La pieza audiovisual Inercia (7ˈ) de Yailyn Morales, se erigió como la máxima triunfadora del II Premio "Franz Kafka" de Cine Vertical Documental, que convocó en 2025 la plataforma inCUBAdora “para apoyar y potenciar una lectura más amplia de la realidad cubana (de adentro y afuera)", realizado por autores residentes en Cuba, "dándose por sobreentendido que el concepto realidad no solo abarca lo social o público, sino lo íntimo, lo privado, lo familiar…”, según detalló en su convocatoria.
El jurado, integrado por el artista visual y fotógrafo Juan Sí González, Dita Aguilera-Grubnerová, co-coordinadora de inCUBAdora, y por quien escribe, en calidad de crítico de cine e investigador, también conferimos “por división de votos” —como aclara la plataforma en su nota— el segundo lugar a la obra Ve y escoge (9ˈ), de Javier Darío Canales, y el tercero a Mazuca (7ˈ), dirigida por Ixchel Casado.
Este premio, el más joven de las becas y galardones otorgados por incubadora a novelas, ensayos, testimonios y arte urbano, pone de relieve una modificación de los procesos y lógicas de recepción audiovisual que muchos especialistas y críticos aún se empeñan a marginar a favor de percepciones más canónicas del cine.
Pero la inconmensurable producción de contenidos audiovisuales destinados al consumo de las redes sociales, y su amplia aceptación por los usuarios de plataformas como YouTube, Instagram o Tik Tok, detonan alertas entre los creadores con perspectivas artísticas. Sus discursos más complejos se apropian de la estética “amateur” que prima en las redes, para resignificarla en producciones de fuerte calado creativo e intelectual. En vez de reñirse con las nuevas formas, las abrazan, las asimilan y a la vez las expanden.
El nuevo boom del cine 3D en el siglo XXI llevó a cineastas desprejuiciados como el alemán Win Wenders a filmar una película como Pina (2011), tributo a la bailarina y coreógrafa Pina Bauch que se asumió artísticamente esta tecnología, trascendiendo el mero entusiasmo sensorial que siempre generó. El premio Franz Kafka valida entonces un tipo similar de apropiación artística del formato definido por los teléfonos móviles (9:16), para trascender el mero pragmatismo a favor de un uso cultural pleno.
Además, es relevante el rol que este dispositivo juega en los últimos tiempos para contraponer narrativas alternativas a los discursos oficiales hegemónicos como el del régimen cubano. Su dominio totalitario de las lógicas de representación ha encontrado importantes antítesis en los registros “espontáneos” de la ciudadanía, que desafían las narrativas caras al poder con sus contrarrelatos. Son herederos de tradiciones más antiguas como la del cine independiente, que desde hace décadas contrasta miradas con la propaganda.
Este premio gestionado por inCUBAdora, concilia ambas líneas de discurso, la del cine independiente, y la de la denuncia ciudadana, a favor de un abordaje más creativo de la realidad cubana inmediata.
Inercia: Crónica “en negativo” de una ciudad basurero
En Inercia, la exposición urgente, casi reporteril, de la maldita circunstancia cubana de la ruina, basura y pobreza por todas partes, alcanza dimensiones líricas, alegóricas y ensayísticas, sin que ambos territorios expresivos —periodismo y cine— colisionen ni se anulen. Todo lo contrario.
La pieza de Yailyn Morales es urgente y reflexiva, pertinente y lírica, realista y poética, inmediata y trascendente. Se desplaza por un territorio dual, que no ambivalente, y bebe de toda una tradición expresiva plenamente identificable en el cine cubano, tanto independiente como en buena porción del realizado a la sombra institucional del ICAIC, que se ceba en las cicatrices ruinosas de la ciudad para discursar sobre la decadencia social, económica y política del régimen.
Ya desde títulos tan tempranos como Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968), el desaliño de las otrora elegantes calles habaneras —repletas de establecimientos prósperos— se convirtió en dispositivo clave para representar la decadencia casi instantánea que desató en Cuba el cambio de poderes ocurrido el 1ro. de enero de 1959.
La proliferación de vidrieras vacías, la multiplicación de muladares mal manejados por los servicios comunales, el deterioro de inmuebles imponentes, nunca pudieron ser disimulados con las pintadas oficialistas que cubrían las cicatrices urbanas con infinidad de consignas fidelistas y efigies de héroes oficiales. La mala calidad de los materiales empleados en su confección, y su pésimo gusto artístico, revirtió los objetivos decorativos-propagandísticos, convirtiendo a los carteles en nuevas calamidades públicas.
