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A cincuenta años del "Caso Padilla": Heberto es nosotros

Escritor: Heberto Padilla
El escritor cubano Heberto Padilla (1932-2000) en el documental "Conducta impropia" (1984).

Hace un año intentaba yo una breve cronología de la represión contra los escritores y artistas cubanos en las décadas revolucionarias. En 1959 huye Gastón Baquero, comprometido con Batista. En el 60 ya están friendo a nadie menos que al gran martiano vivo, editor de La historia me absolverá (algunos dicen que mejoró el texto): Jorge Mañach, que se exilia enseguida en Puerto Rico, despojado de la cátedra universitaria de la que vivía. En el 61 deciden escapar, espantados por la persecución contra los católicos, Cintio Vitier y Eliseo Diego; después se arrepienten. En ese mismo año… Incluía yo lo más destacado, lo que conocía mejor… pero llegó un momento en el que, aun con esta cuota, empecé a vivir en un horror excesivo. Porque descubrí que las evidencias de la persecución no eran año tras año, sino literalmente mes tras mes, sin excepción de año.

La propuesta de que el llamado caso Padilla —los intelectuales socialistas acaban hablando con la lengua de sus amos— interrumpió un idilio entre el poder y los muchachones inteligentes, por la rebelión personal de Heberto, Belkis y algunos más, integra el número de afirmaciones interesadas de los inteligentes que han estado en un confuso idilio con gente bruta que los financia durante demasiado tiempo. Y desde luego, la hostilidad abarcaba también a periodistas, científicos, tecnólogos, maestros, empresarios de mérito. La crema y nata del país, para nada revolucionaria y mucho menos comunista, debía ser retirada. Este proceso, asombroso en una república liberal donde ni siquiera hubo demasiada Inquisición durante los años medievales de la Colonia, ha sido tan hábil que aun hoy seguimos debatiendo sobre qué pasó o que podría haber pasado, como si lo mismo, y peor, no estuviera pasando ahora. Hay que poner fin a esta debilidad de concepto y de carácter.

No hay pobreza comparable a la miseria de carecer de libertad.

Todo lo que vaya contra la libertad individual responsable tiene que ser enérgicamente rechazada por cualquier individuo, inteligente o no, instruido o no, y mucho más por los creadores para la cual esa libertad es el primer requisito. Y por cualquier político que se proclame patriota, porque los Padres Fundadores, y especialmente Varela, Agramonte y Martí, fueron inflexibles en la defensa de esa libertad. Agramonte pidió un disparo de cañón para el que atentase a las libertades individuales. Ninguna maniobra contra la libertad individual responsable es admisible. No existen justificaciones de ningún tipo para eliminarla, ni siquiera la constatación de que hemos fallado en el ejercicio de esa libertad o que el país es pobre y esa libertad merecería ser limitada para conseguir que deje de serlo. No hay pobreza comparable a la miseria de carecer de libertad. Y en cuanto a los errores o debilidades de este o aquel individuo sometido a la presión de la barbarie, ni considerar esos bizantinismos.

Durante años oí las quejas de escritores oficiales acerca de cómo Heberto no se había atrevido a ser héroe o por lo menos mártir, de cuántos beneficios no hubieran adquirido los florones de la cultura oficial si Heberto hubiera dicho y hecho lo contrario de lo que hizo y dijo esa noche. Yo me preguntaba, en cambio, qué hubiera dicho o hecho yo en aquella reunión fatídica. Sigo preguntándome eso, espantado. Cuidado: la degradación de la vida pública cubana puede llevarnos de inmediato a unas circunstancias en la que el proceso contra Heberto Padilla, su esposa y sus amigos llegará a parecer un chiste.

Un periodista destacaba hace unos días que ningún comisario cultural integra ahora el nuevo Comité Central. Los emperadores siempre han querido ganarse la posteridad con el cuento de que protegieron el arte, la literatura, la ciencia, las actividades del espíritu. Si ya no hay emperador, desde luego que esas pretensiones se transforman en excesivas para gente más modesta, más interesada en políticos que intenten verificar la hazaña de criar pollos que en escribir canciones o libros. Una rebelión de los herederos de Heberto, jóvenes en su mayoría, pero también tembas y ocambos, marca el fin definitivo del idilio entre el Estado Imperial (aunque antimperialista, excepto en Ucrania), y los escritores y los artistas sin más recursos que los de ese Estado. Los sobornos, pequeños o grandes, han dejado de funcionar.

