El padre Alberto Reyes Pías es un sacerdote cubano que se ha ganado desde hace años el corazón y la confianza de sus feligreses. Hombre culto, formado en Cuba y en el Vaticano en diversas esferas del conocimiento útiles para su ministerio, durante años ha sido un ejemplo de cristiano y también de cubano esencial.
El padre Alberto Reyes tiene una fructífera trayectoria en el hermoso trabajo de la pastoral juvenil, como guía y orientador de jóvenes católicos, entre los cuales ha disfrutado siempre de gran aprecio. No es de extrañar porque, insisto en ello, su formación, incluso en temas de psicología, lo capacitan para ello. Ha sido también profesor en el Seminario Menor, o pequeño seminario donde mejoran su preparación los jóvenes que se sienten llamados al camino del sacerdocio.
Ese Seminario, inaugurado hace algunos años, estuvo bajo la dirección entrañable de uno de los sacerdotes más admirables, el padre José Sarduy, que lo impulsó y sostuvo con su sabiduría, y sobre todo con su fe, limpieza de corazón y cultura. Pero tal vez las facetas del padre Alberto, como siempre lo hemos llamado todos, que admiro con más énfasis, son en primer término, su servicio y entrega en la diócesis Guantánamo-Baracoa, la más pobre, aislada y difícil de toda Cuba, dónde trabajó un buen tiempo y dejó la marca de su dedicación, sinceridad sin tapujos y su alegría.
El otro aspecto de su vida que me ha ganado el corazón y el respeto es su valerosa postura como cubano. Pues sin duda es un sacerdote que no ha dado nunca la espalda a la verdad, la ética y las penurias de su pueblo. El padre Alberto ha sido siempre uno solo con su gente, con sus angustias diarias, con el sufrimiento de décadas en manos de un régimen esencialmente totalitario y deshumanizado. Hoy llega a las páginas de nuestra publicación, con su serenidad de costumbre, con su coraje y eticidad habitual.
Hace tiempo que este padre bueno le habla a su pueblo desde la frase tan significativa “He estado pensando…”. Pues bien, pensemos con él, escuchémoslo con la máxima atención: pocos en la isla son tan cercanos a las penas de nuestra patria. El que tenga oídos para oír, que oiga.
¿Cuál es la situación de los católicos en la Cuba actual? ¿Cuáles son sus retos y expectativas?
La situación de los católicos en Cuba, a nivel social, no se diferencia mucho de la del resto del pueblo. Compartimos la misma situación precaria de la gente y padecemos las mismas necesidades de todos.
Respecto a la práctica de la fe, Cuba sigue siendo un país sin libertad religiosa pero ha disminuido notablemente la persecución por estos motivos. En Cuba hay libertad de culto, pero ya sabemos que la libertad religiosa no se reduce al culto, sino que implica la participación de los cristianos en la vida social.
La Iglesia en Cuba sigue sin derecho a acceder a la radio, la televisión o la prensa impresa, sigue sin poder intervenir en el sistema educativo y en el sistema de salud, por poner un ejemplo. Es cierto que a los cristianos practicantes se le sigue negando el acceso a la aviación, a la marina y a cualquier ámbito militar, pero fuera de eso nadie es discriminado o acosado por su fe, y si ocurre, es en algún caso aislado.
Hay cristianos que son acosados e incluso reprimidos porque, en coherencia con su fe, alzan la voz para denunciar la situación social existente en la isla, pero la intervención del gobierno sobre ellos se da por sus posturas políticas, no por sus motivaciones religiosas.
Los retos de este momento son muchos. Es un reto mantener y promover la esperanza que viene del Evangelio en medio de una situación social cada vez más dura y donde cada vez hay menos signos de solución. Cuba parece un país condenado a su suerte y sumergido en una espiral de represión y miseria que parece interminable. Ser capaces de confiar en que, en medio de todo este aparente sinsentido, Dios está haciendo camino con nosotros y está acompañando nuestra historia, es todo un reto.
Y en esta misma línea, es un reto evangelizar y animar a las personas no solo a abrirse a la fe en Jesucristo sino a actuar eligiendo el bien, la verdad, la justicia, la solidaridad. El ambiente en Cuba es de sálvese-quién-pueda, y se hace más fácil “resolver” la vida, aunque para ello se dañe a otros. Da miedo decir la verdad y defender la justicia cuando esto puede tener tantas consecuencias desagradables, y no es fácil ser generoso y solidario cuando todos estamos tan escasos de recursos.
¿Qué han tenido que enfrentar los jóvenes en la Cuba posterior a 1959?
