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Cine | Landriniana integral I

"Landrián cumple y el resultado es una desobediencia. Lo que vemos es la extrema pobreza de los campesinos", señala el autor con respecto a la documentalística "rural" del cineasta.

El cineasta cubano Nicolás Guillén Landrián
Nicolás Guillén Landrián, cineasta cubano.

Ahora que Nicolás Guillén Landrián empieza a ganar la atención de los centros del arte cinematográfico europeo, sería bueno que comenzáramos por casa, por el disfrute y el estudio de sus documentales. Hay entre nosotros un gusto fácil por el autor de fama, que resulta encomiado porque está de moda celebrarlo, porque los sabios de Venecia nos lo recomiendan con ahínco, -como antes pareció conveniente ignorarlo.

Hay que luchar por el reconocimiento de todo aquel que lo merece, grande o pequeño; porque es justicia y porque es factor de la construcción de la nación, de la que podemos desentendernos cómodamente pero solo para adquirir fama de flojos o egoístas. Comencemos por este Nicolás nuestro, maestro de la verdad, con esta reseña rápida de sus documentales.

Iremos hacia atrás, desde el último documental hasta el primero, para evitar un nuevo triunfo de los enemigos de este hombre joven, a quien fueron asfixiando hasta en la más mínima posibilidad de expresión sincera y artística. Ese mecanismo de progresiva destrucción no logró nada, ni salvar al socialismo, ni mejorar las realidades que el cineasta denunció −como veremos de inmediato−, ni evitar que hoy el pueblo, e incluso sus enemigos, tengan que rendirse ante el genio.

Para construir una casa

Este documental clasifica entre los últimos filmados por Landrián en Cuba. Sometido a una intolerable presión por la policía política, Landrián se decide por una variante inverosímil del sarcasmo, indescifrable para sus perseguidores: un documento de propaganda aparentemente tal como quieren sus jefes, y que se denuncia, por eso mismo, a sí mismo: una pedagogía para párvulos, o ciudadanos sin instrucción ni casa, acerca de cómo se construye una casa, que no es una casa sino unos miserables edificios de apartamentos para ciudadanos que no tienen casa porque no son dirigentes.

El punto álgido de esta sabiduría de la edilicia llega cuando se nos muestra cómo los albañiles han tenido que romper la pared recién hecha para instalar la cañería del baño. Eso era y es realismo, y es socialismo. Pero no es realismo socialista. La voz masculina entonada y razonable nos ha dicho que esas construcciones sórdidas se hacen con trabajo extra, y que los dueños serán los que más trabajen en esa obra y tengan más necesidades.

Ni siquiera trabajar en la obra en tiempo extra les garantiza obtener un apartamento de pacotilla. Este tipo de justicia social resulta animado por la música de azúcar de caña del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC dirigido por el maestro Leo Brouwer, en pequeñas dosis sin protagonismo.

Siempre enamorado de su pueblo, lo que hay de Landrián en este filme de quince minutos muy ladino y muy aburrido a propósito.

Las grandes virtudes del cine de Landrián están voluntariamente ausentes aquí, como no sea algún encuadre interesante. El valor antropológico de este filme, sin embargo, es alto. El problema de la vivienda popular nunca se resolvió en todos los años de socialismo subsidiado por el imperialismo ruso, y esto a pesar de los cientos de miles de viviendas que eran confiscadas a las personas que huían de este paraíso de cemento, ladrillo y arena, y que eran repartidas entre los partidarios del régimen.

También huyeron buena parte de los que recibieron estos apartamentos exclusivos. Escapaban del mismo país donde los grandes arquitectos autóctonos, en pleno capitalismo, diseñaron el Barrio Obrero de Luyanó en La Habana, con proyectos que siguen siendo paradigmáticos.

