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Disidencias | Léster Álvarez: "Estamos pagando la irresponsabilidad de nuestros padres"

"A mí me gusta crear comunidades en torno a mi obra y soy consciente del efecto de ella sobre las personas".

hombre de busto
Lester Álvarez Meno. | Imagen: Alberto Ortega. Cortesía de la Academia de Cine de España

El Gran Lester, uno de los primeros amigos que gané en el ISA cuando comencé a impartir docencia en 2008, es de esos individuos de apariencia imperturbable, hasta que transcurren unas pocas horas en su compañía. Después se devela el revoltoso, el inquieto cuestionador del status quo, desterrando cualquier otra percepción que puedas tener de su persona. Su obra, portadora de un espíritu en extremo inquietante, trasluce inequívocamente la identidad de su creador: lejos de la mente y los recursos que la ensamblaron, empieza por seducir con señuelos visuales y conceptuales, que terminan engullendo al espectador hacia una marejada de interpretaciones de la que no saldrá sin ser zarandeado.

“¡Niño, sal del cuerpo de ese viejo!”, solía interpelarme durante los años en que bebíamos y fumábamos consuetudinariamente en nombre del arte. Luego de graduarse, cuando los estudiantes padecen el Síndrome del Alma Mater, regresando eventualmente al sitio en que echaron su suerte por cinco largos años, continuamos intercambiando como de costumbre, y desplazando gradualmente las sedes de debates y vaciladeras hacia otros espacios culturales de La Habana. En el verano de 2011 fue uno de los expedicionarios al río Toa, experiencia de sobrevivencia colectiva en el paraje más recóndito de Cuba. A él y ese piquete quemador con los que compartí cinco días de prístino extravío, le agradezco por involucrarse en la epopeya, caso contrario, debería esperar no sé cuánto tiempo más para materializarla.

Inmerso en el desvarío sociopolítico y económico que padecemos en Cuba, digamos que, por deficiencias alimentarias sugeridas por los bien alimentados Ideólogos de la Barbarie, estaba comiendo cáscaras de papa al no pensar en Lester como posible interlocutor para una entrevista. Han transcurrido casi quince años desde que cruzamos palabras por primera vez, pero nunca es tarde para hacer pública una de nuestras contrastadas muelas. Tratándose de intercambios, recuerdo cuando publicó en Esquife un artículo sobre Para Elisa, mi volumen de reseñas sobre el quehacer de los estudiantes del ISA durante un quinquenio, que nunca ha visto la luz, razón por la que lo incluyó en su colección de La Maleza, un notable empeño por visibilizar la posible consumación editorial de un libro en un trozo de madera hallado en la basura. Hablemos pues, hermano, de tus últimas fechorías intelectuales.

Desde que te conozco percibo en tu trabajo, en tus procesos, una liturgia que parece estar más cercana a la meditación que a un ritual estandarizado, por mucho que este último aun conserve su atractiva fórmula para conciliar a divinidades y mortales. Esta es una apreciación personal, pero, ¿cómo ves tú el asunto? ¿Cómo lo has concientizado sin llegar al acorralamiento, al dogma del estilo?

A mi pesar, en las escuelas de arte en Cuba me tocaron profesores malos, que me hicieron desconfiar no solo de su pedagogía y de su arte, sino de la institucionalidad que los reconocía a ellos como profesores y como artistas. Desde luego que hubo excepciones, pero la generalidad fue esa. Entonces, desde un principio me he relacionado sentimental e intelectualmente más con quienes enseñan y producen cultura desde fuera de esa institucionalidad, desde fuera de una cultura oficial que rige un gobierno dictatorial de partido único.

Ese interés por una marginalidad estética y política en Cuba me ha llevado a producir un tipo de arte diverso, disidente y participativo. Aunque me considero un pintor, en la práctica no siento apego por un medio, forma o tema en específico, porque esas son respuestas que por lo general me llegan de mi intercambio activo con esas personas y comunidades excluidas.

Ese interés por una marginalidad estética y política en Cuba me ha llevado a producir un tipo de arte diverso, disidente y participativo.

La primera referencia que tuve de ti fue un texto que habías escrito para una exposición de José Yaque, creo que para Yayay del cutis, cuando estaban en tercer año del ISA, y le pregunté si era de algún crítico o curador graduado de humanidades. Con esa carta de presentación, es latente en tu accionar artístico un trasfondo teórico, un discurso bien construido con pocos baches conceptuales, diría yo. ¿Es esa parte de tu registro quien te ha llevado a articular propuestas tan cercanas a la literatura, al menos como pretexto para la materialización de un fenómeno visual?

