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Apuntes de un cubano en tiempos del COVID-19

Portada de Diarios de una pandemia
Imagen: Francis Sánchez

Viven en diferentes lugares alrededor del mundo, pero tod@s nacieron en Cuba, y toman apuntes de cómo sus vidas están cambiando en tiempos del COVID-19.

Otro Domingo en casa(5 de abril, 2020)


Son ya 21 días en casa.

A diario viajo al sótano a botar la basura, luego al primer piso a ver si tengo algo de correspondencia. No recibo casi nada. Nadie escribe, ni envía postales. Cada Navidad intentaba ser creativo con las postales que enviaba. Un año lo hice con una foto mía en una de esas típicas, rojas cabinas telefónicas en Londres. Fue una de las primeras fotos en mi vida en la que me gustó verme. Yo también dejé de enviar cartas y postales.

Los números en mi ciudad aumentan. Se alzan como espigas de trigo.  En Washington Heights, aquí mismo, a solo unas cuadras, dicen que se encuentra el número mayor de casos en Manhattan. Las personas no hacen caso. Siguen aglomerados en las esquinas.

Tampoco creo todo lo que dicen. 

La primera vez que anduve por Washington Heights, un febrero helado del 2015 fue cuando buscábamos apartamento para mudarnos de Miami. El agente de bienes raíces, un supuesto poeta árabe, nos llevó a ver un apartamento y casi salimos corriendo. No lográbamos entender si los vecinos vivían en sus apartamentos o dentro del que nos mostraba el supuesto poeta árabe.

ladrillos a través de la ventana

Han hecho un hospital ambulante en Central Park. No estoy seguro si tiene vista al estanque o al jardín de Jackie. 

Central Park no me seduce tanto como los parques de mi barrio. Los conozco como la palma de mi mano. Se han convertido en mi respiro, en mi terapia. Ahora con el encierro, recuerdo a la poeta Alina Galliano y su perenne: “Mi parque”. Cuando la escuchaba decirlo, me chocaba. Como tantas otras cosas que en su momento me dijo y a las que no le hice caso. Ahora te recuerdo, sabia Alina. 

Y sí, extraño a “tu parque”, al mío. 

El jueves el alcalde DiBlasio anunció que había un cambio. Si salimos de casa, debemos llevar la cara cubierta. Debemos ser creativos. Usar una bufanda, una bandana, un calzoncillo viejo, (preferiblemente sin ningún roto), lo que sea, dice el señor, menos mascarillas. Esas deben dejarse para el personal médico.  Anteriormente nos habían casi obligado a no usar mascarillas. 

Tanta desinformación. Tanta información. ¡Tanto!

Todavía no he usado las mascarillas que me envió mi hermana. Detesto usar la palabra que ahora recién, ha descubierto medio mundo. No la menciono. Rehúso usarla de cualquier modo.

Tuve mi primera participación vía Zoom para una clase de español. Hablamos de poesía y fue una excelente experiencia. Debo grabarme leyendo poemas para dos proyectos que me lo han pedido. No encuentro el momento apropiado para hacerlo. 

Cada mañana abro mi ventana, aun con el poco de frio que va quedando rezagado. La primavera está por asomarse. La gata espera impaciente. La brisa y los pájaros que se dan cita en la baranda, nuestras únicas visitas en estos tiempos. ¿Estarán también contaminados con el virus?

Extrañamos al argentino. 

Hoy amanezco envuelto en una niebla. Ese tipo de fog londinense que muestran en las películas de Sherlock Holmes. Así estoy. No veo más allá del día de hoy. No sé qué pasará con nosotros. ¿A dónde iremos? 

Tanto miedo.

Bajo de regreso al sótano.

 

                                                                                               

 

 

Matutino/Vespertino


1.

Las mañanas, sobre todo, son terribles. Transitar del sueño a la realidad me ha sido siempre difícil y ahora, además, allá afuera está eso. Me levanto y allá afuera está eso. Me cepillo y allá afuera está eso. Prendo la computadora para trabajar y allá afuera está eso. Legna lo llamó el mal y dio en el clavo con esa imagen. Mi ansiedad, ahora lo tengo claro, es principalmente matutina.

