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Reportajes | Los muertos de Fidel Castro: cronología completa y verificada

De la Sierra Maestra a los años 2000: ejecuciones, fusilamientos, hundimientos de barcos y muertes bajo custodia explicadas con cifras, documentos y fuentes primarias.

Portada de video Los muertos de Fidel Castro. Guadaña de la muerte con una hoz y un martillo.

Fidel Castro estuvo siempre fascinado por la violencia como instrumento de poder. Veía en ella no solo una vía para imponer sus objetivos políticos, sino también un acto de dominio absoluto: decidir quién vive y quién muere, contemplar el resplandor de la sangre derramada como signo de victoria y de autoridad, como si en ese sacrificio se fundara el liderazgo. “Los muertos de Fidel Castro” no es un eslogan, sino el título de un recuento documentado de víctimas de las ejecuciones, los fusilamientos, las órdenes de condena, matanzas colectivas y otras muertes comprobadas. Es el rastro de quien tomó control sobre la historia y la vida de los cubanos por más de medio siglo, aferrado al poder absoluto en la isla. Son hechos de sangre cometidos personalmente o derivados de sus decisiones y órdenes, bajo custodia o en contextos represivos durante su ascenso, ejercicio y conservación del poder. 

Esta página reúne hechos, fechas, cifras, nombres y fuentes para una consulta pública rigurosa. El objetivo es ofrecer una referencia integral, con una visión histórica, cultural y social.

“Si tenemos que oponernos a la opinión mundial para hacer justicia, estamos dispuestos a hacerlo.”

—Fidel Castro, 28 de noviembre de 1961. (Cita contextual para ilustrar la justificación del “terror revolucionario”).

Gansterismo en la escalinata universitaria

Fidel Castro siendo registrado por la policía en La Habana, década de 1940.
Fidel Castro detenido durante su etapa universitaria, tras incidentes vinculados al gangsterismo político en La Habana, finales de los años 40.

Mientras cursaba la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana (1945–1952), Fidel Castro se movió en un entorno de gangsterismo universitario. Crónicas de época lo vincularon a diversos hechos de sangre como asesinatos y enfrentamientos armados en el campus. Aunque nunca hubo condena judicial, la hemerografía recoge acusaciones periodísticas, especialmente en el Diario de la Marina.

Un episodio recordado fue el tiroteo en el Stadium Universitario (8 de diciembre de 1946), donde resultó herido un estudiante. Estos antecedentes ilustran la normalización de la violencia como herramienta política en la formación de Castro.

Asesinato del líder estudiantil Manolo Castro

El 22 de febrero de 1948 fue asesinado el dirigente estudiantil Manolo Castro, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y una de las figuras más visibles de la vida política universitaria por entonces. Reconocido por su liderazgo dentro del movimiento estudiantil, y su enfrentamiento con las prácticas de corrupción y violencia de las mafias políticas de la época, su muerte causó una fuerte conmoción en la opinión pública y en la comunidad universitaria.

Recorte de prensa del periódico Hoy de 1948 con la detención de Fidel Castro acusado de asesinato.
Nota del diario Hoy (26 de febrero de 1948) que muestra a Fidel Castro detenido y acusado del asesinato del líder estudiantil Manolo Castro.

La prensa de entonces recogió el hecho con gran despliegue y varios diarios apuntaron a la implicación de Fidel Castro, por entonces estudiante de Derecho en la Universidad de La Habana y militante activo en la vida política universitaria. Publicaciones como el Diario de la Marina señalaron que testigos situaban a Castro en el lugar de los hechos, mencionando incluso acusaciones directas de haber disparado. Sin embargo, nunca se dictó una condena judicial en su contra, y el caso quedó envuelto en un manto de versiones encontradas y rumores.

Historiadores y cronistas posteriores han debatido sobre la solidez de aquellas acusaciones. Algunos lo presentan como uno de los episodios que evidencian el clima de violencia y rivalidad en que se formó la generación de Fidel Castro; otros recuerdan que nunca existió una prueba concluyente contra él. Lo cierto es que la muerte de Manolo Castro marcó un hito en la historia universitaria cubana y dejó una huella en el imaginario político, asociando desde muy temprano el nombre de Fidel con episodios de sangre en la vida pública del país.

La sangre del Moncada y el perdón recibido: un trampolín político

El 26 de julio de 1953, Fidel Castro lideró al grupo de jóvenes que protagonizó el asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, considerado el segundo cuartel más importante del país. El plan, concebido y organizado por el propio Castro, carecía de una lógica militar clara y fue descrito posteriormente como suicida. La mayoría de los participantes ni siquiera conocían la verdadera naturaleza de la operación hasta pocas horas antes, lo que reflejaba la improvisación y el carácter temerario de la acción.

El ataque resultó un fracaso estrepitoso. No solo no se logró tomar el cuartel, sino que los asaltantes terminaron provocando un baño de sangre. Un grupo ocupó por la fuerza el Hospital Civil Saturnino Lora, colindante con el cuartel, exponiendo a enfermos y personal médico al fuego cruzado. Las cifras finales son elocuentes: unos 61 jóvenes murieron entre combatientes caídos en el enfrentamiento y ejecutados después por las fuerzas de Batista, a los que se sumaron los 19 soldados muertos en combate durante el asalto. 

Fotomontaje del asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, con soldados abatidos, prisioneros y portadas de prensa sobre las decenas de muertos del fallido ataque.
Tras el asalto al cuartel Moncada, murieron unos 61 jóvenes —entre caídos y ejecutados por las fuerzas de Batista— y 19 soldados del cuartel.

Un dato llamativo es que Fidel Castro nunca disparó un tiro durante la acción. Mientras decenas de jóvenes caían abatidos, capturados o torturados, él se retiró del lugar y se refugió en las afueras de Santiago, hasta entregarse días después. Esa decisión, que salvó su vida, contrasta con el destino de muchos de sus seguidores, que fueron ejecutados tras el asalto. La historiografía crítica recuerda que Castro se benefició del juicio y de la tribuna política que este le dio, mientras la mayoría de los asaltantes pagó con su vida.