La única respuesta que les queda es el enfrentamiento incivil y la violencia de cualquier tipo.

La política cultural se revela, filológicamente, como oxímoron. Hay demasiada gente fina fuera del juego. Los que están dentro y ostentan algún cartel de finura, se abstienen delicadamente de defender un juego que nunca les gustó y que saben que aceptaron por vulgar o cobarde pragmatismo. Haber hecho daño mes tras mes durante años y años, acaba acumulando daños para los dañosos mismos. La única respuesta que les queda es el enfrentamiento incivil y la violencia de cualquier tipo. Pero con eso, el oxímoron queda al desnudo. Cuántas veces me explicaron los oficialistas que esas represiones habían quedado atrás, que nunca y de ninguna manera volverían a repetirse. Que las libertades para un grupito impecable de ciudadanos cultos seguirían creciendo, que ya casi se podía ser gay o católico y hasta poner una cafetería con el jazz o el rock al que ellos tuvieron que renunciar en aquella época compleja de la feroz lucha de clases. Que los antiguos reprimidos exhibían ahora casas exquisitas, bebían té jazmín y viajaban el mundo; y que lo mejor estaba por venir, porque en fin de cuentas la lucha de clases tiende a disminuir después de los fusilamientos, y Shostakovich, que estuvo parametrado, llegó a volar una avioneta, y Maya Plisetskaia, que al final se hizo ciudadana española y renunció a un país en donde según ella había dudas acerca de dónde venían los niños, viajaba en limusina. Que Brecht estableció las formas para decir la verdad en el socialismo y fotocopiaba sus obras y las escondía en un banco en París. Ni sobornos ni narrativas: silencios cómplices, mutis lo menos teatrales posibles, sepelios sin despedidas de duelo.    

La cultura llamada socialista tiene que ser aceptada ahora por sus cultores como barbarie sans phrase.

Medio siglo después de Heberto, ya no hay forma de barnizar el juego, de poner aire acondicionado y orquídeas en el barracón para culturosos del Campamento Nacional. Incluso las apasionadas discusiones en torno al color y olor de los grilletes resultan también inútiles e inadmisibles, totalmente fuera del juego. La cultura llamada socialista tiene que ser aceptada ahora por sus cultores como barbarie sans phrase, como decía Marx. O quedan fuera del juego, y lo peor, sin un centavo.

El porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber. Puede usted cumplir con su deber, como Heredia, y luego equivocarse o confundirse o lo que sea, porque el deber cumplido ya tiene garantizado el porvenir. Voy a contar cómo el atentado contra la dignidad plena de Heberto Padilla, su esposa y sus amigos afectó mi vida. En 1971 yo tenía catorce años y me interesaba el teatro. Aquel grupo infantil estaba dirigido por una joven actriz habanera, que había aceptado un empleo tan modesto en Camagüey para escapar del sórdido ambiente de Teatro Estudio durante las represiones de la fecha. Ella nos contó lo que pasaba, no sé por qué, a un grupo de niños. Probablemente para desahogarse, o porque nos veía como una generación que podía escapar de ese infierno. Cuando a los dieciocho años renuncié a la beca que me habían otorgado para estudiar Filología en Santiago, tuve en cuenta esa historia, puesto que en esos cuatro años había visto cuán real era lo que nos había contado la actriz Ida. Estudié Economía, fui expulsado de la universidad, etc. Nunca trabajé en Cultura. Tampoco fui miembro de la Unea (perdón, yo lo escribo sin C).

Le estoy agradecido a Heberto por su escándalo, por la lucidez y el coraje de su previo deber cumplido...

La tristeza de Ida, sus desesperados y frustrados deseos de hacer teatro renovador con unos niños (una versión de Abdala, para la que con extraña puntería me escogió como protagonista), su negativa a renunciar a Kafka, a insultar a Vargas Llosa, a declarar inmorales a los homosexuales, me hicieron entender a tiempo que cada cual tiene que defender su libertad como pueda y desasirse de las cómodas y remuneradoras mixtificaciones de la esclavitud y la idiotez voluntarias. La he pasado mal, voy a pasarla peor, pero le estoy agradecido a Heberto por su escándalo, por la lucidez y el coraje de su previo deber cumplido, único en fin de cuentas en aquella época entre nosotros.

