Dedicado a: Manuel Jardón.
Nada como las interminables noches de prisión, cuando por fin los otros presos se quedan dormidos, para hacer recuento de nuestras vidas y a la vez pensar en los más desacostumbrados temas. Por ejemplo, en la proporción de las influencias en las vidas y formación de mis contemporáneos, y sobre todo en la mía propia, de las diferentes naciones. Al menos de las que han estado mas relacionadas con la Cubanidad, ese fenómeno siempre en cambio y transformación, como nosotros mismos.
Partamos de que España es, sin discusión, la mas importante influencia de nuestro carácter, costumbres, ideas y gustos… y al usar la primera persona del plural lo hago aquí de las dos maneras en que, en español, mi lengua materna, suele usarse: para denotar que es España la mas importante influencia en el conjunto de nuestra nacionalidad cubana, como también en nuestra (mi) modesta personalidad.
En cuanto a la segunda influencia, al menos según mi criterio, lo son los Estados Unidos. Tanto sobre mí, como sobre el conjunto de la Cubanidad. Ya en tercer lugar, sin embargo, mis jerarquizaciones no coinciden. Para lo cubano no lo tengo muy claro y en todo caso no es momento aquí para aclararlo. No obstante, sí puedo afirmarlo para mi propia formación personal: mi tercera influencia nacional es la ruso-soviética.
Hago un aparte aquí. No es que haga desaparecer la influencia africana, en Cuba, y en mí. África como nación sería nuestra segunda influencia nacional, y en un reducido sector poblacional hasta la primera. Mas África es un continente, no una nación. De hecho, llamar naciones a esos remiendos de tribus que por tales dejó allí la época colonial, es más que irrealista, alucinante.
Cuba y la dependencia de la URSS. Los muñes y el barbudo Jotavich
Nací en 1971. Un año después con los acuerdos de Noche Buena de 1972 entre la URSS y Cuba, esta ingresó de lleno en la órbita soviética. Entonces la relación entre ambos países alcanzó su máximo histórico en todos los sentidos, pero sobre todo en lo económico. A tal punto que para 1985 la dependencia económica cubana de la URSS y su Consejo de Ayuda Económica (CAME) superó a la que nuestro país tuvo de los Estados Unidos, en cualquier momento posterior de 1926.
A lo ruso mis contemporáneos y yo llegamos a través de la hora de dibujos animados que entre 6 y 7 de la noche, de lunes a viernes, trasmitía de manera infaltable el Canal 6 (en mi Encrucijada, la señal llegaba por el canal 3, pero, con todo, en el pueblo hablábamos del "Canal 6"). Bueno, solo si no había discurso de Fidel, en cuyo caso, adiós Kashtanka, Mashinka, la que "desde aquí arriba… te mira", La pastora y el Deshollinador, el Cartero Fogón, pero también las aventuras de las siete y media, Noticiero, Álbum de Cuba, La novela de las nueve…
Hace solo un par de años, con conexión a Internet ya estable, conservaba en memoria flash casi 10 Gigabytes de "muñequitos rusos". Hasta mi detención, no había mes en que no dedicara al menos una noche a regresar a aquella hora de mi niñez, a través de YouTube. Todavía hoy, casi cincuenta años después, y cuando el mundo soviético desapareció hace más ya de treinta, o en lo personal la vida me ha zarandeado lo suyo, muchos de los valores e ideas que vivían dentro de los muñequitos rusos son aún los míos. Los de un socialismo inocentón y conservador, venerador del trabajo y del sacrificio de lo individual, imbuido en el fondo de una fuerte religiosidad, como orden global moral por encima de la voluntad de los hombres, a pesar de su ateísmo declarado. Y qué hablar de mi sensibilidad, educada en ellos, en su dramaturgia, en sus formas, en su música y no digo ya en sus colores, porque en mis tiempos no recuerdo que hubiera muchos televisores a color, y tampoco tengo muy claro en qué momento comenzó a trasmitirse a color en Cuba.