En esta línea pueden ubicarse largometrajes como Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, 1993), Habana: Arte nuevo de hacer ruinas (Havana die neue kunst ruinen zu bauen, Florian Borchmeyer y Matthias Henschler, 2006), Vedado (Magdiel Aspillaga y Asori Soto, 2007) y el cortometraje Casa de la noche (Marcel Beltrán, 2016), por solo mencionar algunos títulos bien significativos.
En algún momento, ante la casi constante aparición de espacios devastados en el audiovisual cubano, sobre todo de índole independiente, algunos altos funcionarios del ICAIC solicitaron públicamente que se filmaran películas “bonitas”. Un último intento propagandístico para resarcir un poco la imagen astrosa de Cuba fijada en los imaginarios.
La revelación ingente del desastre se despliega en Inercia con la discreta intimidad del observador casual, el caminante cronista, el pensador que viaja por su ciudad en cada salida. Aunque el trecho sea de unos escasos metros.
Yailyn Morales resulta heredera directa de los vagabundeos reflexivos que el Sergio Carmona Mendoyo de Memorias… emprende por las angosturas capitalinas, ahora ya al borde de la implosión. Su pieza dialoga con esta antológica secuencia del cine cubano. Le sirve de secuela, enfatizando una vez más en la terrible contemporaneidad que luce esta película de Gutiérrez Alea.
En lugar de la voz en off, Yailyn Morales opta por una banda sonora de sonidos citadinos, una sinfonía urbana que engarza orgánicamente con su decisión fotográfica: “cámara (teléfono) en mano” que se balancea al rirmo de los pasos de su operadora, mientras consigue registros instantáneos de los diferentes espacios de La Habana que recorre.
En contraste con este tono realista, heredero del direct cinema o el cinema verité —que trae a colación el polémico PM (1960) de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez-Leal—, Morales invierte los valores cromáticos de las imágenes. Renuncia a los colores “positivos” a favor de la reversión “negativa”.
Cuba hace tiempo es poco más que un espacio “negativo”, un universo de anti materia cuya cotidianidad envenenada solo acerca más a sus habitantes a la muerte espiritual, a la no-vida, reducidos millones a un estado de supervivencia muy elemental.
A tono con los carteles propagandísticos abundantes en retórica castrista, con los rostros ceñudos de un Che Guevara mondado hasta la esterilidad simbólica, el régimen cubano aún persiste en negar la catástrofe. Aun no ceja en sus empeños por “esconder” a las masas empobrecidas, a los que buscan el sustento en mares de basura.
Las conocidas y polémicas declaraciones emitidas el 14 de julo de 2025 por la entonces ministra cubana de Trabajo y Seguridad social, Marta Elena Feitó, provocaron una visibilización mediática aun mayor de las circunstancias que s empeñó en reducir a disfraces oportunistas y escaramuzas para no pagar impuestos. La basura, los mendigos y las ruinas de La Habana, como las filmadas por Yailyn Morales se precipitaron como un torrente de evidencias sobre estas palabras rayanas en lo surreal.
La gran ganadora del II Premio "Franz Kafka" de Cine Vertical Documental filma una ciudad pervertida en su esencia, cuya pasada gloria arquitectónica se hunde en una marisma pestilente e inerte. Es una ciudad sin tiempo, estaciones, amaneceres ni anocheceres. Pertenece al reino de la penumbra perpetua, de colores infectos, poblada por pesadillas que alguna vez fueron seres humanos.
Ve y escoge: ensayo sobre un país adicto a la desesperanza
Javier Darío Canales consigue en menos de diez minutos construir un temerario autorretrato como consumidor de las drogas “en boga” en Cuba en el momento de rodar, conocidas popularmente como “el químico” y “el papelito”. La pieza va más allá, y resulta un ensayo relámpago sobre la enajenación de un país erosionado por la desesperanza.
Se premió la valiente sinceridad autorreferencial de que hace gala su director, desde una franqueza prístina, recia; tan acre como la realidad cubana marcada por las carencias y el impulso desesperado por escapar. La forma áspera que distingue a la película contrasta con la apremiante necesidad de reconocerse como legatario de una tradición nacional martiana, aunque este proceso transcurra a través de un calvario cuasi mortal: drogas, cáncer, alcohol, ¿iluminación?, lucidez.
El poema Yugo y estrella, de José Martí, le sirve al realizador de asidero y rasero moral en medio de la penumbra de la isla. Es la médula filosófica de la película, la rosa de los vientos que orientará al autor-protagonista en su viaje hacia la emancipación de sí mismo.
Además de un artista del hambre kafkiano, el cubano se ha convertido en un artista del escapismo, un prestidigitador de la fuga, un malabarista de la evasión, un especialista en estampidas. La emigración física hacia territorios libres (hasta cierto punto) de la influencia del régimen castrista es la solución óptima para quienes desean recuperar la esperanza de progreso espiritual y material. Pero esto sigue siendo un privilegio al que muchos —demasiados— no pueden acceder.
