Heathcliff. Ese nombre que se repite tres veces en el texto como una imprecación es, quizás, uno de los más temidos de la literatura inglesa. Heathcliff, que significa “el de los páramos, o el de los acantilados”, protagoniza, junto a Cathy, Cumbres Borrascosas, novela romántica escrita por una mujer, Emily Brontë, en la primera mitad del siglo XIX.
Emily Brontë (Thornton, Yorkshire, Inglaterra, 30 de Julio de 1818 -Haworth, Yorkshire; 19 de diciembre de 1848)
Emily Brontë vivió treinta años. Su corta vida transcurrió en Harworth, un pequeño pueblo industrial de Yorkshire. Fue la cuarta hija, de seis, del reverendo anglicano Patrick Brontë, y solo tenía tres años cuando en 1821 falleció su madre, María Branwell. A la madre la siguieron a la tumba las dos hijas mayores, María y Elizabeth, quedando sobre la tierra los cuatro huérfanos: Charlotte, Branwell, Emily y Anna.
Los archivos ofrecen muy escasa información de Emily. Desconocemos si fue ella misma la que destruyó sus primeros relatos y poemas de juventud o si sus hermanas, Anne y Charlotte, los quemaron tras su muerte en un rapto de celos.
Emily se escabulle y el misterio perdura.
“Cumbres Borrascosas no es una novela normal, sino insondable y terrible”.
(George Bataille, escritor y antropólogo francés).
Única en el contexto de la novela victoriana, Cumbres Borrascosas rompe por completo con los cánones del decoro y la decencia impuestos por la época. El libro no está en sintonía con su tiempo, ni con ningún otro. Es una disección salvaje del sistema de clases y una denuncia del racismo colonial, del machismo despiadado, del maltrato y del avasallamiento al que eran, y son aún sometidas, muchas mujeres en las sociedades patriarcales.
Toda la estructura del libro se articula en torno al rango y el orden. Quién es adecuado, quién debe casarse con quién, cómo se asciende en la escala social, cómo se puede caer en esa escala y descender. Esto es lo que perturba a Heathcliff, la idea de no pertenecer, de no ser la clase de persona adecuada. Y es lo que también perturba a Cathy, el someterse a un patrón de conducta que le impone no solo un marido sino un estilo de vida que detesta pero del que no puede escapar y que acaba devorándola.
La historia comienza una noche de 1771 en “Cumbres Borrascosas”, una granja aislada en los páramos de Yorkshire. El dueño, el señor Earnshaw, trae a su casa un niño al que ha recogido en una calle de Liverpool, pero no es solo un niño vagabundo y esquivo —y aquí la autora ya da la primera gran vuelta de tuerca—; es, además, un niño “casi tan negro como si viniera del diablo”. Earnshaw lo llama Heathcliff, y lo cría con sus hijos, Hindley y Cathy. Hindley odia a Heathcliff desde su llegada y a la muerte del padre lo convierte en un siervo al que humilla y lesiona, pero la hija menor, Cathy, asalvajada y rebelde, reconoce de inmediato a Heathcliff como su otro yo…
El vínculo entre los protagonistas
El vínculo entre los protagonistas es más de identificación que de deseo. Un vínculo venenoso que los infesta y hace que no puedan escapar de sus odios y anhelos insatisfechos. Su relación continúa más allá de la tumba y se proyecta sobre sus descendientes con insufrible violencia.
Un tufo de sádica intimidación recorre la historia. Nos preguntamos si la autora sufrió maltratos en algún momento de su vida, aunque hasta hoy no hay nada que de fe, pero de la lectura de su novela se desprende que sí tuvo contacto con entornos hostiles, ya fuera como víctima o como conocedora de alguna historia contada sotto vocce por alguien cercano: una amiga, una pariente, quizás, una vecina objeto de cualquier ofensa, agravio emocional o golpiza, cosas que, por demás, estaban a la orden del día. Un dolor esencial surgido de la más profunda de las infamias contra las mujeres y, por extensión, contra cualquier ser humano privado de sus derechos más básicos se palpa en este libro de fantasmagorías y funestos presagios.
