ÍNDICE
- 1 - La lámpara "chismosa"
- 2 - El ventilador casero "Aurika"
- 3 - Las antenas improvisadas con bandejas
- 4 - El bicitaxi cubano: transporte a pedales
- 5 - Los almendrones: coches clásicos de los años 40 y 50
- 6 - La bicicleta-moto Rikimbili
- 7 - La chivichana: el carrito infantil de madera
- 8 - La electroducha: un invento para bañarse con agua tibia
- 9 - El calentador de agua casero
- 10 - El encendedor eléctrico de alcohol
- 11 - El paquete semanal: un internet offline a la cubana
- 12 - Luz desde la línea telefónica: el telefombillo
En Cuba, la creatividad y la necesidad caminan de la mano. Desde lámparas hechas con frascos de medicina hasta ventiladores con motor de lavadora, la vida cotidiana se ha adaptado durante décadas a la escasez de recursos. Son inventos cubanos que han surgido del instinto de supervivencia de la gente más humilde, en medio del control estatal y la ruina del Estado. Cada una de estas creaciones curiosas encierra una historia marcada por una carencia, una chispa de imaginación y un intento desesperado por sortear las limitaciones que definen la experiencia de vivir en la isla.
Los apagones, la falta de repuestos y el monopolio estatal han convertido a Cuba en un taller forzoso de invenciones donde la necesidad dicta el diseño. Los manuales de ingeniería no hablan de conectar un bombillo LED a la línea telefónica fija. Ese tipo de inventiva se improvisa con lo que se consigue, a medio camino entre la urgencia y el peligro.
En esta lista repasamos 12 inventos cubanos que se han vuelto parte inseparable de la memoria colectiva. Algunos ya no se usan con la misma intensidad que cuando irrumpieron, otros sobreviven como recuerdos entrañables y muchos aún sorprenden por lo insólito de su construcción y la eficacia inesperada.
1 - La lámpara "chismosa"
La chismosa es una lámpara casera, bautizada así por el chisporroteo de su llama, que ilumina con luz temblorosa mientras deja manchas de hollín en techos y paredes. Compañera inseparable de los apagones en Cuba, en los que la falta de electricidad prolongada obliga a las familias a recurrir a soluciones domésticas para alumbrarse.
Generalmente se arma con un recipiente reciclado —un envase de medicina, un frasco de perfume o una lata de leche condensada—, relleno de combustible como queroseno, alcohol o incluso petróleo ligero. En la tapa se hace un agujero por donde se introduce un pedazo de tela o cordón que funciona como mecha. Al encenderse, la mecha absorbe el líquido y mantiene una llama viva, aunque inestable y ahumada.
Su diseño es rudimentario, pero suficiente para alumbrar una mesa familiar o permitir a los niños hacer las tareas escolares durante horas sin corriente. No es la única variante: en muchos hogares también circulan lamparitas hechas con aceite doméstico y tubos de pasta dental vacíos, que funcionan con el mismo principio de depósito precario y mecha improvisada.
2 - El ventilador casero "Aurika"
En Cuba, refrescarse también es cuestión de ingenio. La falta de piezas y los altos precios de los electrodomésticos obligan a probar soluciones caseras que no existen en ningún manual. De motores de lavadoras soviéticas a piezas de licuadoras o neveras, casi cualquier artefacto puede renacer convertido en ventilador.
El más conocido es el ventilador "Aurika", que utiliza el motor de la lavadora soviética del mismo nombre, muy común en los hogares cubanos desde los años setenta. Una vez desmontado y adaptado, el motor se fija a un soporte improvisado y se le acoplan aspas de metal o plástico. El resultado es un aparato rústico pero funcional, capaz de mover aire en medio del calor sofocante de la isla.
El ventilador "Aurika" no es silencioso ni estable: vibra, zumba y a veces tiembla sobre su base. De forma similar operan otras variantes caseras, hechas con motores de tocadiscos reconvertidos, piezas de refrigeradores reutilizadas o radiografías recortadas y moldeadas como aspas.
