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Vidas | Félix Varela, geopolítico americano (I)

Félix Varela, “el fundador cubano”, es un hombre que por su vida y pensamiento político pertenece a la historia de tres países: Cuba, Estados Unidos y España.

Retrato de Felix Varela, intelectual cubano.
Copia de unos de los pocos retratos que se conservan de Félix Varela. Al fondo, vista del patio interior del Centro de estudios que, en La Habana, lleva su nombre. | Imagen: Árbol Invertido

I

Para un camagüeyano hay una extrañeza en salir del antiguo Seminario San Carlos de La Habana hacia la Avenida del Puerto. En el seminario se está, como en una casona cualquiera de Camagüey, en un patio interior, ahí pleno de cultura, de historia y de sentido. A la salida hay una intemperie, el vasto y un poco inhumano espacio de la Avenida, diseñada por el arquitecto paisajista francés Forrestier durante la dictadura de Machado. Hay pocos árboles en ese paseo, que quiere ser majestuoso y se queda pobre o vacío, como para que mires sólo el canal de entrada a la bahía y el mar. En época del padre Varela había además fango y rocas. El sacerdote salía del aire como griego del Seminario —palabras de Martí— al espectáculo de la enésima nave de impolutas velas que sacaba del país las cajas de azúcar producidas por esclavos, para la sobremesa de paladares europeos.

El fundador de la nación cubana resulta ser un hombre internacional. Nacido en La Habana, creció en San Agustín de la Florida, entonces una posesión española para nada parecida al vergel insular. Uno de los asombros de la vida de Varela es que cuando lo regresan a su ciudad, este hijo de la aristocracia militar española, que con todas las ventajas de su clase y de su talento podía aspirar a establecerse como un próspero español acérrimo, se convierte a la postre en un primer cubano irreductible, y lo que es más notable todavía, en un americano. ¿De la Florida? No ha querido ser militar sino sacerdote, pero como creyente se comportará como un general. Por eso es ordenado antes de tiempo, designado profesor del Seminario, electo para la Sociedad Económica de Amigos del País, y finalmente diputado a Cortes. La caída del régimen constitucional español, que ha defendido como diputado, le merece una condena a muerte, de manera que huye a Gibraltar y luego a los Estados Unidos, de donde ya no volverá a viajar. En San Agustín morirá, como cerrando el círculo. 

"Varela es nuestro primer pensador geopolítico: con él comienza la aventura nacional de entender el mundo y nuestra posición y función en él..."

El fundador cubano es un hombre de la historia de tres países. La actual democracia española desciende del orden liberal de aquel régimen de las Cortes de Cádiz. El proceso de canonización de Varela ha sido abierto en los Estados Unidos, en su condición de santo católico clásico, puesto que murió ahí; fue uno de los fundadores y líderes del catolicismo estadounidense, y un sello de correos ha llevado su efigie. Para los que suponen ahora, de un lado y otro del enfrentamiento político, que el nacionalismo cubano procede del encerramiento aldeano y del desconocimiento o la negación de las realidades del mundo, estos datos del Padre Fundador son refutaciones. No es que Varela quisiera ser un hombre del mundo, ni que padeciera esa pasión y esa presión hoy tan extendida y defendida de viajar y de ver novedades ajenas y de ponerse al día con los que sí saben y sí han tenido éxito en la construcción de perfecciones terrenales tan imitables: es que obedecía a la circunstancia histórica que lo instalaba en un mundo que debía enfrentar con su dimensión interior, con la acción de su genio y sobre todo con su fe. La Economía del Deber rige al sacerdote Varela. Tiene que hacerse habanero, y luego cubano; tiene que viajar a España como diputado, y defender a España de sí misma; tiene que exiliarse en los Estados Unidos, y ganar ahí fama de santo ayudando a erigir el catolicismo nacional y cuidando de irlandeses analfabetos y miserables, prostitutas y niños desamparados. Es un hombre de tres países porque tiene que serlo, y dos siglos después le encontramos batallando en Cuba y en los Estados Unidos con el mismo destino, y con una lucidez que seguimos fallando en asimilar. Varela, iniciador de tantas bendiciones cubanas, es nuestro primer pensador geopolítico: con él comienza la aventura nacional de entender el mundo y nuestra posición y función en él, que tendrá una cumbre en Martí, y luego, ya en el extraviado siglo XX, en la actividad diplomática del malogrado joven Guy Pérez Cisneros.

