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Los aretes que le faltan a la luna

Un vestido en una ventana. Foto de Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez

Siente en su espalda todo el peso de la noche. Saca un espejito y se retoca con polvo para ocultar las ojeras. El taxista la mira por el retrovisor y no puede reprimir una sonrisa cínica, sabe que huele a sexo. Cuando extiende el dinero él aprovecha para tocarle la mano, la detiene por unos instantes, pero decide soltarla al ver su mirada molesta. Como siempre, al bajar del auto estira el cuerpo y trata de ocultar cualquier malestar; responde a los vecinos que la saludan desde los balcones, los portales, y ella, pacientemente, saca de la jaba grande pequeñas jabitas con desodorante, jabones, pasta dental, y las entrega, y ellos estirando los brazos, desesperados, su obligación, dice, su cruz, y logra por fin acercarse a la casa. La madre está en la puerta y la hala por el brazo. Vamos, amor, que no eres Dios, le quita lo que ha quedado de la jaba, y la sienta en el sofá, el esposo le alcanza un cojín para que ponga los pies, y le va quitando los zapatos, las medias, les da masajes, se los besa, la abuela trae una bandeja con café y jugo de naranja, bien frío para mi niñita, que no deberías darle nada a esa gente, no lo agradecen; además, los santos se pueden poner celosos, porque la suerte que te brindan no debieras regalarla sin su consentimiento, siempre te lo digo, y hace un gesto para besarla, pero la rechaza, estoy extenuada, dice, pero me tengo que ir rápido. Una cita, ¡ah, qué pena!, lamenta la abuela, pensaba prepararte una comida deliciosa, pero bueno, primero el trabajo, después los placeres, dice sin pensar y se apena por las miradas de reproche de su hija y del esposo de la nieta, aunque Xinet continúa con los ojos cerrados, como si no hubiese escuchado, o no le importara. La madre interrumpe y lee la libreta de notas: llamó Alicia, que sólo te queda esta semana para hacerle la carta al rector anunciando el fin de la licencia académica, y la próxima reincorporación a los estudios. Pasa un rato callada, no sé si pueda, mamá, cuando uno entra en esto es difícil salir, he engañado a tanta gente, todo se convierte en una madeja imposible de desenmarañar, los compromisos, abandonar el nivel de vida, porque lo saben, ¿verdad?, se acaban los buenos gustos y volvemos a lo mismo, la abuela se persigna y mira a su virgencita de la Caridad, la madre estruja la libreta de notas y el esposo baja la cabeza, todo se resume en un denso silencio interrumpido por la madre que continúa con la lectura de la libreta; ahora es Berta, la vecina, que por favor, le llegó del campo una hermana del esposo, quiere que le des un minimotécnico, lugares, horarios, tarifas, a ver si la muchachita se encamina y sale adelante, porque allá en su provincia la cosa está peor que aquí, dice la madre y hace una pausa, que no sabe los meses que no dan jabón ni pasta de dientes, la gente lava con hierbas y esas cosas de indígenas, eso para ni contarte de los alimentos, ¿a dónde vamos a ir a parar, virgencita?, se lamenta la abuela, y Xinet abre los ojos, quita los pies del almohadón, dice que es malo quejarse por gusto, y la abuela apenada se pone la mano en la boca. Xinet necesita descansar, que a la pariente de Berta le diga que mañana venga a verla, porque de verdad que hoy está extenuada, y mueven la cabeza diciendo que sí, y se levanta y entra al cuarto mientras la madre cierra las ventanas para aislarla del ruido. El esposo la sigue, entra también al cuarto, se sienta en la cama a mirarle el pelo sobre la espalda, sabe que no le gusta que la toquen hasta que se bañe, hasta que no se quite cada huella o residuo de olor