A razón de la publicación de la segunda novela de Miguel Coyula, La isla vertical, por Ediciones Deslinde, con sede en Madrid, me he dado a la tarea de adentrarme un poco más en el universo de su creador, cuya obra audiovisual conozco desde hace varios años. No es una tarea del todo voluntaria, porque la editorial me ha invitado a que fuera el presentador de la novela. Delicado trabajo.
Miguel Coyula es conocido principalmente por sus películas (Cucarachas rojas, 2003; Memorias del desarrollo, 2010; Nadie, 2017; Corazón Azul, 2021; entre otras) y su singular método de producción, que él reivindica como “cine independiente” censurado. En cambio, soy de la opinión que su obra se aproxima más a la definición de outsider.
Arte outsider/ Art brut
El arte outsider ha sido importante en mi formación, desde que tempranamente conocí la obra de Henry Darger. El término fue acuñado por el crítico Roger Cardinal en 1972, como sinónimo de Art Brut, una etiqueta creada por el gran artista Jean Dubuffet en la década de 1940. En La isla vertical hay una rápida alusión al término:
Una joven de piel y cabellos pálidos, lactando a un bebé en brazos, lo guía hasta un cuarto decorado con el esqueleto de un tiburón. Art brut. Tumbado en la cama, Lumoa fuma un cigarro de musgo mutante, sus ojos se rasgan en una sonrisa aletargada.
Con Art brut está decorada la “guarida” de Lumoa, un “huelguista autodidacta” que “practicaba múltiples activismos, valentías, religiones, drogas…”. Un personaje que parece molestar mucho al narrador, tanto, que se ve en la obligación de escribir que “este narrador opina que, aunque Lumoa supo explotar muy bien la profesión más antigua del mundo, la inteligencia emocional tiene límites cuando no está sustentada por convicciones sólidas. Entonces es muy fácil convertir multifacetas en multiincoherencias. Lumoa se vanagloriaba de no haber tenido educación, o una familia para guiarlo. Siempre mantuvo una prole de mujeres a su alrededor”.
Miguel Coyula y su obra
Quien haya escuchado a Miguel Coyula presentar sus obras sabrá que por lo general conduce la mirada hacia su forma artesanal de producirlas, incluso compartiendo materiales didácticos como complemento, que explican minuciosamente este procedimiento. Por otra parte, se muestra profundamente ambiguo a la hora de hablar de las ideas y contenidos que trata, alegando que eso es tarea del receptor quien, con las múltiples capas de sensorialidades que él ha desarrollado por años, puede hacer su propia lectura y que esta, por lo general, será distinta a la de otro receptor.
"En La isla vertical los personajes viven acostumbrados a su nueva circunstancia, no hacen nada para revertirla, y son presas del fatalismo y la desesperanza..."
Pues bien, antes de continuar, dejo claro que este texto es resultado de mi propia experiencia de lectura con La isla vertical y de cuestionamientos que tengo cuando veo o leo una obra de Miguel Coyula.
En La isla vertical los personajes viven acostumbrados a su nueva circunstancia, no hacen nada para revertirla, y son presas del fatalismo y la desesperanza. Viven en un edificio, último remanente sólido de la tierra y, antes de buscar comunalmente formas de sobrevivencia, viven carcomidos en historias familiares sórdidas: dos hermanas que son amantes; un padre que le escribe cartas a su hijo donde, entre otras cosas, le dice que no fue un hijo deseado; etc. Es similar a cuando vemos en Cuba —tristemente de manera cotidiana— a personas sometidas a extensas colas bajo el sol para adquirir algún producto y, antes de organizarse, se pelean a muerte entre sí, como perros. Con esta tesitura de profunda resignación está construido el universo de La isla vertical.
Sobre el capítulo “Digresión biográfica sobre un huelguista autodidacta”
Coyula expresa no hacer referencias directas a Cuba en La isla vertical. Me detendré brevemente en dos capítulos, únicos de su tipo en la novela por el carácter de “Digresión” nominal que tienen.
El primero comienza en la página 79 y lleva por título “Digresión biográfica sobre un huelguista autodidacta”. La semejanza entre Lumoa y LMOA (Luis Manuel Otero Alcántara) es bastante poco sutil. Mientras Coyula, alzando la bandera del artista marginado, crítico con el régimen comunista de Cuba, entra y sale del país cuando desea, LMOA está preso, con una condena de seis años, precisamente por hacer un arte que el narrador de la novela define como “art brut”, y huelgas de hambre y sed que define como autodidactas y sin “convicciones sólidas”.
Pero lo peor es esa “prole de mujeres” que Lumoa mantiene “a su alrededor”. Tres de ellas son identificadas por el narrador con los nombres de tres de las personas más visibles en los últimos años de resistencia cívica en Cuba contra el régimen: Karo, Kami y Katy, descritas con machismo y denigración, al reducirlas a las siglas “KKK” por el resto de la novela. Puede que para Coyula, ciudadano americano, estas KKK aludan al Ku Klux Klan, o como cubano, a la caca, a una caca triple.
Sobre el capítulo “Digresión biográfica para una maga del caos”
El segundo capítulo comienza en la página 101 y lleva por título “Digresión biográfica para una maga del caos”. La maga es Tatiana, quien “ha acumulado trescientas libras en poco más de medio siglo a sus espaldas. Tatiana es una reina sin trono, una bruja sin rumbo. Incluso en su madurez padece accesos de ingenuidad, efímeros golpes de luz que infantilizan su rostro aún agraciado. Tatiana ama el poder, pero el poder no ama el caos de su existencia.”
Tatiana, gracias a la poca sutileza de Coyula, alude a la artista Tania Bruguera. Tatiana dice que “-Antes pensaba que podíamos confiar los unos en los otros.” Uno de los lemas del Instituto Internacional de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), fundado y dirigido por Tania Bruguera, es “Podemos confiar los unos en los otros”.
Estos golpes de realidad y circunstancias inmediatas rechazan la posibilidad de entregarme a una ciencia ficción ucrónica que pretende borrar la geografía y los seres humanos que la inspiran.
¿“No hay nada más bello que crear ficciones, para destruir nuestra vida física”?
Por mucho que a Miguel Coyula le guste la ficción y ponga a su narrador a catequizar esta idea (“No hay nada más bello que crear ficciones, para destruir nuestra vida física”), creo que debe esforzarse más por conseguirlo.
En cambio, creo que no debe esforzarse tanto por destruir un mundo, un país, unas personas, ya de por sí en las ruinas, y debe dedicarse mejor a borrar las trazas de sus referencias y frustraciones. O, por el contrario, asumirlas de una forma responsable y no tratar al espectador o lector como un tonto. O, como último recurso, prestar atención a la intuición del narrador:
Antes me describí como un narrador, pero a veces pienso que escogí la disciplina equivocada. Quizás esto sea intrusismo profesional. Este libro es una guía para una experiencia audiovisual que tal vez nunca existirá. Me interesan los experimentos sensoriales y estoy forzando una estructura donde realmente no la hay.
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