La clave del pensamiento geopolítico vareliano será la condición de americano como hijo de la libertad. El adolescente que llega de la Florida española a la culta Habana probablemente ya siente, piensa, se considera así. En Varela se ha insistido en la evolución política que va de un elogio juvenil a Fernando VII en La Habana, a la votación en las Cortes de Cádiz a favor de una regencia temporal por supuesta demencia —en realidad traición— del rey, que le gana la condena a muerte; de una propuesta autonomista a un independentismo sin concesiones. En ciertas personalidades, los cambios son anagnórisis, autorreconocimiento, indicios de una afirmación en lo que se es y en lo que se debe ser. En 1825 Varela escribe desde Nueva York, contestando a un enemigo:

Cuando yo ocupaba la Cátedra de Filosofía del Colegio de S. Carlos de la Habana pensaba como americano; cuando mi patria se sirvió hacerme el honroso encargo de representarla en Cortes, pensé como americano; en los momentos difíciles en que acaso estaban en lucha mis intereses particulares con los de mi patria pensé como americano; cuando el desenlace político de los negocios de España me obligó a buscar un asilo en un país extranjero por no ser víctima en una patria, cuyos mandatos había procurado cumplir hasta el último momento, pensé como americano, y yo espero descender al sepulcro pensando como americano.

Y lo había dicho con lapidaria claridad antes, en 1821, al despedirse de los habaneros para ir a las Cortes de Cádiz: 

...un hijo de la libertad, un alma americana, desconoce el miedo.

No era, ya sabemos, retórica: terminará condenado y exiliado. Luego los colonialistas enviaron un asesino a sueldo a Nueva York para acabar con él, que no se atrevió a cumplir la encomienda. Y lo de veras importante es esa trilogía: una ubicación geográfica y en el fondo histórica destinando nada menos que a un alma universal; una condición de libertad que resulta intrínseca al alma americana; y un impulso a favor de la realización de la libertad que trasciende el miedo. Espíritu, destino y acción a la que el autor de la frase fue efectivamente fiel durante su entera vida.

Ahora bien, ¿qué entendía Varela por un alma americana

Ya se sabe: decimos gobierno americano, modo de vida americano, productos americanos, cuando el término correcto debiera ser estadounidense, porque lo de norteamericano excluye al Canadá. Esta indebida y ahora común apropiación proviene desde luego de la hegemonía estadounidense en el mundo entero. Pero en 1812, cuando Varela pronuncia su primer discurso, los Estados Unidos eran todavía una potencia apenas naciente: se habían expandido hacia el Oeste, comprando, colonizando y matando, pero aún no llegaban al Pacífico. Y al mismo tiempo ha comenzado la lucha por la independencia de las colonias españolas: un área gigantesca, frente a la cual el territorio yanqui distaba entonces de ser imponente. Los virreinatos españoles poseían costas en los dos Océanos, islas en ambos, el istmo de Panamá, el mar interior del Caribe, todos los climas, todas las constelaciones, todas las riquezas naturales imaginables, y semejante extensión, variedad y civilización estaba siendo estremecida por un ansia de libertad igual o tal vez más compleja y profunda que la estadounidense. América y Libertad son sinónimos cuando Varela inicia su desempeño intelectual y público. Es verdad que los Estados Unidos ya han logrado la victoria. Para el hombre proactivo que es Varela, ese por entonces pequeño retraso es solo una oportunidad para pensar y actuar. Y en 1824, cuando se establece en Nueva York, la América hispana es de hecho independiente. Sí, con mucho conflicto interno, como también lo tenían los norteños, divididos por el asunto de la esclavitud y por una crisis de la democracia, especialmente el sistema de los partidos políticos; pero aquí y allá con la urgencia de salir adelante. A diferencia de Heredia, que había vivido esas batallas en el México inaugural, Varela nunca se arrepentirá de su condición de libertario. Desde Maine hasta el Río de la Plata, Varela encuentra un Alma Americana, el espíritu de liberación de todo un Hemisferio. 