que le recuerde de dónde viene, y reprime las ganas de besarla o acariciarla, porque se molesta, ni a ella misma le gusta tocarse. Él permanece inmóvil, atento a cualquier petición, para de alguna manera sentirse útil. Mira al lugar en que debería estar la foto de la boda, ahora escondida, evoca imágenes de la luna de miel, la convivencia, después las cosas que comenzaron a faltar, la comida, el jabón, el aceite, las ollas vacías, el día en que sus compañeras de aula la trajeron con fatiga, la humillación, la certeza de vivir un tiempo de crisis donde hay que apartar el amor para arañar la tierra. No sabía qué hacer y se desesperó hasta que lo detuvieron por revender piezas de bicicletas, conocer la estación, sus celdas, los gritos y empujones de los policías, la multa elevadísima, la opción cero para la casa, el caos. Entonces la aparición de aquella amiga, nos ayudaría a resolver el problema, recuerdas que dijo, Xinet sólo tendría que salir por las noches con ella, al principio eran dos o tres horas, luego fueron aumentando. Y ahora se mueve sobre la cama, lo mira y sonríe, ¿sufres, mi amor?, y él niega apretándole los pies, los besa y se excita y le muerde las rodillas, los muslos hasta que ella lo aparta y se dirige al baño. La sigue y se sienta sobre la taza mientras ella se ducha, espera un rato en silencio, ¿estás ahí, mi amor?, sí, mi niña, le responde: siempre voy a estar aquí, y ella: por favor, dime algo diferente, ¿diferente?, sí, algo nuevo, eso, lo importante es que sea nuevo, y él piensa ¿qué puede ser nuevo?, se levanta, mira al techo, las paredes, los pies, y el espejo, y en el espejo hay otro hombre distinto mirándolo, que dice yo, y él sigue observando al recién descubierto. Ella saca la cabeza detrás de la cortina, sale y se detiene a sus espaldas, mira también al hombre del espejo, después a él, ¿quién es? Y le responde con un movimiento de hombros, ¿te pierdo?, insiste ella, fue de mutuo acuerdo, ¿no? Sí, le responde, sabía ya lo de no soportar las miradas ajenas, pero ahora no puedo con la mía tampoco, estoy convencido de que no resulta, encerrado entre estas paredes, imposibilitado de poder aportar un dólar a esta casa, esperándote entre dos mujeres, que no lo dicen pero lo piensan, me siento el zángano de la colmena, ¿me entiendes?, regresa al cuarto y lo deja allí con el desconocido del espejo que mantiene una ligera sonrisa. Se viste, después el arreglo frente al espejo, y se observa, ¿soy yo?, ¡qué importa!, le dice la otra y sonríe, la de acá mueve los hombros y esboza también una sonrisita cómplice, mira al baño, todavía está allí, palpándose el rostro. Al principio siempre es así, piensa, luego se acostumbrará, y sale del cuarto, de la mesa se levantan la abuela y la madre, come algo antes de irte, hijita, no puedo, aunque sea algo ligero, abre la puerta de la calle y se inventa una amplia sonrisa que mantendrá hasta el regreso. Xinet, la llama, y es él acercándose, ¿cuál eres?, le pregunta, no sé, le dice besándola en la frente, ¡suerte!, le grita cuando se aleja apresurada. Muchas manos la despiden y los niños juegan a su alrededor pidiéndole chicles y caramelos que promete para la vuelta. Y se aleja y le hace señas a un auto de alquiler: Universidad de La Habana, por favor, le dice al chofer y se lleva un chicle a la boca. El auto es viejo y de cada tornillo le salen decenas de ruidos. Xinet le da varias vueltas al chicle y lo escupe por la ventanilla. Mira lo que fue la Calzada de Jesús del Monte, los portales oscuros por el tizne de los gases de los ómnibus, y sus colas interminables; horcones que sostienen la mayoría de las casas y apuntalan techos por donde se filtran la lluvia y el sol, viejos agachados por las aceras que cambian