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Escritoras | Gabriela Guerra Rey: "Soy mejor escritora porque he encontrado un lugar junto a lo salvaje"

Una mujer posando.
Gabriela Guerra en la presentación de la novela "Luz en la piel", en México. | Imagen: Juan Gordiano

Toda mi familia materna es de Regla, un puerto de mar. Fueron a dar allí, al embudo de un secular viacrucis de braceros, picapedreros y buscavidas, para armarse una existencia contada desde los más recónditos rincones del cadáver del imperio español. Filipinos, nigerianos y andaluces todavía asaltan por sorpresa mi mestizaje, la raspa del colonialismo. En el sitio que después quedó preso entre las calles 10 de octubre, Boch, Simpatía y Recreo, en la periferia reglana, existía una hacienda llena de árboles, caballos y chivos, de cuyo lamentable deterioro fui testigo a lo largo de toda mi infancia. Tengo un recuerdo muy vívido de la casa de aquel lugar, así como de un molino de vientos y un ranchón gigantesco, suerte de almacén o caballeriza, hechos completamente de madera y tejado francés. Hacia el final de mi adolescencia, en un abrir y cerrar de ojos, aquel óleo pintoresco fue barrido de un plumazo, y dejaron caer en su lugar, como dados de cubilete, cuatro abominables edificios de microbrigada. Eran las postrimerías de los 80, y nada hacía suponer que, como mismo arrasaron con la hacienda, el bloque socialista se desmoronaría unos meses después.

En 1991, asignado al consultorio médico de aquella nueva colectividad, un primo mío, recién egresado de Medicina, me habló un día de sus nuevos pacientes, entre los cuales figuraba Félix Guerra. Hay miles de Félix en el planeta, y el apellido podía ser simple coincidencia, basta ver la guía telefónica. Solo al mencionar a Jorge Fuentes, César Leal, Santiago Feliú y William Cabrera, caí en la cuenta de lo paradójico e inverosímil de aquella nómina, nada más y nada menos que en aquel lugar, el barrio de Patilarga, el emporio del punzonazo y la mariguana. Mi primo quedó muy confundido cuando le dije que terminara de desayunar cuanto antes para ir a ver al tal Félix. Cuando el hombre abrió la puerta, abría para mí un vastísimo espectro de maduración intelectual y profesional durante toda esa década. El gran Felo, el amigo, ipso facto, nos invitó a pasar y coló café. Mi primo tuvo que irse al consultorio y nos dejó allí. Al mediodía pasé de regreso por su casa y me preguntó con asombro: “¿Todavía estabas en casa del tal Félix…? ¿desde las ocho de la mañana”? Pensé: Pobre Félix, lo que le va a caer arriba es tiza. Desde entonces no tuve consideración con el amigo. Mucho tiempo después le mostré todos los recortes de su sección de Ecología en la revista Bohemia, que había encuadernado cronológicamente desde hacía más de diez años. Para ese entonces me había convertido en su más fiel colaborador gráfico, complicidad que duró muchísimos años hasta comienzos de este milenio. Al margen del aprendizaje intelectual, reconozco el aporte económico de aquella simbiosis, condescendencia que mi camarada ponderaba en primera instancia.

Nuestras familias se acercaron y no resultaban infrecuentes los intercambios culinarios. La bella Marina, esposa de Felo, ejerció durante años como editora. Ella también debió soportar mis largos interrogatorios sobre la materia, mientras sus hijos se movían a voluntad, atravesando nuestras conversaciones como esos rayones que trazan las proyecciones de las viejas películas. Luego me fui de Regla, más tarde sus hijos, y solo eventualmente pasaba a armar y desarmar el mundo con Felo. Hace un año, cuando comenzaba a colaborar con Árbol Invertido, supe que debía tener con mi fraterno una conversación pública, una entrevista para esta publicación. Aunque no era la primera entrevista que le hacía, hablar con él de ecología, arte y literatura, para este espacio, se convertía en un imponderable. En plena apoteosis pandémica, resultado de otras complicaciones de salud, Felo estuvo hospitalizado algún tiempo y, aunque después regresó a casa, la energía no nos daba para cumplimentar ese propósito. Yo también estaba repleto de compromisos y, entre las fisuras que me permitía el tiempo, trataba de seguir el hilo de su recuperación para sentarnos a hablar. Recuerdo las alentadoras fotos que me enviara el amigo Rafael Grillo durante una de las visitas que le hizo al hospital. Aunque su salud era vulnerable, no imaginé que nos abandonara un día cualquiera, como aquel en el que me abrió las puertas de su casa hace treinta años.