“¿Ni un solo libro? Permítame que me tome la libertad de preguntarle cómo se las arregla para vivir sin libros”.
(Emily Brontë).
Emily, Charlotte, Anna y Branwell crecieron en la rectoría de Harthworth bajo la mirada de su inusual padre que era, además de pastor, un poeta irlandés amante de la literatura y la religión que siempre andaba, paradojas de la vida, con una pistola cargada encima.
Este hombre raro introdujo a sus hijos sin cortapisas ni censuras en la lectura y la escritura mientras les imponía estrictos hábitos como, por ejemplo, el de no comer carne para no volverse blandos. A pesar de esto, y de la vigilancia de una tía que se había mudado con ellos, los niños eran dejados un poco a su aire por lo que disfrutaban de sus juegos y carreras por el pueblo y los páramos.
Para Branwell, su único hijo varón, Patrick anhelaba el mayor éxito literario y artístico, los mejores estudios, la Real Academia de Artes; para sus tres hijas, el reverendo intentaba una sólida educación clásica con el fin de proporcionarles una vida independiente como amas de llave o institutrices.
Y nada más, pues ya esto era bastante tratándose de las mujeres.
Apasionado interés por lo que ocurría en el mundo
Desde Walter Scott hasta Lord Bayron, los Brontë devoraban todo lo que caía en sus manos, incluso el periódico. Uno de sus favoritos era el Blackwood´s magazine, que contenía un buen surtido de artículos políticos, críticas sobre los últimos libros y sustanciosas columnas de arte y literatura. Los niños sentían un apasionado interés por lo que ocurría en el mundo en general, y esta curiosidad tuvo un connotado impacto en su mundo imaginario.
Un día de 1826, Patrick Brontë regaló a Branwell una caja con doce soldaditos de plomo. Branwell y sus hermanas les pusieron nombres y conjeturaron historias, conquistas y pasiones… pronto en sus juegos, y bajo sus plumas, todo un mundo inmaterial tomó forma. La aventura había comenzado.
“Lo que me llama la atención de todas ellas es la intensidad con la que vivían lo que escribían y también cómo no salieron al mundo para publicarlo y alcanzar prosperidad”.
(Claire Harman, escritora y biógrafa de Charlotte Brontë).
Entre los austeros muros alejados del bullicio londinense, tuvo lugar un suceso sin precedentes en la historia de la literatura.
Comienza en secreto. Las hermanas Brontë optaron por esconderse detrás de seudónimos masculinos manteniendo solo la letra inicial de sus nombres: Charlotte fue Currer Bell; Anne, Acton Bell; y Emily, Ellis Bell.
“No quisimos declararnos mujeres”, escribió Charlotte más tarde, “porque nos daba la sensación de que a las autoras no las juzgaban sin prejuicios”.
El engaño funcionó. En octubre de 1847, Charlotte, Currer Bell, publicó Jane Eyre, un exitoso romance que encandiló a la crítica. En diciembre, Anna, bajo su seudónimo, Acton Bell, publicó Agnes Grey, una dura invectiva a la burguesía que fue muy bien recibida; poco después Emily, Ellis Bell, sacó Cumbres Borrascosas, libro que dejó perplejos y desconcertados a los críticos por lo “original y novedoso”.
Desapego al veredicto de la colectividad
Múltiples estudiosos afirman que la casa señorial de Cumbres Borrascosas no es otra que la casa de los Brontë sublimada por la poética imaginación de Emily, y que Catherine y Heathcliff, los protagonistas de la novela, refractan, en parte, la compleja relación intelectual y cotidiana con sus hermanos.
