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Los días ajenos: un latido en el río del lenguaje

El poeta Álvaro Martin Peraza
El poeta Álvaro Martín Peraza (Chambas, 1989)

El libro Los días ajenos, de Álvaro Martín Peraza (Chambas, 1989), revela a un novel poeta en claro ascenso. Su voz, sin dejar de dar cuenta del joven que es, se despliega madura en estos versos que alardean de un precoz oficio. Los días se zambullen en los espacios de la vida cotidiana de quien está dominado por el paisaje —jamás fiero, siempre noble— que tejen las mínimas montañas y el monte de la Isla. Intrincados paisajes en los que el hombre y la mujer comunes trenzan sus sueños y prefiguran una existencia que no por situada en los márgenes es menos esencial en la complexión y el carácter de un país.

Las fotografías de este título publicado por Ediciones Ávila en 2016, tanto la de portada como aquellas que ilustran las tres partes en que se estructura el cuaderno (“Lo días del sosiego”, “Los días podados” y “Los días ajenos”), fueron realizadas por la artista Annalay Cabrera y, por su calidad, forman parte consustancial de la propuesta de esta ópera prima. Álvaro ha escogido fotos de significativa simbología para expandir, airear, lo que se limita en la palabra impresa; en ellas se han captado con notable belleza los juegos de luces y sombras que se crean en las intersecciones de las vías férreas, al parecer del Ferrocarril Norte de Cuba que es el espacio en que viven tanto el poeta como la fotógrafa. Hierros sobre travesaños de cemento y madera que se bifurcan y difuminan en el horizonte, y que adquieren ante nuestros ojos el signo de una elección. Puntos de confluencia en que dos trenes se abrazan y donde luego uno abandona su camino para ceder el paso a otro. Imagen de la encrucijada de la vida misma. No se ve en estas fotos una sola figura humana, pero en el fondo se percibe junto a los árboles de las orillas, las casitas típicas del morador del campo, junto a plátanos, palmas, matorrales, en fin, la pobreza de nuestros pequeños pueblos que no siempre es irradiante.

Portada del libro "Los días ajenos", del poeta Álvaro Martin Peraza
Portada del libro "Los días ajenos", del poeta Álvaro Martin Peraza

Si algún tema pudiera aunar los múltiples motivos que toca Álvaro en estos versos, es precisamente el de las disyuntivas. El poeta, de manera explícita o sutil, da cuenta del sufrimiento y hasta del cansancio que embarga el dilema de escoger entre permanecer en el tren que pasa o bajarnos y subir al que continúa.

“Las soledades se avientan contra el tren / desde los ríeles hasta los rostros que flamean. […] Un andén más profundo está en los hombres […] Otros mañana arribarán de una línea férrea más honda / a una estación menos humana / en las que nos parecerá la vida / un lienzo que se entinta entre los ríeles, / conciertos caminados sobre ruedas”. Así reflexiona en “Vida de una música”, quizás uno de los textos que mejor ilustran las preocupaciones ontológicas del poeta, prematuramente condicionado por interrogantes existenciales que empujan a conversar con la cotidianidad. En este mismo poema se percibe la tensión que emana de un diálogo por lo general obligado en cualquier creador. Mientras observa a los vendedores de ajo, cebolla, refrigerios que ofrecen insistentes a los pasajeros, el poeta —que lo mismo puede estar en el andén o sentado en cualquier vagón— no puede evitar el marasmo de las graves preguntas que acompañan el andar del hombre sobre la tierra. Es el Destino que le habla a la inocencia que va dejando dolorosamente atrás y que le advierte: “No es matar la llovizna, es que te duela / mientras cruzas el tren de un día hueco”.

El carácter fabulativo de sus textos le permite travestirse en múltiples sujetos. Álvaro aprehende el dolor y la satisfacción de sus personajes líricos, alejado del mirar voyerista, atraviesa la piel de las meras acciones de sus personajes y alumbra con el gesto de la labor doméstica el día a día de las personas que habitan en los pequeños pueblos. Mucho de la hondura con que Eliseo Diego “atendía”, hay en estos versos detenidos en las estaciones de esa Cuba profunda que, lamentablemente, no pocas veces al intentar mostrarla como parte de nuestra identidad, se distorsiona en estampas folcloristas para turistas, pletóricas de estereotipos que desfiguran el verdadero rostro de la vida rural. Una vez más es el arte quien logra llegar a donde los medios solo pasan su mota sucia. Así, en los días cercanos que Álvaro ha trenzado en estos poemas, se advierte el auténtico ser cubano que habita en nuestros pueblos, en la misma medida que el lector descubre la ingenuidad y el asombro de un poeta en germen, pero que pulsa con temple y concentración las variadas tesituras de nuestro idioma, algo que no abunda en la nueva hornada de los jóvenes poetas cubanos. Del poema “Suertes”:

La mano de la anciana pone a vivir los leños

que uno a uno se confiesan en diagonal

ante la voluntad de una legión de fósforos. Contra la ceniza

degollados maderos aprenden a apuñalar el hambre del fogón.

Inocente de todo el fuego que una hora escancia.

 

La tarde quema sus duraciones con paciencia fluvial

En las ráfagas del humo que ahora sube

A buscar una paciencia más íntima en el cielo.

 

Mujer que bendices todo lo que arde como un ritual maorí,

¿oyes en el calor al abandono?

