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Artes visuales | La deconstrucción del rostro humano en las "ID" de Abel Monagas Alfonso

"La serie denuncia el dilema racial, la usurpación de los cuerpos, la construcción moralista del ciclo divino, la burla descarada que se coloca un concepto en el rostro", señala Raymar Aguado.

Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso, hombre con máscara de Batman
Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso.

Resulta el rostro una suerte de espejo programático de la subjetividad humana, herramienta de identificación y censura, la moderación del cuerpo, la mejor mentira. Carga el rostro la carne de los arrepentimientos, la sangre seca en lágrimas o la sal en el aire. Muestra los dobleces del paso, el matiz blanquecino del cebo en los años, el oficio, la cadencia, la ruptura, el saber; o simplemente, no muestra nada.

El rostro es ventana o atadura, jaula de los discursos, sesgo que nos dispone a ocultar la verdad frente a la carcajada. Es también el soporte del miedo, el susurro anclado a la vista de todos, el tratado de reafirmación y gracia, la suerte echada al vacío tras cada palabra. El rostro es la semilla de bonificación del trato, nuestra vanguardia, nuestra zona de exposición vulnerable. Toque su rostro, sienta su peso, y comprenderá, qué tanto de usted lleva al descubierto.

Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso, mujer con el rostro pintado de azul
Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso.

Abel Monagas Alfonso recrea desde su serie ID las galimatías de la imagen ante el desconsuelo del rostro, la insubordinación del verso al facto, la insostenible trascendencia de una poética visual. Desestructura las trabas visibles de la cotidianidad desde el virtuosismo de una mano capaz de trastocar discursos en plazos de vida. Así, pasan los años, pasan las cosas, el devenir trasluce o se reproduce, y mientras queda la nada, Abel pinta.

ID concreta su tránsito por el drama estético de su creador, entre obras enmarcadas al tempo de realidades. Secciona su abrazo al misterio, al sacramento de harina en los domingos de misa. Se subordina al silencio. Falsea sonrisas, deleites, matices. Denuncia el dilema racial, la usurpación de los cuerpos, la construcción moralista del ciclo divino, la burla descarada que se coloca un concepto en el rostro.

La serie, como secuencia visual, dispone la excelencia en tanto parte hacia escenas congestivas y alegóricas.

Pregunta por la dermis perdida tras el rasguño, por el grito disparatado del verso, por el zigzagueo de seres que buscan reposo. ID es un posicionamiento, la interrogante de un artista ante la dramaturgia letal de la vida, ante lo banalizado y supuesto común. Se detiene en todos, en cada semblante, en cada historia. Exhala la magia del trazo mientras hurga en las calles, en la captura del lente o en su reflejo.

Decenas de máscaras miran y urgen. Gimen por su impermanencia y destierro. Pisan al lienzo con sus bustos, con la suerte, con los ojos. Representan una alegoría al llamado de ver en la gente, no la materia que descoloca la interpretación de la historia, sino la entrega corporal y anímica a los devenires del tiempo. La carne muere, la esencia pasa, el bien trasciende y Abel pinta.

Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso, bloques LEGO que conforman la silueta de un rostro
Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso.

La serie, como secuencia visual, dispone la excelencia en tanto parte hacia escenas congestivas y alegóricas, sin amontonamientos o supuestos artilugios formales que consigan seducir miradas. En ella, lo formal es solo el medio hacia el relato, la apariencia villana que corta, la amarga excusa en el lienzo. Las injurias son su objetivo, el goce de anteponerse al ojo que escupe la tela con su iris y marcha, rayando el piso, luego de su identificación, de su plazo equiparado entre pigmentos.

Poco o nada significa esbozar la realidad, acrítica y superficial, en el soporte de tela donde yace la obra. Poco o nada dice un lienzo muerto sobre un bastidor. Abel lo entiende. Por eso crea desde el sentido. Se apropia de las formas exactas de la vida, de los rasgos frágiles del rostro. El híperrealismo requiere del carácter disruptivo del verbo estético, del discurso anclado a la forma. En ID se encuentra la locuacidad de un creador tiritante frente a la narrativa del tránsito hasta las arrugas.

ID se yergue, ilumina semblantes, comenta la fase del cambio: el ritmo definitorio de todos.

Abel descompone los rostros, los recula, los contrae, los hace algo, les da un sentido, otra vuelta de lectura. Asume sus fallas, su papel, la mordacidad que los achica, la dulzura que halla sitio al interior de otros rostros. Atenaza el vuelo de las facciones, la recreación del campo semántico sobre un saco de carne y huesos. Experimenta con la anatomía humana del arte, con el reductus vivo que soporta la obra. Abel no conoce otra forma de contarlo; Abel solo pinta.

Cabe en cada rostro el sentido absoluto del cuerpo, la traducción de la carga pasada a cuestas. Un instante basta para devorar el sorbo reluciente en una faz desnuda. Solo un parpadeo dura la alternancia de un poder opresor a otro. Solo un dolor se nos permite a la vez. Y solo un puñetazo en la historia logra alterar la línea recta al futuro. ID se yergue, ilumina semblantes, comenta la fase del cambio: el ritmo definitorio de todos.

Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso, anciana con sonrisa de pasayo
Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso.

La no-verdad concluye la serie como diégesis pactada entre el pincel y la lengua. De tal modo, Abel transforma los convenios arcaicos de la imagen en áreas dialógicas, donde el poema desborda los parapetos estéticos y depone los clichés ante la potencia que logran las obras en su extensión.

Es difícil ofrendar al sello estilístico más originalidad que desde su concepto, desde el transpirar del recurso pictórico a través de los caudales del verbo; la poética como andamiaje y médula artística. En ID se recrean zonas limítrofes entre el transitar, el divagar y el discurrir. Todas consistentes e imbricadas al interior del juego figurativo en la narrativa del artista.

Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso, cabeza de pelota azul con guayabera
Obra de la serie "ID", de Abel Monagas Alfonso.

Creen ciertos sabios que la verdad de la gente se halla en el rostro. Ahí, toda voracidad es intrascendente y las máscaras no cubren el sentido retórico de la transparencia. En muchos rostros se esboza el pincelazo medido; en otros, quién sabrá cuál sutura o ligamento. El arte es un medio más para conjeturar sobre el pasado o sobre la esencia viril en las definiciones. Buscarle códigos al rostro, en tanto imposible, significa el consuelo de Abel en su serie.

La bala lacera, la sangre mancha, y demuestra que en el rostro hay vida. La lágrima cae, humedece la máscara y su significado. El ardor corroe, como las construcciones sistémicas a las que nos someten. El destino enjuga los años que curten los pliegues de la frente. Todo es mucho, mucho es algo, algo es nada; y entre tanto, Abel pinta.

Raymar Aguado Hernández

Raymar Aguado Hernández, crítico de arte cubano

(La Habana, 2000)  Crítico cultural y estudiante universitario. Colaborador de varios medios especializados en temáticas de arte, cultura, política y sociedad. En 2023 publicó ¿(Des)aciertos críticos? La obra de cinco artistas visuales cubanos, por Aquiescencia Editorial. Actualmente investiga y sistematiza sobre el campo artístico de la Isla, enfocándose en expresiones populares como el género musical denominado "reparto".

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