3 - Las antenas improvisadas con bandejas
“¡Ahí, ahí, no lo muevas!”. Así, a pulso y con paciencia, se consigue colocar la antena en la posición justa para captar la señal de televisión en muchos hogares cubanos. Basta mirar las azoteas en cualquier barrio para encontrar antenas fabricadas con bandejas metálicas, las mismas en las que se sirve la comida en comedores estatales.
El sistema consiste en fijar una o varias bandejas perforadas sobre un soporte de madera o hierro y conectarlas a un cable coaxial. La superficie metálica refleja y concentra la señal, funcionando como una antena improvisada. A simple vista puede parecer un artefacto fuera de lugar, pero permite captar canales con más claridad.
En los techos cubanos también aparecen otras variantes caseras entre las que destacan las llamadas yaris, versiones artesanales de la antena Yagi japonesa que proliferaron en Cuba en los años noventa. Construidas con tubos de aluminio, varillas o cabillas, se orientan hacia el sur de la Florida con la intención de captar señales abiertas de Miami. En los 90 y 2000 tenerlas era ilegal, pero muy extendido en barrios de La Habana y Matanzas. Con el tiempo se volvió habitual ver estas estructuras metálicas camufladas en los techos, mezcladas con las antenas convencionales.
Más tarde llegan las cantennas (de can = lata y antenna = antena), diseñadas para captar señales Wi-Fi a varios kilómetros de distancia. Son clave en el surgimiento de redes informales como SNet (StreetNet) en La Habana, que conecta a decenas de miles de usuarios mediante antenas artesanales, cables Ethernet entre viviendas y routers improvisados. Versiones similares aparecen en provincias como Ciego de Ávila, Camagüey y Santa Clara, donde las computadoras se enlazan de casa en casa, con los cables ocultos entre cercas y tendederas, permitiendo jugar en red, compartir archivos o participar en foros, aunque estas conexiones están prohibidas.
4 - El bicitaxi cubano: transporte a pedales
El bicitaxi emerge a finales de los noventa como respuesta a la profunda crisis económica (el Período Especial). Sin transporte público ni combustible, se convierte en una alternativa cotidiana para moverse por la ciudad.
A diferencia de los modelos industriales que circulan en Asia o América Latina, los cubanos los fabrican en talleres improvisados: bicicletas chinas Forever o Flying Pigeon reforzadas con tubos soldados, techos de lona, ruedas de auto ligero, asientos de ómnibus o madera, tapicería reciclada, volante de camioneta o incluso de cochecito de juguete. Llaman la atención los equipos de audio: muchos llevan bocinas alimentadas por baterías ocultas bajo el asiento, que acompañan cada recorrido con música.
El resultado son vehículos únicos, con colores brillantes, neones y espejos retrovisores desiguales que los hacen reconocibles en cada barrio. Se pintan nombres con chispa como El malcriao, La masacreeee o El Animal, y no faltan figuras religiosas o imágenes icónicas. Con el tiempo han pasado a formar parte del paisaje urbano y de la experiencia de muchos visitantes.
5 - Los almendrones: coches clásicos de los años 40 y 50
El almendrón es un coche americano de los años 40 y 50 que todavía circula en Cuba, sobre todo en La Habana. Su forma redondeada recuerda una almendra, de ahí el apodo, y muchos funcionan como taxis colectivos.
Quien conduce estos almendrones es conocido como botero. El nombre viene de los viejos autos Chevrolet Bel Air y otros modelos con forma abombada, que la gente llamaba "botes". Los boteros siguen rutas fijas dentro de la ciudad y los pasajeros pagan por tramo, compartiendo el viaje con desconocidos, más parecido a un ómnibus que a un taxi privado.
En los años 50, La Habana llegó a tener más Cadillacs per cápita que Nueva York, una muestra de la fiebre automotriz que vivía la isla. Tras 1959 y el inicio del embargo de Estados Unidos, dejaron de entrar autos nuevos y también piezas de repuesto, de modo que los que ya existían seguían rodando gracias a la mecánica improvisada.
Hoy los almendrones son reliquias vivas. Conservan carrocerías originales, pero por dentro esconden mezclas insólitas: motores diésel adaptados, piezas soviéticas y cualquier componente que les permita alargar su vida útil. Siguen siendo parte del transporte cotidiano de muchos cubanos y, a la vez, una de las imágenes más reconocibles de la capital.
