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Escritores | Mamá Fina cumple cien años

En el centenario del nacimiento de Fina García Marrúz, una de las más grandes escritoras cubanas, Rafael Almanza hace un recorrido por su vida y obra a partir de algunos de sus poemas.

Retrato de Fina García Marrúz.
Retrato de Fina García Marrúz. | Imagen: Radio y Televisión Martí

Estupefacto, miré el volumen azul pálido en la mesa de la librería Maceo. Eran los primeros años de la década del setenta, y sigo preguntándome cómo Visitaciones pudo llegar ahí. No recuerdo haber visto un segundo ejemplar. Tal vez se trataba de un libro que había estado secuestrado en el almacén, y que se vendía entonces por ignorancia o por necesidad. Fina García Marruz era una autora de Orígenes y yo era un adolescente instruido, sabía que debía huir de esas influencias, por lo menos. Desde luego, compré el libro de inmediato. Pero no fue el milagro de la adquisición lo que más me estremeció. Era ese volumen impresionante de poemas. En aquella época incluso los poemarios eran miserables, de muy pocas páginas, con un aire de ninguna importancia, pues en fin de cuentas la literatura era una bobería frente a la obra descomunal de la Revolución. Semejante jerarquía quedaba liquidada por ese volumen donde iban pasando los cuadernos, breves y ligeros por cierto, con aire de naturalidad y hasta de impermanencia, pero como si estuvieran tallados en basalto. Nombrar las cosas, la antología de Eliseo, y Visitaciones de Fina se convirtieron para mí en paradigmas de la creación poética en medio de la asfixiante cantidad de paginitas, libritos y autores básicamente revolucionarios. Lo que esos autores habían escrito estaba muy lejos de ese carácter básico. Eran, Dios mío, católicos. Supervivencias de un pasado de errores que no volvería nunca más. Pero ahí estaban las cuatrocientas inderrotables páginas de esa mujer que, para colmo, no había tenido la menor intención de crear semejante volumen. Su esposo Cintio y su amigo Eliseo garantizaban que ella estaba ocupada en actividades de mayor rango: no en la construcción de una planta de fertilizantes, sino criando a sus hijos y vertiendo el alma en la literatura. "Quiero escribir con el silencio vivo": decía en este libro. Nada menos.

"La poesía se hace con palabras, y resulta arduo alcanzar y manejar esas palabras inevitables; y es algo enigmático que está antes y después de las palabras"

Y a eso me atengo ahora mismo, como en esos años, cuando me iba con el libro al parque Casino de Camagüey, intentando descifrar mi juventud y mi destino. Como ya he demostrado en mi artículo Fina: su conciencia formal, que ella siempre valoró y recomendó, se trata de una autora para el pasto de los filólogos —siendo ella misma una cumbre de la crítica literaria del idioma, lo que a menudo se olvida—, puesto que conocía y practicaba todas las malicias de la lírica contemporánea, y llegó a crear esa indistinción de las rimas consonante y asonante en el poema, que ya habían comenzado entre nosotros Florit y Lezama y que en ella se convirtió en una especie de vivificación del silencio, en una música sin rigideces masculinas, una feminización del sonido de la rima capaz de fundir todas las armonías de la expresión en el regazo maternal del idioma. Pero precisamente, la extraordinaria habilidad formal de Fina hace desaparecer esas virtudes, como Alicia Alonso avanzando al parecer distraída en el escenario, aunque en realidad nadie en el mundo podía deslizarse así. Y ya esto es mucho. Es más que virtuosismo, es el ejercicio de una actitud espiritual en la que la palabra poética se revela como una vía de humanidad poderosa. Fina siempre tuvo claro, por supuesto, que la creación verbal procede de la Visitación de un ángel. Sin la visitación de ese ángel especialista usted podrá ser santo, pero no poeta. Y que hay que trabajar el recado angélico con sabiduría y pasión. Esa condición necesaria era insuficiente para lo que ella, y tantos como ella incluyéndome, exigen a la poesía. La poesía se hace con palabras, y resulta arduo alcanzar y manejar esas palabras inevitables; y es algo enigmático que está antes y después de las palabras. Y a menudo esa Ánima viva, título de uno de sus cuadernos, encarna en una persona, en una humanidad curiosa o deslumbrante. Puede ser Martí en Dos Ríos, o Fina diciéndome, con una seriedad majestuosa, en la calle Línea en La Habana: tengo puesta una olla en la candela.