Los "muñes" rusos fueron nuestra primera escuela estética y en consecuencia aquella que ha dejado mas duraderas influencias en la formación de toda aquella generación nacida entre (mas o menos) 1970 y 1975. No obstante, lo ruso-soviético no se limitó a influirnos a través de sus dibujos animados.
Aunque, como en el caso de los muñes rusos, no fueron mi única fuente (por un lapso de algunos años, los dibujos animados soviéticos, eran los únicos que trasmitía la TV cubana), los libros infantiles ruso-soviéticos, que abarrotaban nuestras librerías a mis cinco, seis, siete años, acompañaron de manera determinante mi proceso de aprendizaje de la lectura y la escritura. Algunos de los, llamémoslos, vicios idiomáticos, tan poco castizos, que todavía hoy me acompañan, provienen de las no siempre buenas traducciones del ruso al español, en aquellos libritos de cartón, a veces en "tres dimensiones", de los cuales mi papá no dejaba de surtirme de cuando en cuando. De hecho, el primer libro serio que leí o que recuerdo haber leído, ya con menos énfasis en la ilustración (aunque con una muy buena, no obstante) y más en el texto, fue uno llamado Como saltar en paracaídas. En él se narran las vicisitudes de un joven recluta de las tropas paracaidistas soviéticas, a quien todo le salía mal. Hasta que esa racha de mala suerte le sirve para descubrir el emplazamiento oculto de las tropas del bando contrario en unas maniobras.
Otro de los primeros libros serios que leí trataba de un mago, a quien un pionero soviético libera de su encierro milenario en una lámpara maravillosa. Las aventuras del mago y del niño y la evolución del primero, desde una mentalidad medieval islámica hasta convertirse en un cumplido ciudadano soviético, habían sido trasmitidas por televisión, los jueves a las 7pm, en un espacio dedicado al teatro de marionetas. Algunas semanas antes del final de la serie el Instituto Cubano del Libro (ICL), sacó la traducción, en una edición económica que fui de los primeros en comprar en la librería Viet Nam Heroico, de Santa Clara: mi papá y yo madrugamos en Encrucijada.
¿Cuántos cubanitos de entonces leímos aquel libro? Unos cuantos, me atrevo a afirmar. No en balde por meses estuvo entre los infanto-juveniles más comprados, según la encuesta que semana por semana publicaba Bohemia; y de la Biblioteca Pública de Encrucijada no tardó en desaparecer, robado, por quienes no pudieron, o no quisieron, comprarlo, pero deseaban conservar un ejemplar. Su éxito se explica en la frase que Jotavich soltaba antes de realizar un acto mágico: ¨Me arranco un pelo de la barba", lo cual tomaba mucha gracia en un país en que su gobernante, incontratable, usaba también barba y tendía a querer resolver todos los problemas a pura voluntad, arrancándose como Jotavich pelos de la suya.
Cuba, el cine bélico soviético y la literatura clásica rusa
Ya un tanto mas crecidito vino a sumarse el cine bélico soviético, y en gran medida las series documentales sobre La Gran Guerra Patria, la denominación rusa a su participación en la Segunda Guerra Mundial. Fascinado por el mundo de la guerra, como todo niño normal de amplias miras hasta mi generación, y sobre todo por la guerra que había terminado pocos años antes, y además de ser de por sí la mas devastadora y universal de todos los tiempos, determinaba el mundo de postguerra donde nos tocó vivir, el cine y el documental bélico a que tuve acceso para aplacar aquella fascinación no fue otro que el ruso-soviético.
Fan todavía hoy del cine y la documentalística bélica, disfruto de todo aquel al que tengo acceso con los ojos y el criterio que me educó el ruso-soviético. Cine y documentalística que, por cierto, están reconocidos por un importante sector de la crítica cinematográfica como entre las mejores. Existe, por ejemplo, un amplio consenso entre esta última de que uno de sus clásicos, Ve, y mira, es la más lograda película en la presentación del espíritu y la mentalidad que se apodera del hombre en medio de la guerra, desde que se inventó el cine.
