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Medioambiente | Abrazadoras de árboles: el movimiento Chipko Andolan

Cuando los hombres del maharajah llegaron a talar los árboles de la aldea de Khejarli, una mujer, Amrita Devi, se interpuso entre ellos.   

Niñas abrazando un árbol.
Mujeres y niñas del movimiento Chipko. | Imagen: Pinterest

Existe en el noroeste de la India una secta religiosa, los Bishnois, que protagonizó hace tres siglos lo que tal vez sea una de las acciones de defensa ecologista más impactantes que conocemos, sobre todo por su trágico desenlace. En 1730 el maharajah de Jodhpur decidió ampliar su palacio, por lo que requería maderas nuevas y abundantes. Así que envió a sus hombres a cortar árboles en los bosques que había cerca de la ciudad, habitados por pequeñas comunidades aldeanas que mantenían con la naturaleza una estricta relación de compasión y respeto.

Los Bishnois deben su nombre a los 29 preceptos promulgados en el siglo XV por el gurú Jambheswar: la palabra Bishnoi significa 29. Junto a temas alusivos al cuidado personal, el comportamiento social y la devoción, estos contemplan una ética ecológica de convivencia pacífica con el mundo natural: ofrecer protección a toda criatura viva, no dañar ni matar árboles o animales… son algunos de sus compromisos. Cuando los hombres del maharajah llegaron a talar los árboles de la aldea de Khejarli, una mujer, Amrita Devi, se interpuso entre ellos. Más de 360 bishnois la siguieron y, al igual que ella, se abrazaron y se ataron a los árboles. Todos fueron masacrados en lo que aún se conoce como “el gran sacrificio de Khejarli”. Doscientos cincuenta años después, las mujeres del norte de la India se convertirían en las protagonistas de uno de los movimientos ecologistas más conocidos e influyentes dentro y fuera de su país.

mujeres abrazando árboles.
Mujeres del movimiento Chipko. | Imagen: Pinterest

En los años sesenta del siglo pasado los bosques de la zona nororiental de la India, en las laderas del Himalaya, eran talados aceleradamente para abastecer a industrias madereras privadas apadrinadas por la política gubernamental, cuyos aserraderos ya habían comenzado a extenderse por toda la zona. Unas veces la diversidad forestal era sustituida por el monocultivo de especies como el pino y otras, las tierras eran despejadas y habilitadas para la agricultura intensiva y el pastoreo a gran escala, además de la creación de infraestructuras para la comunicación y el transporte. El desequilibrio ecológico ocasionado por estos cambios significó una amenaza para las formas tradicionales de subsistencia de los aldeanos, que dependían del aprovechamiento consciente de la tierra, los bosques, las aguas y demás recursos naturales a su alcance. Toda la vida comunal en la región empezaba a verse afectada de distintas maneras.

Aparece entonces en el estado de Uttar Pradesh, colindante con Nepal, donde comienzan los montes del Himalaya, un movimiento ecologista de carácter autónomo liderado por discípulos y discípulas de Gandhi que, siguiendo sus ideas y métodos de resistencia activa y lucha no violenta, buscaba proteger la naturaleza de la zona y defender los interesas de la comunidad. Su primera acción significativa tuvo lugar en 1973, cuando un grupo de pobladores de la comunidad de Mandal se adentraron en el bosque decididos a impedir la tala de 300 fresnos (y lo lograron) abrazándose a ellos. De ahí que el movimiento adquiriera el nombre de Chipko, que en hindi significa “abrazar” o “aferrarse a”.

Pero quizás lo más notable de este movimiento fuera el enorme protagonismo de las mujeres campesinas en él, muchas de las cuales se vieron enfrentadas a sus propios esposos que a menudo acababan trabajando para los aserraderos. Sin duda la imagen más difundida y apreciada de Chipko Andolan ha sido la de esas aldeanas abrazadas de los árboles, tomadas de las manos para rodear sus enormes troncos o atadas a ellos con cuerdas durante horas hasta desfallecer de cansancio.

Lo más notable de este movimiento fue el enorme protagonismo de las mujeres campesinas en él.

La reducción del acceso a los recursos naturales por parte de los aldeanos, como consecuencia de la apropiación de los mismos por el Estado y las empresas privadas, y de su degradación, presentaba importantes implicaciones de género. La división del trabajo y la distribución de los bienes en el seno familiar y comunal de acuerdo con el sexo daba lugar a que las mujeres se convirtieran en las más perjudicadas, y por tanto en las más conscientes, frente a la destrucción de los bosques y sus consecuencias. Si bien en estas sociedades los hombres poseen los terrenos y los preparan para la agricultura, las mujeres son las encargadas de sembrar y cuidar los cultivos, de atender a los animales, del forrajeo en bosques y ríos, de la vivienda, y en definitiva de todo lo relativo a la economía doméstica. Por ello no tardaron en identificar la relación que existía entre la reducción acelerada de los bosques y el aumento de las inundaciones, los corrimientos de tierra y el deterioro del suelo.

