El ruido de los libros es una obra del escritor cubano Luis Felipe Rojas, nacido en San Germán, Holguín, Cuba (1971). Publicado por Media Mix 305 Ediciones en 2025, este conjunto de ensayos, crónicas y reflexiones aborda temas como la literatura, la cultura cubana, la memoria personal y social, y la experiencia del exilio. En este fragmento, el autor nos introduce en la creación y los desafíos de la revista Bifronte, una publicación de corta vida que, a pesar de las limitaciones y la represión, se convirtió en un espacio de expresión literaria disidente en Cuba. El libro está disponible en Amazon para quienes deseen profundizar en su contenido.
Primero hicieron lo que todos los prepotentes: ridiculizar al contrario. Después vinieron los excesos y vejaciones, y lo que a otros les parecería increíble.
Lo que más me dolió cuando "mataron" la revista Bifronte, no fue el espacio que cerraron, ni la oportunidad de dialogar de otra manera dentro del jolgorio literario de la Isla, fue ver el escupitajo sobre los jóvenes creadores que creyeron en ella.
El nacimiento de la revista Bifronte y los primeros ataques
En el año 2006 el editor Michael H. Miranda y yo nos pusimos en la línea de arrancada sin saber por dónde vendrían las primeras embestidas. Todavía queda por ahí el regusto a carpintería primitiva, a montoncito de gente acarreando papel y tinta desde cualquier rincón del país. El poeta Rafael Vilches, hoy exiliado en España, juntó hombros para ir por medio país pidiendo colaboraciones. En la idea inicial estaba el ensayista y crítico de arte, Ramón Legón Pino, tristemente fallecido.
Reunimos a escritores con un compromiso público, definido, abierto con la revolución, pero también dispuestos a colaborar con aquel pedazo de revista. Y por supuesto, juntamos a voces más críticas, disidentes, de manera abierta.
Asombra que medio ejército de delatores, oficiales operativos, vigilantes culturales y soplones de barrio hayan desenfundado espadas contra un pequeño grupo de jóvenes que osaron publicar un par de artículos de Guillermo Cabrera Infante, y dos o tres amagos literarios, para salir del sopor de las revistas de provincia. En definitiva, para hacer algo distinto.
Enseguida aparecieron los enviados de Palacio.
A mi casa llegó un ex coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que había sido jefe de Sección Política (especie de órgano de adoctrinamiento dentro del Ejército) que hacía poco habían desmovilizado y lo traían de evento en evento literario, mostrándolo y relacionándolo con escritores. El excoronel traía “encargo y palabras de Abel Prieto”, en ese tiempo Ministro de Cultura. Según la cuenta que sacaban, estábamos haciendo el juego al imperialismo, la CIA y a cuantos quieren siempre destruir la hermosa y sacrosanta obra revolucionaria. Se trataba de Alberto Marrero quien fuera designado director de la Editorial José Martí y luego vicepresidente del Instituto Cubano del Libro (ICL), entre otros cargos, para establecerse como escritor ampliamente publicado y hacerse de los más importantes premios literarios del país en poesía y narrativa.
El precio de publicar y las presiones externas
Los días en que preparábamos las ediciones de Bifronte (solo llegamos a hacer dos números) se llenaban de un alcohol pestilente y barato. Por lo general, estaba yo a las doce de la noche en algún punto de los 34 kilómetros de carretera que me quedaban para llegar desde Holguín a San Germán. Comíamos poco o nada, según fuera el ambiente en el Obispado de Holguín, donde el padre Olbier Hernández Carbonell nos recibió y nos cobijó como los apestados que éramos ya, nos dio aliento. Padre al fin, nos puso a su resguardo por unos meses hasta que por presiones de la Seguridad del Estado, el entonces obispo de la Diócesis, Mons. Emilio Aranguren nos echó el cierre en ese verano y en una conversación junto Michael nos dijo: “la revista no es interés de la Iglesia”, y ahí mismo quedaron confiscados los paquetes de papel que habíamos comprado en La Habana y alguna que otra impresora. Tiro en la sien, de patitas en la calle a zapatear por encontrar valientes que prestaran aquel servicio. Al Padre Olbier hay que hacerle monumento, por él sacamos el número dos y último.