Cierto: al final de su vida enfrentará la guerra de Estados Unidos contra México, en la que ese ideal de libertad hemisférica resulta más que comprometido. Es 1848 y Varela está en el período final de su vida, viajando al sur, a San Agustín, a ver si mejora su salud: en 1850 ya reside definitivamente en esa ciudad. Hasta ahora carecemos de una opinión o texto suyo sobre la guerra contra México. Téngase en cuenta que había renunciado a escribir el tercer tomo de las Cartas a Elpidio debido al rechazo de sus amigos cubanos contra sus denuncias de la intolerancia religiosa en los Estados Unidos. Desde ya se insinuaba entre nosotros El Yuma, una construcción ideológica según la cual en ese territorio de enfrente existe en forma segura, inmediata y cómoda todo aquello que soñamos y no hemos sabido conquistar. De manera que, si Varela se enteraba de que los protestantes habían quemado a unas monjas y niñas en un monasterio católico, debía callarse porque hacía daño a nuestra lucha, o era un criterio erróneo, o una injuria contra los anexionistas. El cura había vivido los enfrentamientos de irlandeses católicos y protestantes alemanes en Nueva York: un conflicto falsamente nacional o teológico, en realidad una pelea por la sobrevivencia entre nuevos y antiguos emigrantes. Habiendo conocido a Heredia, y atento siempre a las noticias del mundo, Varela debe haber reflexionado sobre el lamentable estado de la construcción de la libertad en la América Hispana. Y también en los desunidos Estados Unidos, que se acercaban a la implosión, a la Secesión. Al parecer no escribió sobre tales asuntos. ¿Y en dónde publicaría sus audacias, y para qué? Cuando aún poseía juventud, tiempo y algún recurso había intentado desplegar la geopolítica del Alma Americana en su periódico El habanero entre 1824 y 1825. A Varela le gustaban los refranes, la lengua popular. Tal vez pensó que, a buen entendedor, pocas palabras bastarían.

En 2022 seguimos siendo muy malos entendedores. Empecemos por lo elemental: ¿por qué ese título? ¿O es que ya entonces se decía que Cuba es La Habana y lo demás es paisaje? Varela tenía razón de estar orgulloso de su ciudad, donde se hacía filosofía y teología a un nivel europeo. Sin embargo, eso no significa que ignorara al resto del casi despoblado país. Como miembro de la diputación cubana había promovido en las Cortes la elevación de la categoría de la guarnición de Puerto Príncipe, por tratarse de una ciudad importante ubicada en el interior de la Isla, lo que podía convertirla en una especie de refugio de la autoridad política y militar en caso de conflicto bélico. Pero Varela es el Habanero, el habanero que habla a los otros habaneros, la élite ilustrada y liberal de la capital, buena parte de ellos discípulos suyos, electores suyos a las Cortes: Varela le está hablando a su propio no formal pero realmente existente partido político. No habla como el líder de un partido político. Llama a la reflexión sobre el asunto de la independencia y la forma de alcanzarla (lo más pacíficamente posible, como ocurrió en Centroamérica en esos años). Y también reflexiona contra los que se oponen a la independencia. Al mismo tiempo divulga la ciencia y la tecnología de la época, como había hecho en San Carlos, pensando en el país libre a fundar y desarrollar. Contrariamente a lo que se piensa, o a lo que elaboran ciertos religiosos, el cristianismo se niega al nefelibata, a flotar en una superioridad supraterrena sobre las miserables realidades humanas: es la religión de la Encarnación del Hijo de Dios, nada menos, así que lo concreto, lo que acaba de nacer, lo que está aquí y ahora, es su fuerza y su destino, como puede verse en las intervenciones de Jesús de Nazaret en los Evangelios. Varela no es un principeño, aunque Ignacio Agramonte, dos generaciones después, será un seguidor suyo mucho más cercano que Luz o Saco. 

