Pasar al contenido principal

Ana Karenina entre la moralidad y el suicidio

Anna Karenina, 2012
Fotograma del filme "Anna Karenina" (2012), protagonizada por Keira Knightley y dirigido por Joe Wright

Hace años leí una acertada definición de clásico, decía: “libro del que se habla mucho, pero se lee poco”. Y no está lejos de la verdad. Aunque casi nadie se atreve hoy a la aventura de devorar un Fausto, un Infierno, un Ulises, es muy común que estos libros sean citados en cualquier sobremesa, pues casi todos conocemos la trama o el meollo central de estas historias. La tradición oral y cinematográfica vive haciéndonos spoilers; por ello sabemos de la ballena blanca antes de leer Moby Dick, y antes de enfrentarnos a Don Quijote de la Mancha, ya sabemos que en algún punto de la novela el susodicho habrá de enfrentarse a los molinos que parecen ser gigantes.

Pues yo, en estos días de Covid-19, para no seguir hablando de un libro que no había leído aún, me dispuse a devorar los tres tomos en los que tengo dividida la magistral Ana Karenina, de León Tolstoi.

Publicada íntegramente en 1877, Ana Karenina le sucede en veinte años a Madame Bovary, de Gustave Flaubert, obra que encandiló a León Tolstoi, quien casualmente (o causalmente) se hallaba en Francia en el momento de publicación de la misma. Decir que esta última no influyó en la primera, es negar que el sol sale por el Este. No obstante, la grandeza interior de Tolstoi y la fortaleza con la que están modelados cada uno de sus personajes, más su visión acerca de la sociedad, la tradición y las costumbres, hacen que esta novela sea totalmente única e imprescindible.

Lo primero que sorprende en ella son los detalles, los suspicaces tanteos con los que Tolstoi nos hace entender mejor sus situaciones y personajes. Para hacernos percibir el nivel de tensión y discordia que se vive en casa de los Oblonsky, dice que «incluso en un hotel, los huéspedes que el azar reúne, se encontraban más unidos»[1]. Para darnos una medida del enamoramiento de Levin hacia Kitty, nos dice que trataba de mirarla «a largos intervalos, como hacen los que temen mirar el Sol de frente; pero como el Sol, la presencia de la joven se sentía aún sin mirarla».[2] Y para hacernos entender el divorcio emocional entre Alexei Karenin y su esposa Ana, nos dice, refiriéndose a él: «Por primera vez imaginó la vida personal de su mujer, lo que pensaba, lo que sentía… La idea de que ella debía tener una vida propia, le pareció tan terrible, que se apresuró a apartarla de sí. Temía contemplar aquel abismo.»[3]

Debo decirlo, aunque quizás la mayoría lo sepa: la novela posee como núcleo dramático la alternancia de dos historias de amor, antagónicas, por forma y proceder, la una con la otra. Por una parte tenemos a Alexei Vronsky y Ana Karenina, que prefieren recurrir al adulterio y al concubinato, antes que renunciar a la pasión que los une; y de forma sincrónica se encuentran Constantino Levin y Ekaterina Scherbátskaya (Kitty), que se enamoran lenta y sosegadamente, y cumplen con el casamiento según todas las normas de costumbre.

Lo que les depara a ambas parejas el destino novelístico, deja entrever los pensamientos moralizantes de Tolstoi. Mientras que la relación entre Vronsky y Ana termina siendo intolerable e insostenible para ambos, al punto de verse arrastrados al suicidio y al desahucio;[4] entre Levin y Kitty, a pesar de los temores, las dudas y la inseguridad, germina una dependencia edulcorada que Tolstoi intenta mostrarnos como la más genuina fuente de felicidad.

A mi entender, el personaje principal no es Ana Karenina, sino Consantino Levin. Tolstoi utiliza la historia de Ana como un señuelo para hacernos conocer la historia central de la novela, aquella en la que ha invertido más páginas y esfuerzos, y en la que incluso ha volcado su propia personalidad, pues resulta evidente que en la limpieza del alma de Levin, Tolstoi intenta reflejar o al menos desempercudir un poco la suya.

