Coloridas, brillantes y únicas en el mundo, las polymitas de Cuba son caracoles terrestres endémicos del oriente de la isla que llevan décadas en peligro crítico de extinción. Su belleza —cada concha es un diseño irrepetible— las convirtió en blanco del comercio ilegal, mientras las autoridades parecen incapaces de frenar la caza indiscriminada.
Aunque están protegidas por la ley cubana desde 1943 y por la Convención CITES, la extracción y venta clandestina continúan. En mercados internacionales, una sola concha puede alcanzar precios de colección, lo que multiplica la presión sobre una especie que habita en áreas muy restringidas de Guantánamo y Holguín.
“Las polymitas son símbolo de Cuba, pero podrían desaparecer en silencio si no se actúa con urgencia”, advierte el biólogo Bernardo Reyes-Tur, que las cría en su propia casa, entre apagones y carencias, como un último esfuerzo de salvación.
En 2022 la Polymita picta fue declarada Molusco del Año, lo que permitió secuenciar su genoma y darle mayor visibilidad internacional. Sin embargo, esa notoriedad científica contrasta con la desprotección cotidiana: bosques degradados, depredadores humanos impunes y una débil educación ambiental.
La desaparición de las polymitas no solo supondría la pérdida de una joya cromática de la naturaleza, sino también de un regulador ecológico de los microbosques orientales. Su supervivencia depende hoy de una combinación incierta de ciencia, voluntad estatal y el compromiso de individuos que, como Reyes-Tur, intentan salvar lo que para muchos ya parece un milagro.