El desencanto por mis profesores de arte en Cuba también se extendió hacia el arte cubano en sí mismo, como medio de inspiración, sin dejar de practicarlo. Paralelamente, esa búsqueda en los márgenes me llevó a la literatura. Y podría afirmar que, salvo pocas excepciones, ser escritor en Cuba es una forma de practicar la marginalidad. He mencionado en otro momento que los escritores cubanos tienen, al menos, tres desventajas grandes con respecto a los artistas:

Primera, la cuestión de la censura. No voy a hacer todo el cuento de los mecanismos, más bien trabas, editoriales que existen en Cuba para ser publicado. Basta con mencionar que todas las editoriales son estatales y que para que una escritora o escritor publique su primer libro tiene que ganar algún certamen literario. Y está claro que a ningún libro “raro”, tanto política como estilísticamente, le llega ese premio. Eso es monstruoso. A mi juicio los mejores escritores cubanos son los inéditos. Por eso creé el proyecto editorial La Maleza cuyo perfil es, precisamente, publicar títulos inéditos. Algunos los he encontrado más de diez años después de haber sido escritos y son obras maestras.

Segundo, la promoción y circulación de las obras. Mientras músicos y artistas visuales dan conciertos y exhiben sus obras por el mundo entero, la mayoría de las escritoras y escritores que viven en la isla están condenados a una escasa y poco gratificante circulación nacional.

Tercero, la cuestión económica. La mayoría de los escritores en Cuba viven en la pobreza porque lo que paga el gobierno por lo que escriben es insultante. Eso ha cambiado en los últimos años con la comunidad de intelectuales cubanos en el exilio, que han creado sus propias editoriales y plataformas culturales, y que ofrecen un mejor pago; lo que por otra parte conlleva, en la mayoría de los casos, a la exclusión del mundo editorial estatal, que es lo mismo que decir el único con capacidad legal. Los escritores que residen en la Isla son amenazados con sanciones por recibir pagos de alguna entidad extranjera que no pase por el tamiz de la oficialidad.

Dicho esto, me he identificado desde el principio de mi formación no solo con la literatura, sino con las escritoras y escritores que la practican. Y como dices, la literatura es un eje fundamental de mi trabajo. No sólo como fuente de inspiración, sino además como un referente para estructurar el pensamiento creativo.

Por ejemplo, cuando hice mi exposición personal Estado de silencio (El apartamento, 2016), la estructura de la misma la concebí como una obra dramática en tres actos. Esto no estaba abiertamente declarado, fue solo una forma que encontré de darle sentido al relato visual que estaba proponiendo. Fue una exposición de solo tres obras: en este sentido dramatúrgico, la primera obra era La vitrina que cae, una video instalación de una vitrina hecha trizas en el espacio.

Luego, a través del video, esta destrucción sucedía cada un minuto. La vitrina… para mí representaba la necesidad de destruir todo lo que nos estorba (la vitrina estaba llena de objetos de vidrio donados por muchas personas, para que fueran destruidos durante la acción), como un primer acto de exorcismo. La segunda obra era Intermedio, una pintura que representa un enorme telón rojo de teatro que ocupaba las dimensiones exactas de la pared donde se exhibía, como una suerte de trampantojo. Este telón, dentro de mi relato, era ese velo confuso que era necesario atravesar, pero que todavía se presentaba incómodamente imperturbable, como la Revolución cubana; un intermedio, un entreacto en la historia de Cuba que ya nos ha hecho perder casi setenta años a la espera de algo mejor.

Y, por último, la obra La Maleza, una biblioteca de libros de madera con treinta y nueve títulos inéditos (1.a edición, 2016), en su mayoría de autoras y autores desconocidos. Esta obra, la tercera de Estado de silencio, en mi dramaturgia curatorial representaba un renacimiento, ausente de todo purismo y sesgo ideológico.

¿Qué es La Maleza? Por lo que veo es un proyecto de largo aliento.

La Maleza es una obra viva. Esa intención de renacimiento y vida que mencioné, se ha apoderado de la obra en sí y no cesa de crecer. Para explicarlo mejor, mencionaré una cronología de sus principales momentos hasta la fecha. La Maleza surgió a finales de 2015 en La Habana, en un evento curado por María de Lourdes Mariño y Luis Alberto Mariño, titulado Ánima I: Preámbulo.

En ese evento La Maleza se exhibió por primera vez en forma de cinco esculturas de libros, realizadas con madera reciclada de la basura. En cada libro-escultura había grabado el título de una obra literaria inédita y su autor. A estas cinco esculturas se añadía una cartela en la pared con la “Política editorial de La Maleza”. Yo deseché la idea de la cartela para futuras exhibiciones de la obra, pero no la idea de pensarla como un proyecto editorial, sino todo lo contrario, como explicaré más adelante. Unos meses después, en la exposición personal Estado de silencio, exhibí lo que consideré la primera edición de La Maleza, que como dije antes, contó con treinta y nueve libros-esculturas, incluyendo los cinco anteriores.

