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Desobediencia digestiva extrema

La huelga de hambre del Movimiento San Isidro, deja un "mal ejemplo".

Un pollo entero asado.

“Oí lo de San Isidro y quiero protestar”.

─¿Qué dice? ¿Qué hizo este?

─Que quiere protestar, dice, teniente.

─Ah, protestar… ¿Por qué?

─Por lo de San Isidro ─Informó el suboficial que trajo al detenido.

El teniente puso cara de sorpresa.

─¿Qué hay con San Isidro…? ¡Oye, deja esa leche ahí, coño, que es del mayor Mateo!

El suboficial arrebató el vaso casi vacío al detenido y lo obligó a sentarse otra vez.

─Cámbiale las esposas para atrás, anda ─Ordenó el teniente. ─A ver, ¿qué hay con San Isidro?

─Unos locos ahí que se plantaron y están en huelga de hambre. Ya la seguridad los está ablandando.

Las carcajadas del teniente hicieron temblar el buró.

─Y este comemierda pretende hacer lo mismo y apenas llega le va arriba a la merienda del Mayor Mateo. ─Miró su reloj y vio que ya casi era mediodía─. Mira, mételo allá atrás con el piquetico que encerramos ayer, a ver cuánto le duran los deseos de hacer huelga de hambre junto a dos traficantes, el asesino y los que le cayeron a golpes al chofer del almendrón. ¡Ah, dale bastante comida a todo el mundo! Tú verás cómo se le aflojan las patas.

Una hora después, el escándalo en las celdas hizo despertar al teniente que enderezó su silla al ver aparecer al guardia de los calabozos todo alterado.

─¡Teniente!

─¿Qué pasó? ─preguntó el teniente medio dormido aún.

─El tipo nuevo, el de la huelga… le comió el almuerzo a todo el mundo.

─¿Qué!

─Formó tremenda guapería y le agitó el almuerzo a los demás de la celda.

─¿Y se dejaron?

─El asesino está en la enfermería con un par de costillas rotas.

El teniente se tomó su tiempo para acabar de despertarse y asimilar lo que escuchaba.

─¿Pero no estaba plantado?

─Sí, pero dice que está haciendo huelga "alimenticia".

─Huelga "alimenticia…" ─el teniente masticó un poco el término.

─Por lo de San Isidro…

─¡Ya sé que es por lo de San Isidro!

Se sentó sobre el buró y meditó unos segundos.

─A ver, dale almuerzo de nuevo a los demás detenidos, no sea que se nos forme una revolcadera.

Media hora después regresó el guardia.

─Teniente, ese bestia volvió a comérselo todo.

─¿Hay alguien herido? ─Se alarmó el teniente.

─No, todo el mundo se apartó y lo dejaron comer tranquilo. ¿Le doy almuerzo otra vez a la gente?

─¿Queda?

─No. Y el cocinero no vuelve hasta las cinco de la tarde.

─¿No hay más celdas vacías?

─No.

─Bueno, llévate aparte a los demás detenidos, explícales la situación y diles que por la tarde les vas a dar bastante comida. ¡Y les das bastante! No quiero que se me alteren.

Cerca de las siete de la tarde el guardia apareció frente al teniente.

─Disculpe que lo despierte, teniente…

─¡No me digas que otra vez…!

─Otra vez.

El teniente explotó.

─¡Métele a ese comemierda toda la comida que haya! ¡Que se le salga por los ojos! ¡Los demás no han podido comer en todo el cabrón día!

─Es casi fin de mes, teniente. Ya no nos queda comida ni para el servicio de guardia.

El teniente se quitó la gorra y se abrió la camisa.

─Llama a Tamayo, que está de guardia hoy, y dile que nos preste algo de comida de su unidad. ¡Ah, y dile al cocinero que no se vaya!

─Teniente, dice Tamayo que ellos tampoco tienen ─informó el guardia, unos minutos más tarde. ─Dice que les cayó una gorda ahí que les dejó el almacén limpio.

─¿Plantada también?

─Plantada también.

─Pues vamos a llamar a Urquiza…

─Ya llamé a Urquiza…

El teniente lo miró sorprendido.

─… y a Marrero, a Milanés, a Noda, a Paneque, a Sariol… Todos están pasando por lo mismo.

El teniente abrió el refrigerador de la oficina y se bebió los dos dedos de agua que quedaban en el único pomo que tenían para el servicio de guardia.

─Llama al mayor Mateo.

─¿Seguro, teniente?

─Llámalo.

Pasadas las doce de la noche sonó el teléfono.

─Ordene… ─ Contestó el teniente con voz cansada. ─Mayor Mateo, ¡ordene! Por aquí el teniente… ¿Sí? Dígame…

─…

─¿Que lo suelte!

─…

─Sí, con una carta de advertencia, claro.

─…

─Claro…

─…

─Claro…

─…

─¿El ministro!

─…

─Ah, ¿por orden del presidente?

─…

─¡Coño, el General...! La cosa es seria.

─…

─De acuerdo. Muchas gracias mayor. De verdad, muchas gracias. No sabe cuánto…

─…

─Sí, claro. Disculpe… y gracias otra vez…

─…

─Sí, disculpe. Que descanse.

El guardia tenía los ojos abiertos en una interrogante muda de casi 360 grados.

─¿Qué dice?

─Que lo suelte.

─¡Vaya…! ¿Por orden del presidente?

─No ─dijo el teniente, mientras señalaba con el índice de la mano derecha hacia arriba.

─¡Vaya! ¿Le van a meter mano a la gente de San Isidro?

─No, van a negociar con ellos. En realidad, da lo mismo si se rajan, aguantan o se mueren. La presión internacional le toca los cojones al General, pero el país no está en condiciones para enfrentar una "huelga alimenticia" generalizada.

Lester García

Lester García en Árbol Invertido.

(Santiago de Cuba, 1974). Escribió un par de libros que no despertaron el interés de nadie y está incluido en compilaciones de narrativa con otros autores tan insignificantes como él. Ha resultado perdedor en los concursos literarios más importantes de Cuba y algunos en el mundo.

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