Recuerdo un día en que se encontraron, en el Vedado habanero, dos poetas de distantes provincias, era la primera vez, o quizás había existido antes algún que otro encuentro de esos que amenizaban al mundillo literario. Eran los comienzos de los años dos mil. Una dijo “me voy a Madrid a una beca”; la otra se disponía a visitar a la novelista Ena Lucía Portela y le llevaba unos títulos de la Feria del Libro. Gleyvis Coro y yo en la capital de Cuba.
Admiraba a Gleyvis por aquella forma tan singular y desfachatada que tenía de apropiarse del verso clásico y tomar la sartén por el mango cuando se trataba de dialogar con la tradición. Nuestra conversación versaba sobre el protagonismo que estaban tomando las mujeres en la literatura, y hablamos de ese mito llamado Ena Lucía, de su literatura que constituía voz y reflejo de toda una generación, la de los noventa; hablamos sobre la genialidad de la novela Cien Botellas en una pared, y sobre la complejidad de sus protagonistas femeninas.
Gleyvis experimentaría el exilio unos cuántos lustros antes que yo. Nuestro próximo cruce fue casual en el metro de Madrid. Me advirtió “no será fácil”. Y tenía razón. No podía ser fácil. Seguirían cambiando nuestros destinos, mientras pasábamos a formar parte de “ese” cuerpo polifónico que se denomina “exilio cubano”, en permanente (trans)formación como nosotras mismas.
Y, con "el despertar tremendo" de la isla el 11 de Julio de 2021, me hallé de pronto, corriendo y dando saltos por las esquinas abruptas de las redes sociales, ante algo sorprendente, estimulante: sus crónicas en verso sobre la realidad cubana, publicadas en su muro de Facebook. Décimas, cuartetas, romances, versos cortos y largos, un verdadero relajo estrófico del más relamido gusto, donde la poeta conseguía (“con y para el bien de todos”) lo que buscaba el pueblo de Cuba a costa de sangre y lágrimas: impartir justicia en tiempo real a los héroes anónimos, “desfacer entuertos”, hacer retroceder las mentiras del Estado sociolista, sacarle el jugo y las espinas a la estampa de la tiranía criolla, encontrándole la cuarta y la quinta pata al gato, para entusiasmo y jolgorio de los lectores.
Rimas brillantes, textos ingeniosos los suyos, empapados del prontuario cubano. Tenían que reunirse en un libro, por eso, por su valor. Y tenía este libro que ser ilustrado por Omar Santana, el magnífico y certero dibujante, como quien dice que la maquinaria del poder (la perseguidora) debía ser puesta patas arriba al menos una vez, para siempre, y la bandera nacional, ensangrentada, libre, tenía que llenar el viento. Y se hizo. El libro Concierto mambí (Ediciones Gata Encerrada, Madrid, 2022), con notas al pie y emoticones; y prólogo, además, de Enrique del Risco y epílogo de Mónica Simal. Un proyecto coral, y empático.
Háblame de la Gleyvis de ahora mismo, la de “Aquí se habla cubañol”.
Gleyvis es una persona acaso más feliz que la de libros e intentos literarios anteriores. Más audiovisual, más comunicativa. Sin duda más alegre. Que acoge códigos de una generación a la que no pertenece —está casi al filo de los 50— y tiene una necesidad abrumadora de crear y expresarse en todos esos lenguajes de la modernidad que, encima, le divierten. Por eso hace vídeos, podcasts, se suma al carnaval de los emoticonos, de las aplicaciones y los selfies, y los mete en su obra.
La Gleyvis de ahora hace todas las tareas de mujer adulta que le corresponden —menos parir/criar una prometedora criatura de carne y hueso—. Trabaja en lo que le gusta —a destajo, porque vive en un país capitalista que no entiende la poesía ni comulga con ella—, pero se realiza muchísimo en la segunda cosa que mejor le sale: la docencia.