Esquiva y solitaria, Emily Brontë deambulaba por los páramos durante horas entregándose al ensueño. En ocasiones, usaba piezas masculinas como parte de su vestuario. Estas prendas daban a su imagen un toque ambiguo e inquietante. En cierta ocasión, su hermana Charlotte, demasiado pendiente de las opiniones ajenas, le dijo que tuviese cuidado al vestir pues podía suscitar el recelo de los vecinos, a lo que Emily respondió lacónica: “No lo creo, aquí nadie me ve”.
Ya este desapego al veredicto de la colectividad proyecta una personalidad rebelde que lucha como puede por la defensa del libre albedrío y la diversidad, reconociéndose en ella sin miedos ni tapujos.
Es importante entender que la propia Emily Brontë, tan inaudita y poco común, tan atípica en su vestir y en sus silencios, tan entregada a su hermetismo, también se sentía marginada. Y es lógico que así sucediera. Si tienes que publicar bajo el nombre de un hombre eso ya te dice algo sobre la naturaleza de tu relación con la sociedad.
La violencia de las relaciones de clase, la colonización, la esclavitud, las relaciones entre maltratador y maltratados, la opresión al diferente
Cuando la esclavitud fue abolida en 1833, Emily tenía 15 años. Inmersa en este ambiente abolicionista que los periódicos removían a diario, Emily tuvo que ser consciente de que la esclavitud no era solo un mal perpetrado sobre las personas de color sino un mal que corroía la fibra moral de toda una sociedad.
En el centro de su novela Emily proyectó buena parte de lo que socavaba a la humanidad de su tiempo: la violencia de las relaciones de clase, la colonización, la esclavitud, las relaciones entre maltratador y maltratados, la opresión al diferente… Describió, además, el mal en todos sus matices, y eso es lo que obsesiona y perturba.
El propio Heathcliff es un enigma. ¿De dónde viene este niño? ¿Cuáles son sus orígenes? “Un niño casi tan negro como si viniera del diablo”.
No solo el origen del pequeño merodeador es un problema, también lo es su color de piel.
Entre los siglos XVIII y XIX, Liverpool era un puerto de esclavos. Allí pululaban los huérfanos, la escoria y otros detritos del imperio. Heathcliff forma parte de esos escombros y actúa en consonancia con eso. Vive para vengarse. Es, en sí mismo, la venganza personificada con todo lo que esto acarrea de crueldad e irracionalidad.
Hubo que esperar hasta 2011, con la adaptación de la cineasta Andrea Arnold, para que un actor negro, James Howson, interpretara a Heathcliff en el cine. Las demás versiones cinematográficas, y hay muchas, y algunas bastante famosas, obvian esto, así que la marginación continúa. Han cambiado los telones de fondo pero la batería de prejuicios sigue intacta.
"Cumbres Borrascosas es un libro muy extraño, lleno de violencia y peculiaridad. La gente dice que es su novela favorita, pero difícilmente puede ser un modelo de amor romántico”.
(Claire Harman, escritora y biógrafa de Charlotte Brontë).
La verdadera identidad de la autora de Cumbres Borrascosas solo fue revelada después de su muerte por su hermana Charlotte.
Tras correr la cortina, la crítica se vuelve contra el libro. Cuando los críticos leyeron el libro como la obra de un hombre les pareció un interesante trabajo experimental, pero cuando supieron que lo había escrito una mujer la novela se les hizo insufrible.
Henry Chorley, crítico del magazine The Athenaeum, la consideró una “historia desagradable”. La revista The Atlas calificó la novela de “extraña” e “inartística”. Con argumentos similares, un crítico estadounidense dijo que: “Salimos de la lectura de esta novela como si acabáramos de visitar un hospital de apestados”. Oscar Wilde enderezó un poco las cosas cuando sentenció: “El arte no se dirige al especialista. Cualquier arte apela solo al temperamento artístico”. Oscar Wilde, un genuino representante de “los otros”, supo leer en la obra el grito de rebeldía de su autora y se solidarizó con ella.