"La poesía, sobre todo en la versión maternal de Fina, puede asumirlo todo en la verdad. Conocimiento salvador, comprobación de que la salvación existe ahora mismo aquí. Es una realidad de amor que tenemos garantizada. Solo hay que acceder a ella. Basta abrir el libro y leer"

Aquí se me antoja una anécdota. Hace unos años un par de amigos pintores, que aman la poesía y también la escriben, decidieron hacer un mano a mano de lecturas en mi comedor, de noche. Uno leía a un importante poeta cubano contemporáneo, admirado por los tres. Otro leía a Fina. Los del poeta eran poemas más bien largos e intensos. Los de Fina ya sabemos que suelen ser breves. Yo los escuchaba complacido, ambos leían en forma estupenda, con pasión. Al cabo de un rato el primero dijo: no es lo mismo. Y el otro: no, para nada. La pausa se extendía, se rieron. "Solo procura / que tu máscara sea verdadera". ¿Fina ganaba una competencia tan inútil como indeseable? No, vencía la naturaleza de la poesía en su desnudez de la verdad, una realidad que necesitamos mucho, mucho más que metáforas originales, bellos pensamientos, observaciones interesantes, entusiasmos rítmicos. El poder cognoscitivo de la poesía es demoledor. Por un lado nos nutre, por otro nos deja en cueros frente a la realidad. Podemos mentir, o mentirnos que es peor, y dedicarnos a las ideologías, las teorías y los intereses. Pero nos sentimos salvados cuando alguien nos dice que incluso nuestra máscara es admisible, si es verdadera. La poesía, sobre todo en la versión maternal de Fina, puede asumirlo todo en la verdad. Conocimiento salvador, comprobación de que la salvación existe ahora mismo aquí. Es una realidad de amor que tenemos garantizada. Solo hay que acceder a ella. Basta abrir el libro y leer.

"Fina inauguró la etapa conversacional de la literatura cubana ya en su primer libro Las miradas perdidas, y también la intención, luego convertida en dogma político, de ver la realidad exterior y el tiempo concreto"

Fina habitaba el ser. La frase puede sonar pretenciosa o ridícula pero no encuentro otra que defina esa condición suya de estar en la intemperie de la realidad humana, en sus insuficiencias y sus dolores, en su dignidad y su poder asombroso. Por eso su poesía jamás es especulativa. Incluso sus poemas de tema explícitamente religioso o político suelen estar ligados a una circunstancia concreta. Tampoco son sus mejores poemas, ni los más propios, aunque son excelentes y van a seguir interesando. Fina está siempre en el momento de ser con la memoria de ser. Esa memoria no es solo la de la experiencia vital, sino también la de los conceptos recibidos por la instrucción y por la fe, que nos orientan en la aventura de estar. Fina es aquí y ahora siempre. Curiosamente, los poetas de la generación del cincuenta se van a enamorar de un aquí y un ahora totalitarios, sin memoria ni tradición. El de ellos era un aquí y un ahora acabados de sacar del autoclave ideológico, absolutamente nuevos y por lo tanto voluntaria y totalmente estúpidos. Dieron una literatura de anécdotas fácilmente conmovedoras (el pariente que muere, la novia que nos abandona). Fina inauguró la etapa conversacional de la literatura cubana ya en su primer libro Las miradas perdidas, y también la intención, luego convertida en dogma político, de ver la realidad exterior y el tiempo concreto. Pero ella conversaba y veía desde el ánima. ¿Puede conseguirse esa bendición mediante la firma de un manifiesto, la inclusión en un grupo, la adhesión a una teoría acabada de aterrizar desde París, o desde Moscú? Nos conviene desechar esas pretensiones y aprender de la persona en la que ese tamaño de realidad ha encarnado, a la que se le revela lo que necesitamos saber, incluso tener.

Veamos pues un texto de Fina donde estos poderes suyos se despliegan ejemplarmente. Me refiero al poema duodécimo y final del ciclo Visitaciones, de indudable importancia porque le da título al volumen. Posee un exordio que hoy puede resultar enigmático y que era de sobra conocido por todos los católicos instruidos de la época, puesto que se trata de las palabras de uno de los Salmos con las que comenzaba la misa de entonces, en latín: Introibo ad altare Dei, ad Deum… (Comparezco ante el altar de Dios, del Dios…), decía el sacerdote, y Fina cita lo que sigue: qui laetificat juventutem meam (que es la alegría de mi juventud).

Sólo vosotras, bestias, claros árboles

podéis seguir! Mas, eterno es el hombre.

Salvaje privilegio de la muerte,

heredad solo nuestra, mientras derrama el astro

su luz sobreviviente sobre ese rostro altivo

de ser fugaz, junto a los ciclos fijos,

y ese verdor, eterno! Se fue yendo

la gloria de los rostros más amados,

y tornamos, como ola ciega, al tiempo

del cuerpo incorruptible que esperaste

y no pudimos retener, llorando

en la perdida lámpara, las voces,

lo que encuentro creímos y es partida.

