Cuando nuestras hijas e hijos se van, sus cuartos se convierten en polos de silencios. Las cosas se quedan quietas y son entregadas al tiempo y al polvo. Hay que correr a abrirlos, dejar que entre el aire y la luz, y convertirlos en otra cosa para que la luz queme todo este destierro, para que el aire los impulse y puedan volar sin peso.
La Habana, agosto de 2020
Estamos sentadas una frente a la otra en su cuarto, el de nuestra casa, la de las raíces. La maleta abierta es un animal esperando tragarse el cuarto entero.
Le hablo de lo ancho que es el mundo, de que siempre hay un avión para ir y otro para volver, pongo en su futuro la grandiosa experiencia de irse a otro lugar. “Gracias, mamá, por intentarlo. Pero yo no me quiero ir, me voy por lo que ya sabemos”.
No puedo decir nada más. Miro la puerta de su cuarto y pienso que está hecha de madera y marcas. Marcas de mi abrir silencioso cuando ella era una niña y me asomaba despacito para comprobar que dormía, huellas de portazos de una adolescente, capas de voces de amigos que ríen en la alta madrugada y cantan.
Ella, a sus dieciocho años, cruzó esa puerta. Y la imagen que tengo es la de las películas en las que el protagónico sale de una acogedora cabaña con lumbre y, cuando abre la puerta, tiene que luchar contra un viento gélido para poder avanzar. Y así fue.
La Habana, agosto de 2022
En veinte años nunca le había visto esas lágrimas. No tenían que ver con crisis existenciales ni con desafortunados amores. Estas lágrimas eran diferentes, yo diría que caían despacio, casi en cámara lenta. Su hijo se fue y ella, que practica la alegría y una buena dosis de inconsciencia, no entendía qué le estaba pasando. Su mayor preocupación era que él estuviera solo, solo, completamente solo.
La Habana, junio de 2023
Nos conocemos desde los veinte años, el día antes de que alumbrara a su primer hijo le estuve haciendo fotos.
Casi treinta años después estamos sentadas en su apartamento, ella lleva unos meses sola, su hija y su hijo se fueron. El mismo que participara in útero de aquella sesión de fotos le dijo: “No aguanto más en este país, mamá, me voy a hacer la travesía por Nicaragua, me iré solo, sin coyote”.
Vendió su moto y su cadena, con ese dinero emprendió la travesía. Lo quisieron asaltar y tuvo que pelear para defender los cuatro quilos que llevaba en el bolsillo. Trabajó un tiempo en México y ocho meses después entraba a los Estados Unidos. “Se fue solo, solo, completamente solo...”, me dice mi amiga.
A los dos meses también se fue la hija de mi amiga.
La Habana, diciembre de 2023
Los niños revolotean por la casa, nerviosos. Todos lo están, porque todos se van menos los viejos, que están a una hora de quedarse solos, solos, completamente solos.
El tiempo se vuelca en los objetos y en los cuerpos dejando una huella física. Pero cuando estamos cerca del vértigo de las despedidas, somos nosotros quienes nos volcamos en el tiempo y hacemos una marca profunda en su almanaque. Y cada vez que la vemos, nos duele.
En la entrada de la casa, cerca del jardín donde jugamos todos, al lado del columpio feliz, ocurrieron los abrazos largos. Uno de los pocos momentos de la vida en los que uno se encuentra en ese punto donde confluyen el pasado, el presente y el futuro, es cuando está a punto de irse de su país.
Horas después de ese momento del vértigo, mi prima me llamó llorando desde España. “No quiero, tengo frío, no quiero estar aquí, no me puedo levantar”.
Madrid, abril de 2024
Estoy en Madrid, vine a verla. Entro al cuarto para despertarla, está debajo de un edredón, le paso la mano por la cabeza, la acurruco más. Ella sonríe gustosa debajo de mi gesto. Quiero ser otra vez su colchón de líquido amniótico, mi plasma sanguíneo materno se derrama a su alrededor.
Tengo que salir del cuarto, lloro. Los recuerdos de los amaneceres en nuestra casa en La Habana me caen encima como tierra con raíces.
Le llevó tiempo, sufrimiento y mucha soledad, pero al final, sola, sola, completamente sola, se trasplantó.
La Habana, mayo de 2024
El éxodo continúa, los jóvenes siguen intentando irse. Los padres y las madres escarban los mapas buscando un lugar en el mundo para sus hijos.
Entro a la casa, conservo la costumbre de mirar en primer lugar hacia su cuarto, a pesar de que han pasado ya cuatro años. Hay mucho silencio aquí, estoy sola, sola, completamente sola.
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