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Biblioteca de pensamiento | Aleksandr Solzhenitsyn: “Vivir sin la mentira”

Reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1970, por la fuerza ética de su obra, Aleksandr Solzhenitsyn fue siempre un escritor incómodo para el poder.

Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), Premio Nobel de Literatura.
Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008), Premio Nobel de Literatura.

Escrito en septiembre de 1973, este fue el último texto de Aleksandr Solzhenitsyn antes de ser arrestado y exiliado. Recién había publicado su monumental ensayo Archipiélago Gulag, donde dejaba al descubierto la crueldad de los campos de trabajo en Rusia, en los cuales él mismo padeció el ensañamiento del poder soviético.
Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1970, “por la fuerza ética con la que ha continuado las tradiciones indispensables de la literatura rusa”, Solzhenitsyn fue siempre un escritor incómodo para el poder y su obra se distribuía en copias clandestinas. “Vivir sin la mentira” se publicó en The Washington Post el 18 de febrero de 1974, pero sigue siendo una exhortación ineludible para los intelectuales de hoy y, especialmente, para quienes viven bajo un sistema donde la censura y la represión fuerzan a las personas a cohabitar con la mentira.

Vivir sin la mentira

Hace un tiempo no nos atrevíamos ni a susurrar. Ahora escribimos y leemos samizdats, y a veces, cuando nos juntamos en la sala de fumadores del Instituto de Ciencias, nos quejamos unos a otros: “¡Qué daño nos están haciendo! ¿A dónde nos arrastran?” Alardeamos sobre los logros en el cosmos mientras en casa sufrimos pobreza y destrucción. Respaldamos a regímenes lejanos, inciviles. Nos lanzamos a la guerra civil. Hemos acogido temerariamente a Mao Tse-tung y será a nosotros a quienes mañana envíen a la guerra contra él, y tendremos que ir. ¿Existe alguna salida? Encima, someten a juicio a quien les da la gana y meten a los cuerdos en los manicomios —siempre a ellos, mientras los demás permanecemos sin hacer nada.

Las cosas casi han tocado fondo. Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física pronto nos consumirá a nosotros y a nuestros hijos. Pero seguimos riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin mordernos la lengua. ¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza?

Nos han robado la esperanza. Hemos sido tan deshumanizados que, por una modesta ración de comida diaria, y con tal de que no se afecte nuestra frágil existencia, estamos dispuestos a abandonar nuestros principios, nuestras almas, así como todos los esfuerzos que realizaron nuestros predecesores y las oportunidades para nuestros descendientes. Carecemos de firmeza, de orgullo y de entusiasmo. No tememos ni a la muerte universal por las bombas nucleares ni a una Tercera Guerra Mundial, y ya nos hemos refugiado en las grietas. Solo tememos a los actos de valor civil.

Tememos separarnos de la manada y dar un paso solos, y encontrarnos de pronto sin pan blanco, sin calefacción y sin estar empadronados en Moscú. Hemos sido adoctrinados en cursos políticos y, de la misma manera, se nos inculcó la idea de vivir tranquilamente, y que todo vaya bien para el resto de nuestra vida. No es posible huir del entorno y de las condiciones sociales.

La vida diaria define la conciencia. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¿Acaso no podemos hacer nada? Podemos, sí, podemos hacerlo todo. Pero nos mentimos a nosotros mismos a cambio de seguridad. No son ellos los culpables de esta situación; somos nosotros mismos, solo nosotros. Se podría objetar que hasta una marioneta es capaz de pensar libremente. Nos han amordazado. Nadie quiere oírnos y nadie nos pregunta. ¿Cómo obligarlos a oír? Es imposible cambiar su forma de pensar.

Sería lo normal que votáramos para expulsarlos del poder, pero no hay elecciones en nuestro país. En Occidente la gente conoce las huelgas y las manifestaciones de protesta; pero aquí estamos demasiado oprimidos y, de hacerlo, las perspectivas son terribles: ¿cómo renunciar a un puesto de trabajo y echarse a las calles? La amarga historia rusa ya exploró durante el siglo pasado otros caminos que resultaron fatídicos. No son caminos para hoy y, sinceramente, no los necesitamos.