Esta es mi tercera semana de encierro. Cuento por semanas como si fuera un embarazo: vamos a parirnos a nosotros mismos. Lo que me ahoga por las mañanas es no saber. No saber cuánto durará, si la enfermedad tocará a mi puerta. No saber, ni siquiera, si ya está aquí, si vive conmigo agazapada. Hoy, como nunca, somos una especie frágil: la cotidianidad ha sido subvertida, ya no tenemos ningún poder sobre ese reino minúsculo y el absurdo campea con traje de lentejuelas. Esta semana desinfecté el pote de desinfectante. No queda más remedio que reírse.

Tres veces a la semana, mi esposo sale. El negocio donde trabaja no ha cerrado: hay gente que compra online camisas de lujo durante una pandemia que ostenta, en este momento, más de 60.000 muertos. Ostenta, sí, porque la muerte es vanidosa. Vanidosa como un tipo en California que viste, durante la cuarentena, camisas de diseñador. Y sí, ya sé (eso sí lo sé), que cada quien hace con su dinero lo que quiere, que los negocios tienen que subsistir, que no podemos darnos el lujo de perder un salario, pero esta semana lloré antes de que él se fuera como una de esas mujeres que mandan a sus esposos a la guerra. 

 Luego me reí, por supuesto, me reí de mí misma. Exagerada, ridícula, La Lupe. No queda más remedio que reírse. Pero me río bajito, no vaya a ser que crea que es con ella, que es de ella y yo le tengo terror a esa muerte vanidosa. La muerte diva, la muerte con camisa de diseñador. Le hablo, le pido tregua, le prendo velas. Si quiere, luego me convierto en Marlene Dietrich y le rindo homenaje, pero ahora que no nos mire. Que pase de mí su copa. 

2.

Cada tarde, desde que me encerré y al terminar de trabajar, me siento en el balcón. Este balcón es mi refugio desde que llegué. Aquí he rezado, he leído, he bebido con los amigos que nos visitan. Aquí lloré, sin que nadie me viera, la muerte de mi padre. 

La vista no llega ni a vista. No hay en ella nada de romántico, ni un asomo de sturm und drang. Menos todavía de paisaje impresionista. Un pequeño jardín comunal, con unas matas ralas, nos separa de otros edificios color chícharo-Miami. En el fondo, unas palmas aguanta-huracanes se balancean y nada parece haber cambiado. Llegan, en estos días, los animales de siempre: familias de patos, mapaches y zarigüeyas. Las lagartijas, dueñas y señoras de estas tierras, corren con su rumor de hierba. Los gatos las persiguen y luego se estiran perezosos. La primavera está aquí y, como todas las primaveras, una monarca distraída viene a posarse sobre las ramas. 

Ahora también hay maripositas amarillas, se dispersan cuando los gatos brincan. Hace días, una se le posó a la gata gris en el hocico y ambos se quedaron quietos un buen rato. Me hubiese gustado tener una buena cámara, hacer una foto cute. También de la niña preciosa no la había visto antes— que juega abajo con su abuela.  Hay menos ruido, los aviones casi no pasan. Todo se escucha, todas las voces están aquí y ya no son las piezas aisladas de un rompecabezas. Al pobre Dylan lo regañan más que nunca. Las vecinas (esas mismas que rebautizaron al huracán Irma como. Mirna) se encuentran en el pasillo y, a unos metros de distancia, se cuentan cosas a gritos. Cuando bajo a botar la basura, de los apartamentos se escapa un olor delicioso a frijoles y frituras. A pesar de todo y contra todo y de eso allá afuera, me siento en casa. Es muy probable, sí, que esta pandemia cambie muchas cosas, pero sospecho que —para bien y para mal— en el fondo seguiremos siendo los mismos: otros animalitos con conductas estacionales como las monarcas. Sospecho que también la vida es vanidosa. 

     

 

Sopa de lentejas 


Estaba por tomarme una sopa aguada. Ya hacía frío en Quito. Eran las ocho de la noche. La sopa la hice recogiendo lo poco que tenía: fideos, lentejas sazonadas del día anterior, un plátano, una zanahoria. Vivía la cuarta semana de cuarentena, el dinero empezaba a escasear. Nadie sabe cuánto puede durar todo esto. Encima de mi cabeza un bombillo que puse para iluminar la improvisada mesa donde escribo, y como. Si alguien me viera por un costado y a distancia. Mi imagen le recordaría a uno de los personajes del cuadro de Van Gogh: Los comedores de papa. La sopa es de un tono tierra, aguas enlodadas, turbias. Su aspecto me recuerda las sopas que toman los actores en las películas de pos-guerra europea. 