En honor a la verdad, nunca presté atención a los hijos de Félix más allá de lo que las circunstancias familiares propiciaban: si estaban estudiando o ayudaban en la casa, cómo se portaban, si tenían jevitas o jevitos, y otras trivialidades por el estilo. Luego supe que se habían graduado, que ejercían buenas profesiones y que habían emigrado. Hace unos años volví a saber de ellos a través de las redes. El contacto gradual con Gabi, desde hace poco más de un lustro, ha hecho que descubra, casi vertiginosamente, al animal hermoso en que se ha convertido. No hubo capullo ni metamorfosis, todo ha sucedido a plena luz del día. Lamento mi descuido, no preví que la herencia de su estirpe y talento se manifestaran así, como cuando hay nubes y debes suponer que lloverá y habrá poesía. No creo que su ingenio sea una mera prolongación del de su padre, como tampoco es su reflejo. Al dialogar con ella es obvio que se trata de una mujer con una individualidad muy bien fundada, y al leerla se advierten improntas salidas de latitudes intelectuales distintas a las de su nicho de origen, aunque no deje de ver a mi amigo detrás de la sinceridad de sus palabras. Puede que, en virtud de esa incorpórea intuición que nos atraviesa, esta sea la última entrevista con Felo y la primera con Gabi.

Contigo comparto una afición, que no es inusual entre los intelectuales contemporáneos, al menos eventualmente, que consiste en la incursión exploratoria en espacios naturales, aunque en tu caso creo que pasas un poco la raya. Senderismo, maratonismo, escalismo, inmersa en ascensiones montañosas o exploraciones espeleológicas, llevas esa “otra” vida que cualquiera tildaría de paralela, cuando en realidad podría complementar tu experiencia vital, o como escritora, por hablar del oficio que mejor te ocupa. ¿Cuáles son los tendones que engarzan la médula de tus huesos creativos con los músculos de esas experiencias extremas?

"Amilkar, no sé cómo te suceda a ti, pero yo no podría ya escribir sin la aventura paralela de la naturaleza. Creo que en este caso el huevo fue la montaña y la gallina son las letras. Sin embargo, en México me reencontré con ese afán de exploradora después de los primeros años de la emigración, y ahora no sostengo la palabra si no tengo la experiencia, la avaricia del paisaje en los ojos, las alas de las aves sobre la agreste ladera de la escritura.¿Sabes?, cuando estoy con amigos en la montaña siempre les digo que para mí escribir una novela y subir un volcán de esta tierra es en esencia lo mismo. La estrategia es tan similar: prepararte, arrancar, concentrarte en disfrutar el camino y para ello, vivirlo de la manera más excepcional. La cumbre dura unos minutos y el camino es de toda la vida. Necesitas toda la vida para terminar cualquier historia, la que marcas con los pies o las que se trazan con los dedos en el teclado. Dejar una huella es un sueño y una necesidad para mí.

