Pasar al contenido principal

Cese el discurso del odio entre cubanos

"Cuba necesita procesos de sanación antropológica, no más violencia verbal, psicológica, física y mediática. Hay que salvar esa eticidad intrínseca de nuestra cubanía y cubanidad".

Bandera cubana colgada frente a la sede del Movimiento san Isidro.
Bandera cubana colgada frente a la sede del Movimiento San Isidro.

Los medios de comunicación social que, según su propio encabezado, son órganos de expresión del Partido Comunista de Cuba, incluidos la televisión nacional y la radio, insisten diariamente en alimentar el odio entre cubanos que piensan diferente, sus opciones políticas o por el ejercicio ciudadano de la crítica y la libertad de expresión.

La descalificación con adjetivos denigrantes, la difamación sin presentar prueba en los tribunales, los actos de repudio y la incitación al odio entre cubanos deben cesar. Publicar e invocar como recurso el artículo 3 de la Constitución de la República que expresa literalmente que: “Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera…” es echar fuego a una situación crítica, compleja y delicada en la que lo que debería primar en los medios de cualquier clase es una exhortación al cambio pacífico, a la tolerancia, a la moderación, aún más, a la unidad en la diversidad entre cubanos todos, a la amistad cívica y a la fraternidad por encima de todas las diferencias.

Los que escriben,

difunden o son responsables de los medios de comunicación social que crean estados de opinión, deben tomar conciencia y asumir la gravedad de fomentar un estado de división entre cubanos, de confrontación entre hijos de un mismo pueblo, de crispación de un ambiente volátil y lleno de inconformidades y desigualdades. Esta es una hora crítica. Todos debemos ser responsables de que sea una hora de cambio en paz.

 

El Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la 54 Jornada Mundial de la Paz que cada año promueve la Iglesia Católica en todo el mundo, el 1 de enero, ha escogido para este año 2021 un tema que resulta de urgente necesidad en Cuba hoy: “La cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día” (Mensaje, párrafo No.1).

El Papa expresa que no hay paz sin la “cultura del cuidado” cuyo contenido concreto es detallado en el citado Mensaje:

“No hay paz sin la cultura del cuidado. La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (No. 9).

En Cuba concretamente, pareciera que los medios, los actos de repudio, “el fusilamiento mediático”, las acusaciones indiscriminadas e infundadas, sin derecho a réplica, de “mercenarios” y “enemigos”, contra compatriotas que disienten o critican, es todo lo contrario de lo que Cuba necesita y que el Papa, oportunamente citado por el Cardenal de La Habana Mons. Juan de la Caridad García en su homilía del 1º de enero de este año, recomiendan: proteger y promover la dignidad y el bien de todos, la compasión, la reconciliación, el respeto y la aceptación mutua.

En Cuba también son necesarios “artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro” entre cubanos. En lugar de denigrarnos entre cubanos, dando un pésimo ejemplo de indecencia ante el mundo, los medios de comunicación, las redes sociales, las escuelas, los centros de trabajo, pero sobre todo la familia y el barrio, deberían fomentar procesos de sanación. Hemos reconocido, desde hace muchos años, y hemos estudiado que todos los cubanos, en grado y profundidad diferente, hemos sufrido un “daño antropológico” que he conceptualizado en mi tesis de maestría así:

“El daño antropológico en Cuba a causa del totalitarismo es el debilitamiento, la lesión o el quebranto, de lo esencial de la persona humana, de su estructura interna y de sus dimensiones cognitiva, emocional, volitiva, ética, social y espiritual, todas o en parte, según sea el grado del trastorno causado. El mismo ha surgido y se ha instaurado como consecuencia de vivir largos años bajo un régimen en el que el Estado, y más en concreto, un Partido único, pretende encarnar al pueblo, orientar unívocamente toda institucionalidad, interpretar el sentido de la historia y mantener el control total sobre la sociedad y el ciudadano. De esta forma subvierte la vida en la verdad, menoscaba su libertad, y vulnera los derechos y deberes cívicos, políticos, económicos, culturales y religiosos de las personas, lo que hiere profundamente su dignidad intrínseca, al mismo tiempo que provoca una adaptación pasiva del ciudadano al medio y una anomia social persistente.”

En diciembre del 2019 el Papa Francisco, en su discurso a la Curia Romana, expresaba que “estamos en uno de esos momentos en que los cambios no son más lineales, sino de profunda transformación; constituyen elecciones que transforman velozmente el modo de vivir, de interactuar, de comunicar y elaborar el pensamiento, de relacionarse entre las generaciones humanas, y de comprender y vivir la fe y la ciencia... Sería siempre...realizado a partir del centro mismo del hombre, es decir, (de) una conversión antropológica."