Oh lo real, el mundo en el misterio

de nuestra juventud, que nos aguarda!

Nos ha sido prometida su alegría.

Nos ha sido prometido su retorno.

Eres lo que retorna, oh siempre lo supimos.

Pero no como ahora, amigo mío.

El poema comienza con lo que parece ser una reflexión sobre la condición humana, marcada por la fugacidad y por la muerte, frente a la permanencia del esplendor universal. El privilegio de la muerte, el saber que se muere, define nuestra posición en ese esplendor. A partir del séptimo verso la autora aterriza la reflexión: el dolor, e incluso el asombro, no por la muerte propia sino por la de las personas amadas. Pero tampoco se trata de una elegía familiar, sino del recuerdo de la juventud perdida, o más bien de la ilusión de eternidad de la persona joven, cuyo cuerpo habrá de decaer y corromperse. La autora está explorando el privilegio de saber la muerte y por eso el poema salta a otra dimensión: la experiencia de ser joven contiene una verdad sobre la realidad. Esta verdad retorna una y otra vez por la memoria de ser, y contiene una piedad que da esperanza, que fortalece la fe. Pero es el endecasílabo final lo que levanta definitivamente el texto: no como ahora, es decir, el poema está escrito desde un momento privilegiado, desde una intensidad de esa verdad manifiesta en el tiempo. Más que memoria es epifanía. Y es una epifanía compartida con ese amigo que no se nombra. Es una cercanía. Una visitación de Dios. Y esta preciosa densidad se evapora en la emoción, se realiza en la autenticidad de la experiencia, vibra en la exclamación. Pero ese pensamiento complejo y distinto: juventud, eternidad, memoria, a fuerza de estar vivido y cantado como se debe, insiste, permanece.

"La poesía de Fina explora el ser desde la experiencia más íntima, pero nunca supone que esa experiencia se baste a sí misma o que contenga una verdad definitiva, rotunda y personal"

La poesía de Fina explora el ser desde la experiencia más íntima, pero nunca supone que esa experiencia se baste a sí misma o que contenga una verdad definitiva, rotunda y personal. El misterio de lo real es lo que importa. El misterio molesta al hombre contemporáneo, convencido de saberlo todo y de haber triunfado sobre el ser. Esta mujer está lejos de esas tonterías. Y también de la rotundidad y el personalismo.

Para otros ojos

Poesía, ¿tú que sabes de nosotros?

Poema de la infancia ¿qué andas tú contando?

A veces es el mago pobre el que saca del sombrero

un parque suntuoso, otras un testigo

que no estuvo en la fiesta el que se coge

toda la conversación.

La vida escapa, huraña.

El ser escapa, huraño.

Todo roto e intacto

Como el divino mar.

Todo lo ofrecido es nada.

Todo lo ofrecido son mis tesoros.

No tengo más. Tengo más.

Se huye, avergonzado, de las palabras

que ofrecieron un falso rostro.

Sin duda cuando miento

Digo también la verdad.

Algo queda, nada queda, queda todo.

Lector, crítico, amigo,

No estés demasiado seguro.

¿Quién dijo que podía ofrecer

O que pudo tocar, la Vida

Que es uno de Tus Nombres?

Yo no estoy demasiado seguro, Fina. De nada, y menos del Misterio de lo Real. El muchacho del parque Casino sigue indagando lo que tú descubriste. A lo mejor la poesía sí sabe de nosotros más de lo que creemos. Tal vez nuestra mentira es nuestra mayor verdad. O el Nombre sobre todo Nombre nos deja ver algo de su propio Poema:

Pues habrá de venir, señor, la hora

Pues habrá de venir, Señor, la hora

tremenda de dejar lo muy amado,

pues nos ha de dejar desamparados

la mano que sostiénenos ahora,

pues el alma rendida que te adora

tiembla de ir a aceptar su oscuro hado

cómo no han de temblar nuestros pecados

si hasta el cuerpo les huye sin demora.

En el terror la pobre ánima sola

no dejes. Pueda yo doblar el cuello

como ave mansa entre la parca ola

Que le aletea al morir. ¡Mas no a la fuerza

como a la res que se le marca el pecho

palpitante de miedo, vaya a tierra!

Se cumplió el deseo y el poema. La ardiente Fina se nos fue en una dilatación deltiempo de ser, sin más fuerza que la de ese tiempo de casi un siglo de vida. Ella llenó de sentido, por anticipado, el silencio vivo de sus últimos años. Cantaba, a veces. Seguía aquí y ahora. Misterio luminoso hasta el último instante:

La línea tosca

Salta y completa tú la melodía.

25 de abril de 2023.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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