En 2017 realicé la segunda edición, a la que agregué dos nuevos títulos y autores, en total cuarenta y una piezas. En 2018 La Maleza se convirtió en una editorial propiamente y publicamos la novela Trenes van y trenes vienen, de Román Gutiérrez Aragoneses. En 2019 publicamos en Argentina una segunda novela de este autor, Los embajadores síquicos y en Colombia el poemario La masacre de las palabras, de Marien Fernández Castillo.

Estos libros fueron diseñados por Julian Goll, un gran diseñador y amigo, de origen alemán, que reside en Londres y ha trabajado para instituciones como Tate Gallery y Barbican Center en Londres, y el Museo Edvard Munch en Oslo, entre muchas otras instituciones de prestigio. Una vez que La Maleza se convirtió en editorial, Julian Goll pasó a ser mi mano derecha en el proyecto.

Estos libros también presumen de haber sido editados por Ramón Hondal (Trenes…) y Martha Luisa Hernández Cadenas (La masacre…), y de contar con las obras de los artistas visuales Yuri Suárez (Los embajadores…) y Julio Llópiz-Casal (La masacre…). En 2021 realicé la tercera edición de La Maleza para una exposición colectiva en Barcelona. Como llevaba dos años fuera de Cuba, decidí volver a investigar por proyectos literarios inéditos, esta vez más enfocado en autoras y autores fuera de Cuba.

El resultado (para la exposición) fueron cuarenta y dos piezas, con la particularidad de que la mayoría de los títulos no aparecían en las dos ediciones anteriores, y de que las obras tienen una forma y un material distinto a las dos ediciones realizadas en Cuba (aglomerado de madera, con lo que se hacen casi todos los muebles modernos tipo IKEA). Esto se debe a que preferí continuar con el procedimiento de recoger la madera de la basura cercana a mí y no imitar una madera vieja al estilo de las de Cuba. Esta 3ra edición sigue en proceso, la lista de títulos es mucho más amplia puesto que pienso incluir todos los de las ediciones anteriores más otros nuevos, que he seguido registrando luego de la exhibición en Barcelona.

El pasado 25 de febrero La Maleza organizó un evento público en Madrid titulado Habitar el Museo de la Disidencia en Cuba. Una invitación de La Maleza. Allí participamos la curadora y activista Yanelys Núñez, la curadora Suset Sánchez, la historiadora del arte Carolina Barrero, el artista Hamlet Lavastida, la escritora Katherine Bisquet y yo. Con el evento, La Maleza hizo una declaración de que se concibe además como una plataforma dinámica para organizar este tipo de encuentros. En ese punto de La Maleza estamos en este momento.

Buscando la génesis de esa virtual polaridad que pudiera existir entre concepto e imagen bruta, de la que estamos hablado, ¿existe algún indicio de formación temprana que te indicara ese camino?

En mi caso he ido desarrollando un pensamiento literario frente a la materia plástica, y el de la materia plástica frente al lenguaje cinematográfico.

Recientemente he pensado que lo mío es el trasvase de un lenguaje a otro. En estos momentos preparo una exposición personal para el mes de junio y, por una parte, estoy transfiriendo unos dibujos hechos con acuarela a unos grabados a láser sobre madera y, por otro lado, estoy preparando unas serigrafías a partir de unas pinturas hechas sobre fotogramas de 35mm. Sin dudas esto tendrá que ver con esa disidencia que mencioné al inicio, inducida por malos profesores y un pésimo gobierno, en el que para hallar algún indicio de verdad tienes que mirar a su reverso.

También recuerdo, desde que estudiabas, tu desenfado para resolver muchos entresijos creativos a través de recursos audiovisuales. Háblame un poco de ese itinerario hasta la actualidad. ¿Es la sumatoria de todas tus herramientas a través del cinetismo?

Desde 2019 el cine es el centro de mi actividad creativa, con un proyecto de largometraje de ficción titulado El viaje de Salazar. He dicho largometraje de ficción por usar un término de la industria, pero en realidad lo que estoy haciendo es un cuerpo de obras expandido bajo ese título. El viaje de Salazar trata de la incursión que realizó el inquisidor español Alonso de Salazar por pueblos del Pirineo navarro a inicios del siglo XVII, en los peores momentos de la fiebre de brujería en la región.