Lo mejor es que Heberto y yo vamos a pasar pronto de moda. Ya veo salir de la Catedral camagüeyana rumbo al parque Ignacio Agramonte a esos dos muchachos de dieciocho años, que se vuelven al periodista de Árbol Invertido que está amenazándolos con un micrófono. Padilla fueron ellos, dice el mulato escritor arreglándose la portañuela.

Y la rubia, que no sabe nada de arte: ¡Viva Cuba Libre!

 

Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

Comentarios:


Hazell (no verificado) | Mié, 28/04/2021 - 04:31

Voy descubriéndote Almanza. Me fascina tu visión. 

 

Valerie Sera (no verificado) | Jue, 29/04/2021 - 00:11

Muy bueno maestro.

Servando Gonzalez (no verificado) | Sáb, 29/05/2021 - 01:03

A cincuenta años del “Caso Padilla”: No soy Heberto

Servando González

En un reciente artículo de Árbol Invertido, Rafael Almanza lanza una especie de doctrina: “Heberto es Nosotros”. Aparte de la incongruencia gramatical que me huele a inglés mal digerido, quiero expresar, para que quede bien claro, que no me incluyo entre esos “nosotros”.

En su artículo, Almanza nos da un versión edulcorada de la llamada “rebelión personal de Heberto” que, en mi opinión, difiere considerablemente de la realidad, por lo que voy a exponer una versión disidente de los hechos.

En realidad, lo que le pasó a Heberto Padilla fue que se fue sin bola. Sí señor. Tan inteligente que se creía y metió la pata bien metida.

En 1968, Padilla, que se creía más bicho que nadie, publicó un librito de poemas que tituló Fuera del juego y lo envió a un concurso literario de la UNEAC [Unión Nacional de escritores y Artistas de Cuba], donde ganó un premio porque allí tenía muchos amigos. En realidad el libro no era anticastrista, sino profundamente antisoviético. Padilla, que era tremendo oportunista, lo escribió para congraciarse con Fidel Castro, porque sabía que, después de la crisis de los cohetes de octubre de 1962, Castro se había disgustado con los rusos porque Nikita Jrushchov no sólo no había seguido su consejo de lanzar un devastador ataque nuclear contra los EE.UU., sino que también había llegado a un acuerdo con Kennedy tras sus espaldas y sin contar con él, y se llevó los cohetes de Cuba. Cuando se enteró del acuerdo, Castro cogió tremendo encabronamiento.

Recuerdo haberlo escuchado personalmente en la Plaza Cadenas de la Universidad de La habana donde dijo a gritos que Nikita era un pendejo y un maricón. Así mismo. Y lo repitió varias veces para que todos lo oyeran.

Desde ese momento Castro aprovechó cada oportunidad para hablar horrores de Jrushchov y de los soviéticos, y Padilla al parecer se creyó la cosa. Pero Padilla no sabía que en realidad Castro no podía pelearse con los bolos, porque eso descarriaría el plan secreto, que David Rockefeller le había encomendado, de infiltrársele a los soviéticos, enredarles la pita en latinoamérica y calentar de nuevo la Guerra Fría que Jrushchov quería enfriar. Así que, ya desde mediados de 1967 Castro había comenzado un nuevo acercamiento a los soviéticos, aunque no le había dicho nada a nadie de sus planes. Pero desde que Padilla envió su libro al concurso hasta que lo publicaron pasó casi más de un año, y cuando salió a la calle Castro ya estaba de nuevo en un romance con los rusos.

Por eso, cuando Castro se enteró del libro, ordenó que recogieran la edición, detuvieran a Padilla y le apretaran los timbales. Pero no fue necesario. Padilla resultó ser tremendo cobardón y, poco después, pronunció un tremendo mea culpa en la propia UNEAC, en el que echó pa’lante a todos sus amigos, inclusive a Belkis [Belkis Cuza], su mujer.

Poco tiempo después Castro decidió soltarlo, y finalmente lo dejó que se fuera para los EE.UU., porque Padilla tenía muchos contactos con intelectuales en el extranjero, que habían empezar a armar líos y a hablar sobre la falta de libertad y la represión en Cuba. Pero lo más interesante del caso es que Padilla había hecho todos esos contactos en el extranjero gracias a Castro y su robolución.

