El cuento "La montaña y la ardilla" apareció en su primer libro: La llave pública (Ganador del premio nacional "Roque Dalton". Ed. Ávila, Ciego de Ávila, 1991). Libro fundamental de la narrativa breve y del absurdo en las letras cubanas. Durante mucho tiempo, escritores jóvenes organizaban anualmente un evento nacional con el mismo título de este libro. A pesar de su obra amplia, variada, de gran calidad y ganadora de los principales premios de Cuba, Félix Sánchez siempre soportaría el ninguneo de las instituciones oficiales, que nunca le perdonarían su crítica aguda de la realidad cubana. Citamos una entrevista realizada por Yuliet Teresa Villares Parejo en 2018: "Reza el refrán que nadie es profeta en su propia tierra, y Sánchez lo ha sufrido en sus propias espaldas. No ha sido homenajeado en su propia tierra. Pero dice en voz muy tranquila: 'Periodista, esas son cosas con las que hay que cargar y seguir adelante'. Ahora, por su enorme nobleza, dice que se siente muy emocionado por los jóvenes, por la joven narrativa que no necesariamente es lo mismo".
LA MONTAÑA Y LA ARDILLA
El cartel colgaba junto a la puerta:
A PARTIR DEL 10 DE JULIO NO SE PRESTARÁ
SERVICIO DE PLOMERÍA A DOMICILIO.
Admón.
Volví a la casa, es decir, a buscar la casa. Sabía que tenía que apurarme pues cerraban a las seis y trasladar una casa once cuadras, por la vía publica, en horario de mayor circulación, no es tarea fácil. A eso tenía que sumar otros inconvenientes como los de la electricidad, el jardín y el patio. Cometí un error: no averigüé si podía traer la casa sola, lo que técnicamente es la casa, lo que uno entiende por casa en general, y ahora tenía que decidir de la mejor manera.
Opté por llevar la casa completa para no correr riesgos. Con el patiecito de tres por dos, la matica de limón, la jaula de los conejos, el cuarto donde guardamos los juguetes viejos de los muchachos y otras inservibilidades menores.
Dejé dicho a mis vecinos que no se asustaran por el vacío que hallarían esa tarde y los cambios en la colindancia. También los alerté, no fuera a ser que se considerara el solar como yermo y al regresar encontrara seis estaquitas clavadas y otro propietario loco por empezara construir. Como hay gente por ahí detrás de un solarcito. En cuatro horas podía perder un derecho adquirido desde ochenta años atrás. Y todo por un problema de plomería.
Si no hubiera sido por algo tan decisivo como la plomería, vinculada a todas las modalidades de la limpieza, quizás yo hubiera desistido. Pero es que sin agua no se puede vivir y, además, la casa tenía un total desplome de la plomería, con cruces de cañerías (al estilo telefónico), que para qué contar. Y ustedes entienden que un cruce telefónico, a diferencia del plomeril, siempre es inodoro, incoloro e insípido.
Gracias que yo tengo una casa ligera, manuable. Mi mujer y yo, contando poca ayudade los niños que se dedicaban a disfrutar del viaje más que a colaborar, pudimos hacerla avanzar una cuadra en apenas diez minutos, tiempo durante el cual establecimos amistades muy breves con una docena de vecinos temporales y vimos a través delas persianas doce paisajes diferentes, aunque desprovistos de árboles pues los nuestros habíamos decidido no traerlos. La sombra y el frescor que daba contra la casa eran mínimos, a lo que se sumaba la desgracia de los ventiladores sin corriente y un agosto solar que nos castigaba como si fuese la una de la tarde.
A las cinco y treinta habíamos consumido el último tramo. Estábamos rendidos y mareados por el cambio vertiginoso del entorno, como si giráramos colgados de los brazos de un gigante, pero satisfechos.
Había una colita mediana. Marcamos detrás de un edificio multifamiliar y le dimos el último a una casa de madera que a duras penas había sorteado la travesía.
Nos atenderían mañana, por lo menos. Mariela averiguó que a la seis rectificarían la cola y se puso a barrer el patio provisional, a acomodarlas maticas de areca que poseeríamos durante unas veinte horas. Lo hacía con esa serenidad, ese don del autoconsuelo que yo tanto le envidio.