La democracia es un animal frágil. Si algo se ha podido aprender durante la administración de Donald J. Trump es que las grandes libertades y fortalezas democráticas fácilmente pueden ser manipuladas en contra del mismo sistema que las garantiza. La libertad de expresión puede usarse, en vergonzoso camuflaje, para defender la discriminación o las más humillantes mentiras. Esa supuesta “permisividad” del hecho democrático puede dar lugar a que un personaje que no tiene el más mínimo respeto por la verdad ni por las leyes termine en el poder.
Por otra parte, tengo —más que la completa certeza— la intuición de que una de las razones por las que la democracia surgió en Grecia es por la naturaleza de su mitología, pues ambos sistemas de representación (el democrático y el mitológico) se caracterizan por ser diversos, estar en continua transformación, abiertos siempre al cambio, buscando garantizar un orden pero siempre asimilando otras formas y versiones posibles, ambos son inclusivos, contradictorios, cuestionando siempre a cualquier líder, así sea Agamenón o el mismo Zeus… Antes del surgimiento de la democracia como forma de gobierno en Grecia, todas estas características ya eran parte de la mitología griega, por eso no me parece descabellado decir que el surgimiento del sistema democrático está precedido y en parte propiciado por la naturaleza del mito clásico.
Esa conexión entre mito, democracia y pensamiento debiera hacernos comprender, desde Grecia hasta hoy, la importancia que tienen las Humanidades y la Filosofía para el funcionamiento dinámico de una sociedad que se considere democrática. Cualquier paso en contra del cultivo del libre pensamiento humanístico parece acercarnos siempre a las polarizaciones facilistas, los caudillismos, las dictaduras, la censura, la fidelidad ciega a un líder carismático y la fácil manipulación de las masas.
En su texto “De los mitos a la inestabilidad de la democracia griega”, Juan A. Roche Cárcel considera que “la democracia posee (...) un origen innato en el mito (...), lo que la relaciona de una manera inseparable (...) con el caos primigenio y la liga estrechamente a la inestabilidad esencial de lo humano”. Para Roche Cárcel, además, “la creación de la democracia representa una respuesta (como la de la filosofía, la política, la economía, la geometría, el arte y la tragedia) a ese orden caótico del mundo y una posible salida del ciclo de la hybris”, lo cual no quiere decir que la extinga o anule. Pero el sistema democrático tiene una tarea mucho más compleja que la de la mitología griega o la creación artístico-literaria, pues está llamado a poner orden a la vez que persigue aceptar la mayor diversidad posible. La democracia sostiene, facilita y defiende la pluralidad del mito, el pensamiento y la creación; en ello está su grandeza y su peligro.
Para que se entienda mejor la diferencia y a la vez la relación entre creación y democracia, quiero remitir a un pasaje de la serie Designated Survivor en el primer episodio de la segunda temporada (2017): el presidente recibe en la Casa Blanca al escritor Elias Grandi, quien ha sido propuesto para recibir la Medalla Nacional de las Artes. El autor, sin embargo, le dice que no puede aceptar el reconocimiento, porque él aborrece y está en contra de todo lo que el presidente defiende, considera que las instituciones están enfermas y en decadencia y su obra literaria no es de aquellas con las que el presidente pudiera estar de acuerdo. Pero para sorpresa del escritor, el presidente no es solo un gran lector y admirador de todas sus novelas, sino que no espera otra cosa de él que cuestionar el orden institucional. Para el presidente el gobierno existe solo como vehículo o herramienta y no como fin en sí mismo; posibilita que vivamos, amemos y creemos. La razón de existir del gobierno democrático está en servir y facilitarle la vida al ciudadano, aunque este no sea un partidario ni un defensor de los que han sido electos. Ante semejante respuesta, Grandi no sabe qué decir o hacer. “Seguir escribiendo”, le dice el presidente. Este no quiere que el artista deje de criticarlo o cuestionarlo, sino todo lo contrario. No lo censura porque lo cuestione a él y sus políticas, lo premia por poner su libertad al servicio de su pensamiento y su talento. Su papel, en tanto presidente, es el de defender el derecho del artista a crear y a cuestionarlo todo, incluido el gobierno mismo que ha decidido condecorarlo, precisamente, por su obra tan crítica con el sistema. Esta escena creo que ilustra lo compleja, inclusiva y contradictoria que es la democracia, que persigue abrirse al derecho de todos. Llevando este asunto al plano mitológico, podría decirse que la democracia existe para no permitir y oponerse a la captura o el control del mito por uno o un grupo de individuos. La monopolización y administración del mito conduce a la dictadura. La democracia propicia la continua creación de nuevas ficciones, lenguajes, gramáticas y mitologías, sin poner restricciones.