Sierra Maestra, reino de terror (1956–1959)

En las montañas de la Sierra Maestra, durante los años de la guerra contra Batista, Fidel Castro no fue el típico guerrillero expuesto a escaramuzas, sino un frío y calculador francotirador que, camuflado entre las sombras y los matorrales, cazaba a sus víctimas a grandes distancias. En el denso escenario de aquellos combates, su arma fue siempre un fusil de mirilla telescópica, un detalle que la historia oficial rara vez menciona.

Fidel Castro empuña un fusil con mirilla telescópica en la Sierra Maestra durante la guerra contra Batista.
Fidel Castro fue un frío y calculador francotirador durante la guerra en la Sierra Maestra.

Como se sabe, la psicología del francotirador tiene sus peculiaridades. Para no irnos muy lejos, veamos lo que decía una publicación del mismo  órgano de propaganda del Partido Comunista, el periódico Granma

“... poseedores de un olfato tan fino y entrenado como el de un perro policía, experto en el arte de la finta para desconcertar a quien pretenda retarlo. Mimético, hueco, escurridizo y calculador.”

(“Francotiradores”, por Alfonso Nacianceno, 6 de enero de 2010).

Con esa misma frialdad calculadora de "un perro de policía", Fidel Castro impuso un régimen férreo de disciplina sobre el territorio donde operaba su guerrilla. Este control se ejercía no solo sobre combatientes, sino también sobre campesinos y civiles de la zona, bajo un sistema de “justicia revolucionaria” en el que la ejecución sumaria se convirtió en un mecanismo de escarmiento y control. Métodos, reconocidos por cronistas y hasta por los propios protagonistas, que vendrían a demostrar cómo la violencia interna formó parte de la estrategia para consolidar su autoridad.

El caso del campesino Eutimio Guerra

Uno de los casos más documentados es el del campesino Eutimio Guerra, acusado de delatar posiciones guerrilleras. Ernesto “Che” Guevara lo ejecutó (18 de febrero de 1957) de un disparo en la sien, hecho que registró en su diario y sobre el que incluso escribió a su padre. Este episodio se convirtió en un símbolo del uso del fusilamiento como recurso disciplinario, normalizado en la retórica de la guerrilla.

Fotografía de un prisionero antes de su ejecución en la Sierra Maestra (1957), durante la guerra contra Batista. Raúl Castro (derecha).
Fotografía de un prisionero antes de su ejecución en la Sierra Maestra (1957), durante la guerra contra Batista. Raúl Castro (derecha).

En su libro de memorias Pasajes de la guerra revolucionaria (1963),el Che Guevara relataría este episodio de una forma incluso hasta poética, encubriendo la crudeza del acto violento detrás de una atmósfera de sombra, truenos y relámpagos, y usando la tercera persona para esquivar su responsabilidad, cuando fue él quien decidió por sorpresa tomar el papel del ejecutor:

“En esos minutos se desató una tormenta muy fuerte y oscureció totalmente: en medio de un aguacero descomunal, cruzado el cielo por relámpagos y por el ruido de los truenos, al estallar uno de estos rayos, con su trueno consiguiente, en la cercanía, acabó la vida de Eutimio Guerra sin que ni los compañeros cercanos pudieran oír el ruido del disparo”.

Sin embargo, el Che había dejado otras anotaciones sobre esta ejecución en su diario personal, con tono menos poético:

“… acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola [calibre] 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto. Al proceder a requisarle las pertenencias no podía sacarle el reloj amarrado con una cadena al cinturón, entonces él me dijo con una voz sin temblar muy lejos del miedo: ‘Arráncala, chico, total…’ Eso hice y sus pertenencias pasaron a mi poder”. 

“… ejecutar a un ser humano es algo feo, pero ejemplarizante. De ahora en adelante aquí nadie me volverá a decir el saca muelas de la guerrilla”.

Y en una carta enviada por entonces a su padre en Argentina, se vanaglorió no solo de cumplir la ejecución, sino de un gran "descubrimiento" que había hecho:

“Sus compañeros se negaban a pasarlo por las armas. [...] Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”.

Rolando González: la ejecución de un joven recluta

Prisionero Rolando González previo a su fusilamiento en la Sierra Maestra, Cuba. Raúl Castro le venda los ojos y Fidel lo ata a un árbol.
Rolando González (17 años), guerrillero acusado de traición, minutos antes de su fusilamiento en la Sierra Maestra. Raúl Castro le venda los ojos y Fidel lo ata a un árbol.

No solo campesinos fueron ejecutados, también jóvenes combatientes del propio movimiento. Un caso muy conocido es el de Rolando González, un muchacho de apenas 17 años, acusado de traición. Una fotografía muestra a Fidel y Raúl Castro atando al jovencito a un árbol y vendándole los ojos antes de que se cumpliera la orden de fusilamiento. La disciplina guerrillera podía llegar hasta las últimas consecuencias, incluso con los más jóvenes reclutas.

Otros testimonios y registros señalan ejecuciones de civiles sospechosos de colaborar con el ejército o de guerrilleros que habían desertado. La lógica era siempre la misma: infundir miedo para asegurar obediencia.

Así, la Sierra Maestra no solo fue un escenario de combate contra Batista, sino también un espacio donde Fidel Castro consolidó su liderazgo a través de la violencia interna, dejando un legado de muertes comprobadas que anticipaba el carácter represivo del régimen que vendría después.

M-26-7: el terrorismo urbano en nombre de la revolución

El Movimiento 26 de Julio, bajo el mandato de Fidel Castro, no se limitó a la guerra en la Sierra Maestra. También desarrolló una estrategia de terrorismo urbano que buscaba paralizar la vida en las ciudades a través de bombas y atentados en lugares públicos. 

