Algunos de estos minicuentos forman parte del libro El Tirano de Siracusa (Ediciones Mecenas, Cuba, 2009). Otros pertenencen a El pueblo de Siracusa, un segundo volumen que permanece inédito. En su ensayo Totalitarismo, un tic nervioso de la microficción cubana, Ihoeldis M. Rodríguez apunta que estas obras ofrecen "un perfil minucioso de la personalidad del dictador. Su carácter mesiánico y delirio de grandeza, expresados en la creencia de que puede dominar los elementos naturales, la vida y la muerte, y su deseo de tener la primacía o imprimir su legado en cuanto aspecto de la vida cotidiana se le antoje".
El Tirano de Siracusa
(Selección de minicuentos)
IV. Melia fue expulsada...
Melia fue expulsada de su grupo de amigas. El color del hilo con que se cosió la boca ya no estaba de moda.
V. Cuando el rey Dionisio va...
Cuando el rey Dionisio va a dirigirse al Ágora, todos lucen sobre sus rostros las mejores sonrisas. Los ministros y los nobles más acaudalados tratan de estrenar siempre sonrisas de oro puro con dientes de diamante. Los comerciantes, militares y escribas se contentan con las mismas sonrisas de plata y rubíes. Sonrisas desechables de bronce y hojalata son vendidas al populacho justo a la entrada del Ágora por buhoneros aprovechados. Los más desposeídos tienen que sonreír con sus verdaderas bocas.
X. Cuando todos en Siracusa...
Cuando todos en Siracusa estuvieron registrados como sospechosos, ordenó la apertura de su propio expediente. Luego ejecutó al jefe de la Policía Secreta, por cuestionar su integridad.
XIV. Para ejercitar a sus fuerzas represivas...
Para ejercitar sus fuerzas represivas, Dionisio encabezaba de vez en cuando conspiraciones para derrocarse.
XXIX. "¡Que muera el Tirano!..."
“¡Que muera el Tirano! ¡Viva la libre determinación! ¡Basta de abusos! ¡Poder para el pueblo!”, gritaba Dionisio entre carcajadas a voz en cuello en el apogeo de la orgía, saturado de vino y mujeres. Al otro día despertó con dolor de cabeza.
XLVI. Cuando vio aparecer al batallón...
Cuando vio aparecer al batallón de reclutamiento, la madre dijo al vástago: "Y tú, ¡escóndete! Es hora de que dejes de luchar por un tirano".
LVIII. Actalión se lanzó contra el muro...
Actalión se lanzó contra el muro de la ciudadela. Rebotó más rápidamente de lo que se había impulsado, pero logró no caer. El segundo choque dejó flores rojas sobre las piedras y su frente. Amortiguó la caída con las manos y corrió de nuevo, apartando la sangre de los ojos. Tres embestidas más y sobre el muro había más sangre de Actalión que en sus propias venas. Arrastrándose un tramo, saltando el resto del trayecto, su cabeza atacó el muro con un ruido de cascajos rotos. La masa encefálica derramada le supo agridulce en los labios.
Al arremeter por última vez, Actalión murió a mitad de la trayectoria. Su cráneo se desmigajó finalmente. Cuando limpiaron la superficie de la sangre de Actalión, descubrieron la grieta. Esa noche, pocos lograron conciliar el sueño en la ciudadela real.
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