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Desde la panza del caimán

La reposición de una obra de teatro en Camagüey, con humor corrosivo, invita a repensar Cuba.

Obra de teatro "La panza del caimán".
Obra de teatro "La panza del caimán". Tomado de "La Hora de Cuba"

El noviembre teatral camagüeyano estuvo ocupado el año pasado exitosamente por la reposición de La panza del caimán, obra del grupo Teatro del Espacio Interior que dirige desde 1990 el maestro Mario Junquera. En la salita del tercer piso del Principal, sede del grupo, un público estupefacto por la agresividad del espectáculo aguanta la risa o se ríe descaradamente, liberado así de alguna manera de la tensión de la coyuntura socialista, con la panza siempre en peligro. Los tres actores —el propio Mario, Iris Mariño y Virgen Martínez— se agitan en proscenio con una palabra honesta y elaborada y una gestualidad poderosa para denunciar el acabamiento de las personas por una historia de engaños y frustraciones, de carencias y de demencias colectivas.

El humor es corrosivo, en el gesto y en el verbo. Pero el todo y el final distan de la diversión: los personajes dibujan en el piso la silueta de sus cuerpos caídos, como en una escena policial. Pues en efecto, han sido derribados por el poder, por una autoridad de enajenación y abuso. No es solo carencia de alimentos lo que atormenta a la panza, es la esclavitud del alma a la panza como metáfora de las demás esclavitudes. Gente envejecida, enloquecida por el sinsentido social, que se siente burlada y aniquilada. Termina el espectáculo y el público, atónito, espera el saludo de los artistas, que no comparecen. Se han ido, están muertos, no hay nada que festejar. Pero el público ha sido consolado, mejorado, salvado. Así es el arte teatral, esa es la función que ha cumplido a través de los siglos. Y que algunos se atreven a ejercer ahora en nuestro país, en una escena vigilada y castigada. Y reincidente.

Teatro del Espacio Interior reincide una y otra vez por casi tres décadas. Mario Junquera ha sabido mantener la independencia, la elevación y la sinceridad de su arte a pesar de las limitaciones, las agresiones, las pérdidas. Del teatro extraverbal a la denuncia política, de la angustia existencial a la protesta, un extenso repertorio, que la ciudad ha defendido con su presencia en la sala, ha llegado a constituir una especie de mito urbano, un punto de referencia ciudadana para la liberación del alma. No en balde el nombre del grupo: lo que importa decisivamente en su elenco de obras es la interioridad de la persona, las dolorosas aventuras de su ser histórico, pero también la de las preguntas esenciales de la vida o la muerte, el sufrimiento y la lucha de la dignidad secuestrada o amenazada.

Hay un precioso tino en Mario Junquera para atenerse a las realidades del alma incluso en el pugilato de las verdades de la protesta política. Y ese tino le garantiza la mayor de las independencias, que es la de obedecer a las ganancias superiores del arte, que sobrevuelan la circunstancia, la anécdota, la historia. Ni siquiera el ejercicio de civilidad de atreverse a ser honesto perturba este equilibrio. El ser humano es en él una entrega a lo humano, sin demasiadas definiciones, como una intuición que cualquiera puede identificar en sí mismo. Cultura de proscenio, otra de las claves del arte del teatro, especialmente en la comedia. Se sobreentiende que somos así, que estamos así, que no tenemos por qué estar así. Este planteamiento típicamente teatral contiene una sabiduría que va más allá del arte. Y desde luego de la política. Pero por eso mismo resulta de una eficacia cívica tremenda. Nadie sale de uno de estos espectáculos como entró. Su humanidad ha sido sacudida, rescatada. Ahora le toca al espectador decidir si va a seguir permitiendo que le secuestren el alma o si prefiere enfrentarse a sí mismo.

 

"La panza del caimán". Fotografía de "La hora de Cuba".
"La panza del Caimán". Fotografía de "La hora de Cuba".

 

La panza del caimán es una suerte de farsa trágica. La apelación a la farsa resulta recurrente en el teatro cubano de los últimos años, como reacción a la ausencia de libertades y a la mentira colectiva, que deja sin seriedad y sin moderación a la vida social: a los farsantes, farsa; su propia farsa, pero con otro objetivo. El humor es también una constante que, más allá de la idiosincrasia del cubano, revela una estrategia de resistencia y una táctica de comunicación eficaz: decirlo todo en serio nos demolería el carácter: el humor nos libera y nos fortalece. Pero en esta obra de Junquera las carcajadas suenan, especialmente en ese momento cumbre en que los actores barren un derrame de zapatos viejos que han estado todo el tiempo en escena, los zapatos de los muertos, de los pobres y comunes que están muriendo sin dignidad ni realización. La obra es pues intensa, incisiva, sin ambigüedades. Ningún cierre de comedia, esperanzador o consolador. La farsa se disuelve en la realidad con el potencial de su denuncia.

El teatro es un género de práctica. Las obras maduran sobre la escena, cuando los actores comienzan a ser sus personajes, más que a interpretarlos. El teatro cubano ha estado atenido, salvo algunos grupos populacheros, a un número escaso de presentaciones que impide la maduración de los espectáculos y de los artistas. Esta reposición, siete años después, de La panza del caimán, nos confirma en la necesidad de hacer y de ver una y otra vez la misma obra.

Mario Junquera volvió a actuar, más allá de su trabajo permanente de director, en las primeras jornadas de esta puesta, lo que supuso volver a una disposición y un entrenamiento perdidos. Ahora le vemos con una caracterización recia y perfecta en su personaje del cubano viejo del pueblo, completamente destruido por la historia, y también lúcido y firme. Todos vemos a cualquier hora en la calle a ese hombre de cara de espanto, feo y real, mártir y héroe de nuestra desgracia. Junquera, que ya no es joven, enfrenta semanalmente las dos representaciones en las que debe derrocharse física y moralmente, y logra una centralidad sin abusos. Porque sus compañeras jóvenes se entregan igualmente. El intenso manejo de voz y físico de ambas, la habilidad para encarnar sucesivamente personajes distintos, se suman a eso que distingue al buen actor: la gracia de la persona.

La pequeña sala vibra con esas actuaciones desabrochadas y también con el diseño de la escena, mínimo y eficiente, desde el juego con las sombras hasta las omnipresentes maletas de la huida imposible. Desde Camagüey, en la panza del caimán, el hambre de ser nos cura.

 

El dramaturgo Mario Junquera y la actriz Iris Mariño frente a la fachada de su casa en Camagüey.
El dramaturgo Mario Junquera y la actriz Iris Mariño frente a la fachada de su casa en Camagüey. Foto tomada de Facebook.

 

Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

Comentarios:


Milton M. Martinez (no verificado) | Mié, 11/03/2020 - 20:05

Almanza, te felicito, has escrito un artículo brillante que penetra al más duro e impermeable.  Tu libertad vale doble, porque la exiges desde la esclavitud.  La mía vale menos, porque la enarbolo desde la jaula de oro con mi inconciencia de esclavo libre.

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