En una ocasión, cuando uno de los redactores intentó visitar la casa del poeta Ronel González para corregir las pruebas de un cuento suyo, se encontró con que estaba flanqueada por dos motos de la Seguridad del Estado. González se encontraba de reposo, debido a un accidente, y la misma dirección del Departamento de Enfrentamiento al Enemigo (Seguridad del Estado) se lo comía literalmente a preguntas. El joven regresó a nosotros, contó lo visto, devolvió los papeles sin tocar, se marchó, y no regresó a los andares revisteros. Tal fue el susto.
Sobre Michael Hernández Miranda, hoy en su exilio en Texas, divulgaron el rumor en el barrio de que golpeaba a su mujer la periodista Martha María Montejo y la vejaba constantemente. A una pareja gay, también amigos, les hicieron ir y venir varias veces desde su casa al centro de operaciones que hay en el Parque San José (cuartel del G2). Los interrogaron por gusto, nunca colaboraron con la revista. Luego supimos que aquellos interrogatorios habían sido para eso, para que no se atrevieran a colaborar.
Castigos y radicalización
Los castigos no siempre pasan por los atropellos y las injurias concretados en un soberano acto de repudio de más de trescientas personas, como me pasó en julio de ese 2006 junto a la poeta Niurka Valdés y el periodista independiente Yosvani Anzardo (colaboradores de la revista) en una visita a casa de un disidente en Gibara en busca de un historiador que nos ofrecería su apoyo con artículos. A veces es tan sutil la presión, que los mismos amigos iban, conciliatorios, a pedir que me detuviera "por tu bien", decían casi siempre. Reconozco que son campeones en el arte de la persuasión. Muchos no volvieron jamás por casa tras explicarles mi determinación de seguir siendo un escritor libre, pese a los obstáculos que vendrían y todo lo que ya estaban cayendo sobre mí, mis amigos más cercanos y familia como bombas de racimo. Muchos de aquellos “amigos” se olvidaron de paso… de los libros y los discos que les prestamos en casa.
Para los que desistieron de seguir colaborando o se mantuvieron en la acera de enfrente reacios a publicar con nosotros, las ofertas empezaron a caer: viajes a Caracas bajo los nuevos programas de colaboración entre Cuba y Venezuela y los megaplanes de Hugo Chávez; contaron además con publicaciones en las "mejores" editoriales de la Isla. Para mí venían consejos públicos y anónimos en la insistencia de que no insistiera. Aunque ya nada importaba, la revista tenía su montoncito de tierra, su lápida y sus flores.
Unos cedieron, otros se dieron a la tarea de ser emisarios, algunos callaron.
Entonces vino mi “radicalización”, me lancé de lleno al periodismo independiente convirtiéndome en columnista habitual de Encuentro en la Red y luego en Diario de Cuba. Participaba en programas de Radio Martí y cuanta emisora fuera de Cuba me solicitara entrevista o análisis sobre la situación de los derechos humanos en las calles y cárceles cubanas. El colofón fue la llegada de los blogs como anticipo a las redes sociales que conocemos hoy, en 2009 abrí mi primer blog, Animal de alcantarilla para luego establecer como mi voz principal Cruzar las alambradas.
Hoy no existe aquella revista torpe, alegre, juvenil, que no amenazó a nación alguna ni puso en tela de juicio la defensa de la identidad. Fue sólo el asomo de lo que puede hacer el escritor que se siente libre y no responde al mandato castrense… castrista además. Con los años y la apertura a sectores disidentes y hasta tolerados pulularon revistas literarias de corte político, jurídico y hasta animalista. Pero nunca volvió la furia contra una publicación independiente que no naciera originalmente desde dentro de las filas de la oposición.
Me sirven las palabras de otro apestado como nosotros, sólo que adelantado en martirio, vejación y luego libertades definitivas, Raúl Rivero, quien fue condenado a 20 años de cárcel durante la Primavera Negra de 2003, saliera al exilio en Madrid, se estableciera en Miami y muriera en esta ciudad en el 2021. Una vez escribió: "La censura es un silencio que se lleva dentro como el amor y el odio".
Se cumplen veinte años ya en 2026 de aquella revista, aquel sueño.
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