Desde que en el año 432 se talló en la puerta de la Basílica de Santa Sabina, en Roma, la primera imagen de la crucifixión, donde Jesús, con los brazos y ojos abiertos, se nos muestra vencedor de la muerte, la representación de este hecho se ha convertido en uno de los temas recurrentes del arte y la literatura. Motivo de veneración y reflexión, la muerte de Cristo en la cruz ha tenido, a lo largo de los siglos, diversas aproximaciones, adecuándose siempre a las sensibilidades y los estilos artísticos y literarios de los autores que la han abordado en sus obras. Estos diez sonetos escritos en lengua española son una muestra tanto de la persistencia de la fe, como del poder de esa imagen para hacernos pensar en nuestra propia y frágil existencia.
Soneto a Cristo crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Atribuido a varios autores (siglo XVI)
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Qué tengo yo que mi amistad procuras
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
“Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía”!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
“Mañana le abriremos”, respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega
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Al nombre de Jesús
Es grata al caminante en noche fría
la alegre llama del hogar caliente;
grata al que corre bajo sol ardiente
la fresca sombra de arboleda umbría;
grato, como dulcísima armonía,
para el sediento el ruido de la fuente,
y grato respirar en libre ambiente
para quien sale de mazmorra impía.
Es grata, en fin, la lluvia al campesino;
grata al guerrero belicosa fama,
y grato el natal suelo al peregrino;
pero más que aire, sombra, fuente, llama,
lluvia, patria, laurel, ¡Jesús divino!,
tu nombre es grato al corazón que te ama.
Gertrudis Gómez de Avellaneda
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A la muerte de Cristo, contra la dureza del corazón del hombre
Pues hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra obscura
da lágrimas al fuego y voz al viento;
pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepultura,
y el monte, que embaraza la llanura,
del más cercano se divide atento;
de piedra es, hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.
Mas no es de piedra, no, que si lo fuera,
de lástima de ver a Dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.
Francisco de Quevedo
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A Cristo en la Cruz
Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes;
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho.
Pero más fue nacer en tanto estrecho
donde, para mostrar en nuestros bienes
a dónde bajas y de dónde vienes,
no quiere un portadillo tener techo.
No fue esta más hazaña, ¡oh gran Dios mío!,
del tiempo, por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad, con pecho fuerte
—que más fue sudar sangre que haber frío—,
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre que de hombre a muerte.
Luis de Góngora y Argote
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Señor, no me desprecies
Señor, no me desprecies y conmigo
lucha; que sienta al quebrantar tu mano
la mía, que me tratas como á hermano.
Padre, pues beligerancia consigo
de tu parte; esa lucha es la testigo
del origen divino de lo humano.
Luchando así comprendo que el arcano
de tu poder es de mi fé el abrigo.
Dime, Señor, tu nombre pues la brega
toda esta noche de la vida dura,
y del albor la hora luego llega;
me has desarmado ya de mi armadura
y el alma, así vencida, no sosiega
hasta que salga de esta senda oscura.
Miguel de Unamuno
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Ante Jesús crucificado
¿Y fue, Señor, por mí, por esta podre,
ofensa de la luz, del aire estrago;
por este engendro deleznable y vago,
de vil materia repugnante odre?
¿Las torpes ansias de este bruto inerte
tal pudieron, Señor, que por él fuiste
eso tan espantosamente triste
que es, al morir, un condenado a muerte?
¿Que por mí en esa Cruz estás clavado?
¿Que por mí se horadaron tus divinas
manos y estás ahí desnudo y yerto?
¿Que por mí mana sangre tu costado?
¿Que por mí coronado estás de espinas?
¿Que por el hombre, en fin, Dios está muerto?
Manuel Machado
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Soneto
Velle Non Discitur.
Séneca
(A Louis Aragon)
No con altos ejemplos se modela
la perfección del alma, ni el tesoro
de un buen libro nos dona el del decoro
que a las bajas acciones se rebela.
La enseñanza no es feudo de la escuela,
que es la necesidad, lección de oro,
y por impulso nato rompe en lloro
el niño, nada el pez y el ave vuela.
Nace la previsión, de lo imprevisto
pero no la virtud con ir al templo,
ni término el saber da a nuestras dudas;
y, si de algo valiera el buen ejemplo.
¿Se explica que el discípulo de un Cristo
Maestro de maestros, fuera un Judas?
José Ángel Buesa
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La gracia
Y no valdrán tus fintas, tu hoja prima,
ni tu coraza indómita nielada
a desviar el rayo, la estocada
en la tiniebla a fondo de tu sima.
¿No ves centellear, allá en la cima
de gracia y luz diamante, ascuas de espada?
No, esquivo burlador, no valdrán nada
careta ni broquel, guardia ni esgrima.
No te cierres rebelde, no le niegues
tu soledad. Es fuerza que le entregues
de par en par tu pecho y coyunturas.
Que así vulnera el Diestro, y así elige
―caprichos del deseo― y así aflige
y así mueren de amor las criaturas.
Gerardo Diego
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Después de Cristo
Antes de Cristo el mundo no era mundo:
El hombre merodeaba las cavernas,
las almas no solían ser eternas
y no era el pensamiento tan profundo.
Eva sentía orgullo de sus piernas,
Adán de una costilla ya era oriundo,
lo estéril se ocultaba en lo fecundo,
las manos del amor no eran tan tiernas.
Luego Cristo nació, y en el Madero
conoció la ironía del carpintero
y fue en su propio hacer crucificado.
La Tierra hoy continúa dando vueltas,
hay un mar de preguntas no resueltas;
ahora Cristo no está, y nada ha cambiado.
Juan Carlos García Guridi
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