William Somerset Maugham, Alexander Brückner y Stefan Zweig, autores consultados para escribir este texto, concuerdan en que Constantino Levin no solo está preñado de las ideas e inquietudes que caracterizaban a Tolstoi, sino también de múltiples elementos biográficos. «[Tolstoi] trasfirió su propio deseo a dos personajes de sus novelas, a Pierre de Guerra y Paz, y a Levin, de Ana Karenina, personajes por los que él sentía una especial predilección.»[5] (Somerset Maugham). «En la novela hay dos elementos trenzados: el uno, según el cual es titulado el conjunto, es el relato del adulterio de Ana y su castigo, el otro el de la historia de Levin (es decir, Tolstoi), de su matrimonio (contado hasta en sus detalles) y de su transformación.»[6] (Alexander Brückner). «Un hombre tan fanático de la verdad como Tolstoi no puede ser otra cosa que un autobiógrafo.»[7] (Stefan Zweig).

***

Hijo del conde Nicolás Tolstoi y de la princesa María Volkonska, León nació y creció en la casa de su madre en Yasnaia Poliana. De joven era un pésimo estudiante, al punto de pasar por la Universidad de Kazán sin graduarse de nada. Según nos cuentan era bajito y de apariencia insignificante, lo cual hizo mella en su personalidad: «Sabía muy bien que no era guapo —escribió—. Hubo momentos en que me sentí poseído por la desesperación. Llegué a imaginar que no habría felicidad en la tierra para mí teniendo una nariz tan ancha, unos labios tan gruesos y unos ojos grises tan pequeños.»

De joven demostró poseer una obstinada voluntad, aunque esta podía desaparecer con la misma velocidad con la que había llegado. A los 23 años participó brevemente en la Guerra de Crimea, experiencia que le valió para que su fe en Dios desapareciera por completo. Su incredulidad y un afán en el progreso y la educación marcan el primer período de su vida, en el que se casó y tuvo 13 hijos y al que pertenece la escritura de su epopeya Guerra y paz, entre 1865 y 1869.

Pero Tolstoi, que estaba obsesionado desde su juventud con el sentido de la vida, cambió radicalmente cuando pasó la curva de los 40 años. A pesar de la fama, los bienes, la familia, el genio ruso comenzó a percibir que un aparente vacío corroía su existencia. En su libro Una confesión escribió: «Sentía como si el lugar donde me encontraba se hubiera hundido y que no tuviera nada bajo mis pies. Lo que yo había vivido no existía ya y ahora no tenía nada para vivir.» Disímiles preguntas socavaban al genial escritor: «¿Para qué vivir? ¿Qué propósito tiene mi existencia y la de cualquier otro? ¿Qué significa cada división en bien y mal que siento dentro de mí? ¿Cómo debo vivir?» Y como no encontró respuestas a tales interrogantes, volvió a creer en Dios. Aunque esta vez desde el raciocinio: «Si yo existo debe existir una causa para que yo exista, y una causa de causas, y esta primera causa de todo es lo que los hombres llaman Dios.»[8]

Y como para Tolstoi pensar era actuar, en su escritura y en su vida cotidiana se evidenciaron dichos cambios. Su línea de conducta estaba inspirada en el Cristianismo primitivo de los Evangelios, basado en lo moral e irreligioso, sin dogmas, prácticas, ni iglesias. Tolstoi lanzó un llamado a los hombres. Predicaba que había que abandonar las ciudades para vivir del trabajo manual en el campo, exigió la abstinencia de alcohol y tabaco, combatió el carnivorismo, y terminó por censurar a la cultura, pues a su entender esta solo beneficiaba a los acaudalados y no a las masas.

Es esta la segunda etapa de su vida, en la que «Tolstoi, el artista, ya no encuentra satisfacción en representar la vida sin más, sino que busca a conciencia darle a su arte un sentido, una misión ética, poniéndola al servicio de elevar la moral y contribuir a la superación del alma».[9] Y a los albores de esta segunda etapa pertenece la escritura de Ana Karenina.

***

Toda historia de amor es una historia de desamor, o al menos trae aparejada consigo múltiples desamores. Levin se enamora de Kitty y sufre su rechazo en primera instancia, porque ella tiene esperanzas respecto a Vronsky, quien se enamora de Ana Karenina y hace padecer a Kitty y a él mismo, pues la primera reacción de Ana es evadir su inapropiada muestra de afecto. Cuando Ana finalmente sucumbe ante su galanteo, quien sufre es el frío, estoico y admirable Alexei Karenin, personaje que desde las sombras emerge a ratos con las más puras acciones e intenciones dentro de la novela. Solo Ana, que termina avocada por celos pueriles, por fantasmas azuzados en su propia mente, no experimenta el rechazo.

