Desde este sexto piso, el piso predilecto de los vigías, con una cámara Nikón sin documento de propiedad alguno, guiada por una mano tatuada con la peor versión gráfica de la Virgen, ha sido tomada esta foto de dos y media por ocho, esta foto acusatoria como el corazón de Poe.
Trátase —es bueno explicarlo— de una foto nítida y auténtica, no algún producto de malabarismos con el celuloide. Pese a haber quedado movida por el nerviosismo comprensible del ejecutor, muestra con claridad los detalles: el cubo azul, los mosaicos cubiertos por una fina película de agua espumosa, el trapeador (el instrumento) en un ángulo de ataque a la zona más lejana del portal, el trapeador (el individuo) semiencorvado, los pies muy juntos, como siempre sucede la primera vez.
Se observa en la foto cómo el trapeador (el individuo) está en tensión. Teme que su vecina de la derecha asome o algún niño se detenga en el pasillo a verle en su descenso al reino de los maricas y los gobernados. Ese es todo su temor. Temor versus oscuridad. Temor versus posibilidad. Temor versus convicción. La convicción se llama Xiomara, es su esposa con una pierna en alto y el pomo de pastillas sobre su regazo, y el ruego de que, mira, hay una barbaridad de polvo en el portal, bajo los sillones, todo huele a caverna abandonada. Una vez…
Todo eso está en la foto. Ahora, en la realidad prefotográfica, el trapeador (el individuo) espera en el jardín con el otro trapeador (el instrumento), de metal, entre sus dedos como de metal también. Están allí desde diez minutos antes de que empiece la vista, antes de que la mano tatuada con la peor versión gráfica de la Virgen intente atrapar en su agonía a cualquiera de los dos trapeadores, para salirse con la suya, para que, por su no declaración, su no comparecencia, no quede pendiente —quién sabe realmente hasta cuándo— este primer juicio contra los maricas y los gobernados.