Siempre enamorado de su pueblo, lo que hay de Landrián en este filme de quince minutos muy ladino y muy aburrido a propósito, son los rostros de los constructores, en los que, como siempre en el socialismo, todo está bien, aunque la antigua dignidad de la persona se ha perdido: aquí y allá vemos el gesto oculto, la reserva detrás de la seriedad o la sonrisa. Y la suprema ironía de la implacable realidad del socialismo, denunciándose.

Nosotros en el Cuyaguateje

Nueve puntos en nueve minutos. Los puntos, las informaciones que el gobierno quiere comunicar sobre las obras hidráulicas en el Cuyaguateje, río de la provincia de Pinar del Río, aparecen como textos en pantalla, mientras una mediocre voz en off las lee. Los puntos van numerados, como todas las orientaciones de la época a cumplir. Luego te preguntaban si cumpliste la tarea seis y debías argumentar por qué no (las tareas solían ser incumplibles por absurdas).

El cineasta cumple. En forma rara, pues resulta incomprensible por qué la palabra río aparece reiteradamente sin tilde en los distintos letreros. ¿Los orientadores tienen problemas con la ortografía? ¿Están recién alfabetizados? ¿Saben usar el idioma? De hecho, los letreros no hacen falta puesto que está la voz, pero esa insistencia denuncia la presión, la necesidad y la voluntad de convencer presionando sobre las conciencias, por cualquier vía.

Lo que vemos es la extrema pobreza de los campesinos. Rostros mayormente áridos.

En Cuba el agua ha llegado a ser escasa, y el gobierno acusaba a la falta de riego como la causante de la baja productividad agrícola. Durante las décadas del sesenta y el setenta se efectúa un enorme plan de obras hidráulicas que no aumentaron la productividad y condujeron a desastres ecológicos, la erosión y la salinización de los suelos. Pero el documental divulga el optimismo de que las tierras áridas se han vuelto productivas.

En realidad nadie dice eso (solo se oye la voz instructiva y la dulzura del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, dirigido por el maestro Leo Brouwer), ni se ve nada de eso. Landrián cumple y el resultado es una desobediencia. Lo que vemos es la extrema pobreza de los campesinos. Rostros mayormente áridos. Siempre los primeros planos del pueblo que Landrián ama. No coincide la tensa realidad de estos rostros con la dulzura del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC dirigido por el maestro Leo Brouwer.

La enciclopedia digital oficial EcuRed caracteriza así la situación actual del Cuyaguateje:

En la cuenca hidrográfica del Cuyaguateje se dan simultáneamente todos los impactos y fenómenos negativos recogidos en los planes de acción de los instrumentos internacionales, en ellas ocurren múltiples factores desequilibrantes que generan complicaciones causa-efecto y que además, se desarrollan de manera acumulativa y sinérgica. Entre ellos se citan: la degradación del hábitat por la deforestación, la alteración de los cauces de agua, la modificación de los humedales, el agotamiento de acuíferos, el inadecuado uso de los suelos, su erosión y el agotamiento de nutrientes, el sobre pastoreo, la desertificación progresiva, las malas prácticas, el empleo excesivo del agua para la agricultura, la concentración de la población en asentamientos humanos, la descarga de residuales líquidos y sólidos contaminantes entre otros.

Un reportaje sobre el puerto pesquero

La desaparición del pescado y los mariscos de la dieta de los cubanos, es una de las pruebas del fracaso total del socialismo. En este país rodeado de mar por todas partes se ha ido consumiendo cada vez menos los productos marinos, hasta el punto de que el pescado, de baja categoría, es ahora un privilegio de los muy enfermos, distribuido por la tarjeta de racionamiento. El pescado de calidad y los mariscos se reservan para los dirigentes y los extranjeros.

Pero en las primeras décadas el gobierno intentó mantener al menos un suministro aceptable de pescado malo (la mayoría de los cubanos, que comían básicamente pargo, cherna y sierra, sin que por eso dejaran de conocer la aguja, el emperador, los camarones, la langosta, el cangrejo y el carey, se enteraron de la existencia de la merluza, el macabí y otras especies bizarras y nauseabundas), mientras que convertía al país en un importante exportador de langosta.

foto de "Landrián" documental junto a Landrián cineasta
Portada del documental "Landrián" junto al rostro del cineasta. | Imagen: Collage de Árbol Invertido.

