Primero
No hay forma de abarcarlo todo, entonces una antología viene a suplir este escollo, aunque se sabe, toda antología corre el riesgo de una exclusión injusta porque supone "inevitables eliminaciones" y así lo asevera el ensayista Carlos González Palacio cuando compiló Cincuenta años de poesía cubana (1902-1959) (Dirección de Cultura del Ministerio de Educación. La Habana, 1952). Las antologías son, a nuestro juicio, un recurso efectivo para valorar el fenómeno poético, ya sea por grupos de autores o por un autor individual, pero ello necesita lectura, indagación, criterios propios y un aguzado sentido que permite elegir con responsabilidad la justificación del porqué de lo antologado. Sobre este tema se pueden escribir cuantos análisis se entiendan, pero se llega siempre a la misma conclusión: el antologador selecciona según sus puntos de vista.
Esperemos que esta selección sea lo más justa posible, dentro de lo injusto que ya lleva implícito, para ello nos auxiliaremos de un orden cronológico, nunca prelativo, de fechas de creación, nunca de edición, porque un libro como Mariposa, mención en el concurso La Edad de Oro (1979) se publicó 22 años después, y este no es el único caso. Elemento suficientemente válido para usar un criterio cronológico.
Omar Rodríguez García, además de poeta, fue narrador y dramaturgo, pero sin dudas, su labor en la lírica fue más constante y meritoria, a este quehacer se deben Una aventura terminada en fiesta (1978), Mariposa (1979), Pequeña epopeya de un ángel (1980), De flor y soledad (2003), Casi al estilo de Dios (2005), A cielo errante (2007), Bajo el cielo de San Juan (2008) y Por no perder la locura (2006).
Si observamos las fechas de estos libros, nos percatamos de su labor por más de treinta años, en los que convergió con las generaciones poéticas de los años 70, 80, 90 y con la llamada “Generación Cero”. Aclaramos que hemos enmarcado estas décadas para, de algún modo, consensuar las características más notables de estas generaciones, pero en realidad la poesía no puede separarse por espacios temporales, porque no debemos escindir con una tangente en el tiempo lo que tiene una continuidad vital, pero poco le interesa al bardo la interrelación con estas promociones, él va al margen, alejado de todos los cenáculos y las corrientes del momento, escribe con honestidad, sin miedo a las modas ni a los modismos, buscando una poesía original y auténtica, y toda poesía verdadera presupone una acción espiritual, donde el "yo" se funde en vida para la poesía y la poesía para la vida, entonces puede hablarse del "yo poético" y de sus circunstancias como base de una salvación plena y así lo dijo en una entrevista: "… poeta no es quien publica muchos libros, es el que vive como poeta" y más adelante agregó: "… no me importa ser efímero, un simple escritor de esta villa, si ya he sido eterno en cada poema" (Bajo el cielo de San Juan. Editorial Capiro, 2015, p. 10).
Segundo
Difícil resulta este trabajo después de haber leído el prólogo que Jesús Díaz escribiera para la antología Bajo el cielo de San Juan, pues en él, de un solo zarpazo, quiso resarcir la injusticia de un silencio —tal vez cómplice— al que fue sometido este poeta, y, peor aún, su obra. El escritor y amigo dejó la piel en este ruedo como la única posibilidad de salvarlo del ostracismo, pero este ha sido el único intento. No queda entonces otra alternativa que escudriñar en la poesía de Omar Rodríguez García, para situar a este bardo en el lugar que debe ocupar en el panorama de las letras cubanas. Con más de siete libros y premios tan importantes como, por solo mencionar algunos, Recomendación Casa de las Américas, Premio 26 de Julio, menciones en los concursos Ismaelillo y La Edad de Oro, Premio Nacional de Poesía “Rubén Martínez Villena”, Premio Especial de Soneto “Antonio Hernández”, tiene como novedad el desconocimiento de muchos, hasta del propio gremio, y es que la mediocridad, la seudocultura y la no aceptación de un pensamiento diferente, confabulan para llevarlo todo hacia la dirección del anonimato.