o revenden cigarros al menudeo, exhiben aguacates, manos de plátanos, tiendas cerradas con sus lumínicos rotos. Después cierra los ojos. No quiere pensar, pero le es imposible apartar la imagen del rector, saber que el sueño de ser una profesional se le escapa. Cuando los abre están pasando frente a la escalinata, aquí, por favor, le avisa, y el auto frena bruscamente. Ella se queda esperando para que le diga cuánto cobrará, el chofer gira la cabeza y le recorre el cuerpo mientras calcula, levanta tres dedos, y Xinet saca tres dólares de la cartera, se baja y va hacia la escalinata, para que el Alma Mater, la virgen de los estudiantes, le cuide las espaldas. Camina temerosa por la avenida. Constantemente se revisa la ropa y arregla algún detalle. Mira hacia la izquierda, más allá está el rostro de Mella, tan serio y hermoso. Cómo le hubiera gustado haber sido Tina Modotti. Reconoce por el lazo las últimas flores que le compró, ya están marchitas, se dice. De repente siente vergüenza porque le parece que Mella la observa severo y frío como el bronce, ¿disgustado?, ¿con nosotras?, ¡si solamente intentamos sobrevivir!, muy cerca hay otra muchacha que pide botella y la mira molesta, porque siente la amenaza, le pertenece el espacio de la acera por derecho de llegada. Xinet rápidamente comprende, y para que sepa que no la va a importunar ni está pescando, se aleja del borde de la acera y mira con insistencia el reloj. La otra capta el gesto y se desentiende para seguir en lo suyo, hasta que se asusta y lo baja con rapidez, camina apresuradamente hacia la parada y trata de confundirse entre la gente; enseguida Xinet se percata del peligro y se sienta en la escalinata, saca un libro de no sabe qué asignatura, lee, subraya con un lápiz, marca con asteriscos, y ya pasa el patrullero, lento, las miradas amenazantes, pero a ella sólo le han marcado una advertencia gracias al carné de estudiante universitaria: no tiene la culpa si frente a donde estudia hay un hotel que ofrece turistas a las muchachas sin pudor, el auto sigue, alcanza a la muchacha casi en la parada, la llaman, saludo militar, carné de identidad, por favor, lo entrega, acompáñenos, y desde el patrullero que se aleja, a través del cristal trasero, la joven observa con envidia a la estudiante absorta en su lectura. Xinet, cierra el libro rezando: Alma Mater, por favor, concede que me recojan antes de que esos den la vuelta; después a Mella, con su rostro inalterable, no seas malito, sabes que no me gusta hacerlo, y sabes que el hambre gusta menos, no olvides tu huelga en la Cabaña, lo flaco que te pusiste, anda, ayúdame en esta, te prometo traerte más flores, pero no me abandones, te lo pido por la relación que tú también tuviste con una extranjera. Una vieja pasa vendiendo maní y la interrumpe, un loco registra el latón de la basura en la esquina, allí mismo un joven se lanza sobre los autos para limpiar los parabrisas; algunos le dan propina, otros sólo le sonríen; unos niños piden chicles y moneditas a los turistas. Y ahora es otro auto, que avanza también con suavidad, desafiante, pero que la hace sonreír, se detiene, y antes de entrar, Xinet le hace un guiño al Alma Mater, y le tira un beso al busto de Mella, los adoro, dice entre dientes y el hombre pregunta what?, y refuerza la sonrisa besándole la mejilla, levanta el dedo pulgar, todo bien, él saca un mapa y ella cierra los ojos y traza círculos con el dedo. Sabe que eso les da gracia, son tan simples, les gusta que las cosas parezcan originales, aunque sepa exactamente dónde cae el dedo, tiene el mapa medido, un lugar sencillo, barato y apartado, what?, repite, Dos Gardenias, wonderful!, y sonríen, buscan el lugar por las grandes avenidas limpias, con césped