Cubanos en Chile celebran la derrota electoral de la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, tras el triunfo de José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial. La escena, difundida en redes sociales, se produce en un contexto regional marcado por el colapso político y económico de varios países gobernados por fuerzas afines al comunismo, y reabre el debate sobre el rumbo de la izquierda en Chile.
¿Por qué los cubanos en Chile celebran el revés del Partido Comunista?
Para entender por qué cubanos en Chile celebran la derrota de una candidata comunista no basta con mirar el resultado electoral. Hay que atender al tipo de experiencia política desde la que interpretan la elección. En Cuba, el comunismo no fue una opción reversible ni un ciclo de gobierno: fue un sistema que cerró el acceso a la alternancia y convirtió al Estado en un poder permanente.
Ese modelo dejó un saldo concreto y medible: estancamiento productivo, dependencia crónica de aliados externos, emigración masiva, empobrecimiento sostenido y una ciudadanía sin capacidad real de incidir en las decisiones públicas. Décadas de gobierno perpetuo enseñaron que, cuando un proyecto político se concibe a sí mismo como histórico y definitivo, la corrección democrática deja de ser una opción: lo importante es preservar el poder.
Desde esa experiencia, muchos cubanos no evalúan una candidatura comunista únicamente por su programa electoral, sino por la tradición política a la que pertenece y el costo humano que ha dejado como saldo. Se trata de una respuesta racional anclada en la memoria histórica.
Venezuela y Nicaragua como antecedentes regionales
"Se lo dijimos a Venezuela y no escuchó. Se lo dijimos a Nicaragua y no escuchó".
Venezuela y Nicaragua se analizan desde una perspectiva regional en la que Cuba aparece como antecedente clave.
La alianza entre Hugo Chávez y Fidel Castro, sellada a comienzos de los años 2000, supuso mucho más que afinidad ideológica. La cooperación incluyó intercambios estratégicos —petróleo por servicios— y un acompañamiento político sostenido que diversos analistas han descrito como decisivo en la configuración del Estado chavista y en su posterior deriva autoritaria.
A partir de esa alianza, Venezuela incorporó prácticas de organización del poder ya ensayadas en Cuba: centralización progresiva de las decisiones, subordinación de las instituciones al Ejecutivo y construcción de un aparato político orientado a la permanencia. Con el paso del tiempo, ese esquema desembocó en un colapso económico y en una crisis social de gran escala, visible hoy en la emigración masiva y en el deterioro sostenido de las condiciones de vida.
Desde 2007, bajo el gobierno de Daniel Ortega, el poder en Nicaragua se fue concentrando de manera sostenida. El control del Ejecutivo sobre el sistema judicial, el Consejo Supremo Electoral y las fuerzas de seguridad redujo progresivamente el margen de competencia política.
Las protestas de abril de 2018 marcaron un punto de inflexión: la represión dejó centenares de muertos, miles de detenidos y un exilio forzado de opositores, periodistas y activistas, según documentaron la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y organismos de Naciones Unidas.
La relación con Cuba forma parte de ese proceso. El sandinismo mantiene desde los años ochenta vínculos políticos y estratégicos con La Habana, reforzados tras el retorno de Ortega como presidente. Esa relación se traduce en influencia política y transferencia de prácticas de control: cooperación en materia de seguridad, formación de cuadros, asesoramiento en inteligencia y una concepción compartida del poder orientada a la permanencia.
Hoy, Nicaragua es un país profundamente deteriorado. La economía sobrevive con bajo crecimiento, alta dependencia de remesas y un aislamiento diplomático creciente, mientras el espacio público permanece cerrado y el disenso penalizado.
Para quienes han tenido que salir de Cuba, de Venezuela o de Nicaragua, la política se mide en consecuencias concretas. Los cubanos celebran en Chile porque han vivido bajo un gobierno autoritario que, en nombre del Socialismo, condujo al país a un empobrecimiento prolongado y a la pérdida de derechos y libertades. Esa experiencia heredada y padecida explica la oposición frontal a proyectos de izquierda que evocan ese recorrido.
La derrota electoral de la izquierda en Chile
La derrota de la izquierda en Chile se explica por una combinación de balance de gestión y expectativas sociales insatisfechas. El gobierno de Gabriel Boric llegó al final de su mandato con estabilidad macroeconómica relativa, inflación contenida y cumplimiento de las reglas fiscales, pero también con un deterioro persistente en el orden público y control territorial.
Con la inseguridad como una de las principales preocupaciones ciudadanas en la segunda vuelta, el programa de Jeannette Jara situó en el centro del debate propuestas de transformación estructural del Estado, como el fin del sistema de AFP —Administradoras de Fondos de Pensiones— y una mayor presencia estatal en sectores estratégicos. En contraste, la campaña de José Antonio Kast se centró en seguridad pública, control migratorio y orden interno.
Más que una celebración partidista, la reacción del exilio cubano en Chile expresa una advertencia construida desde la experiencia. No se trata solo de un resultado electoral, sino del rechazo a un tipo de proyecto político asociado, en la memoria regional, a la concentración del poder y a costos sociales difíciles de revertir.
Regresar al inicio