Muchos funcionarios, también críticos y editores, no quieren responsabilizarse con la promoción y divulgación de la obra de un poeta que, estando en prisión, tiene la osadía, llamémosle valentía, de aclamar por un país diferente. Diáfana es su postura al respecto y así lo suscribe en un soneto firmado en la prisión provincial de Santa Clara, en el año 1993.
He soñado un país inexistente,
Utópico tal vez por soberano;
De plena libertad, sin presidente,
Que pueda devenir después tirano.
Un país, no de oscuras concesiones,
Y sin doble moral de hipocresía;
Ni perros de rigor, ni policías,
Ni infamia ni prisión ni violaciones.
Tal he soñado ese país sin dueños,
Donde nadie controle mis empeños,
Ni ponga mi razón en lista gris.
Por evadir mi celda de amargura,
Bien sueño ese país, sin dictadura;
Mas siempre vuelvo a dar con mi país.
Ante tal posición "es mejor apartarse", y no es que se diga de esta forma, sino que se actúa como tal, obviando sus profundos sentimientos martianos, su sensibilidad exquisita a la hora de abordar la poesía para niños, su sentimiento de arraigo y amor a su terruño y, por extensión, a su patria.
Omar Rodríguez es un hombre de una sensibilidad diferente, nada humano ni divino le fue ajeno, como ser de talento especial, fue controversial y contradictorio. Se autodenominaba con el título de “conde” y se tatuó este linaje en su brazo (tatuaje que tuvo que someter a cirugía para poder viajar a la URSS como parte de un premio) y a veces tenía ese comportamiento de caballero medieval, otras se convertía en el más pueril de los villanos. Representó al pícaro, al adúltero, fue poligámico, fantasioso y paria, fue amigo, el amigo que le llevaba a su amigo un soneto cada día, y así nació A cielo errante.
Es justo, para entender su lírica, retomar una y otra vez su vida: muere en el 2009, en una cama de hospital, en la misma villa que nace, con la más absoluta humildad y discreción, como el más terrenal de los mortales. Pero un poco antes se reconcilió con Dios, como estrategia para pugnar sus culpas.
Él es el amor disperso
Que en todas partes evoco.
Soy la vida, y si lo invoco,
Lo invoco de lo profundo.
Sin él no existiera el mundo,
Ni yo existiera tampoco.
(Tomado de Busco en mi cauce un desvío, del libro Por no perder la locura, en la antología Bajo el cielo de San Juan. Editorial Capiro, 2015, p. 3)
En cambio, la vida no se reconcilió con él: no fue Hijo Ilustre de su pueblo, no fue Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), ni invitado a eventos literarios, ni a banquetes burocráticos; no lo condecoraron con medallas. Era un transeúnte más, envuelto en el humo de un cigarrillo, con manuscritos debajo del brazo, embriagado a veces por un poco de alcohol… Era un Quijote que deshacía entuertos, pero a veces también los creaba. Amó a los personajes populares que lo circundaban, sin darse cuenta que era uno de ellos. Jugó al amor y con el amor, versó sobre sus cuitas amorosas de romances no correspondidos… y terminaba refugiándose en la más fiel de sus novias: la plaza central de su pueblo, que lo acogía como al mejor de los amantes y ahí rumiaba sus penas, filosofaba sobre la vida, la naturaleza, o leía algún clásico sin traducir del inglés o el francés.
Conociendo su cosmos, solo así se está en condiciones de conocer su obra. Desafortunadamente en vida publica solo tres libros: Una aventura terminada en fiesta (1978), Mariposa (2001) y De Flor y soledad (2003), aunque dejó conformados más de cinco libros, no tuvo el placer de sentir ese olor a tinta de imprenta que es el mejor aroma para los que se dedican al trabajoso arte de las letras. Otros poemas sueltos, dispersos por acá o por allá, tuvieron la buena suerte de caer en manos de amistades que, gentilmente, los entregaron para que formaran parte de esta antología.