"...´El Habanero´ es pues una publicación fugaz centrada en la posibilidad de una rebelión independentista, ilustrada y pacífica, en la capital. (...) Con Félix Varela, Cuba ingresa al muy incipiente pensamiento geopolítico mundial"

Varela siempre habla, escribe, piensa para personas concretas. Es lo que hace un cura en la homilía o el confesionario. Cuando no encuentra a esas personas, o cuando se niegan a escucharlo, se calla. No es un político buscando orejas multitudinarias. No quiere encabezar nada, ni siquiera su propia iglesia, mucho menos un partido —y como otros demócratas de la época, rechazaba la necesidad o la conveniencia de los partidos—. No es un teórico de la realidad, a pesar de su dedicación a la filosofía. No le interesa lanzar al mundo concepciones geniales que deban ser seguidas por siglos (aunque debamos seguirlas, que es otro asunto). Defiende la verdad como patrimonio de Dios, nunca como opinión suya. Es un cura católico. Quiere ayudar. Necesita ayudar. Está obligado a ayudar al prójimo. No puede vivir sin ayudar (y morirá puntualmente cuando ya no pudo). El Habanero habla a los habaneros porque son sus prójimos, y por eso escribe con asombrosa modestia, y con cubana pasión, lo que cree que le puede convenir saber a sus prójimos. Por otro lado, esa revolución pacífica que desea puede intentarse solo en La Habana. Cuando descubre que los habaneros se niegan a esa revolución —que tenía simpatizantes en Puerto Príncipe, Santiago, Trinidad y otras ciudades—, procura ayudar en otro estilo, adaptándose al reformismo vigente entre los suyos, aunque sin ceder nunca en la necesidad de la independencia. Para esa fecha está ya abrumado de tareas como sacerdote y luego vicario de la diócesis de Nueva York, y poco a poco los reformistas como Domingo del Monte empiezan a considerarlo como un equivocado, un terco, un tipo que ha perdido contacto con la realidad de la Isla. El Habanero es pues una publicación fugaz centrada en la posibilidad de una rebelión independentista, ilustrada y pacífica, en la capital. Semejante o mejor que la de Guatemala. Pero lo interesante es que esa tarea concreta sea necesariamente enfocada por Varela no como una aventura romántica local sino como parte de la geopolítica de la época. Con Félix Varela, Cuba ingresa al muy incipiente pensamiento geopolítico mundial

Que había comenzado en Cuba, por cierto. Cuando fray Bartolomé de las Casas oye la Voz de las Escrituras en 1514, renuncia a explotar a los aborígenes y excomulga en Sancti Spíritus a sus compatriotas que los explotan, empieza el Derecho Internacional al reconocer, con la autoridad profética que poseía como clérigo, la ciudadanía de los distintos pueblos del orbe recién descubierto. Algo similar elabora al mismo tiempo el cura dominico Francisco de Vitoria sin salir de Salamanca, España. A partir de ese momento las potencias coloniales europeas, y cualquier poder que se desborde de su área de origen, tendrá que enfrentar un diálogo intelectual, y no meramente pragmático, acerca del supuesto derecho de las conquistas. Las Casas se lo anuncia claramente al joven Carlos V, que por ser monarca del Sacro Imperio era, o eso declaraban, la Espada de Cristo sobre la tierra: no hay derecho de conquista, las tierras son propiedad de los que las habitan. Navegar y comerciar sí, cristianizar sin uso de la fuerza sí, proponer vasallaje al rey español sí; conquista y explotación, no. El conquistador y el explotador se condena a sí mismo al infierno: qué casualidad que Carlos V, en la cima de su poder, abdicara… Pero las conquistas se desentendieron —y siguen desentendiéndose— de esos criterios de realidad y de justicia terrenal y divina, y trescientos años después un cura habanero profetiza el fin de la conquista de Juana. No deja de ser interesante que fuera un discípulo de Varela, José Antonio Saco, quien batallara en Madrid para que se publicara la Historia de las Indias de Las Casas, censuradas entonces por la denuncia que el fraile hiciera de los abusos de los españoles contra los indígenas. 