Ascenso al volcán Iztaccihuatl, México, 2018.
Ascenso al volcán Iztaccihuatl, México, 2018. | Imagen: Argenis Perez

"A los cuarenta años la ilusión la encuentro en la belleza, amigo, y la belleza está en construir un relato tan viva como cuando nos perdemos Isra, mi pareja, y yo entre las piedras del Iztaccihuatl o sobre el Pacífico nuestro, que también nos ha regalado espectáculos de los que se adhieren a la piel para siempre. Soy mejor escritora, y tal vez mejor persona, porque he encontrado un lugar en el mundo junto a lo salvaje. Si pudiera, me iría a vivir allí a tiempo completo".

Luego de una introducción tan agreste, me gustaría que habláramos de un suceso cuya onda expansiva continúa repercutiendo en el ámbito literario iberoamericano. Me causó una alegría inmensa saberte ganadora del premio Juan Rulfo por tu novela Bahía de sal. Aunque se suele creer que hablar de estas cosas es baladí, una cursilería, como si fuese un brazo robótico quien estrechara en sus manos el galardón —extremo distal de la falsa modestia que perfora a algunos—, ¿cómo te impactó intelectual y emocionalmente la noticia?

"Mira, los premios traen doble filo. No siempre son transparentes, compites contra cientos de otros escritores ´tan buenos´ y ´hasta mejores que tú´. Estás sometido a la prueba de la espera. Muchas veces no se premian los de mejor calidad, sino los que se venderán. Y, no menor, corres el riesgo de creerlos un ábrete sésamo. Este camino hay que construirlo a diario con tremendísimo esfuerzo.

"Sin embargo, a mí ese Juan Rulfo me cambió la vida y le dio un destino firme a mi tambaleante carrera literaria. Vinieron retos enormes después. Primero, el editorial. Bahía de Sal se publicó en España (Huso); después en México (en alianza con Hiperlibro), y finalmente en Argentina (Queja). Comencé entonces a hacer ´vida de escritora´, algo que yo había deseado sin saber lo que significaba. El universo de la escritura y sus constelaciones se convirtieron en una gran responsabilidad que trato de llevar con el pulso de la pasión más arrasadora para no claudicar. Siempre una estrella en la frente, un Estambul.

Portada y cntraportada de "Bahía de Sal" para ediciones Huso.
Portada y contraportada de "Bahía de Sal" para ediciones Huso. | Imagen: Editorial Huso.

"Lo más relevante: no he dejado de trabajar un segundo. Bahía de Sal y Nostalgia de La Habana, mis primeros libros, fueron el paso decisivo para querer navegar en otras galaxias. Es agotador y es el mejor oficio del mundo. No lo cambiaría por otro. Tal vez lo conjugaría de tener dos o tres vidas más. ¡Nadie sabe!".

Pasado un tiempo, las referencias a la novela, a través de tus entrevistas y reseñas de editores u otros escritores, pueden ser fácilmente localizadas por los interesados en las redes y publicaciones. Quisiera centrarme en aquellos aspectos que me movilizaron de Bahía de sal. Una vez repasada por la impaciencia con que la recibí, en espera de una lectura menos somera, me asaltaron algunas inquietudes procesuales que la llevaron a tan sólido término, que pueden o no coincidir con las de otros cuestionadores. Por ejemplo, ¿fue un propósito primario universalizar el ámbito en que se desarrolla la misma, o es la propia colindancia de sus esencias quien le confiere ese alcance?

"Yo no tenía idea de lo que estaba haciendo cuando empecé a escribir Bahía de Sal. Pensé en varios relatos ambientados en la Regla de la lejanía y algunas de esas historias de las que no te puedes olvidar, como la de Roberto Carlos, el soldado suicida, personaje que ambos conocimos allá en tu casita de los noventa. Después, ocurrió un sortilegio, un acto de magia que todavía me resulta inexplicable. Alguien me dijo que era una novela cuando llevaba alrededor de un tercio. Los relatos seguían brotando y se habían adueñado de mí. Volví sobre las historias con una nueva mirada. ¿Qué tenía yo que contar de ese pueblo enlazado a una bahía salobre, por cuyos canales sus hijos arengaban hacia el desconocido océano? El proceso siguió siendo de encantamiento.