Siempre ha sido una mujer que se entrega a fondo, hasta donde no da el pie. Y en las madrugadas se despierta con la cabeza llena de palabras y sonidos y brumas y sabores y olores de La Tirita —su barrio de origen—. Y, a oscuras, para no despertar a su pareja, escribe —en el móvil— el poema que publicará después en Facebook. Esa capacidad de generar textos tan inmediatos es un estado de madurez que adquirió en España.
¿Esperabas el 11J, te sorprendió? ¿Qué significaron para ti como cubana exiliada, siempre conectada a Cuba, los acontecimientos que pronto cumplen un primer aniversario?
Gleyvis no lo esperaba en lo absoluto. No es nada intuitiva ni perspicaz para ver venir las cosas en la vida personal, laboral o política. Sin embargo, y persígnate, la poesía sí lo ve. La poesía es una bestia y venía anunciando el 11J desde un año antes. El sujeto lírico es una entidad fabulosa: lo sabía. Quizás lo supo desde siempre.
Para mí —esa mujer cubañola que solo se entera de algo después que ocurre—, el 11J ha sido un renacimiento seguido de un hundimiento. Y el explote, en pleno rostro, del motivo lírico más estremecedor de la vida.
Yo había estado escribiendo un poema diario durante la pandemia de COVID-19, un año antes. Y ahora mismo —literariamente— no veo la pandemia sino como un curso introductorio del 11J. Una pequeña inmersión piloto de cómo enfrentar el desastre con versos.
Humanitariamente, ambos eventos —el epidemiológico y el político— derivaron en maquinarias productoras de cárcel y muerte civil.
Hay en Cuba una gran tradición de poesía civilista que puede rastrearse ya en el propio origen de la poesía cubana con el poema Espejo de Paciencia; sin embargo, a mi modo de ver, aunque emerge de vez en cuando en alguno que otro autor, encuentro que en las últimas décadas esa tradición ha mermado. ¿Se inscribe Concierto mambí en esa tradición, va a su recuperación y enriquecimient?
Absolutamente. La poesía se recogió a planos más intimistas, victimistas. Y no se enfocó —la censura tampoco se lo permitía— en temas civiles, tan esenciales. Creo que la merma del género, la vertiente o como se le llame a esa tradición también pasó por el asco a la poesía panfletaria y la saturación del cancionero de gesta pos-revolucionaria.
Concierto mambí es un texto que intenta recuperar ese activismo poético para la Cuba actual.
En la misma medida que surgían los acontecimientos del 11J, tus poemas emergían, digamos, en “el fragor de la batalla”, en un inmediato “aquí y ahora”; te convertías en la cronista de ciertos hechos y acontecimientos que ya figuran en el imaginario y la historia de nuestro pueblo. ¿Cómo logra la poeta Gleyvis el distanciamiento necesario para que no merme el valor estético de su creación poética?
Aquí entra una cosa extraliteraria: mi segunda profesión. Soy una docente que hace arte sanitario. (No te rías). Trabajo en algo fabuloso que se llama “simulación clínica”. Es un invento moderno, nacido de la confluencia del teatro, la docencia y la tecnología. Consiste en trasladar la casuística de clínicas y hospitales al aula, como recreación escénica.
Durante los últimos 10 años yo no he leído literatura creativa casi, he leído papers clínicos y los he tenido que replicar de una manera vertiginosa para mañana por la mañana. Aunque nunca fui repentista, aprendí a llevarme bastante bien con la inmediatez.
Esta manera de crear pasa factura. Porque es un esfuerzo cognitivo demoledor. Pero sí te aseguro que distanciamiento no ha habido. En ningún momento. Más bien es una estrategia de inmersión absoluta y de acercamiento total al desastre. Como un “pégate al agua, Felo...”
Eso sí, no trágico. Me agoté de tanta literatura trágica y entendí que el humor y la gracia cubana son unos recursos importantísimos contra la seriedad. Lo que más envejece a la poesía —y a la literatura creativa en general— son los tonos serios.
