Hoy quedan las ruinas, como una Pompeya de salitre. Tarará es la muestra de qué pasa con algo que roba un Estado, o que “expropia”, en lengua socialista. La desidia encuentra freno solo en quien sabe el coste, no en el que recibe.
Antes de 1959, La Habana no creció tanto hacia lo que es hoy el municipio Habana del Este, sin embargo, recorriendo las urbanizaciones que progresaron frente a las mejores playas de la capital es posible adivinar la pujante clase media cubana.
La compra de lotes en la localidad de Tarará comenzó en la década de 1940. En unos 15 años propietarios levantaron las más de 500 viviendas de la urbanización. Kilómetros y kilómetros de calles perfectamente trazadas, muelle para yates, casas fastuosas y otra más modestas. Todo lo que el comunismo no ha edificado en más de 60 años, gracias a las políticas liberticidas que envenenan el generar o acumular riquezas.
La urbanización fue destinada hasta 1990 al adoctrinamiento de menores de edad, a través de la Organización de Pioneros José Martí, y luego a la venta de servicios médicos internacionales, antes de caer bajo el control del grupo hotelero Gaviota, perteneciente al conglomerado militar Gaesa. Solo algunas viviendas permanecen arregladas para su explotación turística, mientras cuadras enteras muestran el escenario post-apocalíptico en que el marxismo convierte lo que toca.