A la literatura rusa ya no seria, sino "clásica" propiamente dicha, vine a dar en el Pre, a través de La hija del Capitán, de Pushkin. El aula de mi grupo era la especializada en Literatura, y por ello al fondo, en un librero rojo que iba de pared a pared y se elevaba mas o menos hasta la mitad de la altura de la habitación, los profesores de la catedra de Español y Literatura habían reunido todos los libros del plan de estudios; que en ese entonces no eran un puñado como hoy. Bajo aquel estante en mi asiento de última fila, empecé por leer en medio de turnos soporíferos las descripciones por Tolstoi de las batallas de Austerlitz y Borondino en La Guerra y la Paz. Aburrido después de aquello, y sin ánimo todavía de hincarle el diente a los gruesos tomos completos, llamó mi atención una pequeña novela, que desde mi asiento me quedaba a la altura de mis ojos, a la izquierda: La mencionada La hija del Capitán de Pushkin. Eso ocurrió en algún momento del invierno de 1987, en mi onceno grado.
Adelanto que, sí leí los dos tomos completos de la obra cumbre de León Tolstoi, pero entre ambos libros pasé por dos etapas, determinadas las dos por lo ruso-soviético. La primera a partir de mi escuela al campo en enero de 1988, muy roja ella. Recuerdo haber leído entonces libros como Así se templó el acero, El último almiar, y una docena más de ese estilo. Casi todos sacados de la muy politizada biblioteca de mi papá, o de la de alguno de sus compañeros.
Cuba, la cultura Rusa y la Glasnost
A esa etapa roja de inicios de 1988 la sustituyó una de sentido completamente contrario, hacia la primavera de ese año. Fue en ella donde comencé a leer las numerosas publicaciones soviéticas que se recibían en Cuba, ya casi todas en plena Glasnost. Novedades de Moscú, Spútnik, pero también otras menos recordadas como Tiempos Nuevos. Un seminario de análisis internacional que de repente se llenó de cuestionamientos y críticas ya no solo a la política exterior soviética, sino incluso a la ideología y a la versión oficial de la Historia de la URSS.
Mi papá estaba suscrito a ese semanario, y ahí, aunque sin comprender a medias lo que se decía, por autores que en su mayoría tampoco estaban claros de lo que escribían, tuve mi primer acercamiento con una ideología diferente a aquella en la que había vivido imbuido hasta entonces. O sea, que incluso mi primera aproximación al mundo ideológico extra-soviético, sobre todo al liberalismo, lo hice a través de la interpretación de este por articulistas y ensayistas soviéticos.
No voy a presumir aquí de vastas lecturas, a la manera de esos que al parecer han contado con vidas varias veces más largas que las del humano normal, y también menos ocupadas por lo cotidiano del día a día. Ni de lejos he leído todo lo mucho ruso clásico publicado en Cuba. No obstante, me atrevo a afirmar que he leído algo Dostoyevski, Tolstói, Chéjov, Shólojov… Como lector mis incursiones en la literatura rusa son casi comparables a las que he hecho en la literatura española. Una literatura, la española, a la cual por el placer de la lectura, pero también por voluntad de estilo, suelo acudir a menudo.
No quiero dejar de mencionar un clásico de la Ciencia Ficción soviética, que leí ya en la secundaria: La nebulosa de Andrómeda, no recuerdo de qué autor. En ese libro se inició casi toda la generación de escritores cubanos que se acercó a ese generó, literatura y ciencia en distintas proporciones, en los setenta y primeros ochenta. Agustín de Rojas, por ejemplo, de quien me precio haber sido amigo en sus últimos años, y a quien algunos tienen como el escritor de Ciencia Ficción cubano mas relevante. La influencia de La nebulosa… en Agustín es clara en su primera obra, La Espiral, pero sobre todo en El Año 200. Aunque ya con una intencionalidad política encontrada a la del libro soviético, porque si en este el asunto es la positiva descripción de una utópica sociedad comunista en el año 3000, en el del santaclareño Rojas el asunto es en cambio el desmontaje de una utopía semejante, hasta encontrarle su esencia manipuladora, deshumanizante. Pero quizás más acertado que deshumanizante, ese término tan abusado por la crítica, sería mejor hablar de demasiado humanizante, porque la realidad es que si algo nos busca revelar El año 200 es el hecho de que las utopías son en un final producto de nuestra condición humana. Que, por tanto, en ellas, por debajo de las apariencias igualitarias, las ancestrales formas jerárquicas, autoritarias siguen muy vivas, como connaturales a lo que el hombre es. Al menos mientras no se transforme a sí mismo en una máquina.