Es fácil, sin embargo, que la democracia y la república terminen siendo una dictadura. La propia democracia griega y la república romana son ejemplos de ese fallo. Muchas de las revoluciones de la edad moderna también cargan con el error de pasar de la lucha por la libertad a la instauración de un sistema excluyente y en algunos casos totalitario. Es el caso de Cuba, por ejemplo, que bien representa cómo el secuestro y la administración de los mitos y las ficciones nacionales reflejan la naturaleza dictatorial de su gobierno. La tragedia ática (cuya fuente argumental es principalmente el mito) da testimonio de ese fallo dentro de la democracia ateniense: si Esquilo acompaña al nuevo sistema con los consejos de su Atenea en Euménides, por su parte, Eurípides (que vive la decadencia del mismo sistema alabado por Esquilo) refleja en Las troyanas el nivel de crueldad al que llegó Atenas con tal de mantener el poder, además de imponer su autoridad y control sobre los demás territorios griegos de la Liga de Delos. Por ello, para evitar su colapso, donde la mitología clásica puede permitirse la anarquía, la democracia está llamada a continuamente revisar y cuidar los límites entre la libertad y el caos. Es justamente lo que persigue el sistema de “checks and balances” en la democracia estadounidense.
Gracias a la naturaleza plural, contradictoria, elástica e inclusiva del mito griego en todos los tiempos, no hay diferencia entre la actitud de la Atenea que aconseja a Aquiles en el primer canto de la Ilíada (poema cumbre del desarrollo oral épico que va del siglo XV al VIII a.C. y representante del poder aristocrático) y la que cierra la Orestíada esquilea del siglo V a.C. en pleno desarrollo de la democracia, aunque ambos textos pertenezcan a épocas y sistemas de gobierno diferentes.
En el primer caso, justo cuando Aquiles está a punto de desenfundar la espada para arremeter contra Agamenón, Atenea aparece solo visible para Aquiles (como una especie de encarnación divina de su consciencia) para aconsejarle que no mate a Agamenón, pero nunca le impone qué hacer, la decisión final la tiene el héroe. En el segundo caso, la Atenea representante del nacimiento del sistema democrático en Euménides cierra las votaciones aconsejando a los atenienses que mantengan el equilibrio alcanzado y hace depender el orden de la condición democrática, siempre en suspenso, siempre en peligro.
Es así que, de forma general, en cualquier época del desarrollo cultural griego, ya sea en obras de períodos aristocráticos o creadas en la democracia, ni el mismo Zeus puede imponer por la fuerza sus decisiones o caprichos. Esa esencia mitopolítica del pensamiento griego que impide que el poder habite solo en una única figura incuestionable y que propicia la pluralidad y el cambio continuo pasa, en el plano de lo político, a la esencia democrática y se mantiene como garantía fundamental en los sistemas de la democracia actual.
Ni siquiera en la Ilíada, poema épico creado para el deleite de la aristocracia anterior al siglo VIII a.C., encontramos ningún líder o Dios incuestionable. La Ilíada comienza con una puesta en crisis del liderazgo político de Agamenón, además de que, aunque este decide hacer lo que mejor considera, la asamblea se muestra en contra de sus propósitos, y apoya no las suyas sino las palabras y propuesta del sacerdote Crises. En la Teogonía de Hesíodo, poema en que se describe el nacimiento del cosmos y de los dioses, cada uno de los tiranos que pretende perpetuarse en el poder (Urano, Cronos, Zeus…) es siempre desafiado por otros dioses. Sirvan estos ejemplos para ilustrar cómo, desde los textos más antiguos de lo que llamamos “literatura griega”, esta tiende a oponerse a cualquier autoridad superior que se pretenda incuestionable (ya sea divina o humana) y deja siempre espacio para oponerse a cualquier tirano, a cualquier forma de dominio cerrado. Algo muy diferente encontramos, por ejemplo, en la tradición bíblica y hebrea, cuyo único Dios nunca se equivoca, es todopoderoso, incuestionable y eterno en su señorío.
