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El aniversario: Una historia de la vida irreal

Turistas en Nueva York. Foto: Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez

Era una mañana gloriosa. Una luz dorada lo envolvía todo, y una ligera brisa soplaba del sureste. Los edificios que rodeaban la Plaza de la Revolución relucían sus vidrios ahumados y su metal bruñido en agudo contraste con el cielo azul cobalto sin nubes.

Aunque era todavía temprano, pues la gran asamblea había sido convocada para la tarde, varios millares de personas ya se habían congregado en la plaza, y muchos miles más se veían caminando por las calles que desembocaban a la plaza. Muchos de ellos portaban pequeñas banderas con el rojo, blanco y azul de la enseña nacional, mientras otros enarbolaban carteles con grandes letreros en los que se leía: "Viva nuestro Máximo Líder", "Revolución o Muerte", "Alto al Bloqueo Criminal", y otros por el estilo.

Una ancha plataforma había sido erigida frente a los edificios oficiales que rodeaban la plaza, y en el medio de ésta se erguía un podio con micrófonos de las pocas estaciones de radio y de los dos únicos canales de televisión que, ahora en manos del gobierno, habían sobrevivido los aciagos días del capitalismo explotador. Sin embargo, la plaza, y los edificios oficiales que la rodeaban, contrastaban con el resto de la ciudad. Cuarenta años de hostigamiento imperialista, embargo, bloqueos, y agresión constante, finalmente mostraban sus resultados. La pintura de la mayoría de los edificios se había descascarado, y todos mostraban los efectos de la falta de mantenimiento adecuado. Muchos edificios de la parte vieja de la otrora bella ciudad capital se habían venido abajo, y otros se mantenían aún en pie gracias a los abundantes andamios que los rodeaban.

En las calles aledañas a la plaza, viejos autobuses, destartalados camiones, y los nuevos adefesios que el pueblo llamaba "camellos" (camiones convertidos en improvisados autobuses), descargaban una interminable masa de gente bulliciosa. Sin embargo, un observador aguzado pronto notaría que, a pesar de la aparente animación, muchos de los participantes no se veían alegres. Casi todos estaban extremadamente delgados. Aunque coreaban sin cesar canciones revolucionarias y agitaban sus banderas, muchos parecían estar cansados. Sus ojos no tenían lustre, y su piel estaba cuarteada, sucia y enferma. Sus ropas eran viejas, con colores desteñidos. Sus zapatos eran feos, de mala calidad, y destrozados por el uso excesivo.

Los pocos carteles con las palabras "Muerte al tirano" que habían aparecido esa mañana en algunas de las calles cercanas a la plaza, habían sido cubiertos rápidamente con pintura blanca, pero aún se podía leer claramente el mensaje original. Unos cuantos cientos de volantes, en los que se informaba al pueblo sobre la existencia de más de un millón de prisioneros políticos, del uso habitual de la tortura, de asesinatos extra-judiciales, de discriminación racial, y del hostigamiento a disidentes y homosexuales, así como de la corrupción imperante en todos los niveles del gobierno, habían aparecido desperdigados por las calles, y algunos audaces hasta habían llegado a leerlos antes de que los miembros de la temida policía política los recojiera. Los pocos que habían sido sorprendidos leyéndolos, habían sido golpeados despiadadamente por miembros de las Brigadas de Acción Rápida.

Casi al anochecer, cuando una masa enorme de personas se apretujaba en la plaza y algunas de las potentes luces ya se habían encendido, varias charoladas limusinas se abrieron paso hacia la plataforma y, en medio de gritos, suspiros, y aplausos, el Máximo Líder se bajó de una de ellas y se encaminó lentamente hacia la tribuna, su barba, ahora casi totalmente blanca, danzando a la cadencia de sus largos pasos.

Después de esperar largos minutos a que los tumultuosos aplausos se extinguieran, el Máximo Líder alzó su manicurada mano de largas uñas sucias demandando silencio, y fijó sus hipnóticos ojos en la masa humana que lo rodeaba. Un silencio sepulcral se abatió sobre la plaza.

"Un día como hoy, hace cuarenta años" comenzó su discurso, hablando quedamente, como alguien temeroso de ofender a su audiencia "iniciamos esta revolución que hoy todos disfrutamos. Hoy, mientras veníamos a la Plaza (como los reyes de antaño, el Máximo Líder siempre usa el plural "nosotros" cuando quiere decir "yo"), observamos esta inmensa masa humana apresurándose a demostrar su apoyo a la revolución. Quién iba a decir entonces que ese pequeño grupo de heroicos hombres y mujeres iba a producir este radical cambio social. Quién iba a decir que esa revolución iba a destruir el sistema capitalista explotador y brindar este futuro luminoso que hoy todos disfrutamos. Hoy día todas las escuelas pertenecen al pueblo. El acceso a la asistencia médica es un derecho para todos los ciudadanos. A pesar del bloqueo imperialista, nuestra economía avanza inconteniblemente en este período especial." (Aplausos)

Una indescriptible tensión se había apoderado de todos los presentes. Algunos mostraban su emoción llorando, mientras que otros reían inconteniblemente. Otros sacudían sus brazos y piernas en espasmódicas contracciones. Unos pocos mostraban beatíficas sonrisas, como si hubiesen alcanzado un estado de inmensa paz espiritual.

