Durante años, La Habana soñó con un sistema de metro que modernizaría la ciudad y aliviaría el transporte público. Con apoyo soviético, se trazaron planos ambiciosos que conectarían zonas claves como Alamar, el Vedado, Marianao y el centro de la ciudad. No fue solo una idea: se excavaron túneles, se levantaron partes de estaciones y el proyecto parecía encaminado.
El derrumbe de la URSS y la crisis del Período Especial dejaron la obra inconclusa. Lo que pudo ser una revolución en la movilidad urbana quedó reducido a ruinas soterradas y al recuerdo de una promesa incumplida.
Tres décadas después, la capital sigue dependiendo de ómnibus colapsados y taxis privados cada vez más inaccesibles. Y en el lugar donde se planificó una de las estaciones del Vedado, se alza hoy la Torre K, un edificio de lujo criticado por su impacto urbano y por representar una Habana construida para la élite, no para el pueblo.