Ahora que las hachas han hecho su trabajo, cuando todo lo que se enterró ha brotado de nuevo, vemos cuánto se equivocaron aquellos jóvenes presuntuosos que creyeron que a través del terror, de la rebelión sangrienta y de la guerra civil lograrían que nuestro país fuese un lugar digno y feliz. El círculo, ¿está cerrado? ¿Es que realmente no hay salida? ¿Será que lo único que podemos hacer es quedarnos de brazos cruzados y esperar? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo? Nada sucederá mientras sigamos reconociendo, alabando y fortaleciendo —y no dejamos de hacerlo— el más evidente de sus aspectos: la mentira.

¿Será que lo único que podemos hacer es quedarnos de brazos cruzados y esperar? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo?

Cuando la violencia se introduce en la vida pacífica, su rostro brilla convencido de su propia fuerza, y grita como si llevase una bandera: “Soy la violencia. Huye, déjame pasar o te aplastaré”. Sin embargo, la violencia envejece rápido, pierde la confianza en sí misma y, para mantener una cara respetable, llama en su ayuda a la falsedad. Cuando la violencia no es ya capaz de dejar caer su poderoso brazo sobre cada hombro, ni todos los días, entonces nos pide obedecer a la mentira y participar en el engaño diario. Toda la lealtad que se nos exige descansa en esto.

La vía más simple y más accesible para liberarnos de la mentira es precisamente esta: ninguna colaboración personal con ella. Aunque la mentira lo oculte y lo abarque todo, no será con mi ayuda. Esa actitud abre una grieta en el círculo imaginario que, gracias a nuestra inacción, ha llegado a envolvernos. Es la cosa más fácil que podemos hacer, y es, al mismo tiempo, lo más devastador para la mentira. Porque cuando la gente renuncia a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la mentira solo puede vivir en un organismo vivo.

No nos presionemos. No hemos madurado lo suficiente como para salir a las plazas a gritar la verdad o a expresar en voz alta lo que pensamos. No es necesario. Es peligroso. Pero al menos neguémonos a decir aquello que no pensamos. Ese es nuestro camino, el más fácil y práctico, el que tiene en cuenta nuestra arraigada, nuestra inherente cobardía. Y es mucho más fácil —incluso es peligroso decir esto— que el tipo de desobediencia por la que abogó Gandhi.

Nuestro camino es hablar fuera de ese corrompido límite. Si nos negáramos a unir los huesos muertos y los peldaños de la ideología, si no cosiéramos sus trapos podridos, nos asombraría ver lo rápido que la mentira queda desamparada y desaparece. Lo que estuviera desnudo aparecería entonces desnudo ante el mundo entero.

De modo que cada uno de nosotros, en su intimidad, debe hacer una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente —por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la mentira—, o despreciar la mentira y volverse una persona honesta y digna de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos.

A partir del momento en que uno hace esa elección:

  • No escribirá, firmará o imprimirá por ningún medio una sola frase que, en su opinión, deforme la verdad.
  • No dirá esa misma frase en público ni en privado, ni por sí mismo ni por instigación de otro, ni como agitador, profesor o educador, ni siquiera como actor.
  • No representará, adoptará o difundirá una idea que crea falsa, o que distorsione la verdad, ya sea a través de la pintura, la escultura, la fotografía, la técnica o la música.
  • No citará fuera de contexto, oralmente o por escrito —solo por complacer a alguien, o para enriquecerse, o por lograr éxito en su trabajo—, una idea que no comparta o que no refleje con precisión el asunto en cuestión.
  • No asistirá a manifestaciones o reuniones contra su voluntad, y tampoco levantará ningún cartel o eslogan que no acepte completamente.
  • No alzará su mano para votar a favor de una propuesta con la que no simpatice, ni votará —públicamente o en secreto— por quien considere indigno o incapaz.
  • No se obligará a asistir a una reunión en la que quepa esperar una discusión forzada o distorsionada de una cuestión.
  • Abandonará inmediatamente cualquier reunión, sesión, conferencia, representación o película en la que el orador mienta, distribuya estupideces ideológicas o propaganda desvergonzada.
  • No comprará ningún periódico o revista en los que se deforme la información o donde los hechos principales se oculten.