Hay que agradecer, en este sentido, a sus amigos Jesús Díaz y Raúl Santiler, este último, con paciencia de orfebre, recopiló y tecleó cuantos manuscritos estuvieron a su alcance, porque sabía que en este acto estaba salvando, también, algo de la cultura que nos corresponde como nación. Agradecer a su viuda que facilitó la vía para que una obra de reconocida calidad no fuera sepultada en el polvo y, especialmente, a su sobrino Alexander Calzada Martínez, que tuvo el sentido común de tomar el timón de este barco para que la poesía de Omar Rodríguez navegue en aguas menos contaminadas, y a la señora Gladys Aponte, amiga de todos, que unió todas las piezas de este rompecabezas.
Tercero
Cuando aún la vida no lo había golpeado, lleno de sueños y sin conocer el sinsabor de las frustraciones humanas, comienza a escribir para los niños y fruto de ello son Una aventura terminada en fiesta y Mariposa. El primero narra en forma de aventura, con una estructura dramática definida, la historia del secuestro y rescate de un grillo. En toda esta narrativa con carácter didáctico, sin llegar al didactismo puro, se critican posiciones de egoísmo y se exalta el valor de la unión y la amistad. Valiéndose de una estructura poética asequible al mundo infantil, transmite con una moraleja edificante, valores éticos aportativos a la vida de los infantes.
En Mariposa, a través de cuartetas, con su tradicional rima consonante, reafirma los valores de la amistad y la unidad que vence frente al orgullo y la vanidad, también como Martí, salvando lógicas distancias, su verso "… es un surtidor/que da agua de coral". Con este libro ya comienza a mostrarnos su amplio conocimiento de la obra martiana, recordemos que José Martí tiene un conjunto de versos con el nombre de Polvo de alas de una gran mariposa (conocido como Polvo de alas de mariposa) y que es una de las obras menos conocidas y divulgadas de la poesía martiana, pero este autor ya la conoce.
Sus libros para adultos distan mucho de la candidez y el optimismo de su lírica para niños, lo que se aprecia ya en Pequeña epopeya de un ángel y se mantiene durante todo su quehacer. Este es un poemario de cuestionamiento existencial e irreverencia ante la vida, desafiante, incluso, de los preceptos bíblicos "del polvo no he venido, / ni del barro proceden mis alas de sol". Poemario cargado de angustia y soledad "casi como un ángel / he nacido de bruces", se ve como un paria, corporiza a la muerte y una sensación de cansancio y hastío se traduce en sus versos con evidente influencia de César Vallejo, especialmente de los Heraldos negros.
En De flor y soledad, publicado tardíamente por la editorial Capiro, reitera la posición existencial de un sujeto lírico atormentado por el pesimismo y el sinsentido, ahora visto a través del prisma del amor, a veces fallido, a veces tardío, a veces ilusión pura.
III
vivir, vivir al fin es cosa muerta
—si vivo por vivir—; y sin amar
aun puede parecer mi Cosa cierta
XIII
como un ángel triste,
resulta siempre esta mujer tan bella
XVI
de espera y soledad, tal es la vida.
Dije adiós a la flor y el verso llora;
y nostalgia de a pie sin equipajes,
desato mis velámenes de aurora,
mi vieja soledad y mis paisajes.
Este título combina dos elementos que no son necesariamente antagónicos, pero sí se contraponen en esencia: la flor como símbolo de vida, de nacimiento para dar un fruto posible y la soledad como condición de abandono, tristeza y desarraigo espiritual. Estos veinte sonetos versan sobre el amor y el desamor, y todo lo que llevan implícito: la tragedia, el egoísmo, el sufrimiento, el pesimismo, la duda, la angustia, pero todo se salva por la poesía como acto sublime de redención "solo el verso es candil y no penumbra".
El autor, aunque ya lo había usado antes, ahora hace gala de su pericia en el manejo del soneto, género que muchos autores no se atreven a cultivar por lo riguroso de su estructura métrica y el alto vuelo poético que deben cerrar sus versos. El soneto sirve, en gran medida, para «cualificar» a un poeta. Por la importancia del cultivo de este arte, no asequible a todos los bardos, traemos a propósito las palabras de Dulce María Loynaz, premio Cervantes de Literatura, "yo solamente me atrevería a sugerir una condición y es que se demostrara previamente que se es capaz de escribir un soneto. Después de eso que se escriba como quiera" (Prólogo de César López, Dulce María Loynaz, poesía. Segunda Edición en Letras Cubanas, La Habana, 2011, p XI ).