La “Noche de las cien bombas”

Para imponer su dominio en un clima de inestabilidad, el Movimiento lanzó una consigna contundente, conocida como las “tres C”: Cero Cine, Cero Compras, Cero Cabaret. Era un llamado a sembrar el miedo entre la población civil y a mostrar que el régimen de Batista había perdido el control. Quien desobedeciera la orden —asistiendo con su familia a un cine, a hacer compras o a un cabaret— sabía que podía estar sentenciándose de antemano.

Uno de los episodios más recordados: la “Noche de las 100 bombas”, el 8 de noviembre de 1957, en La Habana. Se detonaron decenas de artefactos en cines, comercios, cabarets y estaciones de servicio. El M-26-7 quiso presentar estas acciones como “resistencia urbana”.

Páginas de periódicos internacionales con reportes sobre atentados y bombas en Cuba en los años cincuenta.
Recortes de prensa extranjera sobre explosiones y atentados en Cuba durante los años 50, previos al triunfo revolucionario.

Una bomba en un banco del parque: 3 muertos y 6 heridos

Las consecuencias de este tipo de ataques contra civiles inocentes se vieron con crudeza el 29 de junio de 1958, cuando una bomba colocada bajo un banco en el céntrico Parque Martí de la ciudad de Ciego de Ávila mató a tres personas e hirió a seis más. 

Perdieron la vida en esta “acción de resistencia”, los cubanos José Freyre (42 años), Martín Rodríguez (19 años) y Rodolfo Legón (32 años), quien estaba con su hijo pequeño Jorgito, de solo 2 años, herido de gravedad.

Operaciones que marcaron un capítulo oscuro de la lucha revolucionaria, concebidas como propaganda armada, pero que en la práctica provocaron un baño de sangre civil.

La consolidación por fusilamientos (1959–1961)

Soldados cubanos ejecutan a un prisionero durante los fusilamientos de La Cabaña en 1959.
Imagen de uno de los fusilamientos en el fuerte de La Cabaña, La Habana, en 1959, durante las primeras semanas del régimen de Fidel Castro.

Con el triunfo revolucionario, aquella violencia ejercida en nombre de la “justicia revolucionaria” se transformó en política de Estado. Desde los primeros días de enero, los fusilamientos se multiplicaron en las provincias orientales y pronto en todo el país, convertidos en un espectáculo público. Las imágenes de hombres alineados ante el paredón y los juicios transmitidos por televisión o narrados en mítines públicos inauguraron la pedagogía del miedo que acompañaría a Fidel Castro durante décadas. La revista TIME, en su edición de enero de 1959 habló de más de 200 ejecutados en las primeras semanas del nuevo gobierno.

 Masacre de la Loma de San Juan

Una de las primeras y más notorias matanzas ocurrió el 12 de enero de 1959 en Santiago de Cuba, conocida como la Masacre de la Loma de San Juan. Ese día, según los registros de  Cuba Archive y los reportes de prensa internacional, entre 71 y 73 personas fueron ejecutadas tras procesos sumarios bajo la supervisión de Raúl Castro, entonces al mando militar de Oriente. 

En un tribunal revolucionario exprés que duró apenas unas horas, decenas de hombres fueron condenados a muerte, acusados de colaborar con el antiguo régimen batistiano. La sentencia se dictó sin garantías judiciales, sin defensa formal ni pruebas sólidas, en un montaje que fue un ritual de poder y no un acto de justicia.

Los condenados, con las manos atadas, fueron trasladados al amanecer en camiones hasta la Loma de San Juan. Allí los alinearon frente a un paredón, ante una fosa de unos cuarenta metros ya excavada, y los ejecutaron ante una multitud convocada para presenciar el castigo. Algunos testimonios sostienen que la ejecución no fue tan instantánea como se presentó: varios pudieron haber sobrevivido a los disparos iniciales y haber muerto después por asfixia, al intentar incorporarse dentro de la fosa.

El carácter de la masacre fue celebrado por la prensa oficial de entonces como mensaje ejemplar, una advertencia temprana de que el nuevo poder no toleraría oposición ni impunidad.

Los fusilamientos en La Cabaña

La fortaleza de San Carlos de La Cabaña, una imponente construcción colonial del siglo XVIII frente a la bahía de La Habana, se convirtió tras el triunfo de la Revolución en prisión y centro de ejecuciones. Allí se instalaron los primeros tribunales revolucionarios, presididos por el Che Guevara.

El capellán del presidio de La Cabaña, el padre Javier Arzuaga, recordaría años más tarde las escenas vividas con palabras estremecedoras:

“Les gritaban: ¡Diga, repita. Alto, claro! No sabían qué hacer ni qué decir [los enjuiciados]. Aquello fue tristísimo, un espectáculo tristísimo el ver cómo estaban siendo aleccionados”. 

(Entrevista con Luis Guardia, Radio Martí, 2003).

Sacerdote conversa con un prisionero minutos antes de su ejecución en La Cabaña, Cuba, 1959.
Un sacerdote ofrece consuelo espiritual a un prisionero antes de su fusilamiento en La Cabaña, 1959.

Testimonios de la época y reportes de la prensa extranjera coincidieron en que los fusilamientos eran nocturnos y se realizaban en los fosos de piedra de la fortaleza. Quien decidía la suerte de todos los condenados era Fidel Castro, y el Che nunca revocó una sentencia. El propio Guevara justificaría estos actos años después ante la Asamblea General de la ONU: 

“Sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”.

Las bases de datos de Cuba Archive y estudios posteriores coinciden en que más de 5.600 personas fueron fusiladas entre 1959 y 1961, y advierten que los registros disponibles son solo un subregistro parcial debido al hermetismo del Estado cubano.

El paredón fue, así, el principal instrumento de consolidación del nuevo poder: un mecanismo de control político, un símbolo de purga moral y una demostración de autoridad absoluta. Los aplausos que acompañaban los fusilamientos en plazas y transmisiones públicas mostraban la eficacia del terror como pedagogía colectiva.

