Oleiros, el municipio con la renta más alta de Galicia, España, mantiene desde 2008 un monumento al Che Guevara de ocho metros de altura. La escultura —fabricada en un taller de Arteixo— fue inaugurada con la presencia de uno de los hijos del guerrillero, junto a cónsules de Cuba y Venezuela. Su coste, 280 mil dólares, provocó rechazo desde el primer momento entre vecinos que reclamaban aceras, guarderías y espacios deportivos.
La figura del Che, central en el autoritarismo revolucionario en América Latina, genera polémica dentro y fuera de la isla. Para muchos habitantes de Oleiros, resulta incomprensible que con fondos públicos se haya homenajeado a un personaje asociado a fusilamientos, persecución política y a la consolidación del régimen castrista.
El alcalde Ángel García Seoane —de larga trayectoria en la izquierda local— defendió la estatua como un tributo a la “solidaridad internacional”, mientras sus detractores la calificaron de despilfarro y de proyecto personal.
Con el paso de los años, la controversia no disminuye. La escultura ha sido objeto de pintadas y actos vandálicos, convirtiéndose en un símbolo debatido dentro del municipio. En una encuesta local publicada en 2021, el 64 % de los votantes se mostró favorable a retirarla. A pesar de ello, el monumento permanece en su glorieta original y es hoy la única escultura del Che Guevara en España.
Monumentos del Che Guevara y sus controversias
El monumento de Oleiros no es una excepción en cuanto a polémica. En otros países existen esculturas y memoriales que también han generado debates públicos, casi siempre vinculados a la lectura política de la figura del guerrillero.
Uno de los ejemplos más conocidos es el mausoleo de Santa Clara, en Cuba, donde una estatua de bronce de 6,7 metros preside el conjunto monumental que alberga sus restos. Es un espacio de carácter oficial, presentado como lugar de homenaje por el Estado cubano y convertido en un destino de alto interés turístico.
En Rosario, Argentina —su ciudad natal—, se inauguró en 2008 una estatua de tres metros costeada mediante suscripción popular. Un año después fue atacada con una amoladora: desconocidos cortaron las piernas de la figura, un episodio documentado por la prensa argentina. A pesar de ello, la escultura se mantiene en el espacio público.
En El Alto, Bolivia, existe otra representación destacada: un monumento de 7,1 metros ubicado en la zona de Villa Dolores, considerado uno de los más grandes dedicados al Che en América Latina. Su instalación fue impulsada por autoridades locales y continúa formando parte del paisaje urbano.
Más recientemente, en 2025, las autoridades de Ciudad de México retiraron estatuas del Che Guevara y de Fidel Castro ubicadas en la colonia Tabacalera. La decisión se justificó en irregularidades administrativas y en la falta de permisos para su colocación, después de años de debate público y de intervenciones críticas sobre las esculturas.
La imagen del Che y su transformación en icono comercial
La figura de Ernesto Che Guevara ocupa un lugar singular en la cultura contemporánea. Su rostro, tomado de la célebre fotografía de Alberto Korda, se reproduce desde hace décadas en camisetas, tazas, carteles y objetos de consumo masivo. Esa imagen se ha convertido en un icono global desvinculado con frecuencia de su trayectoria histórica, lo que ha llevado a que el Che funcione simultáneamente como símbolo político, figura pop y producto comercial.
Diversos estudios han analizado este fenómeno, señalando cómo la industria global de la moda y el marketing transformó la representación del Che en un emblema que atraviesa fronteras ideológicas. En Europa y América Latina, marcas y diseñadores han utilizado su imagen como signo juvenil o contracultural, mientras que los consumidores —especialmente jóvenes— la adoptan a menudo sin conocer el trasfondo político del personaje.
Esa disociación entre la estética y la historia genera tensiones. Para críticos y académicos, la comercialización del Che diluye el peso simbólico de los hechos asociados a su trayectoria, incluidos los episodios documentados de represión y violencia política en los primeros años de la Revolución Cubana. Para sus simpatizantes, en cambio, la difusión masiva de su imagen refleja la vigencia de un mito revolucionario que, más allá de las interpretaciones, sigue teniendo atractivo global.
Este doble movimiento —el Che como mercancía y el Che como figura polémica— alimenta debates sobre memoria histórica, apropiación cultural y responsabilidad simbólica en el espacio público. En ese contexto, monumentos como el de Oleiros adquieren una dimensión adicional: no solo representan un posicionamiento político local, sino que se insertan en una discusión más amplia sobre qué significa hoy recordar, reinterpretar o comercializar a uno de los iconos más controvertidos del siglo XX.
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