Después de varios intentos, pude ver a mi amigo José Gabriel Barrenechea Chávez, confinado en la prisión La Pendiente de Santa Clara por el absurdo “delito” de participar en una protesta contra los angustiosos apagones. Me partió el alma percibir a primera vista su deterioro físico.
Está mal. Muy mal. Los pies parecen pelotas inflamadas por la retención de líquidos. Si no recibe atención médica de inmediato, los daños en breve serán irreversibles. Al tener muy bajas las defensas ha padecido desde diarreas extensas e intensas hasta una sarna que a simple vista ha trastornado su coloración de la piel. Esta visita, por ejemplo, fue extraordinaria, ya que cuando correspondía todo el destacamento se encontraba en cuarentena por un brote de varicela. De sus dolencias se quejó poco. Está firme en sus principios y especialmente en su probada inocencia.
Si [Gabriel Barrenechea] no recibe atención médica de inmediato, los daños en breve serán irreversibles.
El día del "crimen" de una protesta pacífica
“Cuando llegué a la protesta —me dijo— tuve la precaución de dirigirme al oficial al mando y él me aseguró que las fuerzas del orden público estaban allí solo para ‘cuidar’ a los que se manifestaban y evitar que hubiese violencia. Ni siquiera llevaba un mísero caldero. Violencia no hubo. Vandalismo, tampoco. Todo transcurrió en un ambiente normal. Me quieren imputar los cargos de Desorden Público, con la agravante de obstrucción de la vía pública. Seré culpable de considerarme un intelectual comprometido con los destinos de mi Patria, pero jamás de haber cometido los delitos que me quieren achacar. Tú me conoces bien: soy un hombre de paz”.
No tiene acceso a ninguna información fuera de los sucesos cotidianos de la prisión. Se asombró de la repercusión mediática de su caso; de que en seis meses haya dejado de ser aquel hombre casi anónimo para convertirse en un símbolo de resistencia ante la injusticia y la ferocidad con que se trata en Cuba la más mínima expresión de inconformidad por la vida sin vida que arrastramos como si de una cruz se tratara.
“Hermano —me dijo—, han convertido algo sencillo en un crimen horrendo. Yo estaba en casa, tranquilo, con mi viejita, que en paz descanse. Sólo pensaba, bajo el perverso apagón, en cómo conseguir al otro día los alimentos que necesitaba para que mi madre [Zoila Chávez] siguiera viva. Leche, huevos…”
Sus ojos se llenaron de lágrimas y refugió por unos segundos la cabeza entre los brazos. Cuando volvió a mirarme tenía los ojos rojos, pero su mirada era limpia, sin odios, pero a la vez profunda y firme.
“Entonces sentí el sonido de los calderos y salí hacia allá, sin otra intención que la de unirme a la decena de voces que clamaban por un soplo de vida. Eran cerca de las ocho de la noche del día 7 de noviembre de 2024. Llevábamos varios días en la misma situación y no se veía una solución a la angustia en que vivíamos. Todos estábamos hastiados, al límite de la resistencia humana. En mi ingenuidad creí en la palabra del oficial, que repitió que sólo estaba allí para que la protesta fuera pacífica”.
"Ahora que me cuentas que miles de personas se conmovieron con el ruego de madre que pudo hacer mi viejita, no siento más que agradecimiento para cada uno de ellos."
"Hicieron sufrir a mi madre, por el solo hecho de tener un hijo con vergüenza"
“Como a las diez u once de la noche, pusieron la luz y fui para mi casa. Dormí tranquilo. A las siete de la mañana, se apareció en mi casa una furgoneta con cuatro policías y me llevaron preso. Yo estaba desconcertado, pero no me resistí al arresto, imaginé que era solo una detención para investigar sobre los sucesos. Jamás pude imaginarme que vendrían a por mí con la fabricación de testimonios y pruebas que aún no han podido mostrar. Ha sido una pesadilla. Lo demás, lo conoces. Mi huelga de hambre, y todo lo que sobrevino".