No hemos enumerado aquí, por supuesto, todas las vías posibles y necesarias para apartarse de la mentira, pero una persona que se vaya purificando sabrá ver otros casos.

El camino no será igual para todos. Algunos, al principio, perderán sus empleos. Los jóvenes que quieran vivir en la verdad tendrán, al principio, muchas complicaciones, porque se les exigen declaraciones llenas de mentiras, y es imprescindible elegir.

Pero no hay escapatoria posible para aquel que desee ser honesto. Todos los días, cada uno de nosotros tendrá que enfrentarse al menos a una de las situaciones que acabamos de mencionar, incluso si es investigador en la más exacta de las ciencias. Verdad o falsedad: libertad o servidumbre espiritual.

No permitamos que quien no sea lo suficientemente valiente como para defender su alma, se sienta orgulloso de sus opiniones “progresistas”. No le dejemos alardear de que es un académico o un artista, o una figura reconocida, o un general. Por el contrario, hagamos que se diga a sí mismo: pertenezco a la manada y soy cobarde, pero me da igual mientras esté bien alimentado y caliente.

Cuando la gente renuncia a mentir, la mentira sencillamente muere.

Incluso este camino, que es el más modesto entre las opciones de la resistencia, será difícil. Pero es más fácil que la autoinmolación o la huelga de hambre: las llamas no rodearán tu cuerpo, tus ojos no estallarán por el calor, y al menos siempre habrá pan negro y agua limpia para tu familia. Los checoslovacos, ese magnífico pueblo de Europa al que traicionamos y engañamos, ¿acaso no nos ha enseñado cómo un pecho vulnerable puede defenderse incluso de los tanques si existe un corazón noble dentro de él?

¿Crees que no será fácil? Sin embargo, es la posibilidad más sencilla. Y no será fácil para el cuerpo, aunque sí para el alma. No, no es un camino fácil, pero ya existen muchísimas personas que durante años han mantenido estos principios y viven por la verdad.

De modo que no serás el primero en tomar este camino, te unirás a los que ya lo iniciaron. Será más sencillo y más corto para todos si lo tomamos juntos, si sumamos nuestros esfuerzos. Si somos miles de personas, no podrán hacernos nada. Si somos decenas de miles, cambiará el rostro de nuestra tierra.

Pero si tenemos demasiado miedo, entonces no nos quejemos de que alguien nos roba el aire. Lo hacemos nosotros mismos. Dejemos entonces que se hunda más nuestra vida, y suframos en silencio; así cada vez estará más cerca el día en que nuestros hermanos biólogos logren leer nuestros pensamientos inservibles y despreciables.

Y si nos amedrentamos después de haber dado este paso, será que somos inútiles e indignos, y se nos podrá lanzar a la cara el desprecio de Pushkin: “¿Por qué debería tener el ganado los regalos de la libertad? Su herencia, generación tras generación, es el yugo y el látigo”.

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Aleksandr Solzhenitsyn

Aleksandr Solzhenitsyn

(Kislovodsk, 1918 - Moscú, 2008) Escritor e historiador ruso, Premio Nobel de Literatura en 1970. Fue uno de los críticos más fuertes del sistema soviético, censurado y condenado a un campo de trabajo en la Siberia rusa, desnudó en su obra más célebre, Archipiélago Gulag (1973), la inhumanidad de esos lugares. Expulsado de la Unión Soviética, vivió en el exilio hasta 1994. Entre sus novelas se encuentran Un día en la vida de Iván Denísovich (1962), El primer círculo (1968), y la tetralogía compuesta por Agosto de 1914 (1971), Noviembre de 1916 (1983), Marzo de 1917 (1986) y Abril de 1917 (1991).

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