Dos años después escribe Casi al estilo de Dios, con este cuaderno salda una deuda con su pueblo, revindicando a sus personajes populares en un género también popular, la décima, para que no queden en el olvido, de forma ingeniosa versa sus particularidades, capaz de, en solo diez versos, retratarnos sus esencias. Vuelve a la poesía intimista que ya, de alguna forma, había tratado en Pequeña epopeya de un ángel, ahora en A cielo errante, una vez más aflora la queja existencial "ingrata la razón del mundo ingrato; / ingrato el porvenir, la vida, ingrata", pero con un profundo cuestionamiento filosófico sobre la vida, el tiempo, la muerte, acude a la naturaleza con sus elementos: el mar, las estrellas, la tarde, el sol, la lluvia, el cielo, pero no se refugia en ellos como los poetas románticos de finales del siglo XVIII, solo los usa como pretexto para compararlos con estados anímicos donde afloran una y otra vez la angustia, la resignación y el caos existencial que llega hasta el cuestionamiento divino e irreverencia hacia la figura de Dios, retorna al canto reiterado del amor no correspondido, con notables influencias de Charles Pierre Baudelaire, al que leía sin traducción del francés (Charles Baudelaire fue considerado por Paul Verlaine entre los poetas malditos de Francia en el siglo XIX debido a su vida cultural, bohemia y de excesos y la visión del mal que impregna en su obra, puntos en contactos con el autor que nos ocupa).
Después de abordar el caos, la soledad, la muerte y el desamor, el bardo cambia el rumbo para salir de una asfixia que lo sucumbe y arrastra, entonces le canta a su pueblo y escribe Bajo el cielo de San Juan. Con este nombre sale una pequeña antología postmortem, que incluye textos de Casi al estilo de Dios y Por no perder la locura, cuaderno que se edita por la Editorial Capiro con motivo del 500 Aniversario de la Fundación de la Ciudad de San Juan de los Remedios.
Estamos en presencia de un libro de décimas con, otra vez, notable influencia martiana. Recrea parte de la historia de su ciudad, sus mitos y leyendas con los que se identifica y, a veces, se fusiona con un sentimiento de arraigo muy particular, es un canto a las raíces de su pueblo y su andar de bardo, dígase paria, por sus calles y su historia, loa a su pequeño terruño, a su patria pequeña.
Un poemario de madurez creativa es Por no perder la locura, aquí vuelve a hacer gala del uso de la décima para cantarle una vez más a su ciudad, con la que establece un ingenioso paralelismo, el yo poético se funde con su vetusta arquitectura y la sombra se trabaja con el concepto «de lo que queda», tal vez la reminiscencia de un pasado que deja en el presente huellas de destrucción y desamparo para ambos.
La sombra, diferente a su uso tradicional en la poesía española, específicamente en el romancero gitano, o sobre todo en la poesía lorquiana, no es fantasmagórica ni sugestiva, solo es aquí un pretexto de lo que fue y no es, pudiendo ser. La indagación del ser vuelve a aflorar dentro de los temas, pero ahora amparado y refugiado en la divinidad, da cabida a Dios en su vida, lo acepta, postura totalmente contraria a la irreverencia asumida en Pequeña epopeya de un ángel y da como un hecho la existencia de Dios:
existe Dios en el verso
que de la gracia desciende;
existe Dios cuando prende
cada estrella el universo,
pero el pesimismo que lastra su vida y, por ende, su obra, no desaparece, todo lo contrario, se reitera. El poeta fue testigo de un momento poco aciago de su tiempo y su país, pero como dijo, no le interesa la trascendencia, sabe que vivirá en su obra, si algo lo salva es el verso, de ahí que, con la publicación de esta antología se edifica y dignifica su figura, en fin: el poeta ha sido salvado, tal cual aseguró en uno de sus versos del polvo no he venido, sino de sus circunstancias vitales.
San Juan de los Remedios, 2025.
[Del libro Del polvo no he venido, de Omar Rodríguez García. Editorial Betania, Colección Antologías, Madrid, 2025.]
Encuentra una selección de la obra poética de Omar Rodríguez García en nuestro dosier "He soñado un país diferente".