Me disponía a cenarme ese líquido, cuando sonó el teléfono insistentemente. Otro mensaje más referente al virus (pensé). Mi error fue mirar las fotos. Me demoré una semana para escribir estas palabras. No pude ingerir el alimento que me había preparado. Esa noche no pude dormir. 

Vi las fotos, oí los mensajes de audio. Es una enfermedad respiratoria producida por un virus. Me falta el aire. En Quito al subir las empinadas calles siempre me falta el aire. Llevo mascarilla. Respiro a ráfagas como si mis fosas nasales quisieran capturar el poco oxigeno que existe en esta urbe. Los cristales de mis lentes se empañan por el rebote del aire que choca contra el tejido (sintético) de la mascarilla.

Llegue al Ecuador para el festival internacional de poesía de Guayaquil. Llegar por vía terrestres a esa ciudad es bello, cruzar los dos puentes, ver a Guayaquil allí, después del inmenso río. Sentir el calor, la humedad del clima, ver a las personas en ropas ligeras, como en la Habana. 

Pero un detalle me sorprendió, a la entrada de esta urbe, un cementerio en un cerro dando la bienvenida. La calle, a un lado el muro, dentro las paredes como grandes gaveteros, lo nichos unos encima de otros.

Sigo sin dormir, no tengo hambre, en la mesa el plato de sopa color chocolate.

En las fotos, la imagen del cadáver, los cuerpos que han permanecido en la calle tres días. Los familiares han tenido que sacar los muertos de adentro de los domicilios, donde han fallecido, sin ningún diagnóstico. Pero la falta de aire, la tos seca, y la fiebre, delatan la enfermedad. El hijo, o los nietos han envuelto a la madre, a la abuela en sábanas, o fundas de plástico y depositan el bulto en medio de la acera, algunos han quemado los cuerpos. Es duro reconocer que quizás los familiares más queridos se convierten en amenaza para la vida de toda la familia. La demora de las autoridades sanitarias hace que la población haga algo con los cuerpos, sus seres queridos ya muertos.  Algunos arden en medio de las calles. La hija, o el sobrino, mira el bulto desde dentro de su casa, a través de la ventana. 

En algunas fotos los cuerpos se ven chamuscando encima del asfalto caliente. Tener tres días a tu familiar muerto delante de la casa. Levantarte y ver, está allí, aun no lo recogen. Las autoridades hablan de poner neveras en las calles para almacenar los cadáveres, 150 por día sólo en Guayaquil.

Se me oprime el pecho, me falta el aire. Miro la sopa de lentejas que ya no me tomaré; tiene un color terroso, me recuerda el rio Guayas, sus aguas turbias, la escasa vida que se desarrolla en dichos ríos. La cantidad de minerales y nutrientes que permanecen en suspensión, crean una barrera que no permite que el oxígeno penetre en las aguas, el río se calienta mucho, evitando que se desarrolle los micro organismos. Yo me acerqué a las márgenes de sus aguas, sentí su olor, algunos lirios florecidos flotaban, arremolinándose en medio del gran caudal. Delante está la isla Puna, me quede con deseos de ir hasta allí. Tuve miedo de ese río. No me mojé las manos. Vuelvo a la sopa de lentejas deö mismo color terroso del rio; nunca más volveré a cocinar granos. 

 

 

"Resistiré": himno a la lucha y la esperanza


Terminaba la Mesa Redonda de ayer y Randy Alonso anunció un cierre diferente. Esta vez correría a la cuenta de esa vieja canción a la que España echa mano como talismán, como himno de lucha y esperanza ante un enemigo mucho peor que los moros para la Reconquista, que el franquismo para la democracia. Sonaron los primeros acordes y apareció en pantalla el rostro de Vanesa Martín. Bastó para que se aguaran mis ojos.