Entre los esfuerzos socialistas estuvo pues la creación del puerto pesquero de la bahía de La Habana, un disparate de ubicación que permitía una vigilancia estatal más cercana sobre las sospechosas actividades de la pesca. Sin ese puerto y esa flota estatales había pescado en la mesa del cubano; con ambos desapareció, y miles de ciudadanos han ido a la cárcel por contrabandear pescado y mariscos, incluso los cazados con medios propios.

Landrián, bajo presión, filma el puerto. Vemos unas instalaciones y unos barcos con la característica visualidad socialista de mediocridad, ruina y suciedad. El cineasta nos lo hace notar en la escena en la que un obrero está pintando el casco de un barquito. No, el asunto no es de pintura. Tampoco de los obreros.

La moderadamente alegre música del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, dirigido por el maestro Leo Brouwer, equivale a esa mano de pintura, pero Landrián, siempre agudo, siempre buscando el detalle que lo dice todo, filma un cartel, uno de esos muchísimos de entonces, un solo cartel instalado en el taller de reparaciones de los barcos, que reza: El ausentista es un ladrón del esfuerzo de los demás, cómplice del imperialismo, enemigo de la sociedad.

Sí, el ausentismo era un mal de la época. No acudir al trabajo era para el obrero una forma de liberarse del fracaso. Los pescadores no necesitaban una flota estatal. ¿Y para qué trabajar? ¿Para comer macabí? Y ahora, permítanme terminar, que ha llegado a la tienda, por la tarjeta, pollo por pescado.

Taller de línea y 18

He aquí la piedra del escándalo. Hay que reunir paciencia y piedad para explicarse cómo es que este documental pudo costarle al artista toda su carrera, más de un electroshock, la muerte cívica y la pérdida de la patria. Ahora pasaría por un documental socialista más, pedagógico y edulcorante. Si nos atenemos a la realidad histórica, la perspectiva es otra.

Landrián filma la vida de un taller de la capital donde se fabrican unos ómnibus supuestamente para el transporte obrero y campesino (yo viajé en ellos por todo el país), pero desde dos ángulos distintos, en montaje paralelo. Uno es el de la fabricación del ómnibus en sí, con una didascalia de términos técnicos abrumadores —hasta las dimensiones en milímetros del ómnibus—, tanto del objeto como del proceso de producción, y de las actividades de la cadena de montaje. El otro lo constituye una asamblea sindical donde se presentan y se debaten propuestas para un cargo de dirección. Ninguna de estas direcciones era cuestionable para los ideólogos, diríase que eran de encargo.

Es la honestidad de Landrián la que introduce el ruido. El tema en sí resultaba en el fondo sospechoso. El país tenía —y sigue teniendo, más de cuarenta años después— una crisis permanente de transporte. La construcción de estos ómnibus podía aliviar el problema: pero el falso ómnibus construido con un chasis sobre un camión soviético difícilmente resultaba esperanzador. Y aunque en este documental los trabajadores hablan defendiendo el objetivo de la producción y las características de las operaciones tecnológicas, algo falla ahí. Falta alegría, a pesar de la partitura agradable del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que se superpone de una intrigante manera con las voces de los obreros.

Cartel del Festival de Venecia con foto de Landrián
Cartel promocional del Festival de Venecia de 2023.

De hecho, los que hablan son los que ocupan alguna función de dirección en el proceso. Como de costumbre, Landrián fotografía a los humildes, pero ya no encontramos la majestad humana de antes. Se detiene en algún rostro que se acerca a esa calidad, pero no, la antigua dignidad está ausente. El tema de la asamblea sindical, por otro lado, obliga a declarar que el objetivo de los obreros y del Partido Comunista es el mismo, pero que en el Partido no están todos.