recién cortado y lumínicos de colores; llegan al restaurante, varios niños se les abalanzan, ofrecen cuidar el auto, fregarlo, les abren las puertas amablemente. Beben, comen, él la mira con deseo, Xinet se muestra complacida, las manos agarradas, todavía no se ha dejado besar, “táctica y estrategia”, piensa y sonríe, aún no sabe qué sacar de él; multarlo sería rápido y darle una tarifa más fácil, pero le gusta jugar, conocer hasta dónde puede llegar, quizás encuentre al que la saque definitivamente de la calle, no pide mucho, ni edad ni belleza ni que sea soltero, sólo buenos ingresos para poder terminar los estudios sin fatigas ni mareos; interrumpe el silencio cuando abre el mapa, house?, rápidamente calcula, cayó en el jamo, puede sacarle algo más, y le señala el barrio, la casa, y él complacido le pide entre palabras y gestos que quiere visitarla; se niega, mi familia no sabe, y pone rostro de susto, de pánico, pero él insiste, dice que es bueno, y le enseña el pasaporte: single, queda un rato haciéndose la reflexiva, y piensa por qué las cosas siempre salen iguales, como en un guión; le gustaría que se mantuvieran así, no le agradan las sorpresas; ya tiene experiencia, y cada vez le es más fácil manejar las situaciones; está bien, acepta y vuelve a hacer el gesto con el pulgar, okey?, confirma, le señala, te harás pasar por teacher, teacher?, Sí, yes, visit a la university, okey, yes, se pone la mano sobre un seno, como asustada por lo difícil de la situación, y él pone cara de payaso que gusta de las situaciones difíciles, afuera hay varios niños alrededor del auto a quienes reparte moneditas, y se encaminan a su casa; antes, detiene el auto en un lugar cualquiera, compra cervezas, refrescos, vino, y regresa alegre, Santa Claus y la Caperucita, piensa Xinet, mientras él aprovecha para liberar una mano del timón y tocarle una pierna, y se la rechaza, bad boy, le repite y acepta un beso antes de llegar al barrio; detienen el auto frente a la casa, los vecinos inventariando las jabas, los niños que se quedan alejados y la saludan con un gesto cómplice; llegan hasta la puerta, el timbre, aparenta estar asustadísima y se lo hace evidente, aunque sonríe también, está segura que ha logrado ponerlo nervioso. La madre abre la puerta, recibimiento de familia bien llevada, después la abuela, otro beso, y sale el esposo, no sabe si el de antes o el nuevo del espejo, mi hermano, dice y los presenta, y el muchacho sonríe, después un beso en la frente como hermano, pero siéntese, por favor, pide la madre, y lo sientan en el sofá, y todos alrededor quedan mirándola, evidentemente pidiendo, exigiendo una explicación para esa situación tan particular y embarazosa, que el hombre compruebe que no es usual una visita extranjera, y Xinet se limpia la garganta y lo presenta como profesor, teacher, la ayuda él, teacher?, sí, mamá, una visita a la escuela, y el hombre asiente, ha querido conocer una familia cubana, compartir, se esfuerza por explicar, ¡ah, ya!, entiende finalmente la madre, ¿desea café?, what?, coffee, dice la hija, oh, yes, coffee!, y la abuela corre a la cocina y se quedan mirando sin decir nada, pregunta por el father, y la madre le asegura que falleció hace años, desde entonces ella ha tenido que tomar las riendas de la casa, usted sabe, dos hijos, ¡cómo andan las cosas hoy día!, la crianza se hace muy difícil, dice mientras se imagina a su esposo en alguna playa de Miami bebiendo cervezas y comiendo tamales; la abuela pregunta desde la cocina si se lo hace cortadito, y la madre se levanta para decirle al oído que es la primera vez, se supone que no sepan la forma de hacerlo en su país, deben esperar a que les explique, para luego, como si lo hubiesen recién