El Resistiré del Dúo Dinámico ha acompañado la vida de los españoles desde hace décadas, se recicla y desempolva ante la adversidad. Recuerdo a cierto entrenador "der Betis" haciendo obligatoria la sintonía de la canción en el vestuario verdiblanco para animar a sus jugadores ante la amenaza de un descenso. Tampoco puedo olvidar al cine español tomándolo como bandera ante la crisis y como respuesta al gobierno del PP. Aquellos Goya en los que Ana Belén, Lolita y otras grandes figuras del audiovisual español cantaron el Resistiré como promesa de que el cine español saldría adelante puede ser la génesis de esta versión del tema en la que, desde sus casas, desde el obligado confinamiento, un buen puñado de los mejores exponentes de la canción en España cantan este himno a la lucha y la esperanza que ha sido trending topic.

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Hoy el nuevo coronavirus recorre España de Cai a Girona, de San Sebastián a La Coruña, de Barcelona a Madrid, Sevilla, Valencia. Hoy mis amigos que viven allí temen, se angustian, esperan encerrados en casa. Hoy esa España, que en Cuba nunca será ajena, me duele hasta las lágrimas. Hoy quiero recordarles a Ileana, Francis, Nonardo, Abilio, Héctor Dariel, Yusimí, Andrés Isaac, a todos los amigos cuya salud me desvela, que toca ser "como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie" y que "aunque los vientos de la vida soplen fuerte", con y por ellos RESISTIRÉ.

Un mensaje desde Georgia


He hablado sobre cuánto negativo, perturbador del ritmo habitual de nuestras vidas, ha traído la pandemia provocada por el nuevo coronavirus. Hoy quiero traer un mensaje que por estos días ha inundado las redes sociales, las cadenas de radio y televisión, los medios de prensa. Sí, me refiero al "Quédate en casa", donde ahora mismo estoy yo de vacaciones forzosas, y la original manera de pedirlo que tiene alguien que he conocido gracias a las redes sociales.

Merab Tedoradze es un artista georgiano residente en Tiflis y, puesto que las imágenes valen más que mil palabras, aquí les muestro su mensaje.

Antiguo albañil ocupado en la reparación de apartamentos, desde hace cuatro años, coincidiendo con el nacimiento de su hijo Luke, Tedoradze cambió de profesión para dedicarse a realizar estas figuras utilizado papel, pegamento, pinturas, pinceles y ¡cartones de huevos! Sí, Tedoradze lava a fondo durante casi una semana esos cartones donde se colocan los huevos de gallina y que le sirven para dar cuerpo a sus figuras. En internet aprendió a trabajar con esos materiales, este artista autodidacta que, en una mezcla de Español e Inglés, nos ha contado su historia.

La esposa de Tedoradze también realiza artesanías empleando materiales como el cuero y la arcilla y, por las palabras intercambiados con Merab, imagino a su hijo Luke moviéndose por el taller improvisado en el hogar de los Tedoradze, haciendo sugerencias. Según Merab, Tedoradze Jr. ama a Mister Bean, al Grinch, a Charlot y otros personajes salidos de las manos de su padre, quien afirma disfrutar extraordinariamente este trabajo "de crear desde la nada" que ha exhibido vía online y que también incluye a figuras de la cultura georgiana como Niko Firomanashvili.

Merab es hijo de una nación milenaria golpeada por los conflictos internos y con su vecina Rusia. Georgia es reconocida por sus grandes ajedrecistas, sus bailes, canciones y el vino (el mejor que se producía en la antigua Unión Soviética). Merab afirma que lo que pasa hoy en el mundo con el coronavirus le entristece y "le duele mucho el corazón", pero confía en el esfuerzo de los médicos y autoridades de su país y cree que "todo estará bien gracias a Dios." Con el optimismo y la obra de Merab Tedoradze los dejo.

Lo trágico es hermoso


Por Margarite Duras, por Hiroshima, mon amour.

He visto el hospital, los enfermos, la lista de fallecidos en acenso. Las personas con mascarillas caminando seguras, sin que nada les afecte. He visto los pacientes con respiración artificial. He sentido el zumbido de las alas de las moscas.