"Nunca quise que identificaran a Bahía de Sal con un lugar en específico. Creo que el mundo es una gran aldea compuesta de miles de pequeñas aldeas y todos pertenecemos a una o varias de ellas. No es diferente lo que pasa en un pueblo de China que en uno de México. Aunque, por supuesto, cada cual tiene sus realidades y sus miserias. Como Bahía de Sal, que está allí, en una Isla de la cual se parte para siempre…".

Habiendo compartido contigo el mismo contexto finisecular en la ultramarina localidad de Regla, desde luego con perceptibles matices generacionales y circunstanciales, puedo advertir en mi lectura espacios, sucesos y personajes con inequívocos sesgos de empatía. Puedo, incluso, reconstruir parches que mi memoria no tomó en consideración de aquel caos en que nos convertimos para cerrar el siglo. ¿Qué tan vivencial resultó para ti? Independientemente de la sumatoria de mosaicos experienciales en otras latitudes y bajo otros influjos, ¿cómo pervivieron esos arañazos en tus recuerdos para aflorar años después de manera tan sensorial?

"Empecé a escribir Bahía de Sal, también algunos cuentos, el día de agosto de 1991 en que pisé Regla por primera vez. Tenía 10 años y el suceso fue descomunal, el primer gran cambio de mi vida. Tan bien recuerdas: ese tiempo pervive como arañazos en la memoria de un fin de siglo. Allí aprendí de religión y orishas, de rituales y vírgenes. Todo era nuevo, porque yo vengo de una formación agnóstica. Tras las mamparas de lo exótico, figuraba la crisis económica y existencial del ´Periodo Especial´ que nos marcó a todos de muy especiales maneras. La bahía fue otro misterio a desentrañar en los vericuetos del recuerdo, la vida cerca del agua, el calor, el polvo, las favelas de nuestro pueblito, su gente, sus misticismos y algunos evidentes conflictos en la letanía de sobrevivir.

"Después, las miserias de unos pueblos se mezclaron con las de otros, los de México, los de mi América. Las de unas familias se fundieron con las de otras. Los pueblos vacíos del continente. Las aldeas de mujeres abandonadas. Y el agua se convirtió en una presencia que me inundaba donde quiera que estuviera. A Regla, a La Habana, a Cuba le debo mis más honestas letras y mi gratitud por haberme dado esta necesidad imparable de contar la vida".

María de la Sal pareciera investida de atributos conferidos por la Caridad del Cobre o la Virgen de Regla. Sus oceánicos vaticinios anticipan un éxodo a la futura bienaventuranza, allende los mares. ¿Cómo ves, pasados los años de modelado y acabado —que no es tal, pues la novela se sigue construyendo para la posteridad en manos de sus lectores— el doloroso panorama migratorio que experimenta la Isla en la actualidad?

"Ya lo abriste con la palabra ´doloroso´, amigo mío, y no puedo refutarla. Es de inexplicables formas muy doloroso nacer en un sitio, sentirte de él y tener que dejarlo. Un castigo, me dijo Leonardo Padura en una entrevista en la que hablábamos de La novela de mi vida, obra que ficciona la trayectoria vivencial de José María Heredia, nuestro primer Poeta Nacional, que fue también nuestro primer desterrado. Estos últimos años me he dedicado a estudiar la obra de autores cubanos en el exilio, y cómo lo reflejan en la literatura. Quizás porque es lo que me pasa a mí. Mi condena es la condena de todos los exiliados; también la de los exiliados internos, que en Cuba son multitud.

"Los cubanos están teniendo que protagonizar arriesgadas peregrinaciones hacia cualquier parte. Me oprime y me preocupa como amiga de tantos peregrinos, como ciudadana, mujer, como escritora. Ese corte en las raíces, abrupto y violento, es una angustia constante en mi pecho. Lo peor, amigo mío, un exabrupto sin remedio, quién sabe hasta cuándo".