6 - La bicicleta-moto Rikimbili
Antes de aparecer en la esquina ya se hacen notar: un ruido metálico y desproporcionado que difícilmente puede salir de una bicicleta. Son los rikimbilis (también llamados riquimbilis), bicicletas alteradas con motores reciclados —a menudo de motos Minsk o de motosierras— que las convierten en un singular transporte casero.
En el montaje se acopla un motor pequeño al cuadro de la bicicleta y se le añade un depósito improvisado, muchas veces una botella plástica o un tanque de aluminio, para almacenar el combustible. Con estas piezas, el pedaleo pasa a ser secundario y la bicicleta se transforma en un medio más rápido, aunque ruidoso e inestable.
Rudimentario pero funcional, el rikimbili es capaz de recorrer largas distancias con poco gasto. Su auge responde a la precariedad del transporte en Cuba y a la dificultad de acceder a motos de fábrica. Aunque su uso es técnicamente ilegal, durante años ha sido tolerado, porque para muchos sigue siendo la única manera de moverse con rapidez, incluso bajo el riesgo de multas o decomisos.
7 - La chivichana: el carrito infantil de madera
La chivichana, también llamada carriola, es el carrito de madera con el que generaciones de niños cubanos se han lanzado por cuestas a toda velocidad. Se arma con tablas, clavos, ejes improvisados y ruedas de hierro sacadas de viejos rodamientos. El artefacto se controla con una soga o un timón rudimentario, suficiente para esquivar baches y mantener el equilibrio en plena carrera.
No tiene motor ni frenos sofisticados: para detenerla se usa la suela del zapato contra el pavimento o un palo que hace fricción con el suelo. Su sencillez no le resta emoción; al contrario, parte de la gracia está en la velocidad que alcanza en pendientes y en el riesgo de acabar de lado en pleno descenso.
El origen de la chivichana se pierde en la memoria popular. Surge como un juguete casero en contextos donde no había acceso a bicicletas o patinetas industriales.
En algunos pueblos se organizan competencias vecinales con rampas hechas a mano, donde gana el que más rápido llegue sin volcar. Aunque es un invento humilde, todavía despierta nostalgia entre los adultos que evocan aquellas carreras polvorientas. No es raro verla en cortos documentales donde se muestra como una de las escenas clásicas de la niñez en Cuba.
8 - La electroducha: un invento para bañarse con agua tibia
La electroducha es un calentador de agua artesanal que aparece en hogares cubanos, fruto de la ausencia de equipos convencionales para este fin. Consiste en una resistencia metálica incrustada en el cabezal de la ducha, conectada directamente a la corriente. Al abrir la llave, el agua pasa por el alambre incandescente y sale algo más tibia. En algunos casos se añade un bombillo piloto que sirve de aviso para indicar que la resistencia está encendida.
Se fabrica con tubos plásticos o metálicos, cables pelados y piezas de aparatos viejos. El resultado es rudimentario y peligroso: una mala conexión puede provocar desde un chispazo hasta una descarga. Sin embargo, durante años ha sido la única manera de poder bañarse con agua tibia en casas sin termo o calefactor.
9 - El calentador de agua casero
Dos latas vacías, una dentro de la otra y entre ambas un pedazo de madera para que no hagan contacto. Luego una resistencia vieja con un par de cables enrollados, se sumerge en el agua y se conecta a la corriente. En unos minutos empieza a calentarse, y si tienes suerte, hasta hierve.
Así funciona el calentador de agua casero, habitual entre los cubanos en días fríos o para preparar un café o té. Sus versiones varían: algunas incorporan un asa de alambre para manipularlo y otras un interruptor improvisado que evita enchufar y desenchufar los cables a mano.
En albergues estudiantiles y casas familiares abundan las historias alrededor de este invento. Todos recuerdan al que metió la mano en el agua para ver si estaba caliente y terminó con un buen corrientazo. Otros evocan al que juntó los dos cables en la misma lata y provocó un apagón en todo el pasillo.
10 - El encendedor eléctrico de alcohol
El encendedor eléctrico de alcohol es otra de esas creaciones que sorprenden por su ingenio y su riesgo. Se usa para encender las antiguas cocinas de queroseno, conocidas también como luz brillante, que necesitan precalentarse con alcohol antes de prender.