En un trabajo como éste, dedicado a la influencia de lo ruso en mis compatriotas (por lo menos en mis contemporáneos), y en mí, en quienes ella ha sido tan determinante, no debo dejar de hablar de la Ciencia. Lo cual no puede hacerse sin admitir el importantísimo influjo de la ruso-soviético en la cubana. Porque más allá de la medicina y las ciencias biológicas en general, bien establecidas y fuertes antes de la Revolución, la mayoría de las ciencias cubanas tomaron impulso gracias a su relación con las ruso-soviéticas. Por lo menos en casos como las Matemáticas, la Física y la Astronomía. Y ahí quedo, para no causar más polémica de la que ya dará mi afirmación anterior.
"Los programas y textos escolares cubanos fueron en esencia copia de los soviéticos"
Partamos de que por más de veinte años los programas y textos escolares cubanos fueron en esencia copia de los soviéticos; del campo socialista nos venían los laboratorios de Química, Física o Biología, con los cuales se dotó a toda secundaria o preuniversitario cubano de los setenta y ochenta; en las universidades soviéticas se formó a decenas de miles de científicos y especialistas cubanos, y a miles de doctores y a candidatos de doctores en ciencia; los libros científicos y tecnológico, tanto los de la materia dura como los de divulgación científica que podían encontrase en nuestras librerías, o bibliotecas, procedían casi en su totalidad de la editorial MIR, soviética, en traducciones de calidad.
De la editorial MIR, en lo personal, recuerdo con gran nostalgia un librito llamado Los tesoros del firmamento, de F. Ziguel. El cielo estrellado siempre tuvo una inmensa fascinación sobre mí, y lo poco de astronomía práctica que llegué a dominar hacia mi adolescencia se lo debo a ese librito. Comprado por mi papá a poco de mi nacimiento, en previsión del próximo tránsito del cometa Halley, en 1986, en él mi viejo quería aprender de estrellas y constelaciones, de movimientos del cielo y sistemas de coordenadas, para estar preparado para aquel trascendental momento, que en definitiva resultó un fiasco. Porque la ultima visita del Halley fue tan decepcionante que poco tuvo que lamentar mi padre el no haber tenido la voluntad para aprender todo lo que se propuso en aquel librito.
Pero mas allá de la influencia de la alta cultura rusa, fuera literaria, cinematográfica, musical o científica, en mi persona y en la Cubanidad de mi niñez, estaba la mas concreta y prosaica del día a día real sobre las personas. Presente a través de los materiales y las formas, los ruso dominaban desde los equipos agrícolas hasta los medios de transporte, ya desde las postrimerías de los sesenta; en los zapatos y lapiceros; en las pañoletas de los pioneros, en los tejidos tan poco adecuados a nuestro clima, que se nos vendían de manera regulada, y a mí me mantenían todo el verano con sarpullido; en los gorros, cascos y uniformes de nuestros policías y soldados; en los Mig-21 que pasaban a ras del suelo sobre nuestras cabezas, en alarde del poderío de nuestras Fuerzas Armadas… Tal era así que visualmente la Cuba de mi niñez, si descontamos las diferencias étnicas, lucía hacia inicios de los ochenta como un pedazo de la Unión Soviética traído a los trópicos.
En fin, podría llenar el doble o el triple de cuartillas aquí, sobre este tema, pero no deseo aburrir al lector. Solo agregar que en lo personal lamento no haber aprendido la lengua rusa, que tan agradable siempre me ha sonado al oído, o el no haberme decidido a última hora, en 1989, a cumplir el sueño de mi infancia de estudiar en la Unión Soviética. Además de dejar constancia de que somos los cubanos los únicos hispanoparlantes que llamamos cosmonauta al viajero al espacio más allá de nuestra atmósfera.
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