Este año en su mensaje del Día de la Paz el Pontífice une a esta conversión antropológica la necesidad de “procesos de sanación”. Cuba necesita procesos de sanación antropológica, no más violencia verbal, psicológica, física y mediática. Hay que salvar esa eticidad intrínseca de nuestra cubanía y cubanidad que Luz y Caballero llamaba “ese sol del mundo moral”, y que José Martí resumiera en un verso que pareciera olvidado por muchos: “Cultivo una rosa blanca, en julio como en enero,

para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni oruga cultivo: cultivo la rosa blanca.”

Al comenzar este año tan difícil y crítico, como incierto y peligroso, no se debería jugar a la confrontación sino a la unidad, respetando la diversidad de los cubanos todos. Deben cesar los actos de repudio, físicos y televisivos. Deben construirse una matriz de opinión de la necesidad de profundas transformaciones que serán imposibles sin la opinión libre y responsable de todos los cubanos. Que será imposible aplicar en paz sin fomentar procesos de sanación, de cuidado y acogida del diferente, sin “despenalizar la discrepancia”, como dice mi amigo el periodista Reinaldo Escobar. Sin aceptar que el que piensa diferente y expresa libre y respetuosamente su oposición no es un enemigo, es un cubano, con los mismos derechos y deberes de todos los demás.

Excluir es crear enemigos entre los hijos de un mismo pueblo. Descalificar es denigrar la “dignidad plena del hombre” porque no está de acuerdo con un proceso histórico social. La dignidad de la persona humana está, siempre y en todo lugar, por encima de los procesos socio-económicos y políticos. Por algo Martí quería que fuese “la ley primera de la República: el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.

La Iglesia que somos todos, obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos, tiene un mensaje de paz y de fraternidad que aportar, tiene experiencia milenaria en “procesos de sanación” antropológica y todo ello no es opcional para ella, sino la esencia de su misión: anunciar la redención de la persona humana para la que vino Jesucristo su Fundador y Maestro. Es por ello que el Papa Francisco expresa que las autoridades no deben temer a la misión de la Iglesia, de las religiones y lo dice para todo el mundo, también para Cuba hoy:

“Las religiones en general, y los líderes religiosos en particular, pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles. A este respecto, recuerdo las palabras del Papa Pablo VI dirigidas al Parlamento ugandés en 1969: «No temáis a la Iglesia. Ella os honra, os forma ciudadanos honrados y leales, no fomenta rivalidades ni divisiones, trata de promover la sana libertad, la justicia social, la paz; si tiene alguna preferencia es para los pobres, para la educación de los pequeños y del pueblo, para la asistencia a los abandonados y a cuantos sufren” (No. 8).

Incitar, física o mediáticamente, a la violencia y a la confrontación solo conduce a un sitio: a una violencia y confrontación cada vez mayor, hasta que la espiral se haga incontrolable. Cuando se decide el uso de la fuerza y de la violencia entre cubanos se está asumiendo la grave responsabilidad de empujar a toda la nación por esa pendiente irresponsable de la violencia. Hay que parar ese discurso, esas actitudes, esas acciones y ese clima de ofensa, indecencia y mal trato.

Jugar a la fuerza entre los miembros de un mismo pueblo es muy peligroso. Es éticamente inaceptable. Es ilegal e inhumano. El apóstol de nuestra independencia lo expresó así: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad.”

El odio no está en la esencia del alma de los cubanos. No quisiera que siga siendo sembrado en el alma de la nación a mansalva, sin que nadie lo pare y alguien se recuerde que si la discrepancia es de ideas y derechos, la respuesta y el clima de sanación deben ser de ideas, de propuestas y de respeto a todos los derechos sin otro apellido que el de humanos, que es lo mayor y lo común que tenemos todos.  

Confío en el sentido común, en la raíz humanista y cristiana de la cultura cubana, en los mejores sentimientos de nuestro pueblo, los mismos que han demostrado cívicamente los que han sido víctimas de vilipendios y actos de repudio: respondiendo con paz a la violencia, respondiendo con propuestas al empecinamiento, respondiendo con perseverancia en la necesidad de diálogo y negociación, sin exclusiones ni complacencias, con espíritu de sanación y aportes constructivos. Esa es la esencia del pueblo cubano.

Salvar el alma de la nación en una ecología de paz y amor es tarea y deber. Cultivémosla, no caigamos en la tentación de responder con violencia a la violencia, sea verbal, psicológica, mediática o física. Cuba ve. El mundo ve. Nuestra conciencia ve. Dios ve. Solo el Amor puede ver.

Como decía Martí: “El patriotismo no es más que amor”. “Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin amor, no puede ver.”

(Tomado de Convivencia)

 

 

Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés.

(Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Premios: “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Reside en Pinar del Río.

 

Añadir nuevo comentario

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.