aprendido, preparárselo en la siguiente oportunidad, y el hermano pregunta ¿de dónde es?, y no entiende, la madre que regresa sonriente piensa que con los italianos, brasileros y franceses es mucho más fácil, y siguen los gestos para que comprenda, y logra entender, oh, yes, house, Toronto!, ¡ah, qué bien!, canadiense, dice la abuela mientras trae las tazas de café cubano, mi sueño era visitar las Cataratas del Niágara, la belleza más grande del mundo, y mira a su hija porque esta vez no se confundió con las otras variantes, según la nacionalidad: la torre de Pisa, Copacabana, o la torre Eiffel, y el visitante huele el café y cierra los ojos, wonderful!, y lo bebe con delicadeza, después las cervezas y el vino, la abuela prepara mariquitas, tostones, conversan, cerca de la medianoche decide retirarse, y ya en la puerta dice con gestos y algunas palabras apenas comprensibles y otras que adivinan o suponen, que ha pasado una velada maravillosa, les besa las manos a la madre, a la abuela, después un abrazo al hermano, y Xinet lo acompaña hasta el auto, tomorrow?, sí, mañana, se besan en la mejilla y le aprieta la mano y las nalgas y quiere besarla en la boca, ella lo aleja sonriente, él no insiste, abre la puerta y dice bye! desde el auto en marcha. Entran, cierran la puerta, caen exhaustos sobre los muebles, pensaba que nunca se iba a acabar, dice la madre, ¿creen que de verdad le gustó el café?, indaga la abuela, da igual, dice Xinet mientras se dirige al cuarto, y el esposo la sigue, la ayuda a quitarse los zapatos. Ella entra al baño y desde la ducha le pide que le cuente algo viejo, ¿algo viejo?, sí, muy viejo, y él piensa, se mira los pies, el techo, se levanta, el espejo que vuelve a decir yo, y se palpa el rostro. Entonces ella sale del baño, se acerca y también descubre que en el espejo hay un anciano, te perdí, afirma Xinet, y él mueve los hombros; entran al cuarto, le ayuda a peinar su pelo largo frente a otro espejo mayor, donde observan a un anciano que peina a otra anciana. Después hacen el amor, y duermen el mismo sueño, una tormenta de viento echándoles arena en los ojos y que los separa mientras ellos tratan de impedirlo bajo la mirada de la abuela, la madre y el extranjero, que dentro de una caja de cristal ríen estruendosamente, la madre y la abuela lo besan en la boca, se empujan celosas y el hombre ríe, y ríe sin ver las serpientes que se arrastran en su dirección, y despiertan asustados, buscan la hora, tiene que volar para que llegue a tiempo a la cita, y él le pone los zapatos y le alcanza el vestido mientras Xinet se arregla el pelo y se pinta los ojos, le echa la pasta en el cepillo, apúrate, ¿llamo un taxi?, y en un torbellino de imágenes llega el taxi, sube, y arranca con prisa, se pierde bajo el ruido y el polvo. Cuando llega a la escalinata está el hombre dentro del auto, conversando a través de la ventanilla, con una pareja de jóvenes que permanecen de pie en la acera, y sonríe cuando la ve en el taxi, y deja de atender a los jóvenes que comprenden y se alejan molestos. Xinet entra al auto, él va a besarla, se sonríe al verla celosa, you don’t understand, sí entiendo y muy bien nosoy-igual-que-esas, yo no te saqué el dedo para-fingir-una-botella-y-conquistarte, fuiste tú el que vino a la escalinata donde yo estudiaba atraído por mi pelo, según dijiste, para conocerme; simplemente me caes bien y te veo como un hombre cualquiera. A mí me gustan los hombres mayores que yo, me atraen, por desgracia eres extranjero y eso hace un poco difícil la relación porque socialmente no está bien visto, y aquí sí hay que vivir con la gente y acatar los cánones de la sociedad; y finge quedar sin aire, impotente, cierra los puños y se los muerde y llora, trata de