La especial sensibilidad de Juan Ramón Jiménez, su conexión con la naturaleza y, a través de ella, consigo mismo, distinguen casi toda su obra poética.
Estos sonetos son una muestra tanto de la persistencia de la fe, como del poder de la imagen de la crucifixión para hacernos pensar en nuestra existencia.
“La luz llenó el crucifijo / con una herida sangrada, / y cuando la llamarada / bajó de su corazón, / brilló un agua de perdón / en la celeste mirada.”
Los versos de Onel Pérez Izaguirre avanzan y cortan, llevan el impulso de los olvidados, la belleza que brota del dolor y la desesperanza como un castigo.