evacuados, pero desde El Yarual vienen otros 28. Por suerte ha habido mucha disciplina y todos los organismos han estado muy comprometidos y el apoyo ha sido constante.”

En la plaza de la escuela no quedó un árbol en pie. La estatua de Martí parece haber sobrevivido de milagro. Entre los evacuados hay muchos jóvenes que yacen en grupitos diseminados por todo el pasillo central. Me acerqué a ellos y entablé conversación con Sulema Charles Morales, una doctora de Morón que está prestando servicio social en este municipio y fue movilizada días previos para enfrentar los embates de Irma.“Yo pasé el huracán aquí, y te puedo decir que fue el miedo más grande que he sentido en mi vida. Ya a las seis de la tarde del viernes se había caído uno de los árboles más grandes de la plaza, cuando vi eso pensé que nada quedaría en pie. Fue horrendo.”

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Foto: Heriberto Machado Galiana

 

Salí al frente de la escuela y contemplé una de las principales calles de Bolivia. En ella los postes del tendido eléctrico se encuentran caídos como fichas de dominó. Un grupo de trabajadores de la Empresa Eléctrica se afana en regresarlos a su verticalidad, pero se nota que la tarea no les resulta nada fácil.

Desde ahí pude contemplar algunas casas con techo de guano que para mi sorpresa aún están en pie de guerra, como también lo están muchas de las viejas casas construidas hace 100 años y que conforman lo que fuera el Batey Cunagua, declaradas Monumento Nacional.

Volví al interior de la escuela. Quería hablar con alguno de los damnificados  —saber cómo estaban, qué sentían—, cuando me encontré con el más peculiar de los inquilinos de aquel recinto.

—¡Señor, si usted ve lo que le pasó a mi casa! ¡En ella no quedó ni por quién llorar! —dijo un niño a mi lado. Era delgado y pequeño, pero llevaba en sí la energía de cien jugadores de baloncesto.

—¿Cómo fue eso? —Le pregunté.

—Mire, la mata de mango se cayó y rajó la casa por la mitad. El techo quedó pegado al piso, el tanque de agua sehizo una torta, y la mesa perdió sus cuatro patas.

—¡Ño! ¡Terrible! ¿De qué estaba hecha tu casa?

—De ladrillo y de madera.

—¿De las dos cosas?

—Sí, y el techo era de… de…

—¿De zinc?

—de…

—¿De canelón?

—de…

—¿De fibro?

—¡Eso! ¡Sí, de eso!

—Oye, ¿y tú en qué grado estás? —le pregunté.

—En cuarto.

—¿Tienes ganas de que comiencen las clases?

—Más o menos —me dijo rascándose la cabeza, sin dejar de moverse ni un instante.

—¿Cómo la estás pasando aquí?

—Bien.

—¿Con quién estás?

—Con mi mamá, con mi hermana y mi padrastro.

—¿Tienes ganas de volver a tu casa? —le pregunté y toda la respuesta que recibí fue un movimiento de hombros hacia arriba y hacia abajo—. Ven acá chico, y ¿cómo te llamas?

—Dainer David Cureza Montano —me recitó a bocajarro.

Ya estaba todo listo para comenzar la actividad. Ver a aquellas personas reír y bailar fue un sentimiento difícil, encontrado. Es duro disfrutar ante una inclemencia, aunque lo que sonaba era rumba, yo creía estar en una misa oyendo un réquiem. Un réquiem por Cunagua. No obstante quedé satisfecho con su alegría momentánea. Cualquier minuto de risa vale oro.

De los diez municipios que tiene Ciego de Ávila, este era el único que aún no había visitado. Fue una pena conocerlo bajo esta situación. Contento y triste a la vez regresé tarde a mi Venezuela natal. Tal parece que hice un periplo sudamericano, pero solo recorrí unos 70 kilómetros de la geografía —vapuleada—avileña.

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Electricistas trabajan en medio del huracán. Foto: Heriberto Machado Galiana

Heriberto Machado Galiana

Escritor Heriberto Machado Galiana en la revista Árbol Invertido.

(Ciego de Ávila, 1987). Poeta y narrador. Licenciado en Estudios Socioculturales. Egresado del XIII Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso en 2011. Ha merecido los premios Poesía de Primavera (2011), Ernest Hemingway (2011), Mangle Rojo (2013), y Calendario (2015). Tiene publicados los poemarios Las horas inertes (Ed. Ávila, 2012), Acantilado(Ed. La Luz, Holguín, 2015), Nacido muerto (Ed. Abril, 2016) y el libro de cuentos El escribano (Ed. Ávila). Cuentos y poemas suyos aparecen publicados en diferentes selecciones de Cuba y el extranjero.

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