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Vidas | PAN DE PIEDRA 4: “Lo que el viento se llevó” (Crónicas del Servicio Militar en Cuba)

"Las hojas del cañaveral me dejaban marcas en la cara, pero con la esperanza de alcanzar quizás otro estado de libertad no pensaba, no podía detenerme".

Diseño con una bota militar y un pedazo de pan.
Imagen: Danny David Entenza

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

Tenía mi casa un patio de tierra, atrás, lejos del ruido citadino, que nos parecía un oasis. Los reyes del lugar eran dos árboles de mango de alta calidad, y en la temporada el suelo se llenaba de bolitas amarillas como un jardín japonés. Mi madre Disney recogía cada día una buena cantidad para hacer batido y para repartir a los miembros de la iglesia; pero siempre quedaban cientos de frutos en el suelo y en los árboles. Ahí entraba yo con mi cuadrilla de socios de la escuela. Era grato llegar con el piquete y sentarnos en la tierra a degustar la dulzura de los mejores mangos del mundo. Siempre estaban Daniel, Juan Carlos, las hermanas Román, Alexei y el peligroso Adrián, alias el Jabao eléctrico. Algunos ancianos de la iglesia nos veían llegar y le preguntaban a mi madre si no le daba miedo dejar entrar a ese desharrapado Adrián, con fama de problemático. Disney les decía: "Es de la escuela de Hermes, y eso basta; además, no se le niega un mango a un muchachón que se siente feliz en mi casa".

En Palmarito había mangos tan dulces como los de mi casa. Era el tiempo de cosecha y caída. Los patios estaban dorados.

Tía Mercedes me recibió con dulzura, y junto a mis primos Reina, Eddy y Jorge, tuve un nuevo comienzo. ¿Qué podía pedirle a la vida un joven desertor de la Fuerzas Armadas Revolucionarias, que no fuese mirar con languidez los cielos que a lo lejos se fundían con el cañaveral, flotando en la mansa y lenta vida de quien no espera mucho del futuro?

Pero apareció Roxanna, la muchacha de la vecindad que estudiaba en la Escuela Formadora de Maestros en Sancti Spíritus. 

Nos vimos en casa de tía. Reina me la presentó cuando Roxanna llegaba de su último día de clases, con su uniforme verde, pelo corto, hermosos ojos de yegüita salvaje y más de doscientas pecas en su rostro.

—Tú eres Hermes, el hippie fugado —fue su entrada directa a mi pecho. Yo usaba un jean campana, y lucía cadenas y mil accesorios típicos de un aspirante a la contracultura. La invité a sentarse en el portal. Entre los jóvenes del vecindario se había regado la voz de que yo escuchaba música rarísima; le hablé de Los Beatles, soltándole el viejo cuento de que se habían bañado en una piscina de champán, y le canté "Michelle".

Esa noche salimos al círculo social del batey, y Roxanna nunca se separó de mí. Me dio algunos libros para atenuar el tedio y me regaló besos. Hicimos el amor por primera vez de madrugada, acostados en la sala de su propia casa, con el sonido de grillos y cantos de gallos al amanecer. Fue bucólico el comienzo, organizado por los dioses que me impedían salir del batey, y cuando todos se iban a la playa Ancón, ella se quedaba conmigo, haciendo trastadas en el monte.

Pero el "Kairos" y el "Kronos" no son iguales, y casi siempre actúan de forma diferente. Un 29 de diciembre, digamos que silencioso y llena de promesas de amor eterno, las piernas de Roxanna descansaban sobre las mías. Sentados en el portal preparábamos la fiesta del 31 que íbamos a hacer solos, sin invitados en una casona muy antigua y en ruinas que teníamos muy cerca. Allí haríamos el amor hasta el amanecer, borrachos por mucho alcohol y felices. 

Nos reíamos pensando en cómo reaccionaría su mamá al notar su desaparición, pero la risa se convirtió en mueca cuando vi que a lo lejos un Jeep se acercaba a toda velocidad, dejando una nube de polvo que ensombrecía el horizonte.

El peligro se huele, se siente como el ruido del trueno después del relámpago. El aviso de un cataclismo lo presienten los animales y muchas personas, pero yo no.

—Roxanna, vienen a buscarme. Coge un trozo de caña y párate atenta en la puerta. Si preguntan por mí, lo tiras al suelo.

Le di un beso nervioso e intenso y me escondí en el matorral con la vista fija en sus movimientos. Tuve que correr como una bala de AKM cuando vi a tres guardias boinas rojas llegar al portal y a Roxana tirar con fuerza y teatralidad el trozo de caña al piso.