La “oportuna” desaparición de Camilo Cienfuegos

La misteriosa desaparición del comandante Camilo Cienfuegos, uno de los líderes más carismáticos del Ejército Rebelde y figura adorada por el pueblo cubano, añadió un capítulo oscuro al nuevo poder revolucionario. La versión oficial afirma que el 28 de octubre de 1959, el bimotor Cessna 310 en el que viajaba desde Camagüey a La Habana se perdió sobre el mar, sin dejar rastro. El gobierno declaró luto nacional y cerró el caso como un accidente aéreo, sin que jamás se encontraran restos del avión ni de la tripulación.

Sin embargo, desde entonces persisten las sospechas y las versiones alternativas. Historiadores y testigos de la época han señalado que Camilo gozaba de una enorme popularidad —comparable, e incluso superior, a la de Fidel— y que su desaparición ocurrió apenas horas después de haber arrestado a Huber Matos, comandante del Ejército Rebelde que había renunciado en protesta por el rumbo comunista de la Revolución.

Durante aquel encuentro, Matos le advirtió:

“Fidel va a por la calavera mía, pero por la tuya también. Tú y yo le estorbamos”.

(Relato de Huber Matos en Cómo llegó la noche [1990]).

Entre los hechos probados y las conjeturas, la desaparición de Camilo sigue siendo el símbolo más temprano del precio que podía pagarse por ocupar demasiado espacio bajo la sombra de Fidel Castro.

A Huber Matos no lo fusilaron porque muerto habría sido un mártir, y vivo resultaba más útil como advertencia. Su popularidad dentro del Ejército Rebelde y entre la población hacía de su ejecución un riesgo político y un posible escándalo internacional, justo cuando Fidel aún buscaba legitimidad. En cambio, lo condenaron a veinte años de prisión y lo borraron del relato oficial: una forma más lenta y eficaz de aniquilarlo sin disparar un solo tiro.

El Escambray: insurgencia y exterminio (1960–1966)

Tras los paredones de 1959, el régimen de Fidel Castro se enfrentó a la mayor insurgencia armada interna de su historia. Las montañas del Escambray se convirtieron en el nuevo campo de batalla. Allí se levantaron campesinos, exrebeldes desencantados, antiguos militares y opositores, unidos por el rechazo al rumbo autoritario que tomaba la Revolución.

La respuesta del régimen fue inmediata: una campaña de exterminio bautizada como “Lucha contra bandidos”. El nombre mismo formaba parte de la estrategia de Fidel Castro: crear causas políticas y etiquetas deshumanizantes para justificar la represión. Así, los insurgentes fueron presentados como delincuentes o mercenarios, no como lo que en realidad eran: cubanos inconformes con el nuevo gobierno.

La represión fue implacable: aldeas arrasadas, detenciones masivas y ejecuciones en el acto. Los cuerpos eran enterrados en fosas comunes abiertas en las lomas del centro de la isla. Aún hoy, familiares recuerdan los lugares donde las tumbas fueron tapadas con bulldozers, sin nombre ni cruz. 

Castro no mostró clemencia ni siquiera hacia sus excompañeros de armas. Bajo la Causa 829, en 1960, cinco combatientes de la guerra contra Batista fueron acusados de conspirar contra el gobierno y fusilados en el campamento militar de La Campana, tras un proceso sin defensa ni apelación. Perdieron la vida los cubanos Porfirio Remberto Ramírez, Plinio Prieto Ruiz, Sinesio Walsh Ríos, José Palomino Colón y Ángel Rodríguez del Sol

UMAP: campos de trabajos forzados (1965–1968)

Documento de los años sesenta del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que establece categorías y métodos para la “reeducación” de homosexuales en las UMAP en Cuba.
Documento oficial del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que detalla la clasificación y tratamiento de los homosexuales internados en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

Entre 1965 y 1968, el régimen de Fidel Castro inauguró uno de los capítulos más siniestros de su represión interna: las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en Camagüey. A esos campamentos alambrados fueron llevados por la fuerza decenas de miles de hombres sin juicio ni sentencia: creyentes, artistas, objetores de conciencia, disidentes y homosexuales.

El historiador estadounidense Joseph Tahbaz estima en torno a 35 mil los internados y concluye que los Testigos de Jehová padecieron “la peor brutalidad” del sistema. A partir de testimonios de otros exinternos se conocen escenas de violencia extrema. Uno de ellos relató:

“Yo vi poner a Testigos de Jehová en fosas sanitarias abiertas y tirarles agua por la madrugada, desnudos. También pegarlos a las cercas" .

Paul Kidd, periodista canadiense expulsado de Cuba en 1966 tras intentar documentar lo que ocurría, describió un campamento “escondido entre los cañaverales”, con reclusos de 16 a más de 60 años custodiados por soldados armados. No era Auschwitz, era la Cuba de Fidel Castro. 

El cantautor Pablo Milanés, que también fue internado en una de esas unidades, lo recordó décadas después con palabras que no admiten ambigüedad:

“Fue un asunto muy oscuro en la historia de la Cuba revolucionaria, verdaderos campos de concentración creados por orden de Fidel Castro”.

No se trató de una “desviación” del proceso revolucionario, sino de su lógica más pura: un experimento de control social destinado a reeducar, castigar y uniformar a quienes no encajaban en el modelo del “hombre nuevo”. Su misión era limpiar de “elementos indeseables” el campo y la juventud, y disciplinar a las iglesias y minorías. Cuando el control social quedó asegurado por otros medios —el Servicio Militar, la vigilancia, la represión política y la censura—, las UMAP se volvieron innecesarias.

Muertes bajo custodia y represión (años 70 y 80)

Durante las décadas de 1970 y 1980, el régimen perfeccionó un sistema de castigos ejemplarizantes que convirtió las cárceles y los tribunales en espacios de aniquilación moral y física: el costo humano de la dictadura comunista. 