Hay mucha tela por donde cortar, me gusta la abundancia de tejido, de materiales. Ir a la ferretería, ver los estantes llenos. Saber que lo puedes construir todo. Hay un virus, hay miedo. Hay un hombre que me envía mensajes de voz, poemas. Hay una necesidad de encontrar algo, el punto exacto donde podamos confluir. Hay una necesidad de economizar el dinero, de recoger la comida del día anterior, e incorporarla a lA comida de hoy. Todo es lo mismo. Menos él, que yo le he dado otra significación.

Tengo que concentrarme. Quiero recoger lo mejor de mí, que he dejado por donde he vivido. Yo pregunto, él no contesta. Quemo telas para que no se deshilache el borde del tejido. Voy cauterizando los finos y delgados tallos de las rosas.

Allí una consulta, se queman verrugas con nitrato de plata, siento la carne arder. Más de diez veces he estado en el museo por ver las figuras precolombinas. Ninguna otra colección me seduce tanto. Me dejo llevar por la antigüedad.

Si hubiéramos coincidido en otra época, ya nos hubiéramos besado, ya hubiéramos hecho el amor. Pero hubiera, es no existir. De todas formas, si pudiera editar mis días. Si pudiera volver a reescribirlo todo, tener una existencia de prueba. Para que, acabado final, sea perfecto.

Me han visto caminar por la plaza mayor, al mediodía. Sentarme al lado del señor que lee el periódico. Comprar un helado. El extraño instala conversación conmigo. Sus brazos son rudos, se le hinchan las venas. Ha trabajado en el campo toda su vida, en sus uñas hay tierra. Sus venas parecen tubos finos, azulosos, que quieren reventar la piel.

Aquí la existencia es en medio de la zozobra. Algún día todos los volcanes estallarán al unísono. Será bello y trágico. El fuego y la lava barrerán con la historia, con el patrimonio tantas veces reparado. Solo quedarán huellas, y un olor a metales derritiéndose.

Hoy han enterrado a la última de las abuelas...


Qué solos se quedan los muertos. Esta frase resuena en mis oídos una y otra vez en tiempos de coronavirus. Y no me refiero a las víctimas de COVID-19, sino a los muertos de cada día, esos entre los que, dolorosamente, en ocasiones están familiares, amigos, vecinos. ¿Cuánto cambia el ritual de la muerte ante el azote de esta pandemia?

En un país donde la muerte se socializa, especialmente en los pueblos con apenas una funeraria, las escenas de familiares y amigos que se abrazan en medio de su dolor ahora resultan impensables. Ya nadie se acercará a dar el pésame a los familiares con un beso o un apretón de mano,s y los dolientes deberán evitar las lágrimas que humedezcan e inutilicen el nasobuco. En el cortejo fúnebre, amigos y dolientes marcharán separados, tratando de mantener el aislamiento social.

Hoy han enterrado a la última de las abuelas de mi antiguo barrio y todo ha ocurrido más o menos como lo describo. No fuí. Es demasiado triste estar y no ser parte. No poder abrazar a su nieto que fue mi compañero de estudios, es otra de las canalladas que nos hace esta pandemia. Sólo me queda aferrarme a los versos de Rilke: "Señor, da a cada muerte el morir que de cada vida brota". Adiós, querida Paíta, adiós.

Seis fallecidos


Se ha hecho habitual, cada día los cubanos esperamos a las once de la mañana la comparecencia de autoridades sanitarias que informen sobre el COVID-19 en Cuba y el mundo. Los nuevos casos confirmados como positivos, su procedencia y estado de salud, el reporte sobre pacientes críticos o graves, las notas luctuosas. En cadena nacional de radio y televisión, toda Cuba espera entre la esperanza y la duda, la fe y el miedo.

