Con el poemario Escribir la noche y otros abismos, Ileana Álvarez se confirma una vez más como voz principal en la lírica cubana. Pero esto mismo nos coloca frente a la necesidad de valorarla de otro modo.
Herencia y voces femeninas en la lírica cubana del siglo XX
Se ha hecho común asumir la poesía femenina insular del siglo XX en términos de sus tres autoras más publicitadas, que por lo demás estarían convenientemente situadas en una sucesión temporal: Dulce María Loynaz, Fina García Marruz y Reina María Rodríguez. La primera marca el cierre total de la corriente modernista en la isla: la autora crea una poesía de estilo único, lejos del modo lírico instaurado por José Martí y Rubén Darío desde el siglo XIX, con un énfasis en el refinamiento de las imágenes y la espiritualidad religiosa, el uso de fuertes contrastes (entre ellos la ruptura de convenciones frente a un tradicionalismo de fondo y forma), y por momentos un destilado postromanticismo.
Con la mirada puesta en la pequeñez de las cosas del mundo, Loynaz subrayaba la intimidad, el secreto fulgor de la propia visión sobre el universo, en una Cuba que, marcada por el legado martiano, se replegaba, solitaria, en su decepción republicana, su jardín del fracaso e hidalgas remembranzas mambisas.
Más tarde, con el grupo Orígenes, aparece una segunda gran voz femenina: Fina García Marruz, quien con Lezama Lima y Eliseo Diego configura la tríada fundamental del origenismo. Lejos de la destilada elegancia de Loynaz, García Marruz, como todo Orígenes, asume nuevamente la herencia poética, latinoamericana y política de Martí, en cuya resurrección ideoestética confiaba, pero también en la concordancia entre su propio yo lírico y la ensimismada pequeñez de las cosas, ya interpeladas como emblema de su historia y cultura insulares tan ligadas a su propia familia, ya como dimensión profunda de lo humano.
Sin duda, su preeminencia poética se consolidó luego de 1959 hasta su muerte, etapa en que también acompañó a su marido, el poeta y ensayista Cintio Vitier, en su lamentable labor como defensor del castrismo en la isla.
Otra voz de las últimas décadas del siglo XX ha sido Reina María Rodríguez, con una poesía fundamentalmente enlazada con el conversacionalismo de la mal llamada Generación del 50. Sencilla y coloquial en su verso, pero intensa en su tono general, Reina María marcó, con gran intensidad, el cierre definitivo de la efímera poesía política favorecida por el castrismo a través de la revista El Caimán Barbudo, de las políticas culturales y de premiación de concursos. Reina María se apartó pronto de esto y se orientó a una crítica social punzante y viva, que en poemarios como Variedades de Galiano alcanzó su nivel fundamental.
La singularidad poética de Ileana Álvarez
Ileana Álvarez es, sin duda posible, una gran voz poética cubana, que se enmarca en un tránsito histórico y cultural decisivo: la liquidación del mesianismo de corte martiano, tendencia que fue convertida por el castrismo en una espuria religión manipuladora. La obra de esta autora está ligada de modo entrañable y emblemático a una conciencia lúcida sobre el destino de la isla y su cultura.
Semejante viraje, derivado de más de un siglo de frustración de aspiraciones, esfuerzos e ideales, requería una expresión lírica diversa y peculiar, que, si bien ligada a tradiciones seculares, se enfilara por otros rumbos temáticos y expresivos. Por ello dice en el formidable poema Pérdida de la utopía:
“Con los sueños amoratados por la pérdida, en una trampa caímos.
Se habían roto los muros hacia adentro y entramos en el redil, como mansas ovejas.
Ante nuestros ojos, el verde se llenaba de espinas, mientras el horizonte exprimía el laberinto del porvenir.
El mar era una loba ciega, y no clavamos las tablas, no las juntamos.
