La posibilidad de una intervención militar estadounidense ha elevado al máximo la tensión en Venezuela y llevado a la seguridad de Nicolás Maduro a blindarse con medidas cada vez más extremas. Un reportaje de The New York Times describe cómo el Gobierno venezolano opera bajo una sensación creciente de amenaza e inestabilidad interna, mientras Cuba refuerza su peso en las estructuras militares y en los anillos de protección del dictador.
Estrategias de supervivencia
Según un reportaje reciente del The New York Times, Nicolás Maduro ha intensificado sus medidas de seguridad personal ante el temor a una acción militar externa o una traición interna. De acuerdo con esta investigación, el mandatario cambia de cama con frecuencia, alterna teléfonos y modifica constantemente sus lugares de descanso para evitar ataques selectivos y operaciones encubiertas.
Ese nivel de rotación y sigilo evoca tácticas habituales entre mandatarios en situaciones extremas, y refleja un miedo declarado a ataques de precisión o incursiones militares clandestinas.
Esta estrategia de evasión revela no solo vulnerabilidad, sino una percepción real de amenaza inminente dentro del círculo de poder venezolano.
La amenaza de una intervención estadounidense
En los últimos años, la relación entre Washington y Caracas ha atravesado ciclos de tensión, pero en el último periodo la confrontación ha adquirido un carácter más directo.
Venezuela percibe que su disputa con Estados Unidos ha pasado de la presión diplomática a señales militares más visibles, combinadas con acusaciones públicas, operaciones navales en el Caribe y un endurecimiento del discurso político. Esa escalada construye el marco en el que el gobierno de Maduro interpreta cualquier movimiento como un posible preludio de intervención.
Para entender cómo se ha construido esta percepción de amenaza, conviene repasar los hechos que han marcado la relación entre ambos países en los últimos años.
Cronología de la tensión entre Estados Unidos y Venezuela
| Año / Fecha | Acontecimiento verificado | Impacto en la tensión bilateral |
|---|---|---|
| 23 de enero de 2019 | Estados Unidos reconoce como “presidente interino” al diputado opositor Juan Guaidó. Ese mismo año, Washington endurece las sanciones: congela activos, limita las transacciones internacionales de la petrolera estatal PDVSA y sanciona a funcionarios y empresas vinculadas al régimen. | EE. UU. pasa de la presión diplomática tradicional a una estrategia abierta de desconocimiento del gobierno de Maduro. |
| 26 de marzo de 2020 | El Departamento de Justicia de EE. UU. presenta una acusación formal contra Nicolás Maduro y a altos cargos venezolanos por narcoterrorismo, conspiración para introducir cocaína en territorio estadounidense y corrupción. Se ofrece una recompensa de hasta 15 millones de dólares por información que conduzca a su captura. | Maduro se convierte en objetivo de un caso penal federal y la acusación sitúa al liderazgo venezolano como parte de una red criminal internacional. |
| 1 de abril de 2020 | El Comando Sur lanza una operación antidrogas reforzada en el Caribe y el Pacífico oriental, con buques y aeronaves destinados a interceptar cargamentos de cocaína. La administración estadounidense vincula públicamente esta operación con la acusación contra Maduro. | Caracas interpreta el despliegue militar como un aumento directo de la presión y una señal de que la disputa podría escalar más allá del terreno judicial y económico. |
| 2021–2023 | Los contactos diplomáticos entre Washington y Caracas no generan avances políticos. Estados Unidos mantiene que Venezuela opera como un “narcoestado”, señalando a mandos militares vinculados al llamado Cartel de los Soles. | Se consolida un periodo de estancamiento. La desconfianza bilateral se mantiene elevada. |
| 2025 (resumen del giro estratégico) | Persecución personal: EE. UU. incrementa la recompensa por Maduro a 50 millones de dólares, presentándolo como figura central de redes de narcotráfico transnacional. Presión militar: La administración Trump intensifica una campaña antidrogas con ataques letales a embarcaciones sospechosas en el Caribe y el Pacífico, vinculadas a grupos del entorno venezolano como el Tren de Aragua, el ELN o estructuras del “Cartel de los Soles”. | Por primera vez se combinan criminalización personal del jefe de Estado venezolano y acciones militares letales en la región, lo que eleva la percepción de amenaza en Caracas y La Habana. |
Con este trasfondo, cualquier movimiento militar o judicial de Estados Unidos se interpreta en Caracas como una señal de que el margen de maniobra se estrecha y de que la seguridad del propio Maduro pasa a depender de decisiones externas.
Cuba como pilar del sistema de seguridad de Maduro
El reportaje del The New York Times subraya que la presencia cubana en Venezuela no es decorativa ni circunstancial: forma parte de la arquitectura central que sostiene al Gobierno de Nicolás Maduro. La Habana mantiene desde hace años personal militar y de inteligencia en el país, pero en el escenario actual su papel adquiere un peso renovado.
Según la investigación citada, agentes cubanos refuerzan los anillos de protección del mandatario y ocupan posiciones dentro de estructuras militares clave. Su labor incluye supervisión de oficiales, análisis de posibles fracturas internas y tareas de contrainteligencia destinadas a detectar movimientos que puedan anticipar conspiraciones o deserciones.
Para Cuba, el mantenimiento de Maduro no es solo una cuestión diplomática, sino un elemento esencial de su propia supervivencia: Venezuela sigue siendo su principal socio político y una fuente estratégica de petróleo y cooperación.
La Habana, además, opera con experiencia acumulada. Su aparato de seguridad ha asesorado históricamente a gobiernos aliados en situaciones de inestabilidad, y en el caso venezolano, aporta un conocimiento técnico que el chavismo considera indispensable.
Para el Gobierno cubano, mantener la estabilidad de su aliado también evita una posible reconfiguración regional que lo dejaría más aislado.
Fracturas internas y el temor a la traición
Además de la presión exterior, la seguridad de Nicolás Maduro opera bajo una tensión creciente por el riesgo de fracturas dentro del propio aparato estatal. El reportaje del The New York Times apunta que la desconfianza se ha convertido en un elemento estructural del poder en Venezuela, especialmente después de la pérdida de legitimidad que siguió a las últimas elecciones, cuyo resultado fue disputado tanto dentro como fuera del país.
En este contexto, los servicios de inteligencia vigilan de cerca a mandos militares, gobernadores, ministros y altos funcionarios, con especial atención a cualquier signo de descontento o señales que indiquen posibles rupturas. La inestabilidad ha provocado que figuras clave roten con frecuencia en sus cargos, un mecanismo que dificulta la formación de lealtades independientes.
El temor a conspiraciones se alimenta también de episodios anteriores. Durante los últimos años, varios militares y funcionarios han sido detenidos o expulsados por supuestos planes de sublevación. Para Maduro, estos precedentes refuerzan la idea de que la amenaza no proviene únicamente de EUA o de países de la región, sino también de puntos vulnerables dentro de su propia estructura de mando.
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