 

Leamos otro texto demostrativo de lo que venimos diciendo y donde el poeta adquiere la silueta —en profunda y auténtica conmoción— de un lazarillo que conduce hacia la luz a una abuela ahora sin visión, que antes guio sus pasos (“En su consumación, abuela ya bautiza el mediodía”):

 

¿Cómo ha ido, abuela, la oscuridad

a derramar sus tintes en tus ojos,

la unánime sombra en la que secas

el claroscuro de una lamentación

prevista para la hora más pobre de la casa.

[…]

Ventana-taburete-máquina de coser,

y unos gatos que maúllan tus retinas ahogadas,

son los únicos privilegios

con los que le estrangulas el atisbo a la melancolía

que la ceguera cumple.

La naturaleza es telón de fondo de estos versos sosegados donde aparecen cantos, aparentemente triviales, a la esposa que duerme, o al perro que le alegra la vida, o a la taza humeante de las conversaciones, como digo en uno de mis propios versos. La familia, la cotidianidad, la propia creación, son sacudidos por el gesto laborioso del poeta, que conoce y reafirma lo que diría Gaston Bachelard sobre la necesidad de dar vida a los interiores de nuestro espacio poético con “el pasar del paño sobre los muebles”, o como también subraya Dulce María Loynaz, en su poema canónico “Últimos días de una casa” cuando exclama “Es necesario que alguien venga / a cerrar la ventana / del comedor, que se ha quedado abierta / y anoche entraron los murciélagos… / Es necesario que alguien venga / a ordenar, a gritar, a cualquier cosa”.

En muchas de estas formas compositivas, en verso libre o metros clásicos, como el soneto o el haikú, retrotraídos a la contemporaneidad sin ninguna timidez, Álvaro ha bebido también una no sé qué savia lirica que permite a esa zona cubana de Florencia, Chambas y Tamarindo parir o nutrir a poetas notables como Lucas Buchillón, Volpino Rodríguez, Pablo Díaz, Modesto San Gil, Rigoberto Fernández, Marisol García, y un largo etcétera que no cesa, quienes han sufrido o sufren el fatalismo de vivir alejados de los centros de poder cultural. Virtuosos todos, duchos en el sobrio octosílabo, o el fino, difícil endecasílabo, que logran domeñar a su antojo. Él conoce a estos poetas, los lee, los admira, y toma y deja de sus creaciones con la nobleza y humildad de quien tiene mucho que aprender todavía, y de quien a la vez se sabe con fuerzas para encontrar un discurso propio, auténtico. Sus versos, alimentados así de estos latidos más o menos audibles —porque como diría Octavio Paz “cada poeta es solo un latido en el río del lenguaje”—, se van volviendo poderosos.

He descubierto en Álvaro el fuego que calienta a los que eligen la poesía como destino, sus lectores esperan de él mucho más. Presiento que no le cegará el hastío, la indolencia, la rabia, o la nula carcajada y el cinismo que hacen estéril la vida: auguro que tomará el tren de ida hacia lo Desconocido, y hurgará en sí mismo. Porque vibra en él un Deseo, se pondrá en movimiento, reafirmando la verdad atesorada en aquellas palabras que Einstein dejó escritas en una servilleta a un mensajero japonés, cuando no tenía con qué pagar su servicio: Donde hay un deseo, hay un camino. Y otros fuegos contados regresarán con Álvaro, otros asombros, aún más cercanos.

Ileana Álvarez

Ileana Álvarez. Foto en revista Árbol Invertido

(Ciego de Ávila, Cuba, 1966). Escritora, editora y periodista. Durante 15 años trabajó como directora editorial de la revista cultural Videncia. Tiene publicados, entre otros, los títulos: Libro de lo inasible (1996), Oscura cicatriz (1999), Los ojos de Dios me están soñando (Premio "Pinos Nuevos", 2001), Dulce María Loynaz: La agonía de un mito, (Premio de Ensayo "Juan Marinello", 2001), Los inciertos umbrales (Premio “Sed de Belleza”, 2004), Consagración de las trampas (Premio “Eliseo Diego”, 2004), Trazado con cenizas (Antología personal, Ed. Unión, 2007), El tigre en las entrañas (Crítica, 2009), Escribir la noche (2011), Trama tenaz (2011), ) y Profanación de una intimidad (Ensayo, 2012). Realizó Catedral sumergida, antología de poesía cubana escrita por mujeres (Ed. Letras Cubanas, 2014). Dirige la revista feminista Alas Tensas.

 

Comentarios:


Manuel (no verificado) | Dom, 03/12/2017 - 16:02

Megusta este tabajo, da cuenta de una joven promesa. Gracias, porque no es usual que se hable de lo que está por venir.

Manuel (no verificado) | Dom, 03/12/2017 - 20:10

Me gusta el trabajo. Muy bien por Ileana y el poeta, claro

Manuel (no verificado) | Dom, 03/12/2017 - 20:10

Me gusta el trabajo. Muy bien por Ileana y el poeta, claro

Anónimo (no verificado) | Dom, 03/12/2017 - 22:30

Ya te entendimos, Manuel...

Claudia (no verificado) | Lun, 04/12/2017 - 20:52

Qué bueno Álvaro que se empiece a conocer tu obra. Te envío un beso a ti y atu familia, Nos veremos pronto

Iroel (no verificado) | Jue, 26/12/2019 - 04:24

Felicidades amigo

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