Y aunque El Habanero está centrado en la política cubana, ya en el primer número su autor tiene que reprimirse para evitar el comentario geopolítico:

No puedo concluir este artículo sin llamar la atención de mis compatriotas sobre las astucias de los gabinetes extranjeros. La isla de Cuba es punto muy interesante y puede tener mucha influencia en las miras políticas de los que por bajo cuerda están moviendo la máquina, y es preciso quitarles un medio de tomar parte abiertamente... No creo oportuno extenderme en estas consideraciones que no he hecho más que insinuar, porque no sé si al desenvolverlas tendría toda la prudencia necesaria en un asunto tan delicado.

Se trataba del articulo “Sociedades secretas en la Isla de Cuba”. Tal como predijo, esas conspiraciones, copias de las europeas de entonces, fallaron siempre y fueron causa de horrores para los patriotas y de victoria para los colonialistas. El profeta manifiesta un rechazo a los procedimientos de grupos como recurso político, que extiende también a los poderes extranjeros. Necesariamente, porque para Varela la política tiene que estar fundada en la virtud y por lo tanto en la unión cívica, no en la fragmentación en grupos, lo menos recomendable además en una sociedad heterogénea como la cubana de entonces. Ese mismo juicio alcanza a la política de los gobiernos constituidos y dominantes, que él había conocido por experiencia propia como diputado a Cortes. El gobierno constitucional español de 1820, hijo de una rebelión militar, apoyado en los sectores ilustrados y con insuficiente apoyo del pueblo, había cometido suficientes errores como para fracasar, pero no fracasó, al menos en esa fecha de 1823, sino por la intervención de los llamados Cien Hijos de San Luis, un ejército francés que invadió España sin encontrar demasiada resistencia. La restauración borbónica en París, posterior a la derrota de Napoleón, temía a un regreso a la Europa revolucionaria, que estaba insinuándose en España, Portugal e Italia. Lograron en efecto descabezar el en realidad bastante tímido proyecto constitucional español, que mantenía la monarquía, pero siete años después fueron barridos por la revolución que instauró a Luis Felipe, el llamado rey burgués. La lucha entre el mundo liberal naciente y el atraso monárquico recorre todo el siglo XIX europeo. En 1823 está triunfando la reacción del absolutismo monárquico presidida por la Santa Alianza: Rusia, Austria y Prusia, vencedores del monárquico burgués Napoleón. A esta combinación se sumaba, de costado, el otro país vencedor, Gran Bretaña, donde hace rato que hay un orden político definidamente burgués, con una monarquía nominal. Este país inspiraba a los liberales españoles y se esperaba que su oposición a los monarcas absolutos de la alianza santísima los salvara. Pero Gran Bretaña se entendió todo el tiempo con ellos y abandonó al gobierno de las Cortes. Hay una discrepancia entre los historiadores en cuanto al nivel de compromiso de la Santa Alianza con la invasión francesa. Varela, que padeció el descaro, vio claramente el carácter conspirativo de esos gobiernos. Si no alentó la invasión, la permitió sin un reproche; y en cuanto a Gran Bretaña, se trataba de una traición a sus propios proclamados principios y un ejemplo de miserable deslealtad. Los borbones franceses ni siquiera promovían un retorno al absolutismo en España: pero eso fue lo que Fernando VII, déspota de hipocresía máxima que había sido demasiado respetado por las Cortes, hizo de inmediato. Esta sórdida mezcla de intrigas y miserias europeas puso en peligro la vida del presbítero Varela, que había sido un diputado de mucho equilibrio y moderación, sin el abandono de un solo principio.