La asamblea tiene que seleccionar a los capaces para dirigir el sindicato, pero no por los intereses de los que votan sino por unos parámetros que proceden del Partido. De ahí el cartel obsesivo de Landrián, que fue el colmo del escándalo: ¿ESTÁ USTED DISPUESTO A SER ANALIZADO POR ESTA ASAMBLEA?

Esa pregunta era ritual… El candidato propuesto tenía que aceptar el análisis público. Los que sufrimos estos espectáculos sabemos cuán falso era todo: el Partido llevaba sus propuestas y las imponía, si era necesario a través de la defenestración del candidato indeseable. Las deficiencias de las personas, su vida privada, los conflictos con cualquiera, estallaban contra el indeseable, en público. Y desde luego, lo peor era el proceso de selección en sí, los parámetros desde arriba y nunca desde el interés de los de abajo. Landrián no inventa nada, ni siquiera profundiza en el asunto, porque es imposible que lo haga —de solo sugerirlo lo castigaron—, y porque sabía que no era necesario.

Landrián no está dispuesto a analizar a nadie. Son sus hermanos. Sometió el filme a la aprobación de los obreros. Y lo aprobaron.

El valor del individuo, el valor del obrero, se reducía a una pieza discutible de la construcción de un ómnibus miserable. El documentalista se limita a insistir, mediante el cartel, en este abuso, ni siquiera agresivamente, sino con la habitual duda y humor de Landrián. Y esa sugerencia destrozaba la tranquila atmósfera de subordinación total a los jefes, ellos mismos subordinados en su miseria.

Vemos a uno de ellos haciendo alarde de oratoria para explicar, como para retrasados mentales, en qué consiste una cadena de montaje. El otro nos explica que el color naranja del ómnibus es una brillante idea del Comandante para que los campesinos puedan divisarlo a kilómetros de distancia.

Landrián no se burla de ellos. Al primero, un tipo satisfecho de sí mismo, le pone la música del Grupo. El segundo habla con unción del color naranja, parece triste. Landrián no está dispuesto a analizar a nadie. Son sus hermanos. Sometió el filme a la aprobación de los obreros. Y lo aprobaron. Eso no detuvo la ira de los dirigentes.

Haber cuestionado la estructura jerárquica socialista, según la cual el individuo puede y debe ser analizado, vean el término, en beneficio de la colectividad, esto es, de los que mandan, transgredía el límite de los soportable. Y los méritos artísticos del documental, su interesante banda sonora más allá del Grupo, la fotografía incisiva —una foto de Lenin al lado del reloj—, y el montaje dinámico, constituían agravantes en este curioso caso policial.

Continuaremos.

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Rafael Almanza

Rafael Almanza

(Camagüey, Cuba, 1957). Poeta, narrador, ensayista y crítico de arte y literatura. Licenciado en Economía por la Universidad de Camagüey. Gran Premio de ensayo “Vitral 2004” con su libro Los hechos del Apóstol (Ed. Vitral, Pinar del Río, 2005). Autor, entre otros títulos, de En torno al pensamiento económico de José Martí (Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1990), El octavo día (Cuentos. Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1998), Hombre y tecnología en José Martí (Ed.  Oriente, Santiago de Cuba, 2001), Vida del padre Olallo (Barcelona, 2005), y los poemarios Libro de Jóveno (Ed. Homagno, Miami, 2003) y El gran camino de la vida (Ed. Homagno,Miami, 2005), además del monumental ensayo Eliseo DiEgo: el juEgo de diEs? (Ed. Letras Cubanas, 2008). Colaborador permanente de la revista digital La Hora de Cuba, además de otras publicaciones cubanas y extranjeras. Decidió no publicar más por editoriales y medios estatales y vive retirado en su casa, ajeno a instituciones del gobierno, aunque admirado y querido por quienes lo aprecian como uno de los intelectuales cubanos más auténticos.

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