Mi amistad con tus padres, particularmente con Felo, fue muy cercana, confesional. Por suerte nos teníamos cerca para matar las ganas de tratar temas elevados, y otros no tanto. Los recuerdo a ti y tu hermano deambulando por la casa, entrando y saliendo de las habitaciones, otras veces jodiendo a más no poder, como parte de la dinámica familiar que había que rifarse a cambio de una buena conversa sobre Borges o Lezama. Un amigo me llama Falso Profeta, pues soy pésimo agorero. Nunca me hubiese pasado por la cabeza tu trayectoria desde aquel entonces hasta ahora. ¿Cómo se produce ese salto desde la Lenin a estudiar Economía, y más tarde Periodismo? ¿Cuándo asoman los primeros indicios de ficción en tu desempeño escritural?

"Cuando se es hija de escritor se intentan escrituras a muchas edades; es lo que ves. De niña jugaba a escribir libros y editarlos, porque el viejo escribía y mami los editaba. Escribí unos cuentitos como a los 15, que extravié; seguramente intencional y convenientemente. Tengo una vaga idea de los temas. Pero ya en los últimos años de Cuba escribí algunos cuentos que hoy son parte de mi primera antología: Los amores prohibidos de la muerte, publicado en España también por Huso. Por esos inaugurales relatos siento, al menos, cariño.

Dos personas sentadas con el mar detrás y el faro de El Morro de La Habana.
Gabriela Guerra junto a su padre Félix Guerra. | Imagen: Cortesía de la entrevistada

"Después los años dedicados al periodismo me drenaron el tiempo. Pensaba en historias de vida y me había enamorado profundamente de la profesión. Cuando vine a México escribir se fue trasmutando en necesidad. Escribía todo el tiempo, a cualquier hora. Ahí comenzó a gestarse lo que ahora podría llamar obra, ese boquete eternamente abierto en los días de un escritor, inconmensurable.

"Cuando aprendes a decir lo que crees que debes decir con la ficción, es porque ya no hay regreso".

¿Cuándo te radicas en México? ¿Cómo fue esa transición de una costa a la otra?

"En mayo de 2009 vine como corresponsal de Prensa Latina. Fueron unos meses maravillosos y terribles. En una carretera mexicana, rumbo a Taxco, en el estado de Guerrero, sentí por primera vez el llamado de este lugar, y algo que era nuevo e irreemplazable ya en mis deseos: el sentimiento de la libertad plena. Mis circunstancias de entonces distaban mucho de ese ideal, pero fue una anunciación, lo tenía en el alma y lo perseguiría como un karma. En octubre de 2010 aterricé nuevamente en México sin boleto de vuelta. Me costó años sentirme otra vez de un sitio. Viví arrastrando nostalgias como una enfermedad incurable. Hoy todo tiene un tono menos dramático y me siento tan ciudadana del mundo como de Cuba, México, París o Buenos Aires.

Barrancas del Cobre, Sierra Tarahumara, Chihuahua, México, el día después de haber corrido la ultramaratón “Caballo Blanco”, en 2019.
Barrancas del Cobre, Sierra Tarahumara, Chihuahua, México, el día después de haber corrido la ultramaratón “Caballo Blanco”, en 2019. | Imagen: Israel Quezada

"Yo estaba desesperada por viajar, por la aventura, por la experiencia del camino, así que me comí el mundo en la siguiente década. Y aquí estoy, un poco más tranquila, pero con la misma hambre".

¿Qué es A4manos? ¿Cuánto aportó esta cofradía familiar para el ejercicio literario en soporte digital?

"Qué bueno que me preguntas. Y qué curioso que respondo esto el día en que mi viejo hubiera cumplido 84 años. ¡Azar concurrente! Así que, en la que imagino como una febril eternidad, le dedico este encuentro a nuestro Felo.