Esta es una pregunta muy amplia, porque estamos hablando de más de seis décadas y por tanto, de muchas generaciones de jóvenes. Los jóvenes son por naturaleza idealistas, animosos, enérgicos, y quieren ser protagonistas de la Historia.
Situándonos en los inicios de la Revolución e intentando hacer un “barrido” desde el 59 hasta hoy, podríamos decir que los jóvenes han tenido que enfrentar la manipulación y el engaño respecto a sus ideales, porque muchos creyeron honestamente en el discurso de la Revolución y le entregaron todas sus energías, para descubrir poco a poco que todo era falso.
Los jóvenes cristianos tuvieron que enfrentar la dura y despiadada persecución religiosa que se desató desde los primeros años de la Revolución: el acoso continuo, la imposibilidad de acceder a muchas profesiones y a puestos de trabajo relevantes, la prohibición de portar signos religiosos, el peligro de ser acusados de “proselitismo”, las expulsiones de las universidades por motivos religiosos, y tal vez lo más terrible: ser enviados a las UMAP por defender su identidad religiosa.
Han tenido que enfrentar la pérdida de la libertad en los mejores años de sus vidas, y el sometimiento forzado a una existencia en la cual no les era posible ni siquiera luchar por sus sueños y construir desde su energía innata el presente y el futuro de su preferencia.
Han tenido que enfrentar los retos de la emigración, lo que significa abandonar su país, su familia, su tierra, su ideal de construir una vida aquí, y asumir la difícil realidad del emigrante, que tiene que empezar muchas veces desde cero, que tiene que abrirse camino en un país extraño, y termina sintiendo que no pertenece a ningún lugar.
Han tenido que enfrentar la pérdida progresiva de valores, la destrucción sistemática de un entramado social que estaba basado en valores universales y fue sustituido por un adoctrinamiento ideológico.
Han tenido que enfrentar la represión y la cárcel cuando han decidido comprometerse con la verdad y la justicia, y cuando han reclamado pacíficamente los derechos de su pueblo.
¿Qué problemas en la formación moral y ciudadana de la juventud podría usted señalar?
A lo largo de estos años la preocupación del gobierno ha sido más el adoctrinamiento que la formación en valores universales. De hecho, hay valores que en la práctica chocan frontalmente con el modo de vida establecido por este sistema. Por ejemplo, ¿cómo hablar de la verdad en una sociedad que se construye sobre la mentira y donde la doble moral es imprescindible no solo para ascender socialmente si no, incluso, para sobrevivir?, ¿cómo hablar de la justicia en un país donde no hay ni siquiera un Estado de derecho donde no existe la división de poderes y todo se determina según la política?, ¿cómo hablar del respeto y la tolerancia cuando todo aquel que opina algo en contra de la ideología oficial es presentado como un enemigo que debe ser atacado y silenciado?, ¿cómo promover la generosidad y la solidaridad cuando la miseria se profundiza día a día?, ¿cómo hablar de la libertad cuando se vive en una dictadura férrea e implacable?
En Cuba es difícil que los jóvenes crezcan en una sana formación moral y cívica, a no ser que entren en contacto con una iglesia o hayan nacido en una familia que ha conservado los valores tradicionales.
De hecho, es este uno de los principales puntos a reconstruir en una Cuba nueva, porque se ha diluido mucho la distinción entre el bien y el mal y sobre todo, la actitud de elegir el bien porque está bien y rechazar el mal precisamente porque está mal, sin someter el bien y el mal a lo que me conviene, lo que me resuelve más o menos la vida o lo que tengo deseos de hacer.
Padre, háblenos de su experiencia personal en las comunidades católicas en sitios rurales.
En muchos lugares rurales las comunidades católicas son extremadamente acogedoras y fieles, pero esto no puede llevarnos a idealizar la situación de la experiencia religiosa en esos lugares. Son sitios donde los horizontes son aún más cortos que en sitios urbanos y, por lo tanto, la Iglesia no está en el horizonte de muchos jóvenes, como no está el estudiar, leer, superarse, crecer espiritualmente.
Muchas veces hay catequesis florecientes de niños que van incluso solos a la iglesia y que logran recibir los sacramentos, pero que suelen abandonar la práctica de la fe en cuanto llegan a la adolescencia.
No es frecuente en las comunidades rurales la presencia de hombres, porque muchas veces persiste en los pueblos pequeños la mentalidad de que “la iglesia es cosa de mujeres”.
La experiencia de trabajo con comunidades rurales no deja de ser reconfortante, por el tipo de persona que uno se encuentra, pero eso no quita que la pastoral en ellas sea, básicamente, de mantenimiento de la fe en el lugar.
Le ruego que se refiera a la situación psicosocial actual del pueblo cubano.