"Aquí estamos quince presos en una pequeña celda, hacinados, sin que nos llegue por ninguna vía información de la vida afuera. Yo sé que muchas personas, amigos incluso, tienen temor de solidarizarse conmigo porque puede pasarles lo mismo que a mí. Es algo que hemos vivido desde hace mucho tiempo en Cuba: el miedo a expresar lo que nos parece justo o injusto. Mi caso y el de mis compañeros (no te olvides de que no soy la única víctima aquí), es un ejemplo vivo de eso".
"Ahora que me cuentas que miles de personas se conmovieron con el ruego de madre que pudo hacer mi viejita, no siento más que agradecimiento para cada uno de ellos. Mi vieja, hermano, qué cosa, cómo me la hicieron sufrir por el solo hecho de tener un hijo con vergüenza. Vergüenza que heredé de los dos; de mi madre y de mi padre. Porque si hoy estoy dispuesto a lo que sea por mi Patria, también lo heredé del viejo. Un hombre de honor, íntegro…”
"Me piden de tres a seis años. Y estoy convencido de que me van a condenar con el máximo para que sirva de escarmiento."
Le dije que quizás podría comenzar a trabajarse la posibilidad del exilio. Algún tipo de negociación que le permitiera salir de la prisión.
“Según mi abogada, me piden de tres a seis años. Y estoy convencido de que me van a condenar con el máximo para que sirva de escarmiento. Yo no aceptaría ninguna negociación que parta de este gobierno porque no creo en él. Ellos me han puesto en esta situación sin que yo haya cometido delito. Yo solo aceptaría cualquier arreglo si viniera de personas amigas o de gobiernos o de instituciones internacionales. De lo contrario, asumo mi destino”.
Al preguntarle en qué podría ayudarle, no me pidió nada material.
“Yo sé que para que mi gente afuera pueda traer la jabita pasa mucho trabajo, aunque hay manos solidarias que nos ayudan; pero lo único que te pido, hermano, son libros y revistas; información seria… Fíjate como estoy que no sé si ya se acabó la guerra en Ucrania… También quisiera que fueras a la iglesia; necesito y deseo asistencia religiosa. Y si puedes, consígueme con los sacerdotes estampas del padre Varela. En estos momentos tan difíciles se ha convertido en un guía espiritual para mí. A la fe, y a lo que puedan hacer las personas de buena voluntad, me aferro”.
La aparición en sueños del padre Félix Varela y de Zoila, la madre
Casi al despedirnos con un abrazo ceñido, de amigos que la vida convirtió en hermanos, me pidió que en mi primera publicación contara el siguiente relato:
“Te lo juro por mi madrecita, que en gloria esté —unió el pulgar y el índice y los besó—. A mediados de enero me sentí débil, derrotado, me vinieron ideas demoniacas, terribles… a la cabeza. Estaba a punto de darme por vencido. Me acosté y me quedé dormido; entonces tuve un primer sueño que me salvó la vida. El padre Varela, con una sotana blanca, muy anciano ya, envuelto como en un halo de luz, me repetía: ‘No lo hagas; no vayas a hacerlo; no te rindas... Tienes que vivir’."
"Al otro día me desperté con fuerzas renovadas, con fe en que un día se haría justicia; que al final de la historia siempre prevalecerá la verdad, por encima del engaño y lo retorcido. Luego sobrevino lo de mi madre; la absurda y terrible negativa de poder verla antes de que falleciera; el viaje a la funeraria en ambulancia fuertemente custodiado; la hora que me dieron que apenas me sirve de consuelo”.
Otra vez las lágrimas brotaban de sus ojos, y otra vez se recuperó.
“Entonces vino el sueño que me mantiene en pie. Fue un sueño mezclado con un recuerdo. Era yo un niño de unos ocho años y mi madre me llevó al parque Vidal; jugaba yo mientras ella conversaba con otras personas, y de repente mi madre se fue a ver a un familiar que estaba enfermo. Me vi solo, pero ya estaba en el parquecito de Encrucijada. No sabía cómo llegar a mi casa; no conocía a alguien que me guiara; me asusté mucho y otra vez el padre Varela se acercó, me tomó de la mano y me llevó hasta mi casa donde estaba reunida toda la familia; los vivos y los muertos. Mi madre cocinaba mi comida preferida. Al verme me levantó en brazos y me dio un beso. El beso. Su beso. El beso que no olvidaré jamás, aunque pasen veinte vidas”.
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