Las alternativas son pocas y terribles. La “resistencia creativa” que preconiza el poder se pervierte en agonizantes opciones signadas por el hambre. Muchas familias reducen sus rutinas alimentarias a una comida al día, aprenden a vivir sin electricidad, y otros deciden paliar la desazón abisal con escapes instantáneos y realmente baratos como “el químico”, cuyas dosis cuestan relativamente menos que una cerveza.
Los cubanos se paralizan o se desploman justo cuando “el químico” hace su efecto inmediato y avasallador. No reparan en lo transitado o poblado del lugar. Para estos consumidores el tiempo parece dilatarse. Para los espectadores ocasionales de los trances, los adictos parecen maniquíes aturdidos, torcidos, que miran hacia un vacío más allá de la realidad conocida.
Ve y escoge es la crónica confesional de un renacer —o resurrección— en cuna de espinas, a partir de un contrapunteo entre su personal calvario y el tormento nacional de las masas narcotizadas. Su confidencia íntima resulta gesto político y acto de autorreafirmación como sujeto atado a los destinos de una nación en rumbo de colisión consigo misma. El colapso no solo es energético, sino moral, espiritual, humano.
Javier Darío Canales propone la lucidez como única salida, la estrella que exige la soledad para ser alcanzada en detrimento del yugo colectivo, mullido, aturdido. Testimonia en cámara un auto exorcismo, un despojo de su yo egoísta, ofuscado, ignorante, a favor del empeño por renacer como sujeto que entiende que lleva sobre sus espaldas el peso de la isla, el fardo de la dignidad nacional.
Escoge entenderse como cubano. Renace de un cenicero alucinógeno y desesperado. Sin pretender la utopía, se libera del aturdimiento distópico. Ya no se ve como sombra solitaria, sino como avatar de la nación. Su rehabilitación física y espiritual contribuye a la reconstrucción de una isla desmoronada.
Mazuca: retrato "telefónico" de una mujer cubana de circo
Ixchel Casado consigue explotar a plenitud el formato audiovisual que identifica al certamen, y construye un retrato documental urgente pero orgánico de un personaje poderoso y desconocido: Idalmis Arias, más conocida como Mazuca, una mujer cubana cuya carrera como contorsionista circense y su carisma, le confieren un magnetismo singular.
La consciencia no solo de los potenciales expresivos del formato de marras, sino también de las posibilidades creativas que el ofrece el dispositivo empleado para filmar una conversación casual pero contundentemente testimonial, y los diversos archivos que la complementan, delatan la agudeza y las habilidades narrativas de Casado.
Esta es una obra concebida para ser apreciada con plenitud en un teléfono móvil. Habla a favor de la autonomía estética que ya ganó esta tecnología. Se distancia de la nostalgia purista por la “gran pantalla” y la condición alternativa del celular para ver obras ya pensadas para otros medios provenientes de las eras analógicas, como la televisión o el cine.
Casado se aprovecha de las posibilidades visuales de lo casual y lo inmediato, para estructurar un discurso anclado en la conversación espontánea y el voyerismo lúdico. Sigue a Mazuca con el lente de su teléfono durante los preparativos de una celebración religiosa afrocubana, y devela las estrategias empáticas —lo trivial como catalizador de la confianza— que despliega para conseguir que la artista rememore su vida. El personaje permanece casi todo el tiempo fuera de campo, subordinándose su imagen a las pesquisas más precisas en archivos personales, algunos compartidos en redes sociales.
La memoria se jerarquiza sobre el presente. El peso de las espectaculares glorias pretéritas como estrella circense, define a la mujer que es Mazuca en 2025, nutrida y sostenida por recuerdos aventureros. La clásica aura mística que siempre envuelve a la “gente de circo” demuestra su resiliencia, a pesar de las nuevas percepciones.
Mazuca es redimensionada como un personaje mítico. Se ubica en un nicho epocal con ritmos y lógicas muy propios. El suyo es un tiempo de maravillas y correrías. El circo es un mundo paralelo, al que los espectadores aun acuden para reposar de la realidad externa a la carpa. La Mazuca personaje y la Mazuca película emanan esos aires tan saludables y diferentes.
El teléfono móvil de Ixchel Casado deviene un portal —como el espejo por el que atraviesa Alicia— a través del que los espectadores pueden acceder a un recoveco del mundo que no es un cadáver polvoriento de la memoria. La estética vertical ayuda a disolver las brechas entre dimensiones, y propone un diálogo orgánico entre lo validado como presente y lo condenado como pasado.
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