Desde un punto de vista psicosocial, el pueblo cubano vive con una mezcla de deseo profundo e intenso de libertad, justicia y prosperidad, unido a un miedo profundo y a un síndrome introyectado de indefensión aprendida, lo cual lo hace bascular entre momentos de explosión social y desesperanza.
Como pueblo, en general la gente está harta de su situación. A efectos prácticos, podemos decir que como ideal, la “Revolución” murió hace mucho tiempo. El pueblo no cree en los discursos gubernamentales ni espera nada de los que nos gobiernan. Queremos un cambio radical, queremos el fin de esta dictadura, de este sistema que ya no tiene nada que ofrecer. La gente quiere libertad y prosperidad, y quiere poder vivir sin miedo. Sin embargo, la cotidianidad nos recuerda continuamente que reclamar abiertamente estos ideales puede terminar en represión y cárcel.
En estos momentos existe un divorcio prácticamente total entre el gobierno y el pueblo, un pueblo cada vez más hundido en la precariedad y la necesidad, un pueblo cada vez más harto del sistema y un gobierno que no muestra ningún signo de interés en resolver la situación de la gente y cuya única respuesta a los reclamos populares es amedrentar, reprimir, encarcelar, mientras pide cansinamente “resistir” y “confiar”.
Es una situación en la cual, a pesar del miedo y la desesperanza, sigue gestándose un impulso de reclamo popular de cambio, pero en estos momentos es difícil dilucidar cómo se resolverá al final esta incompatibilidad cada vez más evidente entre el gobierno y el pueblo.
¿Qué expectativas podemos compartir frente al futuro de Cuba?
En Cuba se impone un cambio, eso es evidente, pero desde donde yo puedo ver, es difícil determinar cómo se realizará.
Podría haber un estallido violento que fuerce al gobierno a realizar cambios reales, pero este escenario choca con la falta de un liderazgo objetivo que permita la canalización de este proceso.
Podría darse lo que se llama un “cambio fraude”, es decir, una aparente democratización del país pero liderada por los que hoy controlan la nación, con lo cual permitirían cambios en lo social pero seguirían con el control económico y en el fondo con el control político.
Podría haber una negociación desde el poder, de modo tal que se cambie el dominio sobre el país por inmunidad, con lo cual se podría hacer una transición pacífica hacia la democracia, respetando el compromiso de no enjuiciar a la cúpula que hoy dirige el país.
En cualquier caso una cosa es cierta: Cuba necesita poner fin al callejón sin salida en el que se encuentra. La sociedad cubana, tal y como está, no es viable a futuro y básicamente hay dos caminos: o seguir la política de “mano dura” que solo podría terminar en violencia social, o la democratización del país. En cualquiera de los dos casos hay un denominador común, que es la negociación del poder.
Por otro lado, no podemos excluir en el futuro de Cuba el tema de la fe, de la apertura del cubano a una dimensión espiritual, a una experiencia de encuentro con Dios, desde donde sea que se conciba a Dios. Hemos vivido más de seis décadas con un sistema que ha intentado desterrar a Dios de la sociedad, y una sociedad sin Dios se deshumaniza. Una Cuba diferente sin Dios creo que nos conduciría a otras dictaduras, tal vez más sutiles pero no menos dañinas.
Padre, como católico tengo grandes esperanzas y enorme confianza en nuestro nuevo pontífice, S. S. León XIV. ¿Qué piensa usted?
Yo también comparto expectativas respecto al nuevo Sumo Pontífice. Me da esperanza su trayectoria de vida, porque ha experimentado de primera mano la pobreza y las injusticias que sufren nuestros pueblos. Me da esperanza el hecho de sus visitas a Cuba como superior de los Agustinos y su contacto directo con nuestra realidad.
Creo que de momento va dándose su tiempo, y espero que a pesar de todo lo que significa pastorear la Iglesia universal, pueda poner sus ojos en este pedacito de trópico que es Cuba y pueda ser parte del camino de solución que todos necesitamos, y cuando digo “todos”, incluyo también a los que nos gobiernan, porque no es vida saber que están sentados sobre un polvorín, no es vida pasarse los días haciendo equilibrios para mantener lo que ya no puede mantenerse, y vivir en la alerta continua de lo que pueda pasar en su contra. Eso no es vida.
De todos modos, por mucho que pueda ayudarnos en este proceso el Papa León XIV, nos toca a nosotros buscar las soluciones posibles, nos toca aunar esfuerzos para ir cambiando el presente de Cuba e ir construyendo un futuro de libertad, justicia, paz y prosperidad, eso sin lo cual un pueblo es solo una sombra.