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Historias de árboles | Los bosques de piedra

Todos los bosques de piedra, cada cual con su singularidad, nos confirman un hecho ya incontrovertible: que la Tierra ha vivido muchas vidas.

Bosque Petrificado de Jaramillo, parque nacional en la Patagonia argentina.
Bosque Petrificado de Jaramillo, parque nacional en la Patagonia argentina.

Hace millones de años, donde ahora hay solo desiertos, se alzaban bosques vivos, verdes y densos, alimentados por la lluvia y el suelo de un mundo que el tiempo a su paso transformó en roca estéril. Árboles enormes que sombreaban la tierra, mecidos por la brisa, regalaban sus frutos a una Tierra habitada por seres que ya no están: insectos gigantes, saurios, aves remotas y ancestros todavía lejos de ser lo que somos.

Hoy esos árboles no dan sombra ni oxígeno, pero siguen en pie, convertidos en piedra, inmóviles, casi eternos en un paisaje muy diferente a aquel donde alguna vez florecieron. Son fósiles, testigos inanimados de un pasado que poco a poco se va descubriendo.

Primeros hallazgos

Árbol petrificado en Arizona.
Árbol petrificado en Arizona.

En 1853, mientras exploraban el norte de Arizona en busca de una ruta para el ferrocarril transcontinental, el teniente Amiel Whipple y su equipo tropezaron algo que los dejó fascinados: un gran depósito de madera petrificada, restos de un bosque de coníferas que el geólogo de la expedición, Jules Marcou, identificó como especies del triásico, y que el artista Balduin Möllhausen reprodujo en detallados dibujos.

El hallazgo despertó enseguida el interés de la ciencia y del público. Pero la curiosidad trajo también el saqueo, y a fines del siglo XIX la gente destrozaba esos fósiles para vender los pedazos o llevárselos como souvenir. Cientos de aquellos árboles se perdieron. Sus fragmentos, pulidos y labrados por hábiles artesanos, se convirtieron en exóticas joyas. Ante la magnitud del estrago, los científicos alzaron la voz y, en 1906, el presidente Roosevelt declararó el sitio Monumento Nacional.

Sin embargo, el descubrimiento de Whipple no fue el primero de su tipo. Más de medio siglo atrás, durante sus viajes por Asia, el naturalista francés Pierre Sonnerat había visto cerca de Thiruvakkarai, en India, los troncos fosilizados de enormes árboles, algunos de hasta treinta metros de largo, esparcidos por la llanura del río Vellar. Aquellos árboles, arrastrados por la crecida del río veinte millones de años antes, habían recalado en el valle, y hundidos entre el barro, se convirtieron poco a poco en piedra.

Sonnerat registró su hallazgo en 1782, en el libro Viaje a las Indias Orientales y a China, aunque entonces no pudo darle una explicación adecuada. No fue hasta el siglo XIX, con el auge de la geología y la paleontología, que comenzó a aclararse el enigmático origen de los bosques de piedra. Así, lo que a tantos les parecía un simple capricho de la naturaleza, resultó ser una de las páginas más extraordinarias de la historia de la vida en La Tierra.

Otros bosques de piedra

Bosque petrificado en Khorixas, Namibia.
Bosque petrificado en Khorixas, Namibia.

En las arenas de Egipto, cerca de El Cairo y sus legendarias pirámides, se extiende el no menos admirable Wadi al-Hitan, el Valle de las Ballenas. El sitio, declarado en 2005 Patrimonio de la Humanidad, guarda las más claras pruebas de la evolución de los cetáceos en su tránsito del hábitat terrestre al marino. En medio del desierto, los enormes esqueletos casi enteros parecen un desafío a la lógica. Pero en sus alrededores yacen también árboles fosilizados, huellas de un ecosistema que cambió radicalmente bajo el efecto de las lentas aunque formidables fuerzas geológicas.

En Namibia, al suroeste de África, otros árboles de piedra yacen dispersos en el árido paisaje de Khorixas. Los troncos conservan su forma como si el tiempo no hubiese pasado sobre ellos. Son vestigios de una época cuando lo que hoy es desierto, fue una meseta húmeda y fértil.

La isla Axel Heiberg, en el frío norte de Canadá, guarda también, enraizados en su suelo helado, los tocones de un bosque pétreo. Abedules, castaños, fresnos, pinos, robles y sauces crecieron allí hace incontables años; un bosque frondoso y tenaz que aprendió a sobrevivir a los largos inviernos, bajo la débil luz del sol de medianoche, antes de que el hielo por fin lo envolviera, y que solo en el verano de 1985 volvió a emerger de entre la antigua nieve.

Una historia escrita en la piedra

Madera fósil cristalizada.
Madera fósil cristalizada.

Grecia, Argentina, España, Brasil, Madagascar, Australia y muchos otros países tienen bosques de piedra, cada cual con sus características. Aunque el más famoso sigue siendo aquel que halló en Arizona el teniente Whipple. Pero todos en su singularidad nos confirman un hecho ya incontrovertible: que la Tierra ha vivido muchas vidas, y que algunas de ellas, por un golpe de la suerte, quedaron escritas en piedra.

Los bosques petrificados permiten comprender cómo era el clima hace millones de años, qué especies de plantas existieron y cómo fue su evolución. Proteger esos sitios es salvar del olvido una valiosa parte de nuestra historia. Porque en cada tronco cristalizado, en cada veta, es posible oír todavía el susurro de un pasado inmemorial, y con él la advertencia que los antiguos mundos ya extintos nos hacen sobre la fragilidad del nuestro.

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Daniel Diaz Mantilla

Daniel Diaz Mantilla

(La Habana, 1970) Es Licenciado en Lengua Inglesa, narrador, poeta, ensayista y editor. Ha publicado las colecciones de relatos Las palmeras domésticas (Premio Calendario 1996), en·trance (Premio Abril 1997), El salvaje placer de explorar (Premio Alejo Carpentier 2013, Premio Anual de la Crítica Cubana 2014); la novela Regreso a Utopía (2007); los cuadernos de poesía Templos y turbulencias (2004), Los senderos despiertos (Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2007), Gravitaciones (2018), y Words Colliding / Colisiones verbales (edición bilingüe, 2023).

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