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Vidas | PAN DE PIEDRA 1: “¿Qué coño haces aquí?” (Crónicas del Servicio Militar en Cuba)

La entrada al Servicio Militar en Cuba. "El 'buena gente' me acompañó a la puerta. En ese momento sentí que la oficina crecía en dimensiones espantosas".

Bota militar y ración de pan. Servicio militar en Cuba
Imagen: Danny David Entenza

¿QUÉ COÑO HACES AQUÍ?

El camión cargado de jóvenes corría por la Carretera Central huyéndole a las maldiciones que había dejado atrás. Maldiciones y conjuros de madres, padres, novias y novios, que veían como partes de sus vidas se alejaban en el monstruo verde olivo. 

 Hace 48 años, saltando en el camión con cada bache, y en contra de mi voluntad, me llevaban al Servicio Militar Obligatorio.

Mi curso académico en la secundaria básica había sido, digamos que aceptable, no excelente; el hijo de un pastor bautista y una misionera no podía estar haciéndose ilusiones de una carrera superior, al menos de aquellas que me gustaban, como marino mercante o músico.

Marino mercante era una utopía; está claro que el tamiz era estrecho y yo, con padre religioso y, además, ex preso político, ni pensarlo. 

La carrera de música me la quitaron descaradamente frente a un jurado que no pudo entender que mi examen había sido casi perfecto. Tengo buen oído, y no me dieron la beca por pertenecer a círculos religiosos. Me enteré al otro día, porque una profesora era buena amiga de mi familia. 

No me dieron becas ni Pre Universitario, y sin poder chistar, fui parte del llamado 14, en julio de 1977.

La prueba médica había sido buena, y la entrevista fue mejor.

—Edad.

—17 años.

—Vicios.

—Ninguno.

—¿Profesa alguna religión?

—Sí, religión cristiana. Mi padre es el pastor de la iglesia bautista.

—Ah, no jodas. ¿Eres pájaro?

—No, no lo soy, y de hecho, afuera hay par de jevitas esperándome. (Era cierto)

—¿Y las cristianas tiemplan? 

—No sé con usted. Tendría usted que ir a la iglesia, bautizarse y tratar, entonces, de responderse esa pregunta.

Eran los años 70's, cuando no sabíamos qué eran los derechos humanos ni civiles. Esas preguntas se las hacen hoy a un pre-recluta y en segundos hay una protesta por las redes sociales y demandas por maltrato. Pero la Internet no se había inventado; éramos ignorantes analógicos.

Quizás por desorden y falta de profesionalismo de los guardias que tomaban nota, mi expediente no fue computado como "tipo clase peligrosa" esa vez e, increíblemente, a pesar de todo lo que dije, desviaron mi vida hacia una unidad militar en Matanzas. Todo estaba acomodado para experimentar el hartazgo de mierda más grande para un joven cubano: el Servicio Militar Obligatorio.

Ya escuchaba música "rara" y me creía un hippie pacifista que se llevaban a la guerra, tarareando música psicodélica que ya había incorporado a mi panteón. Años después, cuando vi la película "Hair" me sentí identificado. 

En Matanzas comenzó la preparación previa. Cuarenta días corriendo con un fusil, gritando sandeces y cavando trincheras. Una pesadilla poco inteligente que ni siquiera era buena preparación militar. Allí estuve como uno más, entre nuevas amistades que guardaron mi secreto de ser hijo de un “cura”.

—Un día te van a tronar —me decían. 

Exacto. Una tarde, estando en el pelotón de cuarteleros (limpieza de albergues), entró el jefe de batallón con tres o cuatro militares de menor rango.

—Muchachos de mierda, carajo, parecen putas limpiando. Vamos a ver si cuando se los lleven para Angola van a tener esas caritas de pendejos. A ver, ¿de dónde eres? Comenzó a preguntar a cada soldado.

Soldado 1: 

—De Santa Clara, mi coronel.

—¿Y tu familia de qué vive?

(Mis compañeros no pudieron evitar mirarme de reojo, cosa que advirtió el coronel.)

—Tú, ¿de dónde vienes? 

—De Sancti Spíritus, coronel.

—¿Su familia de qué vive?

—Mi padre es pastor de la iglesia bautista de la ciudad y mi madre es misionera y pianista en la iglesia.

(Silencio tóxico por varios segundos)

—Pero, ¿y tú qué cojones haces aquí? ¿Qué pinga es esto?

—Bueno, coronel, usted sabrá. En mi entrevista dije todo lo concerniente a mi familia, y estoy seguro de que lo anotaron.

Los oficiales acercaron sus cabezas y susurraron algo que no pudimos escuchar; en segundos se largaron.

Los tres o cuatro del equipo de cuarteleros me dijeron: Te jodiste, mi socio. 