"A4manos fue un blog que comenzamos él y yo en 2011. Publicaríamos cosas suyas, poemas, textos políticos. Por entonces no le querían publicar casi nada en Cuba, como ocurrió en tantos períodos. Yo iba a tener una columna (que aún vive: Partes de Guerra) y publicaríamos a otros autores. Los autores crecieron tanto en el tiempo, en géneros y estilos, que cuando Annia Galano y yo fundamos Editorial Aquitania, diez años después, decidimos rediseñarlo y convertirlo en una revista literaria. Hoy es un archivo enorme, donde algunos publicaron sus primeros versos, relatos y otros han hecho una carrera literaria. Mi historia está retratada en esa columna a la que de vez en cuando doy de comer. Hace poco abrimos una sección para niños, algo que hay en muy pocas publicaciones de este tipo.

"En esencia A4manos es un proyecto digital sin fines de lucro, que divulga de manera constante, para un público de nicho muy rico, la obra de más de cuarenta autores de todo el mundo, principalmente latinoamericanos. Es el amor más largo de mi vida y el que me da alegrías cotidianas. Este año soñamos con una antología de plumas nuevas en Aquitania; muchas de ellas hicieron su historia en las páginas de A4manos".

Más allá de las herramientas y el dominio de los oficios, periodístico y literario, ¿cuáles géneros disfrutas con preferencia en cada uno de ellos, aquellos que se te manifiestan con particular ductilidad? ¿Cuánto se aportan ambas prácticas de escritura, aun sabiendo que tu concepción de guiones, trabajo crítico y de ensayos, han dado forma a tu entorno profesional?

Gabriela Guerra Rey: "...es en el relato de historias donde soy libre y feliz"

"En el periodismo, la crónica y la entrevista, por sus amplitudes. En los últimos años de fervorosa actividad periodística hice reportajes de viaje: contaba las historias de mis travesías por México. Fue magnífico para el espíritu. Entre tantas cosas que hice ese tiempo, conocí a los rarámuris, en la sierra Tarahumara: la población originaria más grande del país, que con su forma de vida agreste me removió el corazón para siempre. También el cuerpo. Por ellos corro. Volví a descubrir el íntimo significado de la belleza.

"En la literatura, soy una escritora del cuento y la novela. A veces organizo versos. Me dedico en pleno a mis ensayos cuando tengo que… Pero es en el relato de historias donde soy libre y feliz. Creo en la poesía no como un género, sino como una filosofía de vida, trato de que no me abandone mientras escribo.

Navegando el lago Titicaca, del lado boliviano. Travesía por las montañas peruanas, 2018.
Navegando el lago Titicaca, del lado boliviano. Travesía por las montañas peruanas, 2018. | Imagen: Cortesía de la entrevistada

"Ser periodista fue mi camino hacia la escritura de ficciones. Ya tenía el dominio de la historia, la agilidad en la idea y la ejecución. Soy de las que visualiza sus historias para escribirlas, sea una crónica o un cuento. La vivo y la recreo, entro en la piel de los personajes y soy ellos. Después me siento a escribir. Escribir es el exorcismo: aparecen fantasmas, demonios y hasta ángeles. Soñar la historia es la magia, el tigre acechando a la presa. Yo soy el tigre y soy también su presa".

Aquitania… ¿Qué peso simbólico tiene para ti este histórico topónimo del suroeste francés? ¿Cómo Aquitania, la laureada, se convierte en editorial?

"¡Qué linda pregunta! Te cuento: trabajé por varios años en una editorial en la que hacíamos revistas. Mi último gran encargo allí fue un bookazine de reyes y reinas. Nos iban a cerrar y nosotros parecíamos condenados al desempleo, a la suerte de la vida allá afuera, así que estábamos llenos de emociones. Yo dirigía al equipo editorial en la consecución de esta tarea, y para amenizar las jornadas le puse sobrenombres de reyes y reinas a todos los miembros. A mí me tocó en suerte el mejor: Leonor de Aquitania, la reina lectora. Siempre tuve ocultos delirios de grandeza. Estaba fascinada con la historia de Leonor. Después la he conocido más y su figura me sigue iluminando. Aún la escribo en mis historias.