***

En su ensayo «Un razonamiento absurdo», incluido en el libro El mito de Sísifo, Albert Camus plantea que «no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía». Para el francés matarse era, en cierto sentido, «confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende». Y plantea que en no poca medida, quien cree que la existencia carece de sentido, mantiene una actitud pasiva ante el suicidio, aun cuando no pueda evitar pensar en este; mientras que aquel que ve la vida plagada de razones y placeres, es el que generalmente termina poniéndole fin a sus días. «La gente se suicida rara vez por reflexión», asume Camus, «lo que desencadena la crisis es casi siempre incontrolable».[10]

Si analizamos los personajes construidos por Tolstoi 65 años antes, podemos superponer a los protagónicos de la novela en estos dos tipos de conductas. Como modelo de actitud pasiva, tenemos a Levin que no puede evitar cuestionarse la futilidad de la existencia, al punto de decirle a Oblonsky, el hermano de Ana, que «toda nuestra existencia no es más que un moho que ha crecido sobre este minúsculo planeta».[11] Levin llega a cuestionarse con tanta crudeza el porqué de la vida y la muerte, que en ocasiones oculta las cuerdas para no estrangularse y evita salir a cazar por temor a utilizar la escopeta contra sí mismo.

Y como modelo contrastante tenemos a la Karenina que destruye su vida por exceso de ganas de vivir, es tanta la fuerza que le supone la pasión que siente por Vronsky, que no teme a echar por la borda todo cuanto hay a su alrededor, al punto de alejarse de aquello que le resultaba vital: su hijo Sergio. La separación, y existencia irreconciliable de estos dos polos —pues al abandonar la familia, Ana ha perdido todo derecho sobre su primogénito—, la sumergen en una angustia profunda: «—¿Comprendes que quiero a dos seres, a Sergio y a Alexei, más que a mí misma? Y uno de ellos excluye al otro. No puedo unirlos y esto es lo único que necesito. Y si no lo tengo, todo me es igual. Todo, todo me es igual…»[12] Con más de una razón para vivir, consciente de lo importante que es la vida para ella, llena de ganas de amar y ser amada, Ana termina arrojándose a las ruedas del tren.

Digamos que Levin se detuvo tanto en el «razonamiento absurdo» de la vida y la muerte, en el por qué incomprensible de la existencia, que no pudo cometer el suicidio en el que tanto pensó. Mientras que a Ana le bastó sopesar una sola vez a idea de la muerte, para ser arrastrada hacia el final.

***

Decía anteriormente que el personaje principal es Constantino Levin y no Ana Karenina. El lector se preguntará: «¿por qué la novela no lleva entonces el nombre de este?», y es fácil responder, pues resulta innegable que Tolstoi conocía de ardides comerciales —recordemos que había leído y admirado la obra cumbre de Flaubert—; y consciente de que la historia de Levin no se sostendría por sí sola, decidió contraponerle la figura de Ana, su antítesis.

Si Levin representa a Tolstoi, a las dudas quemantes y los nobles sentimientos que él sentía y veía en sí mismo; Ana representa aquello a lo que Tolstoi más teme y más le repugna: una mujer adúltera que abandona hogar, esposo e hijo por seguirle los pasos a la pasión carnal.[13]

Stefan Zweig refleja que la tendencia doctrinaria y pragmática de la segunda etapa de la vida de Tolstoi, en la que incluso llegó a prescindir y condenar los placeres del cuerpo,[14] ya se hace notar en Ana Karenina. «Ya en ella los seres morales están separados de los inmorales en el destino. Vronsky y Ana, criaturas sensuales, descreídas y egoístas de su pasión, son castigados y arrojados a los fuegos de la inquietud del alma; Kitty y Levin, por el contrario, se elevan a un estado de purificación.»[15]

Es tanta la simpatía o antipatía moral de Tolstoi hacia sus personajes, que uno debe traicionar el juicio de su autor para ser realmente justo con la novela. El tufo de la lección moralizante es tan potente, que se hace necesario reinterpretar el proceder de los personajes, leer entrelíneas, juzgar con mayor severidad al creador que a su propia creación. Tolstoi no es capaz de sensibilizarse por Ana y sus emociones vehementes, sino que la arroja ante el tren por creer que es el destino más justo para alguien que ha procedido como ella. No percibe la inocencia edulcorada —casi cercana al ridículo— de Levin y su fervor religioso inesperado, pues considera que no hay otra vía para abrazar el bien y la justicia.