Porque ninguna literatura puede darse el lujo de perder una imagen tan descojonante como la de Maykel Osorbo con sus cadenas rotas, gritando a todo pecho “¡Díaz Canel! ¡Singao!”
¿Acaso la gran aceptación que ha tenido en las redes sociales Concierto mambí, se debe a lo que expresa su prologuista Enrique del Risco en que hay un “deliberado esfuerzo por la sencillez, por dirigirse a todos, por ser entendida por el protagonista de los hechos que es el pueblo mismo”?
Sí. Y ese fue el tránsito mayor que debí cubrir, como intérprete, a raíz del 11J. Yo no escribía así. Yo era una culturosa de claustro. Quizás todavía lo soy o tengo elevado riesgo de recaída. Pero fue como si el 11J me dijera, mira, cuando no incluyes restas. Y entraron las pingas a caballo, los singaos en hilera y los cojones en la poesía política. Entraron porque tenían que entrar. Porque ninguna literatura puede darse el lujo de perder una imagen tan descojonante como la de Maykel Osorbo con sus cadenas rotas, gritando a todo pecho “¡Díaz Canel! ¡Singao!”
Hay en tu poesía, con el uso de la parodia, la ironía, la intertextualidad, la resemantización de lo soez y “vulgar”, una ruptura consciente entre “lo culto y lo popular”, a la vez que un cuestionamiento del intelectualismo oficialista, alejado del dolor y los padecimientos del cubano de a pie que expresó su descontento en el estallido del 11J. Qué reflexión podrías compartirnos sobre la intelectualidad y la cultura de la Isla.
No me llevo particularmente bien con el término de intelectualidad cubana ni de ninguna otra parte. Quizás porque he experimentado más su rechazo que su acogida. Soy una dentista metida en un gremio de seres muy raros que tienen unos egos enormes y asquerosos.
Mi pareja flipa con la egolatría que percibe en ese llamado “mundo intelectual”. Y yo lo tomo de referente. No te niego que el defecto me posee, aunque reniegue de él y de aquellos. Soy ególatra. Somos como fetos enredados en las circulares de nuestro propio cordón umbilical. Y eso nos impide acabar de nacer de verdad para los otros. La falta de empatía es síntoma de esa misma circular y no excluye a los creadores no oficialistas. Todos estamos ahí, con tamaños de muestra tan grandes que dan grima.
Hay que salir de nuestras casas, hay que salir de nuestros traumas, hay que salir del prestigioso jurado que me dio el premio equis y del excelente crítico que elogió mi novela zeta. Y también hay que huir, muchísimo, de utilizar la causa de la libertad de Cuba como catapulta de mi currículum vitae.
La dictadura nos ha quitado de todo, empezando por los símbolos.
Te digo más. Basta con intentar ayudar un poco a los presos políticos para saber lo requete-solos que están y cuán poca prioridad son para muchos de nosotros.
Mónica Simal considera que —como en un momento lo hicieran los escritores de la generación del Mariel— “le arrebatas al discurso castrista-díaz-canelista la solemnidad del uso y abuso de la imagen y la obra martianas”. También a mi modo de ver ese Martí (y sus símbolos desacralizados), y a pesar de los estereotipos impuestos durante décadas sobre su figura, es el que inspiró y estuvo en la mente de muchos de estos jóvenes que salieron el 11J. Háblame de ese Martí protagonista de tu Concierto..., el Martí del 11J.
El arrebatamiento, con todas sus acepciones y sinonimias fue un fin marcado de los poemas. La dictadura nos ha quitado de todo, empezando por los símbolos.