Hoy, tras dar a conocer la información al cierre de la jornada de ayer, se han hecho dos preguntas al representante del MINSAP. La primera, con un larguísimo e innecesario preámbulo, corría a cuenta de la agencia china Xinhua, la segunda, de una agencia cubana. El primer cuestionamiento se refería a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos. Vamos, lo que el gobierno cubano llama bloqueo y el norteamericano, embargo. Y es que, desde ya, avizorando un panorama económico de decrecimiento y la posibilidad real de que se multiplique la escasez de alimentos y productos de primera necesidad, conviene echar mano al sempiterno argumento, el enemigo, a ese muro que ha hecho imposibles aquellos sueños de los años sesenta, cuando se aseveró que Cuba se convertiría en una especie de Canaan, tierra que manaría leche y miel. Pero si el tema de levantar las sanciones ante la crisis puede parecer no del todo descabellado, incluso para quienes piden apertura y cambios al gobierno cubano, resulta vergonzoso que la pregunta de la prensa cubana girase en torno al porcentaje de letalidad en nuestro país y comparar esas cifras con las del vecino. Enoja que, ante la angustia que genera el avance de la pandemia, se insista en evidenciar la superioridad del modelo cubano, que haya que aclarar que somos "más mejores", incluso sin que las cifras lo avalen del todo, porque si bien Cuba tiene seis fallecidos con 186 positivos, para un 3,23 % de letalidad, inferior a la media mundial que ya supera el 4,5 %, en la propia conferencia de prensa de hoy se habló de menos de un 2 % en el comportamiento de este indicador para las Américas.

Nada, que como dijo Carlos Varela, la política no cabe en la azucarera y también la lucha contra este coronavirus puede devenir buen campo para recordar lo que Cuba (su gobierno) demanda para salir del atasco económico y lo que supuestamente ha alcanzado y que lleva a pensar a sus autoridades como aquel cantante: "Somos lo máximo".

Soñé con el gato de Alicia


Anoche soñé con el gato de Alicia. Bueno, en realidad soñé con su sonrisa vagando sin gato. Confieso que desperté sobresaltado, pero también profundamente intrigado. Hace mucho que no regreso al texto de Lewis Carrol, ¿por qué entonces este sueño? Pero salgo a la calle bien temprano y creo entender. A mi alrededor han desparecido las sonrisas. Las escasas personas que se ven obligadas a viajar hacia sus centros de trabajo cubren su rostro con nasobucos. El coronavirus se ha llevado las sonrisas que vagarán por alguna parte hasta desvanecerse, como la del gato de Cheshire.

Hoy hemos tenido otro fallecido. Se dice que no declaró tener síntomas al ser pesquisado en su hogar. Al parecer acudió al médico demasiado tarde. Me pregunto por sus motivos, por esa mezcla de miedo e irresponsabilidad que siguen demostrando algunos que dejan a sus hijos salir a la calle porque ya no los soportan, que se aterran ante la perspectiva de quedarse en casa y salen a sentarse en un parque para sumergirse en una ucronía.

Hoy en la Mesa Redonda han hablado de cultivos, producción de alimentos, espacios desaprovechados. Después de tantos años de desidia, sería risible la argumentación al respecto, si no fuera tan triste. La Mesa parece destinada a asegurar a los cubanos que no faltarán alimentos en medio de la emergencia sanitaria y, claro, ratificar que sólo deben seguirse los informes y comentarios de la prensa oficial. Confieso que me gustaría mucho creerles.

Se dedican a pregonar calle arriba y calle abajo


Hoy he visto en redes un vídeo del primer cubano fallecido en nuestro suelo víctima del Covid. Me impresionó, lo confieso, como también admito apenas haber visto un pequeño fragmento, lo suficiente para corroborar que el rostro tras el nasobuco es el de este pastor de nombre bíblico y que habla de Dios, para pensar en su esposa también infectada.

Los domingos suelen ser apacibles, sosegados, aburridos. Hoy lo ha sido más. En la tele han dicho que la cifra de nuevos positivos fue de veinte y ya llegamos a 139. Los primeros días, los positivos no llegaban a diez. Actores, músicos, deportistas, siguen llamando a quedarse en casa. ¿Y qué pasa con quien no la tiene? La reflexión me llega al leer el comentario de un cubanoargentino a un artículo del oficialista Granma. No sé me ocurren respuestas para ellos, para los que se dedican a pregonar calle arriba y calle abajo una variedad enorme de mercancías y servicios.

Mañana no podré quedarme en casa. Iré a trabajar con ese nasobuco que cierta Decana de una facultad de Medicina pidió retirar a una estudiante, que no permitieron usar a trabajadores de hoteles para no asustar a los turistas, que ahora exhiben todos y cada uno de los ministros, incluido el de Salud Pública. Confiemos en que me proteja.