El diseño varía, pero la idea es siempre la misma: un aditamento alargado, empapado en alcohol, que se introduce en un envase de cristal. Luego se hace fricción sobre una resistencia conectada a la corriente, lo suficiente para que salte la chispa y encienda la mecha. Con esa llama se precalienta el fogón, y después, con suerte, se enciende.
Hay modelos más rústicos y otros con algún interruptor improvisado, pero todos comparten la misma esencia: unir electricidad y alcohol en un artefacto hecho en casa. Quien lo usó lo recuerda por el olor fuerte del alcohol quemado y por lo engorroso del proceso, porque encender un fogón de aquellos podía convertirse en una pequeña hazaña doméstica.
11 - El paquete semanal: un internet offline a la cubana
El paquete semanal no es un objeto físico como una chivichana o un rikimbili, sino un invento social y tecnológico que redefine el acceso a la información en Cuba. Surge a mediados de los años 2000 y se consolida hacia 2010, cuando la población empieza a compartir de forma masiva discos duros y memorias USB cargados con series, películas, música, aplicaciones y hasta anuncios clasificados.
El funcionamiento es simple: una vez a la semana se distribuye un terabyte de contenidos que viaja de mano en mano, copiado en dispositivos de almacenamiento. No requiere internet ni antenas satelitales: basta con enchufar el disco duro y transferir los archivos. En pocos días, lo que alguien descargó en La Habana termina viéndose en Santiago de Cuba o en un pueblo remoto.
Lo curioso del paquete es su mezcla de entretenimiento y utilidad práctica. Junto a las telenovelas turcas o los estrenos de Hollywood, aparecen directorios de compra-venta, catálogos de música, cursos de informática y hasta programas de cocina. Se convierte en una suerte de internet offline, moldeado por la necesidad de informarse y entretenerse en un país donde la conexión oficial sigue siendo limitada y costosa.
12 - Luz desde la línea telefónica: el telefombillo
Los apagones prolongados han sido siempre uno de los signos más claros de las crisis que atraviesa Cuba. En medio de cortes de hasta veinte horas, las familias buscan recursos de cualquier tipo para no quedar a oscuras. Así surge el invento que este medio ha bautizado como telefombillo: conectar una bombilla LED a la línea telefónica fija para obtener algo de iluminación durante los apagones.
Lo interesante es que, según manuales técnicos, esto no debería funcionar. La red telefónica está diseñada para alimentar únicamente el aparato del hogar, con un voltaje de –48 V en reposo y hasta 90 V al entrar una llamada. En teoría, esa corriente es demasiado limitada para encender bombillas domésticas, y apenas alcanzaría para hacer parpadear un LED.
Pero lo cierto es que sí sucede. Testimonios y videos en redes muestran cómo un cable de teléfono logra encender bombillas LED y recargar las baterías de los teléfonos móviles.
Esos 90 V de corriente cuando entra una llamada no parecen mucho, pero un contacto indebido puede provocar una descarga dolorosa. Además, si se manipula mal, puede dañar el teléfono o cualquier otro equipo conectado. Los especialistas advierten que cargar la línea con consumos ajenos introduce ruido, puede cortar el servicio e incluso afectar la central telefónica.
Esta lista no es exhaustiva, y aún quedan muchos inventos igual de sorprendentes por mencionar. Algunos rozan lo insólito: desde camiones ensamblados con madera que se convirtieron en embarcaciones para huir del país, hasta proyectos locales como la cuchufleta, un micro generador improvisado construido con ruedas de bicicleta, motores de arranque y la fuerza de un arroyo en la Sierra Maestra (oriente de Cuba), que llevó electricidad a más de cien vecinos sin depender del sistema oficial.
No concibes el día a día en la isla sin estos artefactos: hacen reír por lo disparatado, asustan por el riesgo y sorprenden porque, contra toda lógica, siguen funcionando. Creaciones precarias que marcan la vida de los cubanos, se quedan en la memoria y terminan por normalizarse. Sin embargo, vistos desde fuera, resultan inconcebibles en cualquier otro lugar.
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