El Martí, el Heredia, el Bonifacio Byrne, el Nicolás Guillén y hasta la Carilda Oliver que se pasean por los poemas son vehículos, trucos y esencias devueltas. Más que modelos, son avatares, trajes de campaña, gente que acompaña y anima. En el sentido más descarnado te diría: son útiles. Ningún halo sobre sus cabezas que no sea el empingue, ninguna novelería ni tejemaneje conceptual. Los necesitamos, están en el estante cultural, les echo mano y se los disparo a los dictadores. Cuando no se tienen balas hay que tirar con lo que sea.
Entre los personajes que retratas en tu poemario abundan héroes “despojados de sacralidad” tales como Martí y Maceo; una Mariana y un cimarrón contemporáneos; Luis Manuel Otero, Maykel Osorbo, un joven anónimo que marchó el 11J, una anciana tocando un caldero, una madre que clama por “jama” o medicina…; pero también están los mayimbes, los boinas rojas, las mujeres y hombres de las brigadas de respuesta rápida, las ciberclarias, Canel, los medrosos que “no les gusta tu rima”; en fin, los hay de “Patria y Vida” y los hay de “Patria o Muerte”. ¿Qué significa esta Cuba fracturada para Gleyvis? ¿Crees posible, luego de tanto daño antropológico, la reconciliación? ¿Cuál es tu Cuba futura?
Esta es la pregunta más difícil. Ya te he dicho antes que soy una mujer que no sabe presagiar. Mi Cuba futura es la del guateque y el palenque. Incluso, la del sindicato. La de la rosa y la piedra. Hay un poema en Facebook que se llama Martiana y creo que recoge bien lo que no sé decir en prosa sobre mi deseo de Cuba futura. Integrada o por separado. Ya se verá. Lo importante en la Cuba actual es vivir. Que no se vive. Y que nos dejen vivir. Que no nos dejan.
Omar Santana, con esa genialidad que lo caracteriza, logra con sus caricaturas encarnar alegremente la poesía dolorosa de la Cuba actual, ¿cómo surgió la idea de que formara parte de este proyecto?
Nació con lo visto a partir del 11J. Con el explote de canciones, poemas, ilustraciones, caricaturas, memes... Omar es un genio laborioso. La confluencia de esos dos factores hizo posible la asociación entre guajira y guajiro. Omar es, también, un gran intérprete de la situación de Cuba y ese factor, tan importante, hizo posible el lazo bellísimo entre ilustraciones y poemas.
Siempre hago énfasis en la belleza del libro —más allá del valor histórico o sentimental que tenga—. La historia se falsea, los sentimientos pueden mentirse, pero la belleza no se puede simular. La belleza conseguida de Concierto mambí es el índice de lo que podamos llegar a ser y hacer, como país, después del naufragio.
Ni los poemas ni los libros resuelven el desastre previo y posterior de Cuba. Pero yo tengo que creer en la poesía, como cubana.
Tengo entendido que las regalías que se obtengan de la venta de los ejemplares de tu libro, que se puede adquirir en Amazon, serán destinadas a la causa de los presos y presas políticos. ¿Es así?
Quisimos que comprar el libro significara, también, ayudar a los presos. Es poco, es poquísimo. Escribirlo, ilustrarlo, prologarlo, analizarlo, editarlo y leerlo es también poquísimo de cara a lo que sufren en Cuba nuestros hermanos. Concierto mambí es visibilidad y es un poco de dinero para los presos políticos cubanos. ¿Se agradece? Sí. ¿Es suficiente? No. Ni de broma.
¿Cree, Gleyvis, en la utilidad pública de la poesía, en su capacidad transformadora y sanadora en un mundo dominado por las redes sociales, los me gusta o no me gusta, me importa o me enfada…?
Hay que tener bien claro que ni los versos ni los poemas ni los libros resuelven el desastre previo y posterior de Cuba. Pero yo tengo que creer en la poesía, como cubana. Si fuese solamente española quizás no creería tanto. Pero en Cuba, y para los cubanos, la poesía es gasolina. Somos unos románticos del carajo. Y eso hay que usarlo para el bien de la causa.