Nací demasiado temprano. Cuántas fotos del momento hubiera tomado con un móvil. 

No demoró una hora el segundo oleaje. Un flaco con grados entró al albergue.

—¿Quién es Hermes Entenza?

—Yo.

—Sígame. (Fue decisivo para mí ese "sígame” a secas. Con los guardias cualquier diálogo termina en "soldado", pero conmigo lo obviaron.)

Familia del escritor Hermes Entensa
La familia Entenza. Disney Martínez, Miguel Entenza, Jonathan Entenza, Otoniel Entenza y Hermes Entenza.

Me encerraron en una habitación llena de banderas, fotos de Fidel, diplomas inmensos y casquillos de balas barnizados que descansaban sobre un buró barroco bastante anacrónico para una oficina, algo que nunca he podido olvidar ni explicarme la razón de ese mueble.

En esos sitios siempre hay más de un interrogador y, por lo general, uno aparenta ser más amable. La estrategia de ese tipo es que veas en él a una persona confiable.

Minutos antes en el albergue, había lustrado mis botas rusas, preparado para cuando me llamaran. Sentado en una butaca, mis botas eran las únicas limpias en la oficina y eso me entretuvo un poco.

—Entenza, ¿dónde tiene escondida la Biblia?

—No traje Biblia, no vine a eso.

—¿A qué vino entonces?

—Vine, desdichadamente, a cumplir los tres años de Servicio Militar que me tocan, no a leer la Biblia, que me sé de memoria.

—¿Sabes que estás en tremendo rollo? ¿Qué vas a hacer en la guerra, vas a matar?

—No, no voy a matar a nadie, no forma parte de mí el matar personas.

—Te consideras cristiano. Ustedes, los “curitas”, son la lacra que nos queda, y aparecen en todas partes haciéndose los buenos.

El “buena gente” me miraba con una sonrisa que a primera vista parecía noble.

—Yo no soy curita, soy bautista, un joven normal, que desea estudiar y hacerse un hombre de bien. Nada más.

—No sé si eres bautista o cura; para mí es la misma mierda, gente que no cree en la Revolución y está a favor del enemigo.

El “buena gente” habló:

—Bueno, bueno, Entenza, entendemos que viniste por alguna equivocación. No puedes ser parte de las FAR con esa historia familiar. Tendrás que esperar aquí, sin participación en los ejercicios, a ser trasladado para el Ejercito Juvenil del Trabajo; allí, con tu altísimo nivel educacional que te dio la Revolución, podrás dar clases de español.

—Qué clases ni un cojón —gritó el jefe—. Que trabaje como un mulo y se haga hombre, que para eso se nace en este país. Lárguese.

El “buena gente” me acompañó a la puerta. En ese momento sentí que la oficina crecía en dimensiones espantosas, y que el buró barroco, el único mueble que existía en el paisaje brutal e inmenso, cobraba vida y se acercaba como un tanque de guerra T–34. Los dos oficiales estaban a muchos kilómetros, y la puerta enorme se abrió mientras las manazas del buena gente se estiraron desde cinco millas y me indicaron el camino. ¿Las puertas de la percepción? Quizás, pero el soldado Entenza aún no había leído a William Blake ni a Aldous Huxley, y posiblemente tampoco había escuchado a The Doors.

—¿Te tronaron? —preguntaron mis amigos del albergue:

—No sé   —contesté—. Posiblemente.


Nota del autor: Los nombres de personas, excepto los de mi familia, son ficticios, y algunos giros de conversación también están tratados de otra forma. Después de casi medio siglo es imposible retener nombres y frases literales. Pero, la historia es real, contada con toda la exactitud que permiten los recuerdos.

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Hermes Entenza

Pintor cubano Hermes Entenza

(Sancti Spíritus, 1960) Escritor y artista de la plástica. Es graduado del Tula Art Center de Atlanta, Georgia. USA. Se ha desempeñado, además, como profesor Instructor de artes plásticas y diseñador gráfico. Ha expuesto sus obras en muestras personales dearrolladas en Cuba, Canadá y Alemania. Entre estas muestras se encuentran Arte Express. Sancti Spíritus (1989), Papers. QuartersArt Gallery. Edmonton Canadá. (2014) y Leche Condensada. Alemania. (2023), reseñada esta última en Árbol Invertido. Ha publicado los poemarios Clairmont (Ediciones Luminaria 2001), Tribal (Luminaria.2004) e Interregno (Ediciones Matanzas, 2016), entre otros, así como los libros de cuentos La Suciedad del Corredor de Fondo (Editorial Guantanamera, Sevilla ,España, 2017), Bañando Japonesas (Editorial DMCPHERSON, 2021) y Corrosión del acero, Editorial Velámenes, USA, 2025. Reside en Alemania desde 2023.

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