Padilla era amigo de Alberto Mora, que en esos momentos era ministro del comercio exterior y nombró a Padilla gerente de Cubartimpex, una de las empresas del Mincex [Ministerio del Comercio Exterior]. En ese momento Castro estaba desesperado por obtener divisas en moneda dura, fundamentalmente dólares, y Cubartimpex se dedicaba a exportar valiosas obras de arte que Castro había incautado (robado) en las residencias de los batistianos que habían abandonado el país.

Luego, cuando la cosa económica apretó aún más, Castro y sus amigos ladrones también comenzaron a vender obras de las colecciones de los museos. Recuerdo que un cuadro del Museo Nacional al que le sacaron bastante plata fue El alegre tocador de laúd, de Frans Hals, que era una pieza de la colección que había donado el millonario Oscar B. Cintas. Lo vendieron en julio de 1963 en una subasta en New York y le sacaron 600,000.00 dólares, que en esos momentos era una suma considerable.

Entre 1960 y 1970 la kleptocracia castrista vendió en el extranjero casi 30 millones de dólares en libros, que habían incautado de bibliotecas particulares y también de las colecciones de la Biblioteca Nacional. Los vendieron a negociantes que los subastaron en Buenos Aires, Ciudad de México, Madrid, Barcelona, Toronto y Montreal que es donde se hacen la mayoría de las subastas de libros raros. También se incautaron y luego vendieron en el extranjero una enorme cantidad de documentos valiosos del Archivo Nacional.

En 1996 el robo de obras de arte era tan grande que tuvieron que cerrar por un tiempo el Museo de Bellas Artes, en lo que llamaron la  “Operación Canasta”, que no era sino el saqueo de todo lo que había de valor en el Museo. Siguiendo órdenes directas de Fidel Castro, sus rufianes se llevaron más de 50,000 obras de arte, que trasladaron a tres almacenes secretos custodiados por fuerzas especiales armadas hasta los dientes, mientras los expertos las clasificaban para venderlas. La Operación Canasta les dio casi 500 millones de dólares, que Castro necesitába para continuar su luchas guerrilleras en todo el planeta.

 

La empresa que vendía esas obras de arte y documentos en el extranjero era Cubartimpex, que dirigía Heberto Padilla. Y Padilla aprovechó la oportunidad para viajar por el mundo con todos los gastos pagados por Cubartimpex, o sea, por el pueblo cubano, para hacer contactos y que le publicaran sus libros en el extranjero.

Lejos de ser un héroe disidente, lo que pasó a Padilla fue aque cometió el error de creer que él era una especie de Evtushenko cubano. Pero ni él era Evtushenko ni Castro era Nikita Jrushchov. Por eso se fue sin bola.

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Servando González  es un escritor cubano que reside en California. Entre sus libros en español están Observando, Historia herética de la revolución fidelista, La madre de todas las conspiraciones, La CIA, Fidel Castro, el Bogotazo y el Nuevo Orden Mundial y El Comandante y su manicurista.

Anónimo (no verificado) | Jue, 17/06/2021 - 18:32

Excelente.....

Heberto (no verificado) | Vie, 18/06/2021 - 04:46

Al contrario, Servando, me parece que no ha leído bien el artículo de Almanza, que es sumamente original, pues no sólo se aparta de las versiones edulcoradas, sino que propone una tesis más profunda: Heberto es Nosotros, el Miedo: el mismo miedo que te lleva a una confesión mea culpa, a una rebeldía desatinada o a un exilio en California. 

Anónimo (no verificado) | Vie, 18/06/2021 - 11:03

Esto es mala leche contra Heberto. Ya no saben qué inventar. La Seguridad del Estado es capaz de cualquier cosa. Con la mayor maldad y el Monstruo manioulador de Fidel podía convertir a cualquiera en un guiñapo. Así de simple. 

Angélica (no verificado) | Vie, 18/06/2021 - 15:49

Yo sigo siempre la columna de Almanza y creo que la visión sobre Heberto es atinada e inteligente y sobre todo humana. Lo que le sucedió a Heberto le puede y le ha pasado a muchos. No más caer en las manos del Diablo y no haremos el cuento del héroe.

 

Nuria (no verificado) | Jue, 24/06/2021 - 16:18

Buena la polémica. Yo tampoco me siento Hebetto  cada cual cargue sus miedos..

 

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