"Pero, mientras nosotros trabajamos y luchamos por un mundo mejor", continuó el Máximo Líder, "nuestros enemigos continúan planeando nuestra destrucción (gritos de "mueran", "paredón"). Pero sepan los gusanos que un día abandonaron su patria para aliarse con el imperialismo —el discurso se había convertido ahora en un torrente de palabras— que no les tememos" (largos aplausos). "Somos un pueblo amante de la paz, pero estamos preparados para la guerra" (largos aplausos y gritos de aprobación). "Y que sepan bien nuestros enemigos que somos invencibles. Y somos invencibles porque no le tenemos miedo a la muerte”. El torrente de palabras se había convertido en un verdadero frenesí. "Porque si todos los miembros de nuestro Buró Político tuviesen que morir, moriríamos, y no seríamos más débiles por ello." (Aplausos). "Porque si todos los miembros de nuestro Comité Central tuviesen que morir, moriríamos, y no seríamos más débiles por ello." (Largos aplausos). "Porque si todos los miembros de nuestro Partido Comunista tuviesen que morir, moriríamos, y no seríamos más débiles por ello." (Ovación). "Porque si todos los miembros de nuestra Juventud Comunista tuviesen que morir, moriríamos, y no seríamos más débiles por ello." (Larga ovación y gritos). "Socialismo o Muerte." (Ovación). "Patria o muerte." (Gritos de "Venceremos". Larga ovación).

El Máximo Líder recorrió lentamente con su mirada la enardecida multitud que colmaba la plaza. Por un breve instante la luz de los potentes reflectores se reflejó con un centelleo desafiante en la swástica tatuada en su frente.

 

Poco después de los sangrientos disturbios raciales que comenzaron en Los Angeles el 9 de agosto de 1969 como consecuencia del asesinato de la actriz Sharon Tate, y que luego se extendieron por todo el país, Charlie Manson y un grupo de sus seguidores tomó el poder en los Estados Unidos. Después de un exitoso golpe de estado, Manson se proclamó presidente, disolvió el Congreso, e instauró una rígida dictadura comunista —aunque cada día aumentan los críticos del régimen que la califican de fascista.

Desde entonces, varios millones de norteamericanos han marchado al duro exilio en Canadá, México, Asia, Europa, y particularmente Cuba, hacia donde cientos de miles escapan todos los años. Cada año, arriesgando sus vidas al cruzar el Estrecho de la Florida en improvisadas balsas hechas de llantas de automóviles, miles de estadounidenses arriban a las costas de la isla caribeña. No hay cifras exactas sobre cuántos han hallado la muerte a manos de las fuerzas guardafronteras Mansonistas, ni de cuántos han sido víctimas de los tiburones, pero se cree que pasen de medio millón.

Los exiliados norteamericanos han tratado por muchos años de derrocar a Manson, pero sin resultado. La invasión de 1971, que terminó en un desastre total debido a que el Presidente Maidique le retiró el apoyo aéreo a los invasores en el último momento, fue al parecer el último intento serio de derrocar al tirano. Después de cuarenta años de exilio continuo, La Habana se ha convertido casi en su totalidad en una ciudad de habla inglesa, con más de diez millones de habitantes, la mayoría de ellos los llamados American-Cubans.

Muchos cubanos, que optaron por mudarse a otras partes de la isla, se quejan de que ya es casi imposible hablar español en su propia patria, pues la inmigración norteamericana se ha extendido por toda Cuba, y se estima que su número ya supera los 30 millones. Por su parte, las nuevas generaciones de American-Cubans, nacidos y criados en Cuba, se preocupan más por ganar pesos que en tratar de derribar al tirano. A pesar de todos los augurios, todo evidencia que Manson morirá de viejo un día lejano en su lecho de la Casa Blanca.

Un reciente libro, escrito por Francisco G. Smith, profesor del Departamento de Historia de la American-Cuban University en Marianao, un suburbio de La Habana, plantea la tesis de que, contrariamente a todas las explicaciones y racionalizaciones a posteriori, el caso de Manson no tiene causas que lo justifiquen ni antecedente similar en la historia de los EE.UU., y que algo semejante podría ocurrir mañana mismo en cualquier lugar del mundo, inclusive en Cuba.

El libro ha sido muy mal recibido por la crítica. La mayoría de sus detractores opinan que la tesis de Smith, sobre la posibilidad de que un fenómeno similar se produzca en Cuba, un país con una economía floreciente y de largas y profundas tradiciones democráticas, es totalmente disparatada.

Servando González

Servando González, revista Árbol Invertido

Historiador, semiólogo y analista de inteligencia norteamericano nacido en Cuba. Autor de Observando, Historia herética de la revolución fidelista, The Secret Fidel Castro: Deconstructing the Symbol, The Nuclear Deception: Nikita Khrushchev and the Cuban Missile Crisis y La madre de todas las conspiraciones: una novela de ideas subversivas, así como de los documentales Treason in America: The Council on Foreign Relations y Partners in Treason: The CFR-CIA-Castro Connection.

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