Ya antes habían sido conscientes de cómo la penetración de la industria maderera, y la consecuente vinculación laboral a ella de un gran número de hombres, había propiciado un incremento del alcoholismo entre ellos, lo cual repercutía muy desfavorablemente en el trato hacia las mujeres y en la estabilidad familiar. (Por eso en algunos lugares la emersión del movimiento Chipko estuvo precedida por acciones de protesta contra el consumo de alcohol). Por otra parte, todas estas transformaciones estimulaban el desplazamiento de la población masculina hacia pueblos y ciudades de la llanura en busca de nuevos y mejores empleos, lo que contribuía a hacer aún más difícil el trabajo de las mujeres.

Las primeras acciones de 1973 en Mandal fueron seguidas en 1974 por una protesta similar en la aldea de Reni que replicó la iniciativa del año anterior. Cuando el gobierno trató de convencer a los hombres, ofreciéndoles compensaciones, de que no entorpecieran la tala de 2000 ejemplares, las mujeres de la aldea, dirigidas por Gaura Devi, se negaron a salir del bosque, haciendo retroceder a los madereros.

Acciones como estas fueron ampliando su alcance geográfico, extendiéndose entre 1972 y 1979 por más de un centenar de aldeas del norte de la India, aunque de forma descentralizada, y replicándose en varios estados más allá de Uttar Pradesh. Además, se llevaron a cabo otras tácticas simbólicas de enfrentamiento pacífico que incluyeron ayunos, peregrinaciones y distintas formas de boicot. Como resultado, en 1980, Indira Gandhi respondió decretando una prohibición de tala por 15 años en la zona boscosa del Himalaya, que luego se extendió hacia otras regiones. En esta década el movimiento alcanzó mayores niveles de organización y proyección, enfocando su misión, más allá de la protección de los bosques para los pobladores locales, en la defensa de la naturaleza de los Himalayas con una visión ecológica más global. Se llevaron a cabo campañas de reforestación y contra la minería.

Aunque la tala y otras afectaciones medioambientales en buena medida continuaron, el movimiento Chipko no sólo contribuyó a postergar, reducir o revertir el daño ecológico, sino que propició el desarrollo de una conciencia ambiental en la región y una mejor articulación comunitaria. Su enorme influencia y significación radicaron también en el nivel de gestión alcanzado por las mujeres. El imperativo de defender sus árboles hizo que, de una participación casi nula en la toma de decisiones, comenzaran a reunirse y organizarse como colectivo.

Chipko me enseñó el valor de la autoayuda y la solidaridad.

Sobre sus experiencias en el movimiento Chipko, la intelectual y activista ecofeminista Vandana Shiva comentó: “aprendí sobre la autoorganización (…) Aprendí cómo tienes que volver la mirada hacia ti para ver los recursos que tienes en lugar de mirar tanto hacia afuera. Chipko me enseñó el valor de la autoayuda y la solidaridad.”

No menos importante para la eficacia del movimiento fue su matiz espiritual. Es probable que sus acciones también encontraran un ancla en las numerosas creencias populares de la India sobre la sacralidad de los árboles. La presencia de textos, cantos, plegarias y otros rituales de la religiosidad hinduista en sus prácticas le ganó la simpatía y el apoyo moral de las comunidades, más allá de quienes lo integraban formalmente, favoreciendo su amplificación y cohesión. Muchos textos literarios de las tradiciones budista o hinduista hablan de espíritus y divinidades que habitan en los grandes árboles. Algunos, como los Dharma Shastras, libros sobre ética hindú, recomiendan la siembra de árboles y condenan la tala. El principio femenino de la naturaleza, por su parte, es un motivo abundante en el arte escultórico de la Indialas yakshis (o yakshinis), deidades voluptuosas relacionadas con las arboledas sagradas, aparecen representadas al pie de un árbol, tocando sus ramas o entrelazadas a él, en numerosos templos budistas e hinduistas antiguos, como espíritus guardianes y diosas de la fertilidad.

La impronta de Chipko además trascendió sus fronteras nacionales, convirtiéndose en fuente de inspiración para ecologistas y feministas de todo el mundo. En Estados Unidos y en Canadá se han replicado mucho sus métodos. Cuando allí empezaron a llamar, despectivamente o en burla, tree-huggers (abraza-árboles) a los ambientalistas, estos abrazaron también, orgullosamente, esa denominación.

Isel Arango

Isel Arango.

Crítico de arte y curadora independiente. Licenciada en Historia del Arte (Universidad de La Habana, 2011). Ha trabajado en el Museo Provincial "Ignacio Agramonte", en el sello editorial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey y como profesora de la Academia de Arte Vicentina de la Torre. Ha publicado en varios medios oficiales e independientes. Pertenece al Grupo Ánima.

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