De la playa huimos hacia lo más hondo, a una cueva, al tazón de la memoria.”¹
Y en el poema Revisión de los vencidos dice:
“En lo alto del farallón agoniza
la patria de nuestras figuraciones, amado mío.”²
Esa nueva manera de poesía nacional halló su más fuerte expresión en otros grandes poetas del siglo XX como Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, pero en la poesía femenina su punto más intenso está en la amplia y fuerte expresión de Ileana Álvarez.
Ella ha conseguido, en su crecimiento como poeta, construir una obra por completo singular. Ante todo, por su manera de crear un modo lírico neobarroco no solamente inusitado, sino sobre todo femenino, en el cual, por ejemplo, la fragmentación como forma neobarroca de abordar el mundo se convierte en sus poemarios en una inacabable indagación de la mujer en su multifacética existencia como ser humano indomable, artista, amante, madre y criatura política.
Es impresionante esa manera suya de presentar los ángulos diversos de su propia identidad personal y de género. Vinculada indisolublemente con su contexto, su verso es también reciamente individual.
Es esta la esencia y uno de los grandes magnetismos de su más reciente poemario, Escribir la noche y otros abismos. La noche como abismo es una magnífica metáfora a través de todo el libro. En verdad, el abismo, por definición sobre todo filosófica, es un eje principalísimo del libro.
Άβυσσος (ábyssos), es vocablo griego que alude a una hondura absolutamente sin límites, una cabal perfección de las sombras y un origen indescifrable, tenaz, sin condición alguna; en suma, un impensable antecedente de Dios. Ese término helénico pasó al latín, donde, en función adjetiva, fue formado como un superlativo, para significar la total profundidad. Así apareció abyssimus, abismo.
El cristianismo, enorme cimiento de la poesía de Ileana Álvarez, usó el término recién construido y lo aplicó a la infinitud de Dios Trino y Uno. Otro sentido fue el de unidad del ser humano y el del ser de las cosas como criaturas todas creadas por Dios.
Sin embargo, si pensar el abismo es, desde el inicio mismo del pensar filosófico, imposible, nos propone Ileana Álvarez además otra noción también muy antigua, y alejada de la fe desgarrada de Loynaz, de la vaguedad intuitiva de García Marruz o de la indiferencia religiosa de Reina María Rodríguez.
El abismo de Ileana Álvarez deriva también de allí, de la noción de que lo más profundo, lo abisal, es siempre inalcanzable para la razón y la percepción humanas: el orto de la existencia total, el espíritu y la realidad natural solo se intuye a través del amor, el arte y la fe. En otros términos, que son los de San Agustín, Dios es inefable.
Para la autora de Escribir la noche y otros abismos, la imposibilidad de conocer la absoluta profundidad es asunto irrelevante. Lo que se observa en este poemario es la intensidad con que ella escribe desde el abismo y no acerca de él; es decir, desde la tiniebla total se empina hacia el universo en un gesto de orgullosa voluntad.
Si Dios es inmenso e inefable, motor primero, su propia poesía es la de un ser finito, pero dueño de su propia voz: cabal contradicción neobarroca, convivencia de la pequeñez y la fuerza de decisión. Y si el abismo es indeterminado y unitario, su poesía se presenta como marcada por la cultura y ampliada, focalizada en sus detalles fragmentados.
La voz poética es múltiple y cambiante en tesituras, pero no en su más profunda convicción personal, a la vez estética, social y humana.
Grande, impactante poemario, Escribir la noche y otros abismos nos dice una vez más que Ileana Álvarez, a pesar de su largo encierro en una provincia somnolienta y alejada de los centros de poder cultural, en un país sofocado por un totalitarismo que sistemáticamente la amenazó y silenció, es hoy por hoy una voz principal en la poesía de su isla atormentada y abisal.
¹ Ileana Álvarez González: Escribir la noche y otros abismos. Ediciones La Mirada, Las Cruces, Nuevo México, Estados Unidos, 2024, p. 147.
² Ibídem, p. 161.
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