El poder se ejercía entonces de manera más silenciosa, pero no menos letal.

El caso de Pedro Luis Boitel

“Pueden encarcelar mi cuerpo, pero no mi conciencia. Lo que temo no es morir, sino que Cuba siga sin libertad. Yo no luché para cambiar de amo, sino para que el pueblo no tuviera ninguno”.

—Pedro Luis Boitel, carta desde prisión (1966).

Fotografía de Pedro Luis Boitel, opositor cubano fallecido en huelga de hambre en 1972.
Retrato de Pedro Luis Boitel, líder estudiantil y opositor cubano, muerto en huelga de hambre en 1972 en la prisión del Castillo del Príncipe, La Habana.

Pedro Luis Boitel había sido compañero de Fidel Castro en la FEU. En 1960 se postuló a la presidencia de la organización y se opuso abiertamente a la intromisión de Castro en aquellas elecciones universitarias. Defendía que la universidad debía conservar su libertad interna —autonomía política— para no quedar bajo el control directo del gobierno revolucionario.

Aunque en un inicio apoyó la Revolución, pronto advirtió su deriva autoritaria. Fundó una organización clandestina, el Movimiento para Recuperar la Revolución (MRR), que aspiraba a rescatar los ideales democráticos que habían inspirado la lucha contra Batista. Creía en un gobierno participativo, no en una nueva dictadura.

Fue encarcelado en 1961 y, desde prisión, denunció los abusos y la prolongación arbitraria de su condena. El 3 de abril de 1972 inició una huelga de hambre que se extendió durante 53 días. Privado de atención médica y de agua, murió el 25 de mayo en la prisión del Castillo del Príncipe, en La Habana.

Su madre, Clara Abrahantes, denunció que el cuerpo de su hijo fue enterrado en secreto para impedir homenajes. Pedro Luis Boitel fue uno de los primeros mártires civiles del castrismo, y su nombre sería recordado décadas después por los huelguistas Orlando Zapata Tamayo y Guillermo Fariñas.

Masacre del río Canímar

Durante los años setenta y ochenta, la represión del régimen no se limitó a las cárceles. También alcanzó a quienes, desesperados por huir, se lanzaban a la aventura de escapar del país. En ese contexto ocurrió uno de los episodios más atroces de la historia reciente de Cuba: la masacre del río Canímar.

La tiranía de Fidel Castro provocó oleadas de migraciones sin precedentes. Miles de personas perdieron la vida en el mar intentando alcanzar las costas de Estados Unidos. Pero al dictador le irritaba la imagen de un pueblo que huía de su propio gobierno y, como tantas veces antes, respondió con violencia extrema.

El 6 de julio de 1980, un grupo de cubanos intentó escapar a bordo de la embarcación turística XX Aniversario, que realizaba excursiones por el río Canímar, en Matanzas. Cuando las autoridades descubrieron el intento de fuga, lanchas patrulleras del Ministerio del Interior y aviones de la Fuerza Aérea abrieron fuego sobre la nave civil, que fue embestida y hundida a pocos kilómetros de la desembocadura del río.

Los sobrevivientes —se calcula que fueron poco más de una treintena— contaron que las fuerzas estatales siguieron disparando incluso después del naufragio y bloquearon los rescates, dejando que los heridos y los niños se ahogaran. Testimonios recogidos por Cuba Archive y medios del exilio describen “una cacería humana” ejecutada a plena luz del día. Se estima que murieron entre 40 y 60 personas.

Uno de los sobrevivientes relató años después:

“Nos disparaban incluso cuando pedíamos auxilio. Vi a niños caer al agua. Gritábamos que éramos civiles. Nadie vino a salvarnos”.

(Testimonio recogido por Cuba Archive y citado por Martí Noticias).

Los pocos que lograron salir con vida fueron detenidos e interrogados, y los familiares de las víctimas amenazados para guardar silencio. No hubo investigación judicial ni reconocimiento público.

El fusilamiento de Arnaldo Ochoa: un sacrificio político

A finales de los años ochenta, la Revolución entraba en su primera gran crisis. El colapso del bloque soviético asomaba en el horizonte, y el liderazgo de Fidel Castro mostraba fisuras. En ese clima de incertidumbre, el régimen necesitaba reafirmar su control. Lo hizo con un sacrificio cuidadosamente escogido: el del general Arnaldo Ochoa Sánchez.

Fidel Castro y el general Arnaldo Ochoa durante la etapa de misiones militares en África.
El general Arnaldo Ochoa y Fidel Castro durante la etapa de misiones militares cubanas en África.

Héroe de Angola y Etiopía, Ochoa era uno de los militares más laureados de Cuba y símbolo del ejército que había sostenido la política exterior del castrismo durante dos décadas. Era admirado por su inteligencia y carisma. Estaba a punto de asumir el mando del Ejército Occidental, la división más poderosa del país. 

Su figura resultaba peligrosa para un sistema donde solo podía haber una figura incuestionable. En los círculos del poder, Fidel lo consideraba un hombre difícil de controlar, demasiado popular, “demasiado querido”. 

El 12 de junio de 1989 fue detenido junto a tres oficiales del Ministerio del Interior: Antonio (“Tony”) de la Guardia, Amado Padrón Trujillo y Jorge Martínez Valdés. Todos fueron acusados de narcotráfico, corrupción y traición a la patria, con supuestos vínculos con el Cartel de Medellín.

Tony de la Guardia y Arnaldo Ochoa durante el juicio televisado en 1989, acusados de narcotráfico y fusilados tras una sentencia sumaria.
Imágenes del juicio televisado contra el coronel Tony de la Guardia y el general Arnaldo Ochoa, condenados y fusilados en 1989 bajo cargos de narcotráfico y traición.