"Por aquellos tiempos estaba comenzando a escribir Bahía de Sal. Cuando envié la novela al premio Juan Rulfo, lo hice con el seudónimo de Aquitania. Ganó, y se convirtió en mi estrella. Unos años después fundé una agencia de comunicación, Aquitania Storytelling, y en 2021, Editorial Aquitania Siglo XXI. Aquitania es parte de mi vida, mi amuleto de la suerte y mi fuente brotante".

El descubrimiento de nuestras afinidades me hace feliz, es el más confortable puente que me ha dejado Félix como herencia. No creo que el amigo haya partido, está aquí con nosotros. Pienso que pudiéramos estar hablando por horas, pero luego nadie va a querer leernos. Se van quedando muchas cosas fuera en este intercambio, pero, en un salto al instante presente, ¿qué te traes entre manos ahora mismo? ¿Proyectos futuros?

"Uf, mucho. En estos momentos está saliendo a la luz El libro de los destinos inciertos, por Equidistancias (Reino Unido-Argentina): un puñado de relatos escritos durante la pandemia que será el irreparable testimonio de ese tiempo, aunque desde los cimientos de la ficción. La realidad en estos años superó a la ficción en sus cóncavas aristas, ¿no crees?…

"Estoy en el final de la maestría en Letras Latinoamericanas, en la UNAM, pero tengo proyectos de investigación soñados para varios lustros. Ahora estoy por terminar el ensayo de tesis sobre la obra novelística del exilio de Eliseo Alberto Diego, ´Lichi´, hijo de nuestro gran poeta Eliseo Diego. Qué descubrimiento tremendo ha sido para mí…

"…Trabajo en una trilogía de novelas, de la cual Bahía de Sal es la primera. ´Trilogía del agua´, la llamo, porque son historias de pueblos vinculados al agua, y cada una sucede en uno de los ciclos que persiguen al humano trashumante: la partida, el lugar de paso y, finalmente, el paraíso prometido. Solo que mi edén no se parece un ápice a las descarnadas realidades de los emigrantes y al mismo tiempo reúne sus sentires. La segunda novela está terminada y escribo la tercera a cachitos de tiempo. ¡Me hace tanta ilusión! Es el proyecto más complejo que he emprendido.

"Y entre lunes y viernes, tengo el trabajo de talleres con escritores: una estimulación excepcional; la editorial: un sueño vívido; hay algunos libros que me interesa mucho publicar y autores que quiero dar a conocer o reconocer. Soy una mujer muy satisfecha, con planes y propósitos para cinco vidas. Te aburrirías si me suelto a contarte. Estoy ansiosa de leer todo y de contar. Mi libreta de historias está llena de garabatos que tal vez nunca escriba.

"Gracias, querido amigo, por este rato juntos con la compañía de Felo en el día de su cumpleaños. Qué sepa que logramos rescatar su herencia de amistad. Mi abrazo".

Amilkar Feria Flores

Amílkar Flores

La Habana (1967). Escritor y artista visual. Licenciado en Pedagogía en Artes; Diplomado en Antropología Cultural y en Producción Simbólica. Ha ejercido como ilustrador gráfico, analista de prensa, periodista y profesor universitario. Ha publicado, entre otros, los títulos: Las dulces horas (Premio Pinos Nuevos 2007 (Poesía, Unión, 2008)); Algunas animalezas y otras bestialidades (Narrativa, Ediciones Extramuros, 2010 y Crónicas diluvianas (Narrativa, 2010). Cuenta con numerosas exposiciones personales y colectivas en Cuba y el extranjero. Actualmente desarrolla el proyecto de experimentación artística Observatorio Entrópico de Palatino.

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