Ana no es una heroína, pero Levin también dista de serlo, su única grandeza estriba en saber reconocer y lidiar con el peso de su insignificancia. Mientras el arco de comportamiento de Ana está bien fundamentado —pues resulta verosímil la descomposición de su conducta y sus acciones, el incremento de la desesperación, las dudas, el temor y los celos que la avocan al final—, el personaje de Levin —que va de la incredulidad, de la ausencia total de fe, a la más pura y raigal certidumbre divina— resulta inmensamente huero y manido. Y no me refiero a los dos primeros tercios de la novela, en los que resulta uno de los personajes más atractivos con su carga de timidez, torpeza y dignidad compasiva, sino hacia las páginas finales en las que comienza a vislumbrarse y consumarse la transformación que lo convierte en un personaje almibarado y repugnante.

Es irónico que el personaje de Levin, el cual para Tolstoi debió resultar más fácil de construir, ya que se trataba de describirse a sí mismo y de narrar el cambio que él había vivido, terminó siendo menos real y certero que el de Ana, extraído de sus experiencias, su observación y sus lecturas. Como si fuera más fácil ver hacia nuestros alrededores que hacia nuestros adentros, pero más difícil juzgarlo consiente y eficientemente.

Y más irónico aún que la novela siga manteniendo su vigencia e importancia, en gran medida porque los lectores son capaces de conectar con el personaje que fuera construido para la vergüenza y el escarnio. La esposa infeliz que se viera dividida entre amores contrapuestos, fustigada entre la moral y el ansia de vivir como su apetito le impelía, y que ante la dificultad de imponerle al mundo sus propias reglas —fueran estas erróneas o no—, optó por no vivir bajo las reglas que el mundo le intentaba imponer.

 

[1] León Tolstoi: Ana Karenina, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1977, t. 1, p. 1.
[2] León Tolstoi, ob. cit., t. 1, p. 34.
[3] León Tolstoi, ob. cit., t. 1, p. 167.
[4] El suicidio parece perseguir a Ana y a Vronsky. No solo está presente en ella una vez que se ve víctima de los celos y de una vida alejada de todo lo que componía su vida anterior: su hijo y la alta sociedad; sino también en Vronsky que sobrevive a un disparo autopropinado cuando percibe que su relación con Ana solo le podría aparejar un destino alejado de la vergüenza, la moral y las buenas costumbres.
[5] William Somerset Maugham: Obras completas, Plaza & Janés S.A. Editores, 1960, t. 5, p. 1114
[6] Alexander Brückner: Historia de la literatura rusa, Editorial Labor S. A., 1929, pp. 179-180.
[7] Stefan Zweig: Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal, Tolstoi, Editorial Backlist, 2008 (consultado en formato epub), p. 211.
[8] Referido por William Somerset Maugham en ob. cit., p. 1104
[9] Stefan Zweig: ob. cit., p. 208.
[10] Albert Camus: El mito de Sísifo, Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1981, pp. 15, 17-18.
[11] León Tolstoi, ob. cit., t. 2, p. 117.
[12] León Tolstoi, ob. cit., t. 3, p. 127.
[13] Posteriormente, en La Sonata a Kreutzer (1889), Tolstoi vuelve sobre el tema del adulterio, incluso es más incisivo, pues el centro de la trama de esta novela breve es el crimen pasional. Stefan Zweig señala que en ella es «solo un delgado atuendo poético lo que reviste la desnuda teología moral». (Ob. cit., p. 209).
[14] Según Somerset Maugham, la juventud de Tolstoi se caracterizó por una «sexualidad violenta», incluso llegó a padecer de sífilis. (Ob. cit., p. 1098).
[15] Stefan Zweig, ob. cit., p. 209.

Heriberto Machado Galiana

Escritor Heriberto Machado Galiana en la revista Árbol Invertido.

(Ciego de Ávila, 1987). Poeta y narrador. Licenciado en Estudios Socioculturales. Egresado del XIII Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso en 2011. Ha merecido los premios Poesía de Primavera (2011), Ernest Hemingway (2011), Mangle Rojo (2013), y Calendario (2015). Tiene publicados los poemarios Las horas inertes (Ed. Ávila, 2012), Acantilado(Ed. La Luz, Holguín, 2015), Nacido muerto (Ed. Abril, 2016) y el libro de cuentos El escribano (Ed. Ávila). Cuentos y poemas suyos aparecen publicados en diferentes selecciones de Cuba y el extranjero.

Añadir nuevo comentario

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.
CAPTCHA
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.
Este reto es para probar que no eres un robot. Por favor, ten en cuenta minúsculas y mayúsculas.