El Tribunal Militar Especial dictó sentencia de muerte amparándose en los artículos 122 y 123 del Código Penal Militar, aunque la decisión final recaía exclusivamente en Fidel Castro. Pudo haber conmutado la pena, como muchos esperaban, pero eligió la ejecución. En la madrugada del 13 de julio de 1989, el general Arnaldo Ochoa y los otros tres oficiales fueron fusilados en la base militar de Baracoa, cerca de Bauta, en la entonces provincia de La Habana. Horas más tarde, Fidel apareció en televisión para justificar su decisión ante el país.

“La Revolución no podía permitir la más mínima sombra de duda moral”.

Terror en el mar y la represión del éxodo (años 90)

Con el derrumbe del bloque soviético, Cuba quedó sumida en el llamado “Período Especial”, una etapa de hambre y desesperanza. Nuevamente miles de cubanos intentaron escapar del país en balsas improvisadas. Pero en la Cuba de Fidel, intentar huir seguía siendo una forma de desafío político. El dictador intentaba evitar por todos los medios que se repitiera el éxodo del Mariel (1980), que había dejado una imagen devastadora para su gobierno.

Hundimiento del remolcador 13 de marzo

Remolcador 13 de Marzo en la bahía de La Habana antes del hundimiento ocurrido en 1994.
Imagen del remolcador 13 de Marzo, hundido el 13 de julio de 1994 por embarcaciones del régimen cuando intentaba huir de Cuba con decenas de personas a bordo.

En la madrugada del 13 de julio de 1994, setenta y dos personas —entre ellas niños— zarparon desde el puerto de La Habana en el remolcador 13 de Marzo, buscando alcanzar las costas de Florida. A unas siete millas de la capital, tres embarcaciones estatales de la Empresa de Servicios Marítimos los interceptaron. 

En lugar de detenerlos, embistieron el barco una y otra vez y lo hundieron con chorros de agua a presión. Murieron 41 personas, incluidos menores. Amnistía Internacional calificó los hechos como “ejecuciones extrajudiciales”.

Sergio Perodín, sobreviviente del suceso, testificó ante el Congreso de Estados Unidos y la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. En una entrevista concedida en 1995 a Contacto Magazine, narró así lo ocurrido:

“Al pasar por el área de la capitanía un remolcador, del tipo conocido como Polargo, nos vino encima a unos 200 metros de la fortaleza de El Morro y nos lanzó los primeros chorros de agua con mangueras de alta presión.

Había gente en el Malecón habanero, parejas de novios, y comenzaron a gritar al ver que el Polargo trataba de hundirnos. Las mujeres y los niños subieron a cubierta para que los tripulantes del otro barco se percataran de que iban a cometer un asesinato [...] había otras dos embarcaciones Polargo esperándonos escondidas detrás de El Morro. Entre los tres barcos hacen un cerco al 13 de Marzo, y dos de ellos nos lanzan potentes chorros de agua. 

Entonces se colocó un Polargo delante de nosotros y otro detrás, este último era el que nos golpeaba [...] comenzamos a hundirnos por la popa [...] el Polargo de atrás se montó encima de nuestra embarcación. Unas 30 personas quedaron atrapadas en la bodega del 13 de Marzo. Los que logramos salir a la superficie vimos que las tres naves Polargo giraban a nuestro alrededor a alta velocidad, tratando de hundirnos. Se mantuvieron haciendo remolinos durante 40 minutos. 

Para nuestra sorpresa, vimos que los tres Polargos quedaron quietos y una lancha torpedera de Guardafronteras entró hasta donde flotábamos. Nos recogieron. Al subir a la lancha nos percatamos de que un barco de bandera griega trataba de entrar a la bahía de La Habana. Comprendimos entonces por qué habían detenido la masacre y nos habían recogido”. 

Retrato conjunto de las víctimas del hundimiento del remolcador 13 de Marzo en Cuba, 1994.
Rostros de las 41 víctimas, incluidos diez niños, del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, ocurrido el 13 de julio de 1994 frente a la bahía de La Habana.

Fidel Castro negó toda responsabilidad, acusando a las víctimas de haber “robado una embarcación” y “actuado de manera imprudente”. Ningún responsable fue juzgado, ninguna disculpa fue pronunciada. Lo ocurrido aquel día fue un asesinato de Estado, cometido con impunidad. En la prensa oficial, el caso nunca existió.

Derribo de las avionetas de “Hermanos al Rescate”

Las grabaciones de radio todavía estremecen. En ellas se escucha:

—“¡Autorízanos, que los tenemos!”
—“Autorizado a destruir objetivo.”
—“Primer disparo. ¡Le dimos, cojone!”

Eran las voces de los pilotos de cazas MIG-29 y MIG-23 de la Fuerza Aérea cubana, que aquel 24 de febrero de 1996 abatieron dos avionetas civiles Cessna 337 de la organización Hermanos al Rescate, dedicada a localizar y prestar auxilio a balseros cubanos en alta mar. No hubo combate, ni persecución: los aparatos fueron alcanzados por misiles aire-aire a plena luz del día, sobre el estrecho de la Florida. El uso de ese armamento confirmaba la intención de destruir, no disuadir.

Los pilotos Carlos Costa, Armando Alejandre Jr., Mario de la Peña y Pablo Morales, todos cubanos exiliados en Miami, murieron al instante. Ninguno de los cuerpos fue recuperado.

Retratos de los pilotos de Hermanos al Rescate y una avioneta Cessna N2506, derribados en 1996.
Los cuatro pilotos de Hermanos al Rescate —Mario de la Peña, Carlos Costa, Armando Alejandre y Pablo Morales— derribados por cazas MIG cubanos el 24 de febrero de 1996.

La Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), tras analizar radares y comunicaciones, concluyó que las aeronaves fueron derribadas en espacio aéreo internacional, a unas once millas al norte de Cuba. 

Los registros de radio muestran que la orden de ataque se transmitió desde tierra con aprobación del alto mando. No hubo advertencia previa ni intento de interceptación, como exige la normativa internacional. Las avionetas abatidas no estaban armadas ni tenían capacidad de defensa.