En las sociedades cerradas, la literatura es un arma muy poderosa.
“Cumbres Borrascosas es uno de los libros más bellos de toda la literatura. Tal vez la más bella, la más profundamente violenta de las historias de amor. Creo que es en la literatura en donde vemos las cosas humanas en su perspectiva más violenta. Es la literatura la que nos permite ver lo peor. Y creo que la literatura debe cuestionar la angustia”.
(Georges Bataille, escritor y antropólogo francés).
En respuesta a la Inglaterra victoriana que condenó Cumbres Borrascosas, una espantada Charlotte Brontë escribió que Emily solo era una chica simple de los páramos, una virgen solitaria, reclusa e ignorante, inspirada por una intuición inexplicable. “Perdónenla”, suplicó Charlotte, “no sabía lo que estaba escribiendo…”.
Pero Emily sí sabía. No se escriben páginas tan descarnadas, sin un atisbo de complacencia y concesión al gusto imperante, desde la inconsciencia y el desconocimiento. Lo que aún hoy asombra es cómo la autora alcanzó este conocimiento, esta sagacidad, esta capacidad de penetración en la podredumbre, desde una vida tan recogida, esquiva y solitaria, y aquí nos fascinamos una vez más ante los misterios del talento. No hay respuesta. Es mejor que así sea. Como humanos que somos, como criaturas finitas, ansiamos el misterio y reverenciamos el milagro. No todo tiene una explicación. Hay cosas que escapan a la razón.
“En la escena más famosa de Cumbres Borrascosas, Cathy dice, pensando en Heathcliff: Yo soy Heathcliff. No se trata de la expresión de amor de una joven, sino de una alusión a los orígenes del ser, a la primera célula del ser vivo, cuando aún no hay distinción de sexos. Cuando ella dice, ´yo soy Heathcliff´, puede significar que el hombre es la mujer o que la mujer es el hombre”.
(Kiju Yoshida, director de cine japonés autor de una versión de Cumbres Borrascosas).
Epílogo
Han sobrevivido algunos bocetos y retratos de Branwell Brontë. Llama la atención el inquietante cuadro al óleo en el que se retrató a sí mismo a los diecisiete años en medio de sus tres hermanas, Anna, Emily y Charlotte… No podemos ver su imagen pues la borró en uno de sus frecuentes ataques de locura.
El 24 de septiembre de 1848, Branwell Brontë murió en la casa parroquial de una tuberculosis agravada por el delirium tremens , el alcoholismo y su adicción al láudano y al opio.
Queriendo mostrar el poder de la voluntad humana, el infortunado Branwell permaneció de pie hasta su último suspiro. Se hundió en la muerte con los bolsillos llenos de cartas de la mujer a la que había amado sin ser correspondido, una tal señora Robinson, acomodada viuda a la que Branwell responsabilizó de todos sus fracasos.
Unas semanas después, Emily también enfermó de tuberculosis.
Rechazando todo tratamiento, murió el 19 de diciembre de 1848 en el sofá del salón en el que había crecido, soñado y escrito, acosada por Charlotte, que le preguntaba una y otra vez en dónde había encontrado la inspiración para su libro y cómo, ¡cómo!, se había atrevido a tanto… Pero Emily callaba. En sus actos, en su obra alejada del panfleto, en su inconformidad, podemos encontrar las respuestas. Luchó a su manera y como pudo utilizando las armas de la literatura. Luchó y venció.
Charlotte y Anna desnudaron el cadáver de Emily, lo sentaron en una silla y lo lavaron con agua de flores. Transido de dolor, el reverendo Patrick Brontë esperó en la entrada de la casa la salida del ataúd con el cuerpo de su hija para acompañarlo a la iglesia y luego al cementerio.
Patrick Brontë sobrevivió a todos sus hijos.
Enterrada Emily empezó la leyenda.
Publicado originalmente en Alas Tensas.
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