calmarla, I’m sorry, la abraza, y poco a poco se calma, teme llevar las cosas al extremo y todavía la otra muchacha conversa con el joven, rondando la presa, y se van, él le pone el mapa sobre las piernas y señala Varadero, ¿Varadero?, ¿y la escuela?, piensa poner el rostro de desilusión y se percata de que es un mal síntoma, no debe agobiarlo con problemas y sonríe, no importa, dice, y se alejan de La Habana. Le va nombrando las playas, pueblos y lugares turísticos en el recorrido. Ya en Varadero las cosas son más fáciles, hombre que entra a un hotel cualquiera, y pide habitación, no en español, y siempre le contestan: yes, sir. Después llama a la casa y dice dónde se encuentra, posiblemente se demore una semana, me ha comprado ropa y regalos para ustedes, me preguntó si mi hermano tenía novia, seguro que para regalarle algo también, es un hombre de detalles, gentil, de esos que suelen llamar “un pepe”, ya le hablé para el televisor en el cuarto y aproveché que se quejó del calor para soltarle lo del aire acondicionado y surtió efecto, espérenme el fin de semana próximo, chao. Y todo el día lo pasan pidiendo servicio de habitación, conversan, se confiesan gustos y otros detalles, y al descubrir sus intimidades, ella prefiere no hablar más y le rehúye. En la noche deciden regresar. Todo el camino en silencio, a veces, it’s cold, sí, hace frío. Llegan a la casa por la madrugada. Se despiden y promete regresar en la mañana . La madre pregunta qué pasó. Nada, cambiamos los planes, entra al cuarto, desea dormir, ¿me podrías explicar rápidamente?, pide él, sí, rápidamente, se dedica a llevar muchachas bonitas para burdeles donde se las pidan, da a escoger el país que se desea, ¡como si fuéramos bobas!

Apenas pueden dormir el resto de la noche. Se halan la sábana, suspiran. Dan vueltas sobre el colchón. En la mañana ella queda tendida sobre la cama mientras él se viste, prepara una maleta, la mira: el pelo, las piernas, las nalgas, se siente excitado y quita la vista, pone el maletín en el hombro, abre la puerta y la abuela sale de la cocina donde ha preparado el café, ¿te vas?, y mueve la cabeza asintiendo, ¿quieres café?, va a decir que sí, pero se asoma a la ventana y responde que no, estoy apurado. Sale y camina hasta el auto, entra, good morning, le dicen pasándole la mano por la mejilla, no contesta, mira por el retrovisor derecho, y donde se supone que esté sentado un joven, no hay nadie; el auto acelera buscando el mar, para después perderse por todo el litoral rumbo a Varadero, nice day, dice y le acaricia una pierna, el muchacho continúa en silencio, le crecen los deseos de quitarse la mano de encima, pero aprieta los dientes y los puños mientras observa el mar, a una gaviota que planea y después cae en picada buscando su alimento, simplemente el mar, en lo apacible de sus olas..., sí, bella mañana, dice finalmente, y le sonríe.

Ángel Santiesteban Prats

Ángel Santiesteban Prats, revista cultural cubana Independiente Árbol invertido

(La Habana, Cuba, 1966). Narrador y graduado en Dirección de Cine. Egresado del I Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. En 1989 obtuvo mención en el Concurso Juan Rulfo, de Radio Francia Internacional. En 1990 gana el premio nacional de Talleres Literarios. En 1992 resulta finalista del premio Casa de las Américas. En 1995 obtiene el premio UNEAC por su libro de cuentos Sueño de un día de verano. Gana el premio “Alejo Carpentier” en 2001 con su libro de cuentos Los hijos que nadie quiso. Obtiene el Premio Casa de las Américas en 2006 con el libro de cuentos Dichosos los que lloran. Ganó el premio internacional “Franz Kafka” 2013 por su novela El verano en que Dios dormía.

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