Días después, en una entrevista con el periodista Dan Rather para CBS News, Fidel Castro asumió públicamente la responsabilidad política del ataque:

 “Nosotros dimos la orden de defender nuestro espacio aéreo. Ellos sabían perfectamente lo que hacían. Si volvían a violarlo, sabían lo que les esperaba”.

Ejecuciones “relámpago”: la justicia exprés del castrismo (2003)

En abril de 2003, mientras el mundo observaba la invasión de Irak, en Cuba se vivía una ofensiva más silenciosa y calculada: la “Primavera Negra”. En apenas una semana, 75 disidentes, periodistas y bibliotecarios independientes fueron arrestados y condenados a largas penas de prisión por “actos contra la independencia nacional”.

Pocos días después, el 2 de abril, un grupo de jóvenes intentó escapar de la isla secuestrando la lancha Baraguá, que hacía la ruta entre La Habana y Regla. Llevaban cuchillos y un arma falsa. No hubo heridos ni muertos, y tras ser rodeados por fuerzas del Ministerio del Interior, se rindieron sin disparar un tiro.

En apenas nueve días —del arresto al fusilamiento— el Estado montó un proceso judicial que la prensa oficial llamó “juicio ejemplarizante”. Sin abogados independientes ni posibilidad de apelación, Lorenzo Enrique Copello Castillo (31 años), Bárbaro Leodán Sevilla García (21) y Jorge Luis Martínez Isaac (40) fueron condenados a muerte y ejecutados el 11 de abril de 2003, en el Combinado del Este.

Las ejecuciones se realizaron en secreto, antes de que sus familiares fueran notificados. La rapidez fue tal que incluso algunos diplomáticos extranjeros en La Habana pensaron que se trataba de una noticia falsa. 

Cuando se confirmó, la conmoción internacional fue inmediata: Amnistía Internacional denunció la violación de la moratoria de facto sobre la pena de muerte que Cuba mantenía desde 1999, y la Unión Europea suspendió temporalmente la cooperación con el gobierno de Castro.

Incluso aliados históricos del régimen, como el escritor Eduardo Galeano y el intelectual José Saramago, rompieron públicamente con Fidel Castro. Este último escribió una frase que resumió el estupor de toda una generación:

“Cuba ha ganado el derecho a defenderse, pero no a confundirse. No a aplicar las mismas leyes que antes criticó, no a practicar el mismo terror que sufrió. Hasta aquí he llegado. Ya no creo en Fidel” .

—José Saramago (El País, 14 de abril de 2003).

Muertes emblemáticas de opositores

En la Cuba de Fidel Castro, incluso cuando el paredón parecía haber quedado atrás, la muerte seguía formando parte del lenguaje político. Ya no hacía falta un juicio ni una bala: bastaba la indiferencia del poder, la omisión calculada o la impunidad.

Orlando Zapata Tamayo

Madre del opositor cubano Orlando Zapata Tamayo besa la urna con sus cenizas durante una ceremonia en Miami, tras su muerte en huelga de hambre en una cárcel cubana.
Reina Luisa Tamayo, madre del opositor cubano Orlando Zapata Tamayo, besa la urna con las cenizas de su hijo.

El 23 de febrero de 2010, el preso político Orlando Zapata Tamayo, activista del Movimiento Alternativa Republicana, murió tras 86 días de huelga de hambre. Exigía el reconocimiento de su condición de preso de conciencia y el fin de los abusos carcelarios.

Había sido condenado en 2003 durante la “Primavera Negra”, y pasó años entre golpizas y traslados. Según Amnistía Internacional, las autoridades penitenciarias le negaron agua y atención médica durante semanas, en lo que describió como “una forma deliberada de trato cruel e inhumano”.

Su madre, Reina Luisa Tamayo, declaró que su hijo murió a manos del régimen. El gobierno respondió negándolo todo.

Oswaldo Payá y Harold Cepero

Cortejo fúnebre de Oswaldo Payá en La Habana, con personas sosteniendo su fotografía.
Funeral del opositor Oswaldo Payá en La Habana, julio de 2012.

Figura central de la disidencia cívica, Oswaldo Payá Sardiñas, líder del Movimiento Cristiano Liberación y autor del Proyecto Varela, llevaba más de una década intentando promover un cambio pacífico en Cuba. Su insistencia en una reforma legal, no violenta, lo había convertido en objetivo de la Seguridad del Estado.

Durante un viaje a la provincia de Granma junto al joven activista Harold Cepero, su coche —conducido por el político español Ángel Carromero— fue embestido por otro vehículo en una carretera rural. El gobierno habló de “accidente de tráfico”, pero los testigos y familiares sostuvieron desde el principio que habían sido perseguidos por agentes del régimen.

Tras años de presión internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) concluyó en 2023 que el Estado cubano fue responsable directo de sus muertes. El informe calificó el hecho como una ejecución encubierta.

Después del accidente, Ángel Carromero fue condenado a cuatro años de prisión por “homicidio imprudente”, acusado de haber perdido el control del vehículo por exceso de velocidad. En diciembre de 2012, tras un acuerdo diplomático, fue extraditado a España, donde recuperó la libertad bajo supervisión.

Coche accidentado en el que viajaban Oswaldo Payá y Harold Cepero en 2012.
Vehículo siniestrado donde viajaban los opositores cubanos Oswaldo Payá y Harold Cepero, el 22 de julio de 2012, en Bayamo.

Una vez fuera de Cuba, Carromero rompió el silencio impuesto durante el juicio y ofreció su versión de los hechos en varias entrevistas. En julio de 2013, declaró en El Mundo:

“A Oswaldo y a Harold los mató el régimen de Castro. No fue un accidente. Nos perseguían. Un coche de la Seguridad del Estado nos embistió por detrás, y después del impacto nos sacaron del coche a golpes. Payá aún estaba vivo cuando lo subieron a otro vehículo”.