Las hojas del cañaveral me dejaban marcas en la cara, pero con la esperanza de alcanzar quizás otro estado de libertad no pensaba, no podía detenerme. Pero las fuerzas del mal son inteligentes, y otro Jeep estaba justamente en la guardarraya esperándome.

Me aplastaron, me pusieron las esposas, me raparon con una máquina manual y me dieron la golpiza más feroz que he recibido en mi vida. 

El Jeep llegó a Sancti Spíritus, y cuando doblaba frente al parque central, a través del cristal pequeño y cochino, vi a mi madre con mi hermano menor. Grité, pedí que me dejarán verla por un segundo. Aceptaron, pero primero me limpiaron la cara llena de sangre debido a las trompadas. 

El auto dio la vuelta completa al parque, y frenó junto a la vieja que iba por la acera del merendero LIANA camino a casa.

—Si gritas que te dimos "tranca" será peor para ti. 

Solo asentí con la cabeza.

Un minuto fue suficiente. Madre lloró como nunca y su abrazo me acompañó en el viaje al infierno. Mis ojos la siguieron mientras me alejaba, perdiéndola cuando doblamos por la estatua de Judas. La última imagen fue ella pequeñita, cargando a mi hermano Jonathan, seguramente con una avalancha de lágrimas mojándolos a los dos, al piso, al parque, y a toda la ciudad.

Me llevaron al calabozo de la PNR municipal, en espera de la perrera que me depositaría, como un paquete, en Cristales, una de las prisiones llamadas Unidades Disciplinarias, habilitadas para los soldados que habían cometido delitos, que estaba cerca de Jatibonico. Fui conducido directamente al calabozo, con los labios hinchados y dolores en todo el cuerpo.

El año casi terminaba. El 31 de diciembre pedí que llamaran a mi familia que vivía a 10 cuadras, pero me lo negaron. Esa noche, experimentando la penumbra de una celda, en la televisión pusieron la película "Lo que el viento se llevó". Tras la reja escuché la risa de Vivien Leigh en sus rollos con Clark Gable. Mi película era mi hogar, en las noches juntos alrededor de la mesa servida; vi un río, lluvia y el fuego. Pensé en mi tía Angélica en Palmarito, pensé en Roxanna, sin saber que nunca más iba a volver a verla. 

Sí, me dije, el viento se lo llevó todo.

El día 2 de enero me trasladaron a Cristales. Delincuentes, ladrones, desertores violentos me esperaban. Los cuentos de cárceles que había leído y visto en películas se manifestaban frente a mí como peligrosa imagen. No había podido dormir en las tres noches en la PNR.

Llegando al penal, ya sin esposas, me condujeron a la nave central, repleta de reclusos que me miraban fijamente.

Frente al camastro que me habían destinado, tembloroso al entrar a un mundo totalmente desconocido para mí, escucho una voz gritándome:

—Hermes, cojones, ¿cuándo vamos a tumbar mangos a tu casa?

Era Adrián, el Jabao eléctrico, el jefe total del albergue, a quien todos le rendían pleitesía.


Nota del autor: Los nombres de personas, excepto los de mi familia, son ficticios, y algunos giros de conversación también están tratados de otra forma. Después de casi medio siglo es imposible retener nombres y frases literales. Pero, la historia es real, contada con toda la exactitud que permiten los recuerdos.

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Hermes Entenza

Pintor cubano Hermes Entenza

(Sancti Spíritus, 1960) Escritor y artista de la plástica. Es graduado del Tula Art Center de Atlanta, Georgia. USA. Se ha desempeñado, además, como profesor Instructor de artes plásticas y diseñador gráfico. Ha expuesto sus obras en muestras personales dearrolladas en Cuba, Canadá y Alemania. Entre estas muestras se encuentran Arte Express. Sancti Spíritus (1989), Papers. QuartersArt Gallery. Edmonton Canadá. (2014) y Leche Condensada. Alemania. (2023), reseñada esta última en Árbol Invertido. Ha publicado los poemarios Clairmont (Ediciones Luminaria 2001), Tribal (Luminaria.2004) e Interregno (Ediciones Matanzas, 2016), entre otros, así como los libros de cuentos La Suciedad del Corredor de Fondo (Editorial Guantanamera, Sevilla ,España, 2017), Bañando Japonesas (Editorial DMCPHERSON, 2021) y Corrosión del acero, Editorial Velámenes, USA, 2025. Reside en Alemania desde 2023.

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