Con ese proyecto he cursado la Elías Querejeta Zine Eskola (EQZE) de San Sebastián y las Residencias de la Academia de Cine de España en Madrid. Sin dudas es un proyecto que me está ofreciendo la oportunidad de concertar mi vocación literaria, archivística, y sobre todo plástica, en la unidad cinematográfica. Anteriormente realicé en Cuba varios proyectos audiovisuales para galerías, como El jugador de abalorios y Una hora sin inflar, y para internet la serie SIN349.

¿Cuánto te ha aportado esta academia española para refinar esas necesidades expresivas a través del cine, de sus soportes?

La EQZE me abrió un mundo de posibilidades expresivas y de enormes libertades creativas. Allí realicé Uhina (16mm) y Luz de noviembre (35mm), dos películas pintadas mediante procesos experimentales que desarrollé en el curso, y me gradué con una presentación performática en el cine, que incluía una doble proyección en la pantalla (digital y 35mm) y música. Luego la Academia de Cine me ha acercado al mundo de la industria, de la mano de los mejores especialistas en España.

Si mi opinión de los profesores y del arte en Cuba era mala, tengo que decir que la que tenía del cine era peor porque lo intenté varias veces y la experiencia fue vergonzosa. Mi decisión de alejarme de Cuba, precisamente para exponer mi trabajo y estudiar cine, estaba motivada en buena medida por haber chocado, como se dice en Cuba, con un techo. El techo de la restricción de derechos, pero también el techo de la mediocridad, de la competitividad insana y de la envidia. ¡Qué feo es tener que lidiar con todo eso!

Por otra parte, vivir en España, para un cubano, es en sí mismo un aprendizaje enorme. Es como viajar a nuestro pasado o a un futuro que nunca va a suceder. En España te puedes encontrar con las raíces de casi todos nuestros problemas nacionales, o con el goce de sentirte parte de la civilización occidental. A mí me tocó chocar con la Inquisición y constatar cómo sus mecanismos represivos del siglo XVII se siguen implementando al día de hoy en organismos como el Departamento de la Seguridad del Estado cubano.  

Si al menos funciona, en primera instancia, como catalizador individual, ¿crees que la difusión de tu obra pueda mover conciencias a nivel social?

Creo que, si existen mediadores con buenas intenciones e interlocutores, sí, pero una obra tampoco es un talismán mágico que al que toque transforma. Es un trabajo delicado, en conjunto y de mucha paciencia. A mí me gusta crear comunidades en torno a mi obra y soy consciente del efecto de ella sobre las personas. Pero hablo de un radio de acción pequeño, el de mi cotidianidad.

 ¿Qué piensas, para no prejuiciarte con adjetivos, del “estado sociopolítico” en que se encuentra Cuba en estos momentos; que, en realidad, es un momento suspendido en gelatina, porque no parece tener fin?

Es un estado policial que considera a los artistas y a todo el que practique la libertad de expresión, o simplemente la honestidad, como criminales potenciales. Lo peor es que eso lleva normalizado en Cuba más de sesenta años. De manera que nosotros estamos pagando la irresponsabilidad de nuestros padres. Desde que los guerrilleros tomaron el poder han fusilado a religiosos y disidentes, han llevado a artistas y homosexuales a campos de concentración, han provocado uno de los éxodos más grandes del mundo en los últimos cien años, y ahora están condenando a más de veinte años en prisión a personas que salieron a manifestarse de forma pacífica contra el gobierno el pasado 11 de julio, incluyendo a menores de edad. El horror es inabarcable. Pero algo está cambiando y quiero pensar que ese estado del terror y la mentira tiene sus días contados.

 ¿Tienes nostalgia del ámbito en que te formaste, de la bohemia cubana, los viajes por la isla; los socios, algunos que todavía están y otros que han emigrado? ¿A qué Cuba quisieras regresar?

Extraño mucho a mi familia, a los amigos que no puedo ver y a los viajes por la isla, su clima y su vegetación tropical. Me encantaría regresar para ver a esos amigos, entre los que estás tú, y planificar otro viaje a la selva tropical del río Toa y perdernos nuevamente.

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Amilkar Feria Flores

Amílkar Flores

La Habana (1967). Escritor y artista visual. Licenciado en Pedagogía en Artes; Diplomado en Antropología Cultural y en Producción Simbólica. Ha ejercido como ilustrador gráfico, analista de prensa, periodista y profesor universitario. Ha publicado, entre otros, los títulos: Las dulces horas (Premio Pinos Nuevos 2007 (Poesía, Unión, 2008)); Algunas animalezas y otras bestialidades (Narrativa, Ediciones Extramuros, 2010 y Crónicas diluvianas (Narrativa, 2010). Cuenta con numerosas exposiciones personales y colectivas en Cuba y el extranjero. Actualmente desarrolla el proyecto de experimentación artística Observatorio Entrópico de Palatino.

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