Para entender cómo se posiciona el pensamiento del profeta en la dimensión geopolítica de su época, debemos atenernos, otra vez, a lo evidente: un sacerdote católico entiende el mundo como universalidad. Precisamente cuando ya se constituye como un nacionalista, en las páginas que abren el segundo número de El Habanero encontramos esta definición:  “Son nuestros todos los que piensen o por lo menos operen como nosotros, sean de la parte del mundo que fueren. Unión y sincera amistad con ellos”. Es el pensamiento y la acción lo que definen la santa alianza vareliana, más allá de la geografía o las etnias. No es cuestión de españoles o cubanos, sino de patriotas y sus enemigos.  Porque a no dudar se trata de un momento de lucha concreta: “Son enemigos todos los que por cualquier respecto lo fueren de la Patria. Firmeza y decisión para castigarlos”. El castigo parece ser, a punto y seguido, este: “Olvido sobre lo pasado. La generosidad en cada partido, no es ya sólo una virtud moral; es un deber político, cuya infracción convierte al patriota en asesino de su patria”. La universalidad del sentido humano desde luego está lejos de saltarse la existencia limitada, concreta y en peligro de la patria:

Es cierto que yo no puedo encontrar donde quiera mi Habana, como pretendió Horacio se encontrase su decantada Ulubre; es cierto que desde el momento en que la desgracia de mi patria envolvió la mía, sólo me he consolado repitiendo con frecuencia las memorables palabras que el orador de Roma puso en boca de Tito Anio Milón: si mihi frui patria bona nom licet at carebo mala; y he suspirado constantemente por verla en un estado digno de ella misma; pero no me conoce el que no se persuada de que viviría gustoso aun en las heladas regiones del polo, si esto lo exigiese el bien de mi patria.

Varela cita en su propio latín una frase del discurso de Cicerón “En defensa de Milón”, que encuentro así: si mihi bona re publica frui non licuerit, at carebo mala: esto es, según una traducción: “Si no será mío vivir bajo un buen gobierno, al menos me salvaré del mal”. Por supuesto, el cura habla para gente instruida que puede saber lo que sigue en ese discurso: “y en la primera comunidad ordenada y libre donde ponga los pies, allí hallaré reposo” (et cuam primun tetigero bene moratam et liberam civitatem, in ea conquiescam). Apunto este latín completo para que se entienda cabalmente la importante declaración que sigue:

Yo vivo tranquilo y superior a mi suerte. La imagen de Washington, presentada por todas partes en las calles y casas de un pueblo racionalmente libre y sólidamente feliz, al paso que me inspira una envidia perdonable, me convence de que no es ficticio el bien que deseo para mi patria.

Obsérvese que Varela cita solo la primera parte de la frase que el orador clásico atribuye a Milón. Al escoger el exilio ha logrado salvarse de colaborar con el mal, pero sin otro reposo que saber que su causa es justa, como lo prueba el pueblo libre de los Estados Unidos. Horacio concluye su Epístola 11 con una afirmación poderosa: “Volamos tras la dicha recorriendo la tierra en las cuadrigas y el mar en las naves, y lo que buscamos está aquí, en la misma aldea de Ulubres, si sabemos conservar el espíritu completamente sereno”. La tal Ulubres era un sitio cercano a las lagunas pontinas, cerca de Roma, un pantano insalubre por siglos. Nadie más sereno que Varela, que no perseguía su dicha sino la ajena, pero que, en los Estados del Norte, en Filadelfia y Nueva York, nunca en los esclavistas del sur, había encontrado un refugio y una esperanza. El liderazgo exitoso del pueblo por la razón y la libertad, que él quería para su patria, ha sido realizado en esos estados. Sin embargo, Varela jamás será anexionista, ni aunque se lo supliquen como un servicio a la patria. Como veremos enseguida, tampoco será colombiano, como los adeptos de la Conspiración de los Rayos y Soles de Bolívar. La universalidad de lo humano, sello católico, y el espíritu de libertad, propio de América, carecen en Varela, necesariamente, de complejo de inferioridad o de facilismo geopolítico. Varela es un hombre de la Realidad. No la niega, no la embellece, no la rehúye. Porque la realidad humana, tal como es, es de Dios, y en ella tiene que servir a Dios. Y obedece.

Veremos, en sucesivos artículos, cómo Varela obedece y nos lega un estilo de análisis y un pensamiento geopolítico de extraordinaria actualidad.

Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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