También denunció que fue coaccionado y amenazado durante los interrogatorios en Cuba:

“Me obligaron a firmar una declaración falsa. Si no lo hacía, me decían que no saldría vivo de allí”.

Carromero describió la cárcel de Bayamo como un lugar donde lo mantenían vigilado las 24 horas, sin contacto con abogados independientes ni diplomáticos.

Suicidios y silencios: la otra cara del poder

Retratos de Haydée Santamaría, Osvaldo Dorticós y Fidel Castro Díaz-Balart, tres figuras del régimen cubano que se suicidaron en distintos momentos de la historia revolucionaria.
Haydée Santamaría, heroína del Moncada; Osvaldo Dorticós, expresidente de Cuba; y Fidel Castro Díaz-Balart, hijo de Fidel Castro, fueron tres figuras del régimen que se suicidaron en distintos momentos de la historia revolucionaria.

Entre los miles de muertos de Fidel Castro, hay un número imposible de calcular: los que se quitaron la vida bajo el peso de la decepción, el miedo o la humillación. En Cuba, el suicidio ha sido una herida constante y silenciada, especialmente entre quienes vivieron de cerca la maquinaria del poder o sufrieron su persecución.

Haydée Santamaría

Uno de los casos más emblemáticos fue el de Haydée Santamaría, heroína del Moncada y fundadora de Casa de las Américas, que se suicidó en La Habana el 28 de julio de 1980. La versión oficial reconoció el hecho, pero evitó cualquier explicación. No hubo duelo nacional ni homenajes públicos. Según testimonios de allegados, Haydée padecía una profunda depresión y un sentimiento de desencanto político. Otras versiones —sin pruebas concluyentes— sugieren que su muerte ocurrió dos días antes, el 26 de julio, y que el anuncio fue retrasado para no empañar el aniversario del Moncada. Su final simboliza la tragedia de quienes creyeron en un ideal y acabaron devorados por él.

Osvaldo Dorticós Torrado

El 23 de junio de 1983, Osvaldo Dorticós Torrado, presidente de Cuba entre 1959 y 1976, respetado por muchos y considerado una de las personas más inteligentes y capaces del gobierno, se suicidó a los 64 años en su residencia de La Habana. La versión oficial, difundida por el Comité Central del Partido Comunista, atribuyó su decisión a una grave afección en la columna vertebral y a la reciente muerte de su esposa, María de la Caridad Molina. 

Sin embargo, existen versiones que sugieren que su muerte estuvo relacionada con su creciente desencanto hacia el régimen, especialmente tras los sucesos de la embajada del Perú y el éxodo por el puerto del Mariel, eventos con los que Dorticós habría discrepado profundamente. Su fallecimiento dejó en evidencia las tensiones internas del castrismo y la complejidad de las lealtades políticas dentro del régimen.

Fidel Castro Díaz-Balart

Décadas después, Fidel Castro Díaz-Balart, primogénito del propio dictador, se suicidó en 2018 tras años de aislamiento político y un visible deterioro emocional. Su muerte, confirmada oficialmente, fue presentada como un episodio de depresión.

A ellos se suman muchos otros cuyos nombres jamás se conocerán: escritores censurados, artistas marginados, disidentes sometidos a vigilancia constante, presos políticos quebrados por años de tortura psicológica. En Cuba, el suicidio ha sido a menudo la única forma de escapar del control absoluto del Estado.

No existen registros oficiales ni estudios públicos que cuantifiquen la magnitud del fenómeno. Los testimonios dispersos y los informes de exiliados hablan de una epidemia moral y silenciosa: el resultado de la presión ideológica, la delación institucionalizada y la imposibilidad de vivir con verdad en un sistema construido sobre el miedo.


Los muertos de Fidel Castro: una cronología de luto por Cuba

Los muertos de Fidel Castro no son cifras en una tabla ni notas al pie de la historia: son vidas arrancadas por una doctrina que hizo del miedo una herramienta de gobierno y de la violencia un lenguaje de autoridad.

Para comprender Cuba, su cultura y su sociedad, hay que mirar de frente estos hechos, sostener la memoria de las víctimas y defender las libertades que eviten su repetición.

Son nombres y rostros, historias suspendidas por una idea que convirtió la obediencia en deber y la disidencia en delito. Campesinos fusilados sin juicio, jóvenes ejecutados por intentar huir, artistas silenciados, presos dejados morir, civiles hundidos en el mar.

Recordarlos no es un ejercicio de revancha, sino un acto de justicia. Cada registro, cada testimonio, cada nombre rescatado devuelve al presente una parte de la verdad que el régimen intentó sepultar bajo el miedo y el olvido.

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Francis Sánchez

Francis Sánchez

(Ceballos, un poblado de la provincia Ciego de Ávila, Cuba, 1970). Escritor, Editor y Poeta visual. Máster en Cultura Latinoamericana. Perteneció a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba desde 1996 hasta su renuncia el 24 de enero de 2011. Fundador de la Unión Católica de Prensa de Cuba en 1996. Fundador y director de la revista independiente Árbol Invertido y también de la editorial Ediciones Deslinde. Se exilió en Madrid en 2018. Autor, entre otros, de los libros Revelaciones atado al mástil (1996), El ángel discierne ante la futura estatua de David (2000), Música de trasfondo (2001), Luces de la ausencia mía (Premio “Miguel de Cervantes de Armilla”, España, 2001), Dulce María Loynaz: La agonía de un mito (Premio de Ensayo “Juan Marinello”, 2001), Reserva federal (cuentos, 2002), Cadena perfecta (cuentos, premio “Cirilo Villaverde”, 2004), Extraño niño que dormía sobre un lobo (poesía, 2006), Caja negra (poesía, 2006), Epitafios de nadie (poesía, 2008), Dualidad de la penumbra (ensayo, 2009) y Liturgia de lo real (ensayo, premio “Fernandina de Jagua”, 2011). | Escribe la columna "Hacia la Libertad" para Árbol Invertido

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