Como se ha visto previamente en Esquilo, la figura de Atenea está vinculada a la democracia desde su misma fundación. También la imagen de la diosa hija de Zeus con sus variaciones iconográficas acompaña el desarrollo democrático posterior. No por gusto muchas de las representaciones de la estatua de la Libertad (la misma que da la bienvenida a los navegantes en Nueva York y la que también corona la cúpula del Capitolio en Washington) son algunos de los símbolos más conocidos e importantes de la democracia estadounidense. No hay duda de que ello es el reflejo de cómo los “padres fundadores” se basaron en el sistema griego para crear el propio. Desde la fundación de las Trece Colonias hasta hoy, por ejemplo, la independencia de cada estado remite al funcionamiento de la polis o ciudad-estado griega.
Los mitos juegan un papel fundamental en el conjunto de ficciones y símbolos que constituyen lo que llamamos “nación” o “patria”. Si bien es cierto que dentro del uso de esos mitos en la literatura y el arte se prioriza en general lo anárquico, la trasgresión, el cuestionamiento de todo aparato de control (ya sea dentro o no de la democracia); por otra parte, no se puede negar que figuras como Hércules, Atenea o Eneas han sido utilizadas tradicionalmente para encarnar el orden político, aunque en la literatura su uso sea más amplio y desenfadado. Así tenemos, por ejemplo, la figura de Hércules en el frontispicio de la Universidad de Salamanca, la Estatua de la República —inspirada en la diosa Atenea— en el capitolio habanero, y a Eneas cargando a su anciano padre Anquises y llevando consigo a su hijo Ascanio como representación de la Unión Europea frente al Palazzo Valentini en Roma.
Nunca antes había comprendido tan claramente todo lo que se juega del otro lado del consejo de Atenea en el cierre de la Orestíada que cuando observé las imágenes y los vídeos del asalto al Capitolio en Washington el pasado 6 de enero de 2021. Como sucede en la pieza de Esquilo, también en Washington ese día se hacía un conteo de votos, se consolidaba, una vez más, el funcionamiento del sistema democrático. Pero, a diferencia de Esquilo, los fanáticos y extremistas seguidores del presidente saliente rompieron el cerco policial, rompieron puertas y ventanas, lanzaron gases, interrumpieron el sistema por unas horas. Las escenas de violencia, los heridos y los muertos que dejó el incidente dio una idea, por poco tiempo, de lo que sería vivir en Estados Unidos del otro lado de la condición democrática. Por suerte, los daños fueron manejables y pocas horas después el Congreso volvía a funcionar, la obra esquilea al estilo democrático estadounidense se restablecía. Entonces pensé en esa línea peligrosa entre la libertad y el caos que la democracia está obligada a salvaguardar y revisar continuamente. Como dice el periodista cubano Ernesto Morales, “afortunadamente, este país [EE.UU.] no es uniforme en nada” y esa es su grandeza democrática. Pero a su vez esa grandeza encierra peligros en manos de un presidente irresponsable que incita a sus fanáticos a lanzarse a tomar el Capitolio, que es considerado el espacio sagrado del funcionamiento del sistema democrático. En rasgos más generales, Roche Cárcel explica esta dicotomía del siguiente modo:
... la democracia, al igual que cualquier otra empresa humana, no puede garantizar automáticamente un éxito permanente, como tampoco está asegurada contra sí misma, puesto que su propia acción produce consecuencias inesperadas. Por tanto, representa el régimen de la autolimitación y del peligro histórico, de lo trágico y de lo posible, y encarna la única forma de gobierno que tiene que temer de sus propios errores, pues las otras no conocen el riesgo pero sí las certezas propias del absolutismo y de la servidumbre.
De no controlarse a tiempo el ataque al Capitolio, los daños serían mayores, incluso irreversibles. Podría llegarse al otro lado de la condición suspendida en los labios de Atenea. Los que hemos padecido en nuestros países de origen regímenes totalitarios sabemos qué es vivir del otro lado de la condición democrática. Algunos de los violentos manifestantes trumpistas llevaban objetivos claros de secuestrar y arremeter contra específicos políticos presentes en el congreso durante la ceremonia de legitimación de las elecciones celebradas el pasado noviembre. Como espada de Damocles de la democracia, en momentos como ese, uno siente resonar otra vez las palabras y advertencias del segundo presidente nortemaericano John Adams en su carta a John Taylor en 1814:
Democracy never lasts long. It soon wastes, exhausts, and murders itself. There never was a democracy yet that did not commit suicide. It is in vain to say that democracy is less vain, less proud, less selfish, less ambitious, or less avaricious than aristocracy or monarchy. It is not true, in fact, and nowhere appears in history. Those passions are the same in all men, under all forms of simple government, and when unchecked, produce the same effects of fraud, violence, and cruelty.
Recuerdo mi asombro al ver una imagen de uno de los instigadores colgando del muro del segundo piso hacia el primero en la Cámara del Senado, con el pie en la puerta este, casi rozando con el brazo la frase latina “annuit coeptis” grabada en piedra, entre grecas y demás motivos clásicos, justo a la altura del friso en que se lee “patriotism” y que tiene en relieve el águila y la figura del trabajador con la espada en la mano, dispuesto a defender su país.
Vistos en un mismo plano, entre el ciudadano esculpido en el relieve y el vándalo trumpista puede observarse la tensión continua que existe entre la libertad y el caos dentro del sistema democrático. A esa tensión se suman otras: la frase latina “annuit coeptis”, que también aparece en el Gran Sello de los Estados Unidos y en el reverso del dólar estadounidense, suele traducirse como “justificó las empresas que he iniciado” o “ha dicho que sí a las empresas que llevamos a cabo”. La frase referida es una versión de parte del verso 625 del libro IX de la Eneida, poema épico de Virgilio. La línea completa dice “Iuppiter omnipotens, audacibus adnue coeptis” (“¡Júpiter todopoderoso, aprueba estas audaces empresas!”) y es el comienzo de una plegaria de Ascanio (hijo de Eneas y nieto de Afrodita) pidiendo el favor de Júpiter antes de disparar en medio del campo de batalla, territorio de lo que en un futuro será Roma y el inicio del legado romano. Nótese la variación gramatical de la frase virgiliana en el Gran Sello de los Estados Unidos: ha pasado de “adnue coeptis” (en forma de imperativo o plegaria en el original de Virgilio) a “annuit ceoptis” (en pretérito, dándose la empresa como ya concedida). Se transita de la plegaria por las empresas en Virgilio a asumirlas como concedidas en el recinto democrático estadounidense. Que de esa empresa concedida cuelgue uno de los asaltantes trumpistas en el espacio democrático por excelencia, sin dudas, deja al descubierto el desequilibrio, los límites a veces difusos y la puesta en crisis a los que puede ser llevada a veces la democracia.
Muchos de los alborotadores que irrumpieron violentamente en el Capitolio el 6 de enero, incluido el que colgaba frente al relieve de “patriotism”, se consideran ellos mismos “patriotas”, lo cual evidencia cómo ciertos extremismos nacionalistas o de cualquier otro tipo se acercan más a lo dictatorial que a lo democrático. La Atenea/Libertad que corona el Capitolio en Washington, así como la que está dentro del edificio permanecen justo allí como recordatorio de lo fácil y peligroso que es pasar de la libertad a la vorágine, para no olvidar que todas las garantías democráticas son frágiles, condicionales